jueves, 21 de noviembre de 2013

De cómo condicionamos el servicio a Dios



“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?”
(Lucas 6:46)

Durante muchos años nuestra Iglesia ha desplazado y enmarcado la voluntad de Dios solo ha ciertas prácticas doctrinales, las cuales muchas veces no van acorde a la Palabra de Dios. Tendemos a limitar el servicio a Dios dentro de las cuatro paredes de la Iglesia, o solo a las actividades que la organización de la iglesia encomienda. Pareciera que secuestramos a Cristo y lo encerramos en nuestros templos, y solo lo soltamos a la hora del culto para que legitime nuestras prácticas ajenas a su voluntad. Sin embargo, la Palabra de Dios nos comunica que el servicio a nuestro Dios no esta emplazado en un templo, sino que su voluntad es más trascendente que lo que nuestras doctrinas humanas enseñan. Consideramos que el servicio a Dios es más bien la asistencia regular a los templos, la alabanza, el oír la Palabra de Dios, el asistir a ensayos de preparación, o el realizar cualquier otro tipo de actividad en la Iglesia. Enmarcamos el servicio a Dios en el templo y las actividades que del templo emanan. Sin embargo, la Palabra de Dios nos comunica que aquellas prácticas son la expresión más mínima del servicio y cumplimiento de la voluntad de Dios.


Sobre la voluntad de Dios

Me es difícil explicar la voluntad de Dios, o definirla en términos simples. Quizás podríamos decir que la voluntad de Dios es lo que Él desea hacer, y que en contraposición a ella nada podemos hacer. Es más bien la expresión de la decisión de Dios y el plan que tiene para la humanidad. Fue por la voluntad de Dios que Cristo, su Hijo Unigénito, pagó el pecado que debíamos: “...Padre mío, si no puede pasar de mi esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo 26:42). Fue también por la voluntad de Dios que muchos anunciando y creyendo la venida del redentor murieron esperándolo: “Y todos estos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (Hebreos 11:39-40). La expresión de la voluntad de Dios también puede resumirse con las palabras del Señor: “…ninguna autoridad tendrías contra mi, si no te fuese dada de arriba…” (Juan 19:11). En resumen, y a modo de bosquejo, podemos considerar que la voluntad de Dios es lo que Él desea realizar y lo que Él permite conforme a su misma voluntad.

¿Qué es lo que Dios desea realizar? Jesús habló de esta voluntad muchas veces: “…Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10), “Porque todo aquel hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo 12:50). Para comprender esta voluntad de Dios debemos conocer las Escrituras de forma integral. Si observamos la Biblia como un todo podemos ver la historia de la restauración del Reino de Dios, el cual una vez fue perdido a causa del pecado, luego prometido por medio de la simiente de Abraham, luego profetizado por medio de muchos hombres de Dios, luego acercado mediante nuestro Rey, proclamado por Él mismo, y que será perfeccionado y consumado al regreso glorioso de nuestro Redentor. La voluntad de Dios es lo que trasciende de las Escrituras, y permite explicar cada suceso. Todas las cosas que ocurren son permitidas por Dios por un objetivo más trascendente, que nosotros muchas veces no podemos dimensionar. La voluntad de Dios aplicada al ser humano son sus mandatos y ordenanzas, cuyo cumplimiento es voluntario y separa la justicia de la injusticia. Podemos mencionar que el practicar la voluntad de Dios es amar lo que Él ama (el bien y la humanidad), y aborrecer lo que Él aborrece (el pecado). Una clara evidencia de esto la expresa el apóstol Pablo: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno” (Romanos 12:9). Cuando aprendamos a amarnos los unos a los otros, independiente de las condiciones que nuestra naturaleza humana nos imponga, y cuando desechemos y odiemos el pecado que amábamos antes de conocer la luz admirable de nuestro Señor, podremos anunciar que hemos cumplido la voluntad del Padre. La voluntad de Dios consiste en el amor de Dios pero también en su Justicia, la cual solo puede ser ejercida por Dios.


Sobre el Servicio a Dios


"Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es VUESTRO CULTO RACIONAL” (Romanos 12:1)
El concepto de servicio a Dios es parte de nuestro vocabulario común. La consulta es: ¿Realmente sabemos lo que es servicio a Dios? El concepto de servicio viene del acto de servir, del estado del criado o sirviente, o del obsequio que uno da en beneficio de alguien. De la palabra servicio provienen sus derivados servidumbre (trabajo o ejercicio propio del siervo) y servidor (persona que ejerce las funciones de un criado). Entendiendo esto, podemos concluir que el servicio a Dios es la disposición que tenemos al permitir que Dios haga su voluntad por medio de la nuestra. En otras palabras, el servicio a Dios puede ser resumido al acto de entregar a Dios mi corazón para que Él desarrolle su voluntad en mi vida y a través de la misma. El apóstol Pablo expuso este servicio de la siguiente forma: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es VUESTRO CULTO RACIONAL” (Romanos 12:1). Cuando nosotros rehusamos del pecado y permitimos que el amor de Dios fluya por nuestras vidas realmente estamos dando un servicio a Dios, ya que estamos permitiendo que Dios haga su voluntad por medio de la nuestra. Es completamente objetivo mencionar que el cumplimiento de la voluntad de Dios también es obedecer los estatutos que Dios entrega y atender las necesidades que cualquier persona pueda manifestar: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer…” (Mateo 25:35), pero podemos tomar esto dentro del mismo punto de vista, ya que el amor a Dios se revela también en la obediencia y cumplimiento de sus mandamientos, y en igual forma al amor por toda la humanidad: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15) De esta forma el servicio a Dios debiese comenzar desde la primera hora de la mañana hasta cuando nuestros parpados caigan por el cansancio. Si la iglesia fuera la única forma de servir a Dios entonces debiésemos todos dormir en ella y jamás salir de sus puertas. El servicio a Dios es una iniciativa propia, la cual no solo está dirigida al crecimiento personal. Cuando decidimos servir a Dios nuestra vida es una vía o canal por el cual Dios puede hacer su voluntad hacia las demás personas, como por ejemplo, la anunciación de su bendito evangelio. ¿Cómo podemos reconocer cuando se está haciendo un real servicio a Dios? Solo y cuando este servicio no se oponga a la voluntad de Dios inscrita en su Palabra. Si alguien desarrolla una actividad, apelando al cumplimiento de la voluntad de Dios, y esta actividad se contradice con las Escrituras, aquel hermano o hermana no está cumpliendo la voluntad de Dios, sino que está obedeciendo a iniciativas propias, a ideas personales, a tradiciones eclesiásticas, etc. La voluntad de Dios no se puede contraponer a lo que Él ha dicho por medio de su Palabra: “…Él no puede negarse a si mismo” (2 Timoteo 2:13).


Sobre las constantes limitaciones al servicio a Dios

Hace mucho tiempo la gran mayoría de los hermanos pensaba que debían pasar todo el día en la Iglesia porque dice la Palabra de Dios: “Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así” (Mateo 24:46). Pues erraron, ignorando las Escrituras, porque la voluntad de Dios trasciende mas allá de eso. Si el servicio a Dios solo se limitase a la iglesia, personalmente, pasaría todo el día allí, de hecho no me concentraría en los estudios ni trabajo, y mi vista solo apuntaría a las cuatro paredes del templo. Sin embargo, y a pesar que este punto de vista restringe el servicio a Dios de manera tremenda, incluso poniendo a la iglesia como vía de salvación, la iglesia en la actualidad no ha desechado este pensamiento, ya que suponemos que si hacemos con regularidad las actividades de la iglesia, como el ir al punto de predicación o el acudir a una escuela dominical cumplimos la tarea de la voluntad de Dios. Jesús dijo: “…le halle haciendo así”, no refiriéndose a las actividades de la Iglesia únicamente, sino que al cumplimiento de la voluntad de Dios como fruto fidedigno de la salvación. El hecho de abandonar el pecado, amando al Señor y cumpliendo sus mandamientos, representa el cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestra vida.

Muchos hermanos piensan que el hecho de frecuentar un templo incide en la salvación. Quizás observan que el cumplimiento de la voluntad de Dios solo se restringe a las actividades relacionadas con la iglesia. Muchas veces mencionan aquellos versículos en los que Cristo dice: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí… Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis” (25:34-43). Argumentan que si Jesús no nos vio en una escuela dominical o en una predicación somos parte de los que Dios agrupó a la izquierda: los hacedores de maldad. Para estos hermanos los “benditos de mi Padre” se diferencian de los apartados y condenados por una razón determinante: la frecuencia con la cual visitan el templo. Es frecuente escuchar a ciertos hermanos: “El cine no te va a salvar”, “El fútbol no te va a salvar”, “El trabajo no te va a salvar”, concluyendo que debiésemos estar en la iglesia en vez de estar haciendo aquellas “practicas mundanas”. Al analizar este punto de vista también caemos en un problema, ya que es cierto que las actividades de este mundo no nos van a salvar, pero es igualmente cierto que ¡las actividades de la iglesia tampoco! Todos ya sabemos que la Salvación no considera meritos: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Esto no niega el principio expuesto en el siguiente versículo: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (v. 10), es decir, que somos creados en Cristo Jesús para realizar exhaustivamente la voluntad de Dios. Jesús también dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24), aludiendo a la fe y el amor de Dios los requisitos para la salvación, y no las obras. Entonces, y comprendiendo el análisis anterior podemos concluir que ninguna iglesia o templo tiene el poder o facultad para salvar, y en el caso que pudiera hacerlo, pasaría toda mi vida dentro de ella.

Unas cuantas veces he escuchado desde muchos altares que uno debe diezmarle el tiempo al Señor. Si el día tiene 24 horas, alrededor de 2 horas y media debemos dedicar a Dios. Si entendemos esto, ¿podemos presumir que la voluntad de Dios se restringe a simples dos horas y media? Si diezmo de mi tiempo a Dios, ¿De quién es el otro 90% del tiempo? ¿A quién se lo dedico? Caemos en un grave problema, ya que nuevamente estamos limitando el servicio a Dios. Cumplir la voluntad de Dios debe ser una tarea constante, que se piense y realice a cada segundo. Muchos pensarán: “pero, ¿Cómo voy a estar siempre en la iglesia? Tengo estudios, tengo trabajo, tengo hijos, etc.”. Este tipo de pensamiento es otra evidencia clara del cómo invadimos las mentes de la congregación con la limitación del Servicio a Dios. Cumplir la voluntad de Dios permite que Dios opere mediante nuestras vidas. La comunión con Dios, la oración, el arrepentimiento y la reflexión sobre el camino y plan que Dios tiene para mi vida debe orientar cada segundo de nuestro tiempo. Esta tarea es algo que no podemos simplificar a dos horas y media. Quizás aquello es afirmado como un medio para la asistencia a la iglesia, ya que el tiempo que comúnmente gastamos en acudir a la iglesia es, en promedio, dos horas. Si tenemos trabajo, estudios u otras actividades, también debemos llevar la voluntad de Dios a lo que regularmente hacemos para que Dios nos ilumine. No aislar las actividades cotidianas, concluyendo que la voluntad de Dios está alejada de aquello, sino considerándolas también como un medio que permite llevar el evangelio a todas las personas, concentrando nuestros esfuerzos en dar lo mejor en el trabajo o estudio que Dios nos dio, sin descuidar en ninguna forma la voluntad de Dios, para que no limitemos el servicio a Dios solo a las actividades de la Iglesia.

Es propio de nuestra doctrina, más bien de nuestra enseñanza, “entregar el servicio a Dios”. Hace años se hacia con mayor frecuencia respecto a estos tiempos. Pues la verdad es que la entrega del servicio podría ser un problema minúsculo que podría pasar a mayores. El hecho que lleguemos a nuestros hogares y entreguemos el servicio significa que me expropio de él. Muchos oran con el fin de concluirlo. Sin embargo, esta es una más de las evidencias que corroboran nuestra limitación hacia el servicio a Dios. Si llegamos a la casa a entregar el servicio, quiere decir que este empezó en la iglesia y terminó con nuestra oración. Sin embargo, me asalta otra duda: ¿No es el servicio un acto que debiese comprender todo nuestro tiempo? ¿No es el servicio a Dios nuestra disposición voluntaria para el cumplimiento de la voluntad de Dios? En otras palabras si entregamos el Servicio en nuestros hogares estamos terminando voluntariamente con nuestra disposición para cumplir la voluntad de Dios. Debiésemos, en mejor forma, agradecer a Dios porque llegamos sanos y salvos a nuestras casas, y prometerle cumplir su voluntad con más esmero, incluso cuando no esté en la iglesia.

Por estas mismas limitaciones podríamos interpretar incorrectamente las Escrituras, como muchos hermanos que sostienen que el Señor Jesús no dejará entrar a muchos por su inasistencia o poca frecuencia a las actividades de la iglesia (predicación, escuelas dominicales, ensayos de coro, reuniones). Para afirmar esto sostienen que el Señor les dirá: “…Nunca os conocí; apartaos de mi, hacedores de maldad” (Mateo 7:23). Sin embargo, este versículo podría recaer más en los que adulan de venir a la iglesia, y a las predicaciones, o de haber “servido” años en el evangelio, que de los que no asisten regularmente. El Señor Jesús se refirió a los que conociendo la verdad, y fingiendo practicarla, jamás hicieron la voluntad de Dios. Jesús dijo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” (v. 22). A ellos el Señor les declarará “…Nunca os conocí; apartaos de mi, hacedores de maldad”. Los que fingieron hacer la voluntad de Dios solo se fijaron en la superficialidad del Servicio, jamás lograron arrepentirse de corazón, y por ende, nunca le dieron la espalda al pecado. Jesús declaró: “…si a mi me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (Juan 8:19). Es posible que el Señor no nos reconozca porque nosotros no nos esmeramos en conocerle. Si le conociéremos realmente podríamos cumplir su voluntad. Es por esto que el Señor introduce: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). ¿Quiénes son los que profetizan, o echan fuera demonios, o hacen milagros en nombre de Dios? ¿Son las personas del “mundo”? ¿O somos nosotros, que conociendo la verdad adulamos de las obras? Un comentario en la Biblia Plenitud muy apropiado dice: “Jesús alerta contra el autoengaño, una mera profesión verbal de fe, sin obediencia a la voluntad de Dios. Es posible que hasta una persona que se engaña a si misma pueda ejercer un ministerio espectacular, usando la autoridad de las Escrituras y el nombre de Jesús, sin caminar por la senda de un discipulado obediente”. A nosotros se dirigió Jesús, porque insistimos en que el Servicio pertenece a actividades relacionadas con la iglesia, pero su voluntad es mayor en todos los aspectos, como dice Él mismo: “… el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

Muchos hermanos sostienen que “si uno no se convierte en nuestra iglesia no se convertirá en ningún otro lado”. ¡Cuanta irreverencia Dios mío! ¿Y así nos calificamos de espirituales? Dios sabe cuando desea hacer una obra de salvación. No nosotros. Limitamos a tal punto el servicio a Dios que divinizamos nuestra iglesia. Creemos que en nuestras cuatro paredes el hombre puede salvarse. Pues eso no lo elegimos nosotros, solo Dios lo sabe. Más bien nuestra iglesia está llena de una mayoría que se dice salva porque un día dijo aceptar al Señor, pero ¿Dónde está el cambio? ¿Dónde esta el arrepentimiento actual? ¿Dónde está el cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre? ¿Acaso bastó con decir “yo te invito a mi corazón Señor” y desde aquel día jamás nos interesamos en la lectura de la Palabra de Dios, y conociendo la verdad de igual forma incurríamos en pecado? ¿Cumplimos realmente la voluntad de Dios para que andemos recitando el texto “no todo el que me diga Señor, Señor” en tono desafiante y legalista? Nuestra iglesia se distingue por acusar indirectamente el pecado de otros: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Lucas 6:41), y también por la adulación del cumplimiento de la voluntad: “…mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen” (Mateo 23:3). Decimos cumplir la voluntad de Dios pero más bien solo basamos nuestros esfuerzos en responder a las exigentes tradiciones humanas impuestas por años. Ante estas necias enseñanzas solo podemos restaurarnos con la Palabra de Dios, orientando nuestra atención al cumplimiento de la voluntad de Dios, practicando y anunciando el amor de Dios en cada momento (mas con actos que con palabras) y desechando el pecado de nuestras vidas.

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