sábado, 9 de noviembre de 2013

El arrepentimiento verdadero

        Muchas cosas se hablan hoy en día del arrepentimiento en las iglesias evangélicas, pero muy pocas logran comprender su real significado. Consideramos que el arrepentimiento es esencial en la vida del cristiano pero al reflejar nuestras vidas y nuestro evangelismo en la Escritura nos daremos clara cuenta que sabemos poco o nada sobre el arrepentimiento genuino y verdadero. Pensamos que arrepentirse es pedir perdón única y esencialmente. Sabemos que Dios, como un ser bondadoso y clemente nos guardará del mal y perdonará nuestras vidas cuando hayamos caído en pecado. Sin embargo, la Escritura no sólo nos muestra el amor de Dios, sino también su Justicia e Ira contra el pecado. El arrepentimiento verdadero no sólo brilla por su ausencia en nuestra vida diaria sino también en nuestro evangelismo. El llamado de Cristo al arrepentimiento suele ser un requisito secundario en la teología de hoy. Es momento de quebrantar el descuido y reflexionar un momento acerca del arrepentimiento, pues por lo que veremos en la Biblia, antes de vivir en la inercia espiritual, atendiendo a diversos asuntos que no tienen ninguna importancia, deberíamos estar temblando, por causa del pecado que hay en nuestra vida y de la justa retribución para este por parte de Dios Justo.


1. El arrepentimiento es un mandato

     Observemos como Cristo comienza su ministerio en el evangelio según San Marcos: “…El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Jamás Jesús refirió sus palabras a una invitación o llamado voluntario. Jesús promulgó el arrepentimiento como un mandato de Dios a una humanidad caída y corrupta. El evangelio de Cristo no es una invitación al arrepentimiento sino un mandato a ello. Aquellos que han y que serán salvados por la sangre de Cristo atenderán con solicitud a este mandato, y obedecerán a él. Más evidencia bíblica podemos verla en la epístola a los Romanos: “Más no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” (Romanos 10:16). Vemos que la respuesta al evangelio no es la aceptación, sino que la obediencia. La respuesta que Dios pide de los hombres es el arrepentimiento de sus pecados. Es la respuesta más coherente a las faltas que hemos cometido delante de Dios. Vemos que la dureza, es decir, la desobediencia al llamado al arrepentimiento que impulsa el evangelio es causa de la Ira de un Dios Justo: “Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Romanos 2:5). Vemos que el arrepentimiento es un mandato de Dios a una humanidad que ha vivido de forma hostil delante de Él. No se trata de una aceptación a la cual podemos acceder liberalmente. Dios exige que los pecadores se arrepientan de sus pecados. Sin embargo, también es evidente que, a pesar del mensaje de gracia y misericordia de Dios, que llevó a su Hijo Unigénito hasta la muerte por salvar a una humanidad rebelde, esta misma desobedezca el llamado al arrepentimiento. Aquí podemos ver que el pecador está tan demente por su pecado que su aborrecimiento a Dios involucra también su llamado al arrepentimiento.


2. El arrepentimiento es un lamento por el pecado

      El arrepentimiento no se trata únicamente de pedir perdón. Es un llamado al cambio de vida. Si revisamos las palabras del profeta Joel podemos ver que el arrepentimiento se trata de un lamento por la culpabilidad de nuestra conducta pecaminosa: “Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento” (Joel 2:12). A este lamento se refirió nuestro Señor cuando dijo: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). No se refiere en ningún grado a las penas relacionadas con asuntos terrenales, sino por la culpa y la desazón de haber quebrantado la norma de Dios. Se trata de una angustia por el pecado. Vemos que el profeta Joel habló de esto aún más: “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo” (Joel 2:13). Como vemos en las palabras del profeta Joel se deja en claro que el verdadero arrepentimiento lo precede una angustia por el pecado. Este mismo punto podemos verlo en las palabras del apóstol Pablo: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Corintios 7:10). La tristeza que lleva al arrepentimiento, según Dios, es la que proviene de la culpa por los pecados cometidos. Pero, para que no suene como palabras de sacerdote en confesionario, se trata de nuestra naturaleza pecadora, y no por pecados cometidos u omitidos. Se trata de nuestra condición personal, una tristeza que viene de nuestra posición delante de Dios. Si somos culpables por el pecado que somos y que cometemos a diario, y la justicia de Dios es evidente en que: “… los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:21).


3. El arrepentimiento es un cambio de vida

   Este con seguridad es el punto más delicado, más odiado y más olvidado por las iglesias evangélicas de hoy. Jesús al predicar el evangelio, las buenas nuevas del reino de los cielos, jamás propuso que debemos aceptarle en el corazón, sino que arrepentirnos de nuestro pecado. Al parecer el gran problema de los evangélicos de hoy es que el arrepentimiento se transforma en una oración fingida en la que debemos dar cuenta de las cosas malas que hemos pensado, hecho o dicho. No existe una contrición, es decir, un remordimiento por el pecado que hay en nuestras vidas, más bien se trata de “estar a cuenta” para luego volver a caer, a fin que si por alguna casualidad Dios viene a hacer juicio sobre la tierra, me mantengo justificado por aquel momento. Sin embargo, en las Escrituras jamás se enseña esto, es más, no tenemos ninguna evidencia bíblica que el arrepentimiento consista en sólo decir: ¡Señor, disculpa! Se trata de un cambio de vida, una regeneración. Se trata de invocar el nombre de Dios para la salvación. Consiste en una vida que está siendo cambiada por el Espíritu Santo. No es sólo pedir perdón, sino también abandonar el pecado. Jesús dijo que debíamos arrepentirnos y convertirnos, luchar contra el pecado, perseverar hasta el fin. No asumió que debíamos quedarnos sentados diciendo: ¡Dios obra en mí y hazme aborrecer el pecado! Esto es una inconsecuencia con la Palabra de Dios. Se trata que mi plegaria vaya acompañada de acción en pos de aquello. Finalmente aquellos que han obedecido a la voz de Dios, a este llamado al arrepentimiento, serán salvos, pues porque Dios ha puesto este conocimiento en sus vidas. Tal cual como Juan el Bautista dijo a los cobradores de impuestos: “…No exijáis más de lo que os está ordenado” (Lucas 3:13), puesto que su pecado consistía en cobrar más de lo que deberían, asimismo Dios manda al arrepentimiento, y con esto, al abandono del pecado: “…despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1).


4. ¿Cómo me arrepiento?

     Lo interesante de esta consulta es que Jesús jamás la respondió, sólo dijo que debíamos arrepentirnos. Sin embargo, al ser consecuentes con la Escritura nos encontramos con que ningún cambio de vida vendrá por nuestras fuerzas, sino por el milagro de Dios hecho en el hombre: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27). Usted puede decir que al momento de pecar nuestra lucha es completamente ineficiente. Es verdad. Si por nosotros mismos luchamos contra el pecado lo más seguro es que terminemos por caer. No se trata de arrepentirse y cambiar por nosotros mismos, se trata de luchar con las fuerzas del único que venció a la muerte con la frente bien alta. Su nombre es JESUCRISTO. Si confiamos en Él, para que Él nos dé la fuerza que necesitamos para combatir el pecado, para que Él nos lleve al arrepentimiento a través del Espíritu Santo, para que Él venza a través de nosotros, y que de Él sea la gloria. Con justa razón el apóstol Pablo dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). El aborrecimiento del pecado es un acto puramente divino.

     Como reflexión miremos el pasaje cuando Cristo camina sobre el mar (Mateo 14:22-33). Pedro al quitar sus ojos de Jesús se hundió. Con respecto a la lucha contra el pecado existe el mismo punto. Si desconcentramos nuestra mirada de Jesucristo, y miramos las férreas olas del pecado terminaremos cayendo como él. Sin embargo, el milagro Dios lo hace cuando confiamos en su Hijo Unigénito.

“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”
(Isaías 55:7)

No hay comentarios:

Publicar un comentario