"Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren"
(Juan 4:24)
"La adoración es la postración del alma ante Cristo como Dios"
Jonathan Edwards
Regularmente, al hablar de adoración,
nuestra mente sólo se encapsula en el culto y la alabanza cristiana. Nuestros
ideales humanos de adoración suelen consumir el verdadero significado que la Escritura nos propone.
La adoración en el Antiguo Testamento incluía tres conceptos no excluyentes
entre sí: la sumisión, el servicio y el respeto. Sin embargo, es imposible
realizar los tres sin tener un conocimiento exhaustivo de quién es el objeto de
adoración: nuestro Dios. Cabe cuestionarse cómo muchas iglesias evangélicas hoy
en día afirman tener una creciente adoración cuando ignoran gran parte de lo
que las Escrituras enseñan. Cristo mismo mencionó: “Escudriñad las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn
5:39). Es imposible tener conocimiento de Dios ignorando el principal medio que
tenemos para conocerle, y por consiguiente, tener una adoración agradable
delante de sus ojos.
En el Antiguo Testamento, Dios puso los
términos o bases sobre las cuales la adoración era agradable delante de sus
ojos. En primer término tenemos los diez mandamientos, ley moral de Dios que el
pueblo de Israel, como nación rescatada debía observar. Dios, antecediéndose a
las transgresiones, y conociendo que la humanidad ha caído en pecado y está
radicalmente depravada, dispuso de un sistema expiatorio, por medio del cual su
nación liberada podía limpiar sus transgresiones. Este sistema expiatorio
contaba con la completa dedicación de la tribu de Leví, quienes serían los
sacerdotes encargados del proceso de expiación. El lugar dedicado para ello es
el Tabernáculo de reunión, santuario consagrado a Dios, el cual su acceso estaba
restringido para el pueblo. Sólo los levitas podían entrar al lugar Santo, y
sólo el sumo sacerdote podía acceder, una vez al año, al lugar Santísimo,
separado del anterior por un velo. Dios dispuso esto debido a que su presencia
estaría en aquel Santuario, y por tanto, no toleraba el pecado. Todo el que
accedía al lugar Santo y Santísimo debía expiar sus pecados anteriormente, de
otro modo, moría irremisiblemente. Otro punto a considerar es que Dios exigía
con mucho énfasis que el objeto a sacrificar, un cordero o macho cabrío, fuera
santo, puro, sin mancha, consagrado para el sacrificio. Su sangre derramada no
sólo simbolizaba su muerte, sino el pago de una criatura inocente por un pueblo
pecador.
En el Nuevo Pacto, Jesús es quien
reemplaza el antiguo Tabernáculo. Mediante Él podemos acceder a Dios. Y no
solamente cumple esta labor de sumo sacerdocio que los levitas cumplían, sino
también la de cordero que muere en sustitución por el pecado del pueblo. De
esta forma, Cristo es quien ofrece el sacrificio al Padre y quien se ofrece en
sacrificio. Mediante la perfección del Hijo de Dios, como cordero sin mancha,
el lavamiento de pecados es efectivo y agradable a los ojos de Dios. Hebreos 10
nos declara que este sacrificio es tan eficaz que está hecho una vez, y para
siempre, a diferencia de las poco efectivas expiaciones del Antiguo Pacto. El
Nuevo Pacto, por tanto, toma muchos elementos del Antiguo que nos llevan a
Cristo: el Tabernáculo, la expiación por los pecados, la pureza del cordero, el
sacerdocio, la pascua, etc. De esta forma, la adoración cristiana sólo es
concluyente y agradable a los ojos de Dios cuando tenemos un verdadero
conocimiento acerca de Cristo y su sacrificio.
No sólo adoramos dentro de las cuatro
paredes del templo. La adoración y el servicio a Dios debe extenderse a cada
segundo de nuestra vida, viviendo justa, sobria y piadosamente, aborreciendo el
pecado y amando a Dios. Esto es un verdadero sacrificio vivo, el descrito en
Romanos 12:1. Tener un enfoque restrictivo respecto a la adoración, asumiendo
que esta sólo es real dentro del culto, es restringir lo que la Palabra de Dios nos dice.
Al igual como los profetas cuestionaban la realización de sacrificios por parte
del pueblo de Israel, sin considerar lo esencial (misericordia,
arrepentimiento, aborrecimiento del pecado), así también cualquiera que enseñe
que sólo en el lugar de reunión o por medio de la alabanza servimos y adoramos
a Dios, está ignorando gran parte de la enseñanza de la Palabra de Dios acerca de
este tema. Adorar a Dios compromete cada aspecto de nuestra vida. Cristo pasa a
ser el centro de todas las cosas. Nuestro mediador, nuestra salvación, nuestro
libertador, el único cordero santo que derrama su sangre una vez y para siempre
y quien ofrece este sacrificio delante de Dios, en un santuario celestial, no
hecho por manos de hombres. Jesús ahora es nuestro templo, sólo por Él y en Él
podemos acceder a Dios y tener una comunión. Al igual como al pueblo de Israel,
Dios exige a su pueblo redimido eternamente, la iglesia, una vida en sacrificio
vivo, un combate contra el pecado y una obediencia plena a sus preceptos. La
santidad y el conocimiento de Dios por medio de su Palabra son las bases para
una adoración genuina y agradable a los ojos de Dios.
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