Para que el corazón
se afirme en la fe y persevere hasta la Ciudad Celestial
“Mas la que cayó
en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la
palabra oída, y dan fruto con perseverancia”
(Lucas 8:15).
De acuerdo a la parábola del sembrador, cuando
el corazón se enfrenta a la Palabra de Dios hay cuatro formas de reaccionar
ante ella. La primera es con indiferencia y desobediencia, oyendo pero no
tomando en consideración la belleza de las Escrituras, mancillando la mente con
pasatiempos que nos llevarán al infierno, embriagándola de inapetencia. Esto
fue retratado por el Salvador como: “Y
los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su
corazón la palabra, para que no crean y se salven” (Lucas 8:12). La segunda
reacción es con un gozo temporal que no dura más allá de la tribulación y persecución
“…creen por algún tiempo, y en el tiempo
de la prueba se apartan” (v.13). Estos son retratados por el Señor como un
terreno rocoso que impide que forjen raíces, sus fundamentos son endebles, como
aquel hombre necio que construyó su casa sobre la arena “…y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7:27). No obstante es
curioso que su reacción no sea indiferente al comienzo, sino que el Señor nos
dice que aquellos corazones reciben la Palabra con gozo, sin embargo no la
retienen “…pues al venir la aflicción o
la persecución por causa de la palabra, luego tropieza” (Mateo 13:21). La
tercera forma de responder a la Palabra es siendo oidor olvidadizo y distraído.
Esto es denotado por el Señor como una semilla que cae entre los espinos
(maleza que crece amontonándose una sobre otra) “…y los espinos crecieron y la ahogaron” (v.7). Estos espinos
simbolizan toda la vida mundana, con sus pasatiempos y codicias, que impiden
que la semilla dé fruto: “pero los afanes
de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas,
entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Marcos 4:19). Estas
tres reacciones son las que tenemos todos los que hemos vivido sin Dios en un
tiempo. Independientemente del instrumento que Dios haya tomado, sea un hombre
piadoso o una piedra que habla, nuestro corazón siempre ha reaccionado en la
forma que Dios no desea. A veces con indiferencia, no prestando atención a lo
enunciado ni a un análisis más detallado de las Escrituras. A veces con
desobediencia, haciendo caso omiso de lo que la Palabra de Dios nos ordena. A
veces con incredulidad pensando que en todos puede la Palabra hacer efecto
menos en mí. A veces con un gozo inicial que nos embriaga por días, pero que al
primer embate no queremos ni escuchar de la preciosa verdad. A veces oyéndola
pero no reteniéndola, debido a la desconcentración constante del mundo con su
televisión, su vida mundana, sus modas, sus alegrías vanas, en fin, todo
aquello que sabemos dura poco y su fin es camino de muerte pero que le tomamos
más importancia que las palabras de Dios que nos pueden cambiar para siempre.
No obstante, es mi interés darte ánimo
con la última reacción: la perseverancia. Ninguno de los terrenos anteriores
dio fruto alguno, pero la buena tierra dio fruto a ciento por uno (Lucas 8:8).
Este terreno, dice Jesús, “…son los que
con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”
(v.15). Si bien para los demás tres terrenos no hubo más respuesta que no
dar fruto, la buena tierra sí da fruto. Sin embargo, debemos consultarnos dos
cosas con respecto a esto:
·
¿Cómo
es posible ser buena tierra?
·
¿Cómo
es posible dar frutos con perseverancia?
Jesús dice que la buena tierra son
corazones “rectos y buenos”, que retienen la Palabra oída. La misma Palabra nos
enseña que no hay justo alguno (Romanos 3:10), que el corazón del hombre es
perverso (Jeremías 17:9) y que su intento es malo desde la juventud (Génesis
8:21). Poco después de la Creación, Dios vio “…que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo
designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el
mal” (Génesis 6:5). Incluso fue el mismo Señor quien dijo que de dentro del
corazón del hombre salen todos los males que comete y le contaminan (Marcos
7:21-23). ¿Cómo es posible que alguien sea considerado “buena tierra” entonces?
¿O puede haber alguien que esté excepto de la Palabra de Dios para considerarse
de corazón recto y bueno? La respuesta está en el nuevo nacimiento, la
regeneración por medio del Espíritu Santo de Dios. Es en el momento del nuevo
nacimiento donde Dios cumple lo prometido a través del profeta Ezequiel: “Os daré corazón nuevo, y podré espíritu
nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os
daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que
andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel
36:26-27). Es por este nuevo corazón y espíritu nuevo que es posible retener la
Palabra y perseverar en ella, de otro modo es imposible. Sin la regeneración
por medio del Espíritu Santo responderemos a la Palabra siempre con desprecio,
indiferencia, desobediencia, blasfemia, desatención, gozo temporal, etc. Sólo
con el corazón nuevo, el cual es la “buena tierra” es posible dar frutos con
perseverancia. Por lo tanto, la perseverancia no nace de nosotros mismos, como
si de algo tuviésemos que jactarnos, sino de Dios que tiene misericordia
(Romanos 9:16).
Por estas razones hablamos de corazones
reformados por la Palabra, puesto que tienen una nueva forma; dejan de ser de
piedra y ahora son de carne, sensibles al pecado que tienen por causa de la
carne y a la voz del que les llama con la Palabra. No obstante, surgen muchas
dudas respecto a si nuestro corazón fue o no regenerado. La respuesta es que,
independientemente de cómo fue la conversión, ya sea un remezón fuerte o un
silbo apacible y delicado, la vida regenerada da el fruto del Espíritu (Gálatas
5:22-23). El nuevo nacimiento es creer, porque si el nuevo corazón es imposible
creer o estimar a Jesús como precioso. El corazón regenerado desea a Jesús, lo
aprecia como nada en el mundo. Quizás no con un amor perfecto, pero Jesús pasa
a ser el horizonte de la vida. Antes de la regeneración no existía tal estima,
sino un corazón endeble, endurecido a la Palabra. Es Dios quien por
misericordia otorga un nuevo corazón y podemos notar ello desde el momento en
que creemos en la Justicia por medio de la fe, en Jesucristo el Señor y en lo
aborrecible e injusta que es nuestra carne. No obstante, no comprobamos que la
tierra sea buena únicamente porque recibe la semilla, sino porque da fruto. Un
nuevo nacimiento es conocido por los frutos que la gracia de Dios empieza a
generar y sobre tales deseo hablar en esta oportunidad.
La Santidad: el
camino de la perseverancia
Todo el que lea la parábola del sembrador
con un corazón nuevo presentará el piadoso temor de no ser como uno de los
terrenos que no dieron fruto. Darse cuenta de no haber tenido la fe salvadora,
intentando incursionar en el camino de la fe, es una de las cosas que más
pueden frustrar el corazón. No obstante, debemos tener en cuenta que todo aquel
que busca a Dios para perseverar en Santidad es llamado por Dios, pues nadie
invoca ni busca el Rostro de Dios (Isaías 64:7; Romanos 3:11) a menos que el
Padre le traiga (Juan 6:44), de tal forma que toda la Gloria pertenezca a Dios.
Si hoy buscamos el nombre de Dios, aún en la más mínima esperanza de que pueda
reformarnos, como el que cuelga de un peñasco con una sola mano, tal búsqueda
no podría comenzar desde nosotros, sino únicamente de Dios porque “…separados de mí nada podéis hacer” (Juan
15:5). No nos debemos desconcentrarnos por la calidad de nuestro
arrepentimiento inicial, mientras haya sido de corazón y en búsqueda de perdón
y misericordia, sino que en el fruto que damos hoy en día. La veracidad del
arrepentimiento inicial es la existencia de un arrepentimiento creciente hoy en
día. Si tienes poco tiempo en la fe, quizás sólo horas, la veracidad de tu
convencimiento y estima por Cristo es real únicamente si tal da frutos con
perseverancia. No obstante, no debemos desanimarnos con esto, sino al contrario
dar gracias a Dios por esclarecer este misterio, pues miles de personas podrían
ir al infierno confiando en que su confesión inicial fue verdadera, pero Dios
nos otorga el conocimiento para saber que, si bien el darse cuenta de la bondad
de nuestro Señor y dejar de confiar en uno mismo es un evento importante, no
debe esto considerarse más que un punto inicial de un grande progreso. El gozo
del cristiano reformado debe estar tanto en el momento en que Dios quitó las
vendas de sus ojos como en el día a día con Cristo el Señor. La base de su
perseverancia no debe radicar solamente en la gloria mostrada en el entender la
gracia de Dios y la justicia del Señor, sino también en el crecimiento de las
Escrituras y la Santidad. ¿Por qué Santidad? El profeta Isaías habló sobre un
Camino de Santidad donde “…no pasará
inmundo por él, sino que él mismo (el Señor) estará con ellos; el que anduviere
en este camino, por torpe que sea, no se extraviará” (Isaías 35:8). Todo el
que desee ver al Señor debe tener en cuenta la Santidad “…sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14). El camino de la
perseverancia es el Camino de Santidad, aún si fuésemos torpes al caer en
pecado y al desviarnos por cosas que no convienen ni edifican, nadie nos podrá
apartar del camino, pues Él mismo estará con nosotros. ¿Cómo es esto del Camino
de Santidad?
Todo el que ha entendido y oído la
gracia de Dios en verdad debe saber que “…la
gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres,
enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en
este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11-12). La Santidad es
apartarse para Dios renunciando a toda impiedad y deseo mundano. Vencer al
pecado es una de las cosas más difíciles para el cristiano, imposible para el
mundano, pero ya hecha por Cristo en la cruz. Tenemos un enemigo que anda como
león rugiente buscando a quien devorar, vendrá con tentaciones disparadas como
dardos de fuego, que si se juntan con los deseos de la carne y la vanagloria
del mundo son capaces de vencernos sin escape. No obstante, el Señor da todo lo
referente para la batalla de la fe. Quien estima a Cristo como su Señor debe
obedecerle cuando dijo: “Velad y orad,
para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero
la carne es débil” (Mateo 26:41). No debemos olvidar que tenemos un enemigo
más cerca de lo que pensamos: la carne. Esta se rebela contra el Señor “Por cuanto los designios de la carne son
enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”
(Romanos 8:7). La lucha contra la carne durará hasta que la muerte llegue a
nuestras vidas o el Señor tenga a bien venir a juzgar las naciones, no cesará
esta batalla día alguno. Antes de tomar atención de la carne, hagamos memoria
de lo que el Apóstol Pedro decía: “Amados,
yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos
carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11), como si este enemigo
tuviese pies y manos en contra de nuestra alma. ¡Adelante persistamos con la
armadura de Dios!
La perseverancia
en la vida cristiana
<<
Recuerda que fuimos creados para la Gloria de Dios, no es nuestro bienestar el
motivo por el cual Dios nos salva, sino para su Gloria somos llamados. Que todo
día tenga como único motivo glorificar a Dios: “…hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).>>
<<
Al levantarte que tus primeros pensamientos sean para Dios, y si no consigues
eso, en oración pide que tu mente sea dispuesta al pensamiento matutino sobre
el Señor. Fuerza tu mente a pensar en el Señor, búscalo de mañana: “derribando argumentos y toda altivez que se
levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a
la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5). Como bien expuso el puritano
Richard Baxter: “Piensa en la misericordia del descanso de una noche y de
cuántos han pasado esa noche en el Infierno; cuántos en prisión; cuántos en
alojamientos fríos y duros; cuántos sufriendo de dolores y enfermedades
agonizantes, cansados de sus lechos y de sus vidas. Piensa en cuántas almas
fueron llamadas de sus cuerpos esa noche para aparecer aterrados ante Dios y,
¡piensa en cuán rápidamente pasan los días y las noches! ¡Con cuánta rapidez se
fue tu noche pasada y vendrá tu día de mañana! Pon atención de aquello que le
está faltando a tu alma en preparación para tal tiempo y búscalo sin demora”. No
permitas que el inicio del día esté mancillado con las injusticias de nuestra
carne, el mundo y las maquinaciones del diablo. Pide a Dios que todo el día sea
para alabarle por sus proezas.>>
<<
Desde que te despiertas hasta que tus párpados caen por el cansancio estarás
propenso a una lucha interminable. Tu carne no se amoldará jamás al anhelo de
servir a Dios y hará batalla contra ti. El diablo buscará el momento propicio
para tumbarte, maquinando todas aquellas cosas que has dejado atrás por la
Gloria de Cristo, y ojo, conoce tus debilidades. Por otro lado, y como si
pudiera ser más peor, el mundo buscará oprimirte con su cultura perdida, con
pensamientos profanos y ajenos a la vida de Dios. No obstante el cristiano todo
lo puede en Cristo que le fortalece (Filipenses 4:13). ¿Qué dardo de fuego del
enemigo no puede ser apagado por el escudo de la fe? ¿Qué deseo carnal es tan
poderoso como para negar que lo podemos vencer en Cristo? ¿Qué moda,
popularidad o pensamiento de la mayoría es tan valioso como para negar al buen
Señor que nos rescata del pecado? ¿No vino Jesús a liberarnos de nuestros
pecados? ¡Sé violento en la Santidad! Si el pecado persiste clama a Dios hasta
que lo expulse. Si las antiguas debilidades se amontonan contra ti, ayuna un
día o vigila la noche entera hasta que Dios te fortalezca por entero. Si el
mundo te obliga directa o indirectamente a negar a Jesús, ¿Será tan pequeño el
Señor como para sustituirle por la penosa aprobación de los hombres? Aunque no
seas comprendido, aún si eres odiado, aún si tu familia te considera un loco, o
si eres públicamente avergonzado sin causa ¡Obedece a Cristo! Nadie más salvará
tu vida >>
<<
¿Qué cosas sabes que provocarán en ti pecado? ¿Qué situaciones sabes de
antemano te harán pecar? ¡Huye de ellas! ¿Frecuentas conversaciones vanas que
saben no edifican y te pervierten en las cosas de la carne y el mundo? ¡Huye de
ellas! Pues mejor es que todo el mundo te odie o te desprecie, antes que
pierdas tu alma en el infierno por un poco de aceptación. ¿Tienes un analgésico
en casa que te impide pensar en Cristo, como el televisor, las redes sociales o
aún familiares que te apartan del Señor? ¡Huye de tales! Muchos serán echados
en el infierno porque adoraron más a un televisor que a Cristo. El televisor
tiene en su poder el tiempo que puedes destinar a la comunión con el Señor, a
conversar con tu familia con afecto, a meditar las Escrituras con denuedo y
reflexionar en paz sobre ellas. El mundo tiene tantos juguetes que hacen tanto
ruido, difícilmente podrás meditar en la Palabra teniendo prendido un televisor
con programas que no agradan a Dios en ninguna forma. ¡Huye de tales! Y si es
muy poderoso, ¿Irás al infierno por algo tan vano? No olvides que nada hay
imposible para Dios, Él puede brindarte atención a la Palabra e inapetencia por
ver cosas vacías y sin ninguna edificación >>
<<
Mantente vigilante de las tentaciones que puedan llevar tu vida al pecado. Tanto
el desagrado de ofender al Señor que te ha llamado como el temor al infierno y
la Ira de Dios deben ser suficientes argumentos como para velar y orar. La oración
es la herramienta fiel del que batalla contra sí mismo, el diablo y el mundo.
Se debe orar en todo tiempo, teniendo espacios durante el día donde busquemos
la presencia de Dios como también un constante clamor por la compañía y la
santidad de Dios. Piensa que la carne, el diablo y la vanagloria del mundo son
como un enemigo que estudia tus debilidades. Avanzará en flancos que no tienes
cubiertos, buscará derrumbarte en momentos que calcula estás desapercibido. Así
como una guerra campal, entiende tus debilidades y fortalécete con la Palabra
de Dios. No te desatiendas de ella ni un día, ya que basta sólo un día sin
meditar en ella para sumergirse fácilmente en un lodo del que te costará salir.
Si tristemente caes, que tal momento te sirva para conocer tus debilidades y en
pos de qué debes pedir auxilio. No descuides nada, porque el enemigo busca que
tus pecados te hagan perecer pero confía que porque Jesús venció el pecado tú
lo vencerás por sus fuerzas. >>
<< Entrégate a la
Palabra por completo, busca la mejor forma de leerla, estudiarla como un tesoro
inigualable. Dedícate a leerla, haz de su lectura un momento íntimo y pacífico.
Hazlo sin que nada más te desconcentre, versículo por versículo, que cada coma
y acento te revele algo más sobre Dios. Si puedes intenta leer un libro del
Nuevo Testamento completo, pero no como una novela, sino como una piedra
preciosa que sabes que por donde la mires habrá algo nuevo con lo cual
maravillarte. Vencerás el pecado por la Palabra de Dios, te mantendrás firme
con la Palabra de Dios, entenderás los propósitos de Dios con la Palabra de
Dios, y si caes sabrás que puedes ser restaurado por la Palabra de Dios.
>>
<<
Si estás comenzando en la fe no dudes que caerás en el futuro. A pesar que
todas las cosas referentes a la doctrina de la Piedad son razonables y pueden
ser entendidas con gozo, nuestro corazón muchas veces hace todo lo contrario y
se desvirtúa vanamente. No obstante, ponte de pie si caes y no mires atrás.
Toma en cuenta el consejo de los puritanos: “Si alguna tentación prevalece en
tu contra y caes en cualquier pecado además de las fallas habituales, laméntalo
inmediatamente y confiésalo a Dios; arrepiéntete rápidamente cualquiera que sea
el costo. Ciertamente que te costará más si continúas en el pecado y permaneces
sin arrepentirte. No trates de manera trivial tus fallas habituales, sino
confiésalas y lucha contra ellas diariamente, teniendo cuidado de no agravarlas
por la falta de arrepentimiento y el desprecio”. Recuerda que abogado tenemos
para con Dios, a Jesucristo el Justo; no persistas en el pecado, levántate y
lucha a muerte contra él, busca las promesas que Dios entrega en su Palabra
respecto al tema y huye de las pasiones juveniles. >>
<<
Huye de la idolatría. Mira tu vida a la luz de la Palabra de Dios, ¿Hay cosas
que adoras o brindas fidelidad más que a Cristo? ¿Es la comida, el deseo de los
ojos, la televisión, el dinero, la vanidad, las pasiones desordenadas, el temor
o cualquier otra cosa mayor en tu corazón que el Señor? Huye de la idolatría,
porque serás echado en el infierno por ella. Corre a Cristo y adóralo como Él
es, glorifícalo en tu corazón, estímalo como más que cualquier cosa y no
derroches tu vida pensando en ídolos del mundo. >>
<<
Al finalizar el día, que tu último pensamiento sea Dios solamente. Intenta orar
y contarle las victorias que tuviste en él y confiesa los pecados que cometiste. Mira el día
completo y nota qué cosas hiciste para agradarle y qué cosas tristemente
cometiste que no van en su favor. Que tu último pensamiento sea lo que Dios
tuvo que hacer por ti, dar su Hijo en una cruz, haciéndole pecado, descargando sobre Él la Ira que tú merecías y resucitándole para que vivamos para Dios. Piensa que si
Dios te otorga un nuevo día le darás la Gloria también. >>
Que
Dios sea contigo, haga de tu corazón una buena tierra que dé fruto con
perseverancia. Lucha contra la iniquidad, en Cristo hay poder para vencer. Aún
si nadie más lo hiciese, ¡Vive para Él, Él murió y resucitó para que vivas!
Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario