viernes, 22 de noviembre de 2013

De la forma en que utilizamos el nombre de Dios en vano



“…Santificado sea tu nombre”
(Mateo 6:9)


¿Cuántas veces usted ha escuchado “El Señor hoy lo manda a tal lugar”? Se nos ha enseñado constantemente que la única respuesta a aquella especie de mandato divino es un rotundo ¡Amén! Sin embargo, ¿Cómo podemos estar seguros que Dios realmente me esta dando una orden? ¿Cómo sé que el Señor Jesucristo me pide que vaya a un determinado lugar, a realizar una actividad o a visitar a un determinado hermano? Es muy fácil ahorrarme problemas organizacionales disfrazándolos de un mandato divino. Sin embargo, un problema yace de aquella vieja práctica que aun está vigente: tomar el nombre de Dios en vano. El nombre de Dios es Santísimo, perfecto y magnánimo: “…santificado sea tu nombre” (Mateo 6:9). No podemos tomar su nombre para justificar actividades que no son parte de su Palabra.



Sobre lo que llamamos espiritual

Existe una idea central que nos hace esperar manifestaciones espirituales para calificar un culto de “hermoso” o “aburrido”, la cual puede convertirse en una mala costumbre que lleva a tradiciones cerradas y constantes. Muchos se sostienen en la triste idea que la manifestación del Espíritu Santo es prueba de la aprobación de Dios ante nuestras prácticas o doctrinas. Este argumento reduce la misericordia y la gracia de Dios al mínimo, pues ¿Acaso Dios se manifiesta en hombres perfectos cuyo pecado es nulo? El Espíritu Santo no es prueba alguna de la aprobación a nuestra vida o a nuestras prácticas como iglesia, sino de la gloria de Dios y la manifestación misericordiosa de nuestro Padre. Si pensáramos de tal forma podríamos incurrir en el falso criterio que son nuestras obras las que atraen al Espíritu de Dios. Sin embargo, nuestras vidas están manchadas por el pecado, y nuestras prácticas humanas también. Dios se manifiesta en los corazones agradecidos, contritos y humillados. Su visita no garantiza en absoluto su aprobación a nuestras prácticas.

Para nosotros la espiritualidad dentro de un culto se mide por la cantidad de hermanos que digan Aleluya, por las danzas y por los cánticos. La adrenalina, el escándalo, los gritos y la algarabía parecieran ser sinónimo de espiritualidad en nuestros cultos. ¿Está el Señor presente solo en un ambiente de griterío? ¿Podemos calificar un culto de hermoso solo porque muchos hermanos danzaron delante del pulpito? Jesús fue enfático al aclarar: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20). ¿Acaso puso alguna otra condición para que pensemos que Dios está en medio de nosotros? El encuentro con Cristo es un momento íntimo y bello. Su ocurrencia no puede estar condicionada a lo que nosotros estimamos como garantía de espiritualidad. ¿Qué sucedería si Dios estuviese presente en el culto y nadie danzara, profetizara o llorara? ¿Tendríamos que admitir que Dios no estuvo presente? Una evidencia clara de la forma delicada en que Dios habla es la vivencia ocurrida a Elías: “…El le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?” (1 Reyes 19:11-13). Obsérvese que un silbo apacible y delicado fue el que evidenció la voz del Señor, no las grandes hecatombes que a los ojos de los hombres parecieran ser parte de un evento divino. ¿Es necesario que ocurran eventos que a los ojos parecieran evidenciar la espiritualidad de un culto? ¿Acaso no sabemos que Dios habla en la paz y en la belleza del amor mutuo?

Algunos consideran que Dios está en el culto por la gran cantidad de manifestaciones, llantos, gritos, etc. Otros asumen que la reunión estuvo “fome” porque no hubo danza ni escándalo. Otros enuncian desde los altares: “póngale pino hermano”, con el fin de alentar al hermano que está encargado de alabar, o pedir ofrendas, o comunicar un nuevo producto en los casinos. ¡Dios mío, misericordia! ¡Cuanta irreverencia! “…Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16:15). Podemos observar cómo muchos hermanos parecen estar zamarreados por Dios, arrebatados de su voluntad, ¿Acaso Dios puede violar la voluntad de las personas? La única explicación que el hermano está dispuesto a dar es que “Dios lo tomó”. Muchas veces pastores y predicadores enuncian desde los altares visiones que entran en un estrecho conflicto con las Escrituras. ¿Cuántos declaran atados los demonios, reprenden espíritus de enfermedad y turbación, proclaman sanidad? ¿Qué los hace tan poderosos de superponerse a la voluntad de Dios? La Palabra de Dios advierte: “No obstante, de la misma manera también estos soñadores mancillan la carne, rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores. Pero cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda” (Judas 1:8-9). Si el arcángel Miguel no se atrevió a conferir reprensión al mismísimo diablo, dando toda honra de poder a Dios, ¿Cuánto menos nosotros simples soñadores de grandeza los cuales rechazamos la autoridad de Dios? Más bien estas prácticas, que nosotros tenemos por sublime y dignas de espiritualidad, han convertido el evangelio en un circo lleno de supersticiones, blasfemando el nombre de Dios, utilizándolo como juego de gitanos. ¿Realmente santificamos el nombre de Dios si lo asimilamos siempre a la brutalidad espiritual? ¿Acaso Dios derriba a aquellos hermanos que caen rendidos al suelo por un supuesto golpe de unción que el predicador les da en la cabeza? ¿O más bien habla por medio del plan de salvación que nos entrega a través de su Palabra? Este terremoto espiritual que comúnmente llamamos “avivamiento” es un evento que al ojo humano parece sublime, pero su incompatibilidad con la Palabra de Dios es preocupante: “…pero Jehová no estaba en el terremoto…” (1 Reyes 19:11).


Sobre el cómo somos irrespetuosos respecto al nombre de Dios

¿Quién, dentro de toda nuestra congregación, no ha escuchado jamás frases como estas: “El Señor lo manda a limpiar los baños”, “El Señor le está pidiendo una ofrenda”, “El Señor hoy le dice”? He escuchado con mucha frecuencia que “adonde el Señor lo mande usted tiene que ir, si el Señor lo manda a limpiar los baños, ¡Amén!, si el Señor lo manda a ordenar las bancas ¡Amén!, y así donde sea que el Señor lo mande, usted no debe poner problemas, sino que solo decir ¡Amén Señor!”. Sin embargo, existe un gran problema dentro de todo esto: ¿Cómo podemos asegurar, mediante la Palabra de Dios, que el Señor, cuyo nombre debiese ser santificado día y noche, realmente está ejerciendo una orden la cual me obliga a realizar una actividad específica? Hace bastante tiempo escuche la experiencia de un hermano el cual pidió un breve descanso de sus actividades en la iglesia por diversos problemas. A los dos días del disfrute de su receso fue llamado por uno de sus directivos para realizar un nuevo trabajo. El hermano exclamó su derecho al descanso otorgado hace unos días, mientras que el director imperativamente le dijo: “Hermano, no se lo estoy pidiendo yo, el Señor lo está mandando”. Es muy curioso que el Señor entregue descansos que a los dos días sean reprobados ¿No le parece? Y así constantemente, el nombre de Dios ha sido vanamente utilizado para entregar soluciones rápidas a problemas administrativos y de organización, cargando sobre los fieles pesadas cargas de responsabilidad, que son nada más que frutos de nuestra ineptitud.

A continuación, revisaremos la validez bíblica que tienen estos mandatos imperativos, los cuales se disfrazan de ordenanzas de nuestro Dios, pero que en realidad solo es calumnia y blasfemia a nuestro Santo Creador:

El Señor hoy lo manda a… Los grupos directivos de nuestra iglesia comúnmente enuncian esta frase. Se nos ha enseñado que ante un mandato de Dios un NO es desobediencia. Puedo aclarar que esa enseñanza es correcta. Dios manda en su Palabra a realizar determinadas tareas personales, tales como cumplir sus mandamientos. Sin embargo, nuestras tradiciones nos obligan a pensar que cualquier orden de nuestros directivos (jefes de coro y cuerpos, ayudantes, predicadores, pastores) son mandatos de Dios, haciendo la orden de ellos similar a la voz de Dios. Ante un mandato nuestra respuesta segura es ¡Amén! y esto con seguridad simplifica los problemas de organización. Hermanos míos, dejemos de tomar el nombre santísimo de Dios para disfrazar nuestros problemas administrativos. Dios nos manda a cumplir la voluntad de Él, y no la voluntad de nuestros pastores, ni predicadores, ni supuestos hombres de Dios. Dejemos de blasfemar en nombre de Dios y atendamos a la Palabra de Dios. Aquella contiene los mandatos de Dios, no las palabras de los hombres. Antes de disfrazar un simple favor como un mandato de Dios, pensemos en que no es Dios quien lo manda sino nosotros quien lo emitimos. Nada cuesta pedir por favor. En mi opinión, el nombre de Dios es frecuentemente ocupado en vano solo para disfrazar problemas de organización. Muy fácil es tomar el nombre de Dios, y fingir hablar por Él, pero recordemos que es un pecado tomar el nombre de Dios en vano (Éxodo 20:7).

El Señor le esta pidiendo que… Muchas veces, con el propósito de aumentar el dinero que ofrenda la hermandad, el nombre de Dios es utilizado suciamente como un método de ganancia financiera. Debido a las exigentes sumas de dinero que se piden desde los altares para solventar una cantidad inmensa de gastos provocada por nuestro enorme centralismo y vanidad, los hermanos suelen tomar el nombre de Dios como un demandante de limosnas. ¿Cuántas veces usted ha escuchado “El Señor hoy te está pidiendo que le des lo que le corresponde”? Mas adelante estudiaremos el tema de las ofrendas con más exactitud, por ahora revisaremos esta falta de respeto que tenemos a nuestro Dios al utilizar su bendito nombre como una atracción de dinero. El salmista aclara que: “Si yo (Dios) tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud” (Salmo 50:12). Dios jamás nos pide dinero para realizar distintas actividades. Dios nos manda a hacer su voluntad si es que nos hacemos llamar sus hijos, y es su voluntad mucho mas trascendente que un simple billete en una mesita: “Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios” (Marcos 5:34).

El Señor te dice que… El apóstol Pablo era sumamente cuidadoso con las Escrituras y temeroso del nombre de Dios. Expresaba con claridad cuando algo lo mandaba él: “Y a los demás yo digo, no el Señor…” (1 Corintios 7:12), y cuando algo lo encomendaba el Señor: “…mando, no yo, sino el Señor…” (v.10). Podemos observar que cada vez que enunciaba un mandato del Señor argumentaba el por qué, basándose en las Escrituras, es decir, que su examen bíblico iba acorde a la Palabra de Dios, y no en conflicto con ellas. Este nivel de cuidado no existe en nuestra iglesia, porque si existiera no ocuparíamos tantas veces el nombre de Dios en vano. Muchos predicadores utilizan el perfecto nombre de Dios como una justificación a la errada interpretación de la Palabra de Dios. ¿Cómo podemos reconocer que Dios ha hablado mediante un hermano? Solo cuando su interpretación de un pasaje en específico no entre en conflicto con la totalidad de las Escrituras. Si en nuestra iglesia el conocimiento de las Escrituras es mínimo, es más probable que la hermandad crea ciegamente la iluminación del hermano que está predicando, de manera completamente irreflexiva. Sin embargo, muchos hermanos aseguran que Dios habló mediante ellos, muchas veces exponiendo conclusiones completamente opuestas a la Santa Palabra de Dios: “Y no juréis falsamente por mi nombre, profanando así el nombre de tu Dios. Yo Jehová” (Levítico 19:12). Piense que el Señor mismo dijo: “…Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:16-17). El Señor Jesús propuso que cualquiera que ose cuestionarlo debe hacerlo a criterio de la voluntad de Dios, y así fue, ya que fue el único que cumplió la voluntad del Padre a cabalidad. Él nos demostró que practicaba la real doctrina: la voluntad de Dios. Contrariamente nosotros predicamos en nuestros altares interpretaciones que se contradicen con las Escrituras, juzgando y condenando a los homosexuales, los borrachos, los inmorales, y no cumpliendo con el mandato de amar a nuestro prójimo: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:12).

¿Por qué razón el nombre de nuestro magnifico Señor se utiliza de manera vana? La respuesta es clara: un mandato humano pareciera no tener efectividad en el oyente, y es por ello que se aparenta ser dado del cielo. Son incontables las veces en que el nombre de nuestro Santo Dios es utilizado con el fin asegurar una incuestionable y favorable respuesta de la hermandad. Es el ingrediente divino lo que hace incuestionable lo enunciado en nuestras doctrinas. Nuestras tradiciones evidencian nuestra irreverencia frente a las cosas de Dios, superponiendo nuestras voces a la santa voz del Padre, desconcentrándonos de la autoridad de nuestro Santo Dios, y haciendo del evangelio un real circo. Por lo tanto, el llamado es que seamos respetuosos del nombre de Dios, pues no somos nadie para hablar por Él: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Isaías 55:8).

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