lunes, 4 de noviembre de 2013

John Owen: "El Espíritu Santo". Parte 2

11. La Muerte Natural y Espiritual Comparadas

      Los no regenerados están en un estado de muerte espiritual. Para ser revividos, necesitan una obra poderosa y eficaz del Espíritu Santo hecha en sus almas. Esta obra es regeneración espiritual (Ef. 2:1, 5; Col 2:13; 2Co. 5:14). Y es llamada ‘dar vida’, u otorgamiento de vida en ellos (Ef. 2:5; Juan 5:21; 6:63).
     Este estado de muerte es legal o espiritual. Toda la humanidad en Adán ha sido sentenciada a muerte según la ley (Gn. 2:17; Ro. 5:12). Esta es muerte legal o judicial y es solo por la justificación que somos liberados de ella. La muerte espiritual es similar a la muerte natural. Es porque los no regenerados están muertos espiritualmente, que no pueden hacer bien espiritual hasta que son ‘avivados’, o hechos vivos por el poder todopoderoso del Espíritu Santo. No hay persona no regenerada que pueda resistir al Espíritu Santo cuando así viene. Cuando una persona que está muerta en delitos y pecados es avivada, ella es hecha viva. Viene a la vida en Cristo. ¿Pero que es esta nueva vida espiritual?
     Cuando Dios crió a Adán ‘alentó en su nariz el soplo de vida, y fue el hombre en alma viviente’ (Gn.2:7). El principio de vida en si mismo fue alentado al cuerpo del hombre por Dios, quien continúa haciendo esto en cada bebé que nace en este mundo.
     El ‘aliento de vida’ o alma, alentado en el cuerpo, ‘hizo vivo’ o ‘hizo vivir’ ese cuerpo que hasta entonces estaba como muerto y sin poder moverse. El alma fue unida al cuerpo y causó al cuerpo a vivir, moverse y tener su ser.
     La vida se ve por sus actividades. Es contrastada con la muerte que está en los ídolos (Sal.115:4-7) Estas actividades de la vida que salen del carácter racional del hombre, principalmente el entendimiento y la voluntad, enseña que fue criado un agente vivo, libre y moral.
    La muerte natural es una separación del alma del cuerpo. Cuando todas las actividades vitales cesan de funcionar y el alma es separada del cuerpo, entonces la muerte ocurre. El cuerpo es totalmente incapaz de llevar a cabo cualquier actividad que es necesaria para la vida. Pero permanece en la muerte un poder pasivo e inactivo capaz de recibir la vida otra vez. Como fue el caso de Lázaro, quien fue totalmente incapaz de levantarse a sí mismo de los muertos, la vida nos puede ser restaurada solo por Cristo Jesús.
 

11.1 Vida espiritual y muerte espiritual

  Adán, en el estado de inocencia, aparte de su vida natural como un alma viviente, también tenía una vida sobrenatural. Esta vida sobrenatural lo capacitaba para vivir para Dios. Esto es llamado ‘la vida de Dios’ (Ef. 4:18). Esta es esa vida de la cual los hombres en su estado natural están ajenos. Así que el hombre natural ya no puede hacer lo que Dios requiere. No puede vivir para agradar a Dios. Ya no puede más llevar a cabo ese propósito por el cual Dios lo crió. Pero en su creación original Adán estaba capacitado para vivir para la gloria de Dios y después hubiera entrado al goce completo de Dios. El gozar de Dios para siempre se le estableció delante de él como la cúspide de felicidad y el más alto galardón que le pudiera ser dado.
     Había un principio dador de vida que pertenecía a esta vida alentada en el cuerpo de Adán. Este principio era ‘la imagen de Dios’. Por el poder de esta imagen de Dios en él, Adán estaba capacitado para ser como Dios. Su mente, corazón y voluntad eran gobernados y mandados por el amor de la santidad y justicia de Dios (Gn. 1:26, 27; Ec. 7:29).
     El propósito entero de la vida de Adán era de agradar y glorificar a Dios. Dios le enseñó esto al imponer un pacto en él (Gn. 2:16, 17). Para poder vivir para Dios y glorificarlo a Adán le fue dada toda habilidad espiritual necesaria.
    El principio gobernante de esta vida estaba totalmente y enteramente en el hombre mismo. Vino de la buena voluntad y poder de Dios, pero fue implantado en el hombre para crecer en ninguna otra raíz sino en la que estaba en el hombre mismo (Col. 3:3, 4; Ro. 8:11; Ro. 6:4; Ga. 2:20).
    La vida espiritual en Adán puede ser comparada a esa vida espiritual que tenemos en Cristo. La nueva vida en Cristo tiene que ver con la revelación que Dios ha hecho de sí mismo en Cristo. Como consecuencia, nuevos deberes de obediencia ahora son requeridos de nosotros. Pero son de la misma clase de los que fueron requeridos de Adán (Ef. 4:23, 24; Col 3:10).
    Todos los hombres nacen espiritualmente muertos, nunca habiendo tenido esa vida de Dios la cual Adán tuvo. En Adán la tuvieron, y en Adán la perdieron.
 

11.2 La naturaleza de la muerte espiritual

   Esta muerte espiritual es una pérdida de vida espiritual que nos capacita para vivir para Dios. Así como el cuerpo no puede vivir sin alma, así el alma no puede vivir para Dios sin esa vida espiritual. Sin esa vida espiritual el alma se vuelve moralmente corrupta (Ro. 8:7, 8; Juan 6:44, Mt. 7:18; 12:33; Jer. 13:23).
    Así como el cuerpo solo tiene un poder pasivo para recibir vida, porque no se puede dar vida a sí mismo y levantarse a sí mismo de los muertos, así también el alma tiene solo un poder pasivo para recibir la vida espiritual, porque no tiene poder para regenerarse a sí misma de la muerte espiritual a la vida espiritual.
    Las exhortaciones, promesas y amenazas en las Escrituras no nos dicen lo que podemos hacer, sino lo que debemos de hacer. Nos enseñan nuestro estado de muerte espiritual y nuestra inhabilidad de hacer cualquier bien espiritual. A Dios le agrada hacer estas exhortaciones y promesas el medio por el cual podamos recibir la vida espiritual (Stgo. 1:18; 1P. 1:23).
    Esta inhabilidad de vivir para Dios se debe al pecado (Ro. 5:12). Las personas no regeneradas pueden hacer algo para la regeneración, pero no cuidan de hacerlo, así que voluntariamente pecan. Aunque no pueden vivir para Dios, ellos pueden y resisten a Dios, porque sus mentes depravadas están ajenas de la vida de Dios. Las personas no regeneradas libremente y malvadamente escogen desobedecer a Dios.
    Jesús se quejó, ‘Y no queréis venir a mí, para que tengáis vida’ (Juan 5:40). Hay en esta muerte un cesamiento de toda actividad vital. Las personas no regeneradas no pueden hacer ninguna actividad vital que se pueda llamar obediencia espiritual. La verdadera obediencia espiritual brota de la vida de Dios (Ef. 4:18). La regla de esta obediencia son ‘las palabras de esta vida’ (Hch. 5:20). Donde esta vida de Dios no existe, las obras de los hombres son ‘obras muertas’ (He. 9:14). Son obras muertas, porque salen de un principio gobernante de muerte (Ef. 5:11). Y terminan en muerte eterna (Stg. 1:15).


11.3 Vida espiritual: su origen e impartición.

   Dios es el origen de toda vida y especialmente de la vida espiritual (Sal. 36:9). Así que nuestra vida esta ‘escondida con Cristo en Dios’ (Col 3:3).
    Nuestra vida espiritual es diferente a cada otra clase de vida. No viene directamente a nosotros de Dios, pero es primero depositada en toda su plenitud en Cristo como mediador (Col. 1:19). Así que es de su plenitud que nosotros recibimos esta vida (Juan 1:16). Así que Cristo es nuestra vida (Col 3:4). Es, entonces, no tanto nosotros los que vivimos sino Cristo quien vive en nosotros (Ga. 2:20). No podemos hacer nada de nosotros mismos sino solo por el poder y virtud de Cristo (1Co. 15:10).
    El origen de esta vida está en Dios. La plenitud de esta vida está en Cristo. Y es impartida a nosotros por el Espíritu Santo. La experimentamos como un nuevo poder y principio dirigente en nosotros (Ro. 8:11; Ef. 4:15, 16). Cristo es nuestra vida y sin él no podemos hacer nada (Juan 15:5). Esta vida espiritual impartida a nosotros por el Espíritu Santo es todavía también en Cristo. Por lo tanto, por esta vida estamos unidos a Cristo como una rama esta unida al árbol, deriva su vida del árbol y nunca puede vivir independientemente del árbol (Juan 15:4).
    Esta vida espiritual nos es impartida por el Espíritu Santo para que podamos estar capacitados a obedecer los términos del pacto santo de Dios. Por esta nueva vida, Dios escribe su ley en nuestros corazones y entonces podemos andar en obediencia a sus mandamientos. Sin este principio gobernante de vida espiritual no puede haber obediencia espiritual.
    El decir que podemos por nuestros propios esfuerzos pensar buenos pensamientos o darle a Dios una obediencia espiritual antes de que seamos regenerados espiritualmente es derribar el evangelio y la fe de la iglesia universal en todas las edades. No importa que tan poderosamente seamos motivados y alentados, sin regeneración no podemos hacer buenas obras las cuales son agradables y aceptables a Dios. Una vida religiosa, decente y moral derivada de uno mismo y no
‘nacida de Dios’ es tan pecaminosa como la peor de las vidas pecaminosas.
  Objeción. ¿Si lo que se acaba de decir es cierto, entonces no sería igual de bueno el satisfacerse en pecados y concupiscencias en lugar de llevar una vida decente y moral?  ¿Y para qué predicarles deberes a los no regenerados?
   Respuesta. Todas las cosas buenas que los no regenerados hacen son en cierto sentido pecaminosas. Agustín llama a las virtudes de los no regenerados ‘pecados espléndidos.’ Para ser aceptable a Dios debe de haber dos cosas acompañando cada buena obra. Primero, Dios se debe agradar de esa obra, y segundo, debe ser hecha de una manera santa, siendo la persona que la hace santificada o apartada para la gloria de Dios.
     Los no regenerados no pueden agradar a Dios. El hombre no regenerado no puede llenar ninguna de estas condiciones porque no tiene fe, y ‘sin fe es imposible agradar a Dios’ (He. 11:6). Y a los no santificados, los que no son purificados por el lavamiento de la regeneración y por el Espíritu de gracia, todas las cosas están sucias porque sus conciencias y mentes están contaminadas (Tito 1:15). Pero como son hechas a la vista de los hombres, las buenas obras de los no regenerados son preferibles de cualquier modo a las obras malas y crueles. Como deberes son buenas. Como deberes hechos por los no regenerados son pecaminosos.
    Eso lo que es bueno en sí mismo, aunque corrompido por los no regenerados, es todavía aprobado y aceptado en su lugar propio.
    Pero los deberes se pueden hacer de dos formas. Pueden ser hechos en hipocresía y pretensión y así son totalmente aborrecidos por Dios en ambos, en lo que es hecho y como es hecho (Is. 1:11-15; Os. 1:4). Los deberes también se pueden hacer con toda honestidad y pureza de motivo de acuerdo con nuestra luz y convicción presente. La substancia de estas obras puede ser aprobada. Ningún hombre es exhortado a hacer cualquier cosa en hipocresía (Mt. 10:26). Así que por esta razón son aceptables entre los hombres.
    El mismo deber hecho de acuerdo a la misma norma puede ser aceptado en uno y ser rechazado en otro, e.g., Caín y Abel (Gn. 4). La persona de Abel primero fue aceptada por Dios, y después su ofrenda. Abel ofreció en fe, sin la cual es imposible agradar a Dios. Pero Caín no fue aceptado y por eso su ofrenda no fué aceptada, porque no la ofreció en fe.
    La voluntad de Dios es la norma de toda la obediencia que Dios requiere del hombre. El hombre, aunque pecador, todavía está obligado a obedecer a Dios, y Dios todavía tiene el derecho de demandar perfecta obediencia del hombre pecador. Es la culpa del hombre que no pueda obedecer a Dios, no la de Dios. Si Dios me manda a un cierto deber que yo no quiero hacer y para no hacerlo yo deliberadamente me lisió, él sería absolutamente justo y recto para castigarme por no hacer ese deber, aunque por mi propio deliberado acto yo mismo me haya hecho incapaz para hacerlo. Así es con el pecado.
       Los predicadores deben enseñar la incapacidad natural. Los predicadores del evangelio y otros tienen suficiente justificación para presionar en todos los hombres los deberes de arrepentimiento, fe y obediencia, aunque ellos saben que los no regenerados no tienen capacidad para hacer estas cosas. Deben de enseñar a los no regenerados por qué no pueden y que es su propia culpa que no puedan hacer estos deberes.
    Es la voluntad de Dios y el mandato de Dios que a los no regenerados se les digan sus deberes. No debemos considerar lo que el hombre puede hacer o hará, sino lo que Dios dice deben hacer. Hay dos buenas razones porque estos deberes deben ser presionados a los impíos. Los impíos deben ser detenidos de ir más adentro en el pecado y de ser endurecidos más y más, y estos deberes son los medios señalados por Dios para su conversión.
    Y hay buenas razones porque los no regenerados deben prestar atención a estos deberes. Serán guardados de muchos pecados, especialmente el gran pecado de menospreciar a Dios. Al atender estos deberes, Dios los puede usar para ayudar a otros y promover su gloria en el mundo. Y al poner atención a estos deberes serán guardados en el camino de Dios y por la gracia de Dios obrando a su debido tiempo ser traídos a la conversión.
 

11.4 En este estado de muerte espiritual los no regenerados no tienen poder ni deseo de vivir una vida espiritual
Los no regenerados son como un cuerpo muerto que no tienen poder ni deseos de vivir.
    Objeción. ¿Qué de Balaam ‘deseando morir la muerte de los rectos’ (Nm. 23:10)? ¿Y que de Herodes, quien ‘oía a Juan el Bautista, de buena gana, y hacia muchas cosas, (Mr. 6:20)?
    Respuesta. No hay duda que los hombres no regenerados pueden hacer deberes externos que son buenos en sí mismos. Pueden realmente tener deseos por Dios como al que ellos creen que les puede traer perfecta felicidad. Pueden hacer grandes esfuerzos de ser como él y de agradarle. Pero hasta donde estos llegan son meramente deseos y esfuerzos naturales, y no brotan de una vida interna espiritual y de una naturaleza regenerada, ellos no son aceptables a Dios.
    Aunque no hay deseos espirituales en los no regenerados, sin embargo los deseos que si tienen y los esfuerzos que si hacen para acercarse más a Dios resulta del poder de Dios obrando en ellos, ya sea por medio de sus conciencias o por medio de la predicación de la ley y del evangelio o por el ejemplo de hombres piadosos. Estos deseos y esfuerzos hacia Dios en los impíos no salen de nada bueno que haya en ellos - porque en la carne no mora el bien (Ro. 7:18) - pero son el resultado del poder de Dios obrando en ellos y sobre ellos, aunque no lleve a la regeneración.
    Estos deseos de ser bueno, y todos los deseos de agradar a Dios por buenas obras mostradas por los no regenerados, no salen de ninguna vida espiritual en ellos, ni tampoco despiertan el deseo de ser regenerados. Son producidos puramente por el poder de Dios por medio de la conciencia, predicación o ejemplo piadoso. Los hombres que están espiritualmente muertos pueden tener fuertes deseos de no morir eternamente, y hacen muchas cosas para prevenir este terrible juicio que les viene pero tales deseos de ser salvos no son evidencia de que en realidad son salvos, o aun que desean ser regenerados para ser salvos.


12. La Regeneración en sí misma

     Es claro que los que viven y mueren no regenerados no pueden ser salvos. No hay salvación de la miseria eterna para los que no son liberados del estado de pecado. Si podemos ser salvos sin regeneración, sin la renovación de nuestra naturaleza, entonces no había necesidad de que todas las cosas fueran hechas nuevas por Cristo Jesús. Si los hombres pueden ser salvos en el estado de maldad traído a nosotros por la caída de Adán, entonces Cristo murió en vano.
    Jesús dijo, ‘El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios’ (Juan 3:3). Lo que Jesús llama nacer otra vez en este verso, lo llama ser nacido del Espíritu en los versos cinco y seis porque es la obra del Espíritu Santo sola de hacer esta obra de regeneración (Juan 6:63; Ro. 8:11). Dios nos salva de acuerdo a su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y el renuevo del Espíritu Santo (Tito 3:5; Juan 1:13; Santiago 1:18; 1Juan 3:9). Es claro, entonces, quien es el que hace esta obra de regeneración. Pero ahora debemos descubrir como lo hace y que medios usa.
 

Pelagio
12.1 La vista pelagiana de la regeneración.

      De acuerdo al Pelagianismo, Dios da gracia a todos los que oyen predicar la ley y el evangelio. Los que hacen esto son persuadidos a arrepentirse y creer por las promesas del evangelio y las amenazas de la ley. Las cosas que se enseñan y mandan en la ley y en el evangelio se ven como no solamente buenas en sí mismas sino totalmente razonables que cualquiera contentamente las recibiría si no fueran tan prejuiciosos, o deliberadamente escogieran continuar con su vida pecaminosa.
    El hombre solo tiene que considerar estas promesas del evangelio y amenazas de la ley para quitar estos prejuicios y así reformarse a sí mismo. Cuando el hombre cree al evangelio y lo obedece de su propia libre voluntad y elección, entonces él recibe el don del Espíritu Santo, entra a todos los privilegios del Nuevo Testamento, y tiene un derecho y titulo a todas las promesas concernientes a ambas al presente y la vida futura. Así dicen los Pelagianos.
    De este modo el hombre se convierte a sí mismo, y la gracia de nuestro Señor Jesucristo y la obra regeneradora del Espíritu Santo son excluidas. Todo lo que se necesita es la habilidad de persuadirlo a que se arrepienta de su pecado y crea y obedezca al evangelio.
    Veamos ahora más de cerca esta doctrina del Pelagianismo o libre albedrío.
    
      ¿Cómo se persuade a una persona para que deje lo malo y haga lo bueno, de acuerdo al Pelagianismo? La persona es persuadida por las doctrinas, mandamientos, promesas y amenazas que están en la Palabra de Dios. La manera principal por la cual la Palabra de Dios es traída a las almas de los hombres es por el ministerio de la iglesia. La Palabra predicada de Dios es el único medio ordinario externo que el Espíritu Santo usa en la regeneración de un adulto. Esta predicación de la Palabra de Dios es un medio externo lo bastante suficiente para traer a una persona al arrepentimiento y a la fe. La revelación hecha de Dios y su mente es lo bastante suficiente para enseñar a los hombres todo lo que necesitan para creer y hacer, para que puedan convertirse a Dios y empezar a obedecerle.
    Así, que primero, si los hombres no responden a la predicación de la doctrina los deja sin excusa (Is. 5:3-5; Pr. 29:1; 2Cr. 36:14-16). Segundo, la regeneración es el resultado de responder a la predicación de la Palabra (1Co. 4:15; Stg.1:18; 1P. 1:23).
     ¿Qué entonces es la índole y el resultado de persuadir a la gente a ser buena? La índole de la obra es de que a la mente del hombre se le enseña la mente y voluntad de Dios y su deber hacia él. En verdad es cierto que el primer propósito de la revelación divina es para informar y alumbrar a la mente y hacernos saber la voluntad de Dios (Mt. 4:15, 16; Lucas 4:18, 19; Hch. 26:16-18; 20:20, 21, 26, 27). A un hombre primero se le debe enseñar la necesidad de la regeneración y lo que se le requiere que él haga al respecto.
    Suponiendo que la mente sea alumbrada e informada, entonces cuando la Palabra de Dios es predicada, una obra poderosamente persuasiva atrae al no regenerado a rendirse y a obedecerla. Sí, la Palabra de Dios es poderosamente persuasiva en sí misma, pero hasta no nacer de nuevo, el hombre no regenerado no puede y no será persuadido por ella.
    Los no regenerados deben ser persuadidos de que estas no son ‘fábulas por arte compuestas’ (2 Pedro 1:16). Las cosas en la Escritura no son solo verdades, sino verdades divinas. Estas son cosas que la ‘boca del Señor hablo’. Y solo cuando una persona es nacida de nuevo las creerá.
    Los no regenerados deben ser persuadidos que las cosas predicadas son buenas, hermosas y excelentes. Deben ser persuadidos que solo la fe en Dios los puede traer a la cúspide de toda felicidad. Deben de ser persuadidos que el único modo de que podrán ser aceptados por Dios, y que el único modo de que él se reconciliará con ellos, es por medio de la fe en la muerte sacrificatoria de su Hijo. Deben de ser persuadidos de la depravación pecaminosa de sus almas y de su completa inhabilidad de hacer algún bien aceptable para Dios sin primero haber sido nacido otra vez por su Espíritu. Todas estas verdades son verdades divinas, y por eso la persona que las oye debe de ser convencida que han sido reveladas por alguien que tiene autoridad divina. No solo la mente debe ser persuadida sino también el corazón debe ser activado para desear y la voluntad para abrazar de corazón estas cosas para salvación.
    Si la predicación de la Palabra de Dios es hecha con gran elocuencia y habilidad del habla, entonces el hombre será persuadido a arrepentirse y creer, dicen los Pelagianos. Pero Pablo completamente rechaza esto en su ministerio. El dice, ‘Y ni mi palabra ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostración del Espíritu y de poder’ (1Co. 2:4). Algunos han tratado de hacer que las palabras ‘del Espíritu y de poder’ signifiquen la habilidad de Pablo para hacer milagros, como una persuasión agregada a los hombres. Pero esto va en contra de toda la enseñanza de Pablo en este capítulo y también en contra del consentimiento de los mejores expositores.
    La verdadera efectividad de predicar no está en la habilidad oratoria astuta del hombre, ni en la habilidad de respaldar las predicaciones haciendo milagros. Está en las siguientes dos cosas. Primero la predicación debe de haber sido instituida por Dios. Él a puesto la predicación de su Palabra para ser el único medio externo para la conversión de las almas de los hombres (1 Co. 1:17-20; Mr.16:15, 16; Ro. 1:16).
    Segundo, el poder que hace a la predicación efectiva en los corazones de los hombres para su salvación esta en las manos de Dios únicamente. Para algunos, la predicación es efectiva para salvación, para otros para condenación. Dios también da a sus asignados predicadores especiales dones espirituales y habilidades para predicar su Palabra (Ef. 4:11-13). Así que el poder para persuadir a una persona al arrepentimiento y creer al evangelio por la predicación está en la voluntad soberna de Dios.
    Los Pelagianos y todos los que creen que los pecadores primero se tienen que arrepentir y creer antes de que sean nacidos otra vez dicen que la única obra que el Espíritu Santo hace en la predicación es persuadir con motivos, argumentos y razonamientos dados a la mente natural e inconversa, y que solo por estos el pecador es convencido y persuadido a arrepentirse. El pecador entonces se arrepiente y cree de su propia libre voluntad y opción.
    Pero ya hemos demostrado que la mente del hombre está tan corrupta y depravada, que al menos que la predicación esté acompañada por el poder del Espíritu Santo en la regeneración ningún pecador será persuadido a arrepentirse y creer. Los medios externos de conversión entonces son la predicación de la Palabra de Dios. La obra interna necesaria para persuadir al hombre para que responda a la predicación es la regeneración, la cual es transformadora, no meramente una obra persuasiva hecha en las almas de los hombres por el Espíritu Santo, como ahora lo demostraremos.
    Si el Espíritu Santo no hace más que presentar razones, argumentos y motivos para la conversión, la voluntad de la persona no regenerada se mantendrá inmóvil. Si está primero en el no regenerado a arrepentirse y creer antes que el Espíritu Santo haga su obra de regeneración, entonces esto niega que la salvación sea por la gracia soberana de Dios.
    Es en verdad cierto que la voluntad de los no regenerados puede resistir y rehusar al evangelio y la gracia que acompaña su predicación. Pero es falso decir que Dios no puede efectuar una obra de gracia en nosotros que no se puede resistir y que infaliblemente lleva a la conversión. Es falso decir que la única obra de gracia que Dios puede hacer en nosotros es la que se puede resistir y rechazar. Es falso decir que la voluntad de los no regenerados puede o no hacer uso de esa gracia de Dios, así como lo desee. Es falso decir que el poder de conversión descansa solo en el pecador, y que Dios no puede regenerar al pecador y traerlo a la conversión sin que el pecador haya primero dado su consentimiento. Esto es Pelagianismo.
    Estas cosas son falsas porque éstas dan toda la gloria de nuestra regeneración y conversión a nosotros mismos y no a la gracia soberana de Dios. Son falsas también porque deja al hombre decidir quién estará en el cielo y quién no. A pesar del propósito de Dios de salvar, y a pesar de la encarnación y redención de Cristo, nadie podría ser salvo y Dios seria frustrado y decepcionado de su voluntad y propósito soberano.
    Estas cosas son falsas porque esta enseñanza es contraria a la Escritura, la cual nos dice que la conversión depende de principio a fin en la gracia de Dios (Fil. 2:13). Dios obra en nosotros el querer nuestra conversión, y por su poder soberano la lleva a cabo.
     Si la regeneración no es más que persuadir a una persona de ser buena, entonces ninguna fuerza nueva, real, y sobrenatural ha sido conferida en el alma, aunque los prejuicios hayan sido removidos de la mente. De acuerdo a esta enseñanza, el hombre no tiene necesidad de tal poder sobrenatural, porque ha podido por su propio poder, el poder de su voluntad, para vencer a su depravada, pecaminosa y corrupta naturaleza, remover todos los errores y prejuicios de su mente y  traerse a sí mismo a tal santidad de vida como para hacerse totalmente aceptable a Dios. Este es el poder de la libre voluntad el cual algunos han creído y enseñado. Tales personas niegan que el hombre deba de nacer otra vez antes de que pueda hacer algo agradable y aceptable a Dios.
   Algunos enseñan que la gracia de Dios ilumina la mente, y que todo lo que el hombre tiene que hacer es escoger lo bueno que la gracia de Dios le ha ensañado, y entonces esa gracia obrará juntamente con su voluntad y opción y así traer al alma al nuevo nacimiento. Pero todo lo que la gracia de Dios está haciendo aquí es alumbrando a la mente, excitando a los deseos y ayudando a la voluntad, y esto solo al persuadir a la persona a arrepentirse y creer. Ninguna fuerza real es impartida al alma. La voluntad es dejada perfectamente libre para cooperar o no con esta gracia, así como lo desee. Esto también niega la gracia entera de Cristo y la hace sin ningún uso en la salvación. Atribuye a la libre voluntad del hombre el honor por su conversión. Hace al hombre darse el nacimiento a si mismo lo cual son tonterías. Destruye la analogía entre la obra del Espíritu Santo al formar el cuerpo natural de Cristo en el vientre y la obra del Espíritu Santo al formar su cuerpo místico en la regeneración. Hace el hecho de vivir para Dios por medio de fe y obediencia ser simplemente un acto natural humano no el resultado de la mediación de Cristo. No permite al Espíritu de Dios más poder en regenerarnos que el que hay en un ministro que predica la Palabra o el de un orador que elocuentemente y sentimentalmente persuade a una persona de volverse del mal a hacer bien.
    Nosotros no oramos a Dios por nada sino por lo que él ha prometido darnos. ¿Acaso alguno entonces ora que Dios meramente lo persuada a él o a otros para que crean y obedezcan? ¿Ora la gente para ser convertidos o para convertirse ellos mismos? La iglesia de Dios siempre ha orado que Dios obre estas cosas en nosotros. Aquellos que verdaderamente están preocupados por sus almas oran que Dios los traiga a un verdadero arrepentimiento y fe, que él benignamente obre estas cosas en sus corazones. Oran que Dios les dé fe por amor de Cristo y lo engrandezca en ellos y que él obre en ellos por la sobresaliente grandeza de su poder ambos el deseo y el hacer de acuerdo a su buena voluntad.
    El pensar que por todas estas oraciones, y con todos estos ejemplos de oración dadas a nosotros en la Escritura, no deseamos más que Dios nos persuada, excite y nos conmueva para obrar por nuestro propio poder y habilidad para traer la respuesta a nuestras oraciones por nuestros propios esfuerzos, es contrario a toda experiencia Cristiana. Porque para el hombre orar con importunidad, seriedad y con ferviente celo por eso que él es lo bastante capaz de hacer  por sí mismo, y lo cual no puede ser hecho al menos que él desee que sea hecha por su propia libre opción, es ridículo. Se burlan de Dios los que oran a él para que haga por ellos lo que ellos pueden hacer por sí mismos. Supón que un hombre tiene la habilidad para creer y arrepentirse. Supón que su habilidad para creer y arrepentirse este solo en su libre albedrío y que Dios no puede por su gracia obrar en él, sino solo persuadirlo a arrepentirse y creer, y de darle buenas razones porque lo deba de hacer, ¿cuál sería el propósito de orar a Dios? ¿Por qué pedirle a Dios que le de fe y arrepentimiento?
    Es porque muchos creen que tienen en su propio poder el arrepentirse y creer cuando así lo deseen, porque piensan que las oraciones Cristianas son sin uso y tontas.
    Pero es igual de fácil persuadir a una persona a regenerarse por medio de persuadirse a sí mismo de arrepentirse y creer como lo es de persuadir a un hombre ciego que vea, o un cojo que ande normal o aun muerto que se levante de la tumba.
Conclusión: La obra de regeneración no es el Espíritu Santo persuadiendo a los pecadores a arrepentirse y creer.


12.2 ¿Cómo la regeneración es cumplida?

     Al regenerar a una persona el Espíritu Santo hace uso de la ley y el evangelio. No hay solamente una obra moral sino también una obra directa de cambio de naturaleza del Espíritu Santo en las mentes o almas de los hombres en la regeneración. Esto es de lo que nos debemos sostener, o toda la gloria de la gracia de Dios es perdida y la gracia que viene a nosotros por Cristo será descuidada. Pablo nos dice de esta obra directa del Espíritu: ‘Para que sepáis. . . cual sea aquella supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, por la operación de la potencia de su fortaleza, la cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos’ (Ef. 1:18-20). El poder aquí mencionado tiene una supereminente grandeza atribuida, porque por este poder Cristo fue físicamente levantado de los muertos. Pablo nos deja saber que el mismo gran poder el cual Dios obró en Cristo cuando lo levanto de los muertos es el mismo gran poder el cual el Espíritu Santo obra en nosotros cuando nos levanta de la muerte espiritual a la vida espiritual en la regeneración. Por este mismo gran poder somos preservados por Dios hasta el día de salvación. Es por este mismo gran poder que continuamente obra en los cristianos que son preservados de jamás caerse como para estar eternamente perdidos.
   Es dicho que Dios ‘hincha de bondad todo buen intento, y toda obra de fe con potencia’ (2Ts. 1:11; 2P. 1:3). Por lo tanto en la Escritura la obra de gracia en la conversión se le llama hacer vivo, crear, formar, el dar un corazón nuevo. Todo esto enseña que una verdadera obra se ha hecho en las almas de los hombres. Y todas estas actividades son atribuidas a Dios. Es Dios quien nos crea de nuevo, nos hace vivos y nos engendra de su propia voluntad. Pero cuando la regeneración se refiera a nosotros, estas actividades son expresadas pasivamente. Somos creados en Cristo Jesús. Somos nuevas criaturas. Somos nacidos otra vez. A menos que estas cosas sean forjadas en nosotros por el poder directo de Dios el Espíritu Santo como la Biblia lo dice, tales cosas no podrían posiblemente existir. Así entonces la Escritura claramente nos enseña que el Espíritu Santo sí hace una obra poderosa, efectiva y directa en nuestras almas y mentes cuando nos regenera.
    Esta obra es infalible, por la cual quiere decir que no falla en hacer su obra en el que él escoge para regenerar. No puede ser resistida, y siempre es victoriosa. Donde Dios se propone regenerar una persona, esa persona es regenerada y no puede de ningún modo resistir a la voluntad de Dios en la cuestión.
    Donde alguna obra de gracia empezada en una persona no tiene como resultado la regeneración y la salvación de esa persona es porque Dios nunca se propuso regenerar a esa persona, y por lo tanto no obró esa obra en él.
    Hay un principio doctrinal importante para aprender aquí. Cuando el Espíritu Santo se propone regenerar a una persona, remueve todos los obstáculos, vence toda resistencia y oposición, e infaliblemente produce el resultado que se propuso.
    Cuando el Espíritu Santo hace su obra de regeneración en nosotros él obra de acuerdo a la naturaleza de nuestras mentes, corazones y voluntad, no pasando por encima, forzándolos o lastimándolos. Él obra en nuestras almas de acuerdo a su naturaleza, poder y habilidad. Aquí hay algunos ejemplos de la Biblia. ‘Conviérteme y seré convertido’ (Jer. 31:18). ‘Llévame en pos de ti, correremos’ (Cnt.1:4). Dios nos acerca con las ‘cuerdas de un hombre’. La obra misma es descrita como persuasión. ‘Dios persuadirá a Japhet’ (Gn. 9:27). La obra también es descrita como ‘inductiva’. ‘Yo la induciré, y la llevare al desierto, y hablare a su corazón’ (Óseas 2:14).
    De la misma manera como en estas obras del Espíritu Santo, la regeneración de ninguna manera lastima nuestras facultades naturales.
    El Espíritu Santo en nuestra regeneración no forma en las mentes grandes impresiones entusiastas. Ni tampoco obra en nosotros como lo hizo en los profetas, por inspiración especial, por la cual sus mentes y órganos del cuerpo eran meramente instrumentos pasivos, movidos por él por encima de su propia capacidad y actividad natural. Pero él obra en las mentes de los hombres y en y por sus propias actividades naturales, por medio de una influencia e impresión directa forjada en ellos por su poder. ‘Crea en mi, o Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí’ (Sal. 51:10). El Espíritu Santo ‘obra el querer como el hacer’ (Fil. 2:13).
    El Espíritu Santo entonces no fuerza o compela a la voluntad. Si la voluntad es forzada, es destruida. En la parábola de la gran cena donde el amo de la casa manda a sus sirvientes a traer más gente, él dice, ‘Fuérzalos a entrar’ (Lucas 14:23). Esto no quiere decir, ‘fuérzalos en contra de su voluntad’, si no mejor dicho demuestra la seguridad de la invitación invalidando su sorpresa e incredulidad, de que ellos de todas las gentes hubieran sido invitados.
     Pero la voluntad del no regenerado esta ‘ajena a la vida de Dios’ (Ef. 4:18). Esto es, está llena y poseída por el odio a lo que es espiritualmente bueno. Está en continua oposición a la voluntad de Dios porque está bajo el poder de la ‘mente carnal’ la cual es ‘enemistad contra Dios’ (Ro. 8:7).
    Sin embargo, a pesar de estas cosas, el Espíritu Santo vence toda oposición y triunfa en su obra. Pero, bien podemos preguntar, ¿cómo se puede hacer esto sin forzar y compeler a la voluntad?
    En la obra de la conversión a Dios, hay reacción entre la gracia y la voluntad. Inicialmente la gracia y la voluntad de los no regenerados están opuestas la una a la otra. Sin embargo la gracia gana la victoria sobre la rebelde y no regenerada voluntad, por las siguientes razones.
    La enemistad y oposición de la voluntad no regenerada está en contra de la gracia así como se le presenta a la voluntad en la Palabra de Dios. De esta forma los hombres resisten al Espíritu porque resisten a la predicación de la gracia. Ahora si la predicación de la gracia es sola presentada a la voluntad, entonces los hombres siempre la resistirán. La enemistad en su corazón prevalecerá en contra de la predicación. Pero la obra de regeneración es una obra interna, transformando nuestra mera naturaleza. Esta obra de regeneración no es predicada a la voluntad y por eso no es resistida por la voluntad, sino obra efectivamente en la voluntad, renovándola maravillosamente.
    La voluntad, en el primer acto de conversión, no desea o escoge actuar primero y después es regenerada. Mejor dicho primero es renovada por la regeneración y entonces desea o escoge. La voluntad queda pasiva e inerte hasta que es animada por el Espíritu Santo en la regeneración. Hay un acto secreto, todopoderoso e interno de poder produciendo o obrando en nosotros el deseo de ser convertidos a Dios. Este acto de poder obra de tal forma en nuestra voluntad que libremente y felizmente deseamos lo que Dios quiere que nosotros deseemos y escojamos, lo cual es hacer su voluntad.
    El Espíritu Santo entiende a nuestras almas mas maravillosamente que lo que nosotros jamás pudiéramos. Así que al hacer esta obra de regeneración en nuestras almas él maravillosamente cuida de ellas, las preserva y, de ninguna manera lastimando la libertad de nuestra voluntad, efectivamente obra en ellas la regeneración y conversión a Dios.

Así que aprendemos dos grandes principios bíblicos:

(1) Aprendemos que la obra de conversión misma, especialmente el acto de creer, es expresadamente dicho ser la obra de Dios. Él es el que obra la conversión en nosotros, y él es quien nos da fe. Nada es dicho en la Escritura sobre algún poder dado al hombre para capacitarlo a creer antes de que crea.

Objeción: ¿Pero que de Pablo diciendo, ‘Todo lo puedo en Cristo que me fortalece’ (Fil 4:13)?
Respuesta: Si lees el verso cuidadosamente no encontraras nada en el que nos diga que a la persona no regenerada se le ha dado un poder para capacitarlo para cumplir su primer acto de fe en Cristo. Todo lo que Pablo está hablando es de un poder en sí mismo como creyente. El regenerado tiene gracia morando en él para recurrir. El no regenerado no tiene tal gracia morando en él.

      La Palabra de Dios crea fe. La palabra de Dios obra fe en nosotros por una obra de creación (Ef. 2:10; 2Co. 5:17). La primera obra de Dios en nosotros es de capacitarnos para querer (Fil.  2:13). Ahora el querer creer es creer. Este Dios obra en nosotros por gracia. Él obra en nosotros sin nuestra ayuda, la voluntad siendo pasiva. Pero la voluntad en su propia naturaleza es lo bastante capaz para que el Espíritu Santo obre en ella, quien por su gracia la levanta a la fe y obediencia. Si Dios puede restablecer la vida y salud a un cuerpo muerto, él es bien capaz para restaurar a la voluntad a su propósito original de su creación.
    Algunos creen y enseñan que a todos los que se les predica el evangelio se les dá el poder para creerlo si así lo desean. Ellos citan Marcos 16:16, que enseña que todos los que no creen al evangelio perecerán eternamente. Pero, se discute, no seria recto que ellos perecieran eternamente al menos que tuvieran el poder para creer al evangelio cuando se les predica.
    Los que no creen no tienen remedio para sus pecados (Juan 8:24). Pero la inhabilidad del hombre para creer es su propia culpa (Juan 12:39). Los que rechazan al evangelio lo hacen por su propia libre opción (Mt. 23:37; Juan 5:40). La Escritura claramente enseña que los hombres están completamente incapacitados para creer (Juan 12:39; 1Co. 2:14). No les es dado a todos los hombres el conocer los misterios del reino celestial, sino solo a algunos (Mt. 11:25; 13:11). ‘No es de todos la fe’ (2 Ts. 3:2). Solo los escogidos de Dios tienen fe (Tito 1:1; Hch. 13:48).
    Sería también engañoso para nosotros que se nos diga en la Escritura que Dios obra la fe en nosotros, si en realidad él no hace semejante cosa (Fil. 1:29; 2:13).
    Jesús nos dice que nadie puede venir a él si el Padre no lo trae (Juan 6:65). Pablo nos dice que la fe por la cual somos salvos ‘no es de vosotros pues es un don de Dios’(Ef. 2:8). Seria engañoso que la Biblia nos diga que la fe es un don de Dios para nosotros, si no es su don después de todo, sino algo que nosotros podemos hacer.

       Dios da Arrepentimiento. La Biblia claramente enseña que cuando Dios convierte a un pecador por el mismo poder que levantó a Cristo de los muertos, él verdaderamente obra la fe y el arrepentimiento en el pecador (2 Ti. 2:25; Hch. 11:18). Es verdadero arrepentimiento y verdadera fe lo que Dios obra en nosotros, y no solo un poder para arrepentirse y creer, el cual podemos escoger si usarlo o no como lo deseemos cuando lo tenemos.

(2) El segundo principio bíblico que aprendemos es que cuando Dios obra la fe y el arrepentimiento en nosotros, lo hace por su poder, y la obra es hecha infaliblemente y no puede ser resistida por la voluntad del hombre. Al hacer esta obra de regeneración, el Espíritu Santo quita todo sentimiento de repugnancia y vence toda resistencia a Cristo y a su evangelio (Dt. 30:6).
    Pablo explica lo que es tener un corazón circuncidado (Col. 2:11). Es el quitar el cuerpo de pecados de la carne por la circuncisión de Cristo, esto es, por nuestra conversión a Dios.
    Jamás algún hombre a circuncidado su corazón. Ningún hombre puede decir que empezó a hacerlo por el poder de su propia voluntad, y después Dios lo ayudo por su gracia. La circuncisión del corazón hecha por el Espíritu Santo quita la ceguera, obstinación y terquedad que está naturalmente en nosotros. La circuncisión del corazón quita todos los prejuicios de la mente y el corazón los cuales estorban y resisten a la conversión. Ahora, si toda esta resistencia y oposición son quitadas, ¿cómo puede el corazón resistir la obra de gracia? (Véase Ez. 36:26, 27; Jer. 24:7; 31:33, Is. 44:3-5).
¿Está bien que oremos que Dios haga en nosotros y en otros lo que él ha prometido hacer?
Podemos orar por ambos, por nosotros y otros, que la obra de nuestra conversión sea renovada, continuada y perfeccionada. Pablo dice, ‘Estando confiado de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionara hasta el día de Jesucristo’ (Fil. 1:6).
    La regeneración es una obra completa y terminada, pero también es el principio de la obra de santificación. Mientras estemos en este mundo la santificación no es una obra completa, y como tal debe de ser continuamente renovada. La santificación es la mortificación continua de los restos del pecado en nosotros y el continuo crecimiento y fortalecimiento de la gracia de Dios en nosotros. Y es correcto que debamos orar por otros por la misma obra que Dios obra en nosotros. 
¿Verdaderamente Dios hace en nosotros lo que él prometió hacer?
Si no lo hace, ¿donde está su veracidad y fidelidad? ¿Prometió él convertirnos solo si nos convertimos nosotros mismos? Si Dios no obra en nosotros como él prometió, es porque no puede, o porque no lo hará. Pero ninguna de estas se puede decir de Dios.
    El sujeto de estas promesas es el corazón. Antes de la obra de gracia el corazón es de ‘piedra’. No puede hacer nada más que lo que una piedra puede hacer para agradar a Dios. Un corazón de piedra es obstinado y terco. Pero Dios dice que él quitará el corazón de piedra (Ez. 11:19). Él no dice que tratara y lo quitará, o darnos algún poder para que nosotros lo podamos quitar, sino que él lo quitara. Cuando Dios dice que él lo quitará, él quiere decir que él infaliblemente lo quitara y que nada lo puede parar de quitarlo. Él promete darnos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ‘Yo os daré un corazón nuevo’ (Ez. 36:26). Él hace esto para que le temamos y andemos en sus caminos. Él prometió escribir su ley en nuestros corazones. Esto simplemente significa que él pondrá dentro de nosotros una habilidad y poder para andar en obediencia a él (e.g., Hechos 16:14).
 

12.3 La gracia de la Regeneración.
     La regeneración es llamada ‘levantamiento a vida’ o ‘dar vida’ (Ef. 2:5; Juan 5:25; Ro. 6:11). La obra misma es nuestra regeneración (Ef. 4:23, 24; Juan 3:6).

       El Espíritu Santo obra en la mente. Él da entendimiento (1Juan 5:20). El hombre por el pecado vino a ser como las bestias, sin entendimiento (Sal. 49:12, 20; Jer. 4:22; Ro. 3:11). David ora por entendimiento (Sal. 119:34). Pablo ora para que los creyentes experimenten la revelación de Cristo (Ef. 1:17, 18). Por esto él quiere decir iluminación subjetiva para que nosotros podamos comprender lo que es revelado, no nuevas revelaciones objetivas. Pablo no ora para que los cristianos en Éfeso recibieran nuevas revelaciones.
    Hay un ‘ojo’ en el entendimiento del hombre. Este ojo es la habilidad para ver cosas espirituales. A veces es dicho que está ciego, cerrado en oscuridad. Por estas descripciones se nos enseña que la mente natural no puede conocer a Dios personalmente para salvación, y tampoco puede ver, esto es, discernir cosas espirituales. Es la obra del Espíritu de gracia de abrir este ojo (Lucas 4:18; Hechos 26:18). Él hace esto, primeramente, al darnos el espíritu de sabiduría y revelación. Segundamente, nos da un corazón para conocerle (Jer. 24:7).
    Hay entonces en la conversión una obra efectiva, poderosa y creativa del Espíritu Santo en y dentro de las mentes de los hombres, capacitándoles para ver o discernir las cosas espirituales de una manera espiritual. Esto se llama la renovación de nuestras mentes (Ef. 4: 23; Col 3:10; Ro. 12:2; Tito 3:5). Por ello Dios da luz a nuestras mentes (2Co. 4:6).

      El Espíritu Santo obra en la voluntad. La frase ‘muertos en pecado’ se refiere a la voluntad naturalmente depravada del no regenerado.  La voluntad se puede ver de dos modos. Puede ser vista como la facultad vital y racional de nuestras almas, o puede ser vista como un principio libre y gobernante, la libertad siendo de su esencia o naturaleza.
    Esta voluntad, entonces, es renovada en nuestra conversión por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo implanta en la voluntad un principio nuevo de vida espiritual y santidad.
     Si el Espíritu Santo no obra directamente y efectivamente en la voluntad, si él no crea en la voluntad un nuevo principio gobernante de fe y obediencia, si él no infaliblemente determina todos los actos libres de la voluntad, entonces toda la gloria de nuestra conversión es para nosotros. Entonces seria por nuestra propia libre voluntad obedientemente respondiendo al evangelio que nos haría diferenciarnos de otros que no responden al evangelio. Todas estas semejantes afirmaciones falsas van en contra de las enseñanzas de Pablo (1Co. 4:7).
    Si es por nuestra propia libre voluntad y opción que somos salvos, entonces el propósito de Dios de convertir a una sola alma puede ser frustrado. Dios puede determinar salvar a un alma. Pero después que ha hecho todo lo que se debe hacer o puede hacerse para la salvación de esa alma, sin embargo si la voluntad queda sin cambiar, y Dios no puede hacer nada para renovar esa voluntad, el alma no será convertida. Así la voluntad determinada de Dios es frustrada. Esto es contrario a los testimonios de Cristo (Mt. 11:25, 26; Juan 6:37; Ro. 8:29). Tampoco pueden las promesas que Dios hizo a Jesús concerniente al gran número de gente que creerían en él ser infaliblemente llevadas a cabo, si es que es posible que ninguno creyera en él. Entonces todo dependería en la libre voluntad indeterminada del hombre si cree en Jesús o no y la salvación seria ‘de aquel que desea,’ y de aquel ‘que corre,’ y no ‘de Dios que tiene misericordia del que tiene misericordia’ (Ro. 9:15, 16). Por lo tanto hacer al propósito de Dios de salvar por su gracia depender de la voluntad del hombre no es consistente con nosotros ser la ‘hechura de Dios, criados en Cristo Jesús para buenas obras’ (Ef. 2:10). Ni tampoco, en esta suposición, los hombres conocen lo que oran cuando oran por la conversión propia y de otros a Dios.
    Tal obra del Espíritu Santo en nuestra voluntad ya que puede curar y quitar la depravación es por eso necesaria. La voluntad debe ser liberada del estado de muerte espiritual y capacitada para vivir para Dios. La voluntad debe ser renovada y restablecida a un nuevo principio gobernante de fe y obediencia.

      El Espíritu Santo nos hace criaturas nuevas. Todo esto es la obra del Espíritu Santo. Él nos trae, los que estábamos muertos en delitos y pecados, a la vida. Él nos da un corazón nuevo y pone un espíritu nuevo en nosotros. Él escribe su ley en nuestros corazones, para que sepamos y hagamos la voluntad de Dios y así caminar en sus caminos. Él obra en nosotros el querer como el hacer por su buena voluntad. Hace a los indispuestos y obstinados a querer y ser obedientes, y eso por su propia libre voluntad y opción.
     De la misma forma, él implanta en nuestros corazones un prevaleciente amor a Dios, causando al alma a aferrarse a él y a sus caminos con deleite y satisfacción (Dt. 30:6; Col 2:11).
    Por naturaleza, el corazón esta depravado, para que la mente y la voluntad deseen llenar las concupiscencias que están en él. (Ga. 5:24; Snt. 1:14, 15), pero el Espíritu Santo circuncida el corazón con sus concupiscencias y deseos, y nos llena con amor santo y espiritual, gozo, temor y deleite. El Espíritu Santo no cambia la esencia de nuestros deseos pero los santifica y los guía por su luz salvadora y sabiduría. Por medio de esto él une los deseos con su objeto propio el cual es Cristo.

    Conclusión: La regeneración es claramente atribuida en las Escrituras a Dios o específicamente a su Espíritu (1P. 1:3; Stg. 1:18; Juan 3:5, 6, 8; 1Juan 3:9). La Escritura excluye a la voluntad del hombre de cualquier parte activa en la regeneración (1P. 1:23; Juan 1:13; Mt. 16:17; Tito 3:5; Ef. 2:9, 10)


13. La Obra de Conversión

     El principio corrupto de pecado obra temprano en nuestras naturalezas, y en la mayor parte evita a la gracia de obrar en nosotros (Sal. 58:3). Al nosotros crecer mentalmente y físicamente, nuestras naturalezas cada vez mas vienen a ser los dispuestos instrumentos de iniquidad (Ro. 6:13). Este gobernante principio perverso en nosotros se revela más y más al nosotros crecer (Ec. 11:10). Así que el niño, al ir creciendo, empieza a cometer verdaderos pecados, e.g., mintiendo.

      El pecado crece antes de la regeneración. Los hombres al crecer en su estado no regenerado, el pecado gana territorio subjetivamente y objetivamente. Los deseos subjetivos naturales del cuerpo se fortalecen, y objetivamente los órganos físicos para el cumplimiento de estos deseos se están desenvolviendo. Pero esos deseos subjetivos gobernados por el pecado vienen a ser deseos pecaminosos, y los órganos para el cumplimiento de esos deseos vienen a ser instrumentos de pecado. De este modo cuando Pablo fue confrontado por los mandamientos de Dios los cuales le prohibieron de cumplir esos deseos pecaminosos, fue tentado más fuerte para satisfacer sus concupiscencias (Ro. 7:8). A Timoteo se le advierte de ‘huir de los deseos juveniles’ (2Ti. 2:22). David oró de que sus pecados de su mocedad no fueran recordados y tomados en contra de él (Sal 25:7). Son estos pecados de la mocedad que frecuentemente son los tormentos de la vejez (Job 20:11).
    Dios frecuentemente permite a los hombres caer en grandes verdaderos pecados para despertar sus conciencias o como un juicio a ellos (Hechos 2:36, 37). Les permite llevar a cabo los deseos de su corazón. Entonces un hábito dominante de pecar toma posesión del hombre. Los hombres se endurecen en el pecado y pierden todo sentido de vergüenza.
      Sin embargo todavía hay esperanza, aun para los peores de los pecadores (1Co. 6:9-11; Mt. 12:31, 32; Lc. 12:10). Primeramente, porque, a pesar de la depravación de la naturaleza, varios sentimientos, temores, presentimientos, o lo que se les a haya enseñado o oído en sermones puede despertar al casi apagado ‘fuego celestial’ dentro del hombre. Estas son nociones innatas de lo bueno y lo malo, lo recto y lo incorrecto, los premios y los castigos, acoplados con el sentido que Dios nos puede ver, y que él puede estar dispuesto a ayudarnos, si solo nosotros no tuviéramos pavor a encararlo. Y segundo, Dios obra en el hombre por su Espíritu por medio de muchos medios externos para hacerlos que lo consideren. ‘No hay Dios en todos sus pensamientos’ (Sal. 10:4). Lo que sea que hacen en la religión no es para glorificar a Dios (Amos 5:25).
Variedad en los caminos de Dios
Dios puede empezar su obra de varias maneras. Él puede empezarla por medio de juicios repentinos y alarmantes (Ro. 1:18; Sal. 107:25-28; Jonas 1:4-7; Ex 9:28). Él puede empezarla por medio de desastres y aflicciones personales (Job 33:19, 20; Sal. 78:34, 35; Óseas 5:15; 1R. 17:18; Gn. 42:21, 22; Ec. 7:14). Él puede empezarla por medio de liberaciones extraordinarias de la muerte juntamente con otras grandes misericordias (2R. 5:15-17). Él puede empezarla por medio de testimonios de otros (1P. 3:1, 2). Él puede empezarla por medio de la Palabra de Dios (1Co. 14:24, 25, Ro.7:7).
    Sin embargo aparte de todo esto, los hombres frecuentemente no ponen atención porque sus mentes todavía están oscuras. Piensan que son tan buenos como pueden ser. Aman el ser populares y temen perder a sus amigos. Tienen buenas intenciones las cuales vienen a hacer nada. Satanás les ciega sus mentes y están llenos de amor para sus concupiscencias y placeres.
El Espíritu convence de pecado
Al llamar a los hombres para Dios el Espíritu Santo primero los convence del pecado. Al pecador se le hace considerar su pecado, y sentir su culpabilidad en su conciencia.
    El Espíritu Santo convence de pecado por medio de la predicación de la ley (Sal. 50:21; Ro. 7:7; Juan 16:8).
    Algunos pierden todo el sentido de convicción porque el poder de sus concupiscencias apaga esta convicción. Son curados superficialmente pero no ha habido un arrepentimiento real. Así son llevados a un falso sentido de paz con Dios. El mundo los atrae de nuevo a sus malvadas garras (Pr. 1:11-14). No son castigados inmediatamente por sus pecados (Ec. 8:11; 2P. 3:4).
    En otros el Espíritu Santo se agrada de llevar a cabo esta obra de convicción hasta que resulta en conversión. Un conflicto entre corrupciones y convicciones se levanta (Ro. 7:7-9). Promesas de ser y hacer mejor se hacen (Oseas 6:4). Una gran aflicción se puede levantar en el alma al ser despedazada entre el poder de la corrupción y el terror de la convicción.
    El Espíritu Santo despierta en ellos un pavor sobre su eterno destino. Sienten dolor y vergüenza (Gn. 3:7; Hechos 2:37). Empiezan a temer a la ira y condenación eterna (He. 2:15; Gn. 3:8, 10). Quieren conocer el camino de la salvación (Mi. 6:6, 7; Hch. 2:37; 16:30). Empiezan a orar por la salvación, se abstienen del pecado y hacen cada esfuerzo para vivir una vida mejor. Son traídos bajo el espíritu de servidumbre para temer (Ro. 8:15; Ga. 4:22-24).
    Estos temores no son requeridos como un deber que el hombre debe llenar antes de ser salvo. Él en verdad puede sentir estos temores, pero Dios bien fácilmente puede convertirlo sin ellos. Dios trata con cada persona diferentemente. Pero dos cosas son necesarias.
    El pecador debe de ser traído a reconocer su culpabilidad delante de Dios sin excusas o culpar a otros (Ro. 3:19; Ga. 3:22). Debe de reconocer su necesidad de un medico.
    Como su única esperanza de salvación está en recibir y creer al evangelio, esto él debe hacer o no será salvo. Su deber entonces es claro. Debe de recibir la revelación de Jesucristo y la justicia de Dios en él (Juan 1:12). Debe de aceptar la sentencia de la ley (Ro. 3:4, 19, 20; 7:12, 13). Debe de tener cuidado de no creer todo lo que se le pone de cómo puede ser salvo (Mi. 6:6, 7). En particular debe de estar alerta por falsos cultos religiosos, y de creer que de algún modo él se puede salvar por su propia justicia.
    Hay dos peligros de los cuales hay que estar alerta. El primero es pensar, ‘No he tenido suficiente pesar o verdaderamente me he arrepentido de mi pecado’. No se han prescrito grados de pena en el evangelio. Solo Dios puede obrar verdadero arrepentimiento en ti. El arrepentimiento es su regalo para ti.
    El segundo gran peligro es pensar que tú eres un pecador tan malo que es imposible que Cristo te salve. Recuerda, que entre más dificultosa sea la enfermedad para curar, la más gloria el médico toma cuando la cura. Cristo llama a sí mismo a los peores de los pecadores, para que así él tome la gloria más grande por su salvación.

     Fe en Cristo. Dios termina su obra de conversión regenerando al pecador y así capacitándole para volverse de sus pecados y creer en el Señor Jesucristo. Esta es la obra especial de el evangelio (Juan 1:17; Ro. 1:16; 1P. 1:23; Stg. 1:18; Ef. 3:8-10). El evangelio debe de ser predicado (Ro. 10:13-15). La predicación del evangelio es acompañada con una revelación de la voluntad de Dios (Juan 6:29). ‘Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo’ (Hch. 16:31). El rechazar a este llamado hace a Dios mentiroso porque enseña desprecio a su amor y gracia (1Juan 5:10; Juan 3:33).
    Cristo debe de ser predicado como crucificado (Juan 3:14, 15; Ga. 3:1; Is. 55:1-3; 65:1), y ser visto como el único Salvador de los pecadores (Mt. 1:21; 1Ts. 1:10). ¡Hay un camino de escape de la maldición de la ley (Sal 130:4; Job 33:24; Hechos 4:12; Ro. 3:25; 2Co. 5:21; Ga. 3:13)! Dios está bien complacido con la expiación de Cristo y quiere que la aceptemos (2Co. 5:18-20; Is. 53:11, 12; Ro. 5:10, 11). Si creemos, seremos perdonados (Ro. 8:1, 3, 4; 10:3, 4; 1Co. 1:30, 31; 2Co. 5:21; Ef. 2:8-10).
    El evangelio está lleno con tales razones, invitaciones, alientos, exhortaciones y promesas para persuadirnos a recibir a Cristo. Están todos designados a explicar y declarar el amor, gracia, fidelidad y buena voluntad de Dios en Cristo.
     Al predicar, Dios frecuentemente causa alguna palabra especial a pegarse en la mente del pecador, y por el obrar efectivo del Espíritu Santo esa palabra es hecha el medio para traer al pecador a la conversión.


       El Espíritu Santo da el deseo de obedecer a Cristo. Cuando el Espíritu Santo trae a un pecador a poner su fe en Cristo, su corazón también es lleno por el mismo Espíritu Santo con un deseo santo de todo corazón de obedecer a Cristo y volverse de todo pecado.
    Aquellos de este modo convertidos a Cristo, son, en sus confesiones o profesiones de fe, admitidos a la sociedad de la iglesia y a todos los misterios de la fe.


14. La naturaleza de la Santificación y Santidad Evangélica
     La oración de Pablo para los Cristianos es de que el Dios de paz los santifique completamente (1 Ts. 5:23). Su seguro es que ‘fiel es, el que lo hará (V.24).
    De esta oración primero aprendemos, que el que nos santifica es Dios. Así como Dios nos dio nuestro ser, así nos da nuestra santidad. No es por naturaleza sino por gracia que somos hechos santos. Segundo, aprendemos que el que nos santifica es declarado enfáticamente de ser Dios mismo. Si Dios no lo hace, nadie más lo hará. Y por tercero, aprendemos que el que nos santifica es ‘el Dios de paz’ (Ro. 15:33; 16:20; 2Co. 13:11; Fil 4:9: He. 13:20).


     Santificados por el Dios de paz. La santificación es un fruto de esa paz con Dios la cual él ha hecho y preparado para nosotros por Jesucristo. ‘Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí’ (2Co. 5:19).
     Dios, al santificar nuestra naturaleza, mantiene esa paz la cual tenemos con él. Es la santidad que mantiene una sensación de paz con Dios, e impide esos pecados espirituales los cuales todavía tienden a escaparse de la naturaleza corrupta que está todavía en nosotros. Por lo tanto Dios, como el autor de nuestra paz, es también el autor de nuestra santidad.
    Él nos santificara completamente, esto es, enteramente, Ninguna parte nuestra se quedara pecaminosa o bajo el poder del pecado. Nuestra naturaleza entera es el sujeto de esta obra. Él hará santa cada parte de nosotros. Y esta obra eventualmente será perfeccionada.
    Pablo ora, primero, que nuestra naturaleza entera, nuestro espíritu entero, alma y cuerpo sean santificados, y entonces él ora de que seamos preservados sin mancha en la paz de Dios a la vendida de nuestro Señor Jesucristo. Esto, él deja saber a los Cristianos, es el propósito entero de nuestra santificación.
      La santificación la obra del Espíritu. La santificación entonces, es la obra directa del Espíritu Santo en nuestra naturaleza entera. Procede de la paz hecha para nosotros por Jesucristo. Por esta paz con Dios por medio de Jesucristo, seremos preservados sin mancha, o seremos mantenidos en un estado de gracia y aceptación continua con Dios, de acuerdo a los términos de su pacto, hasta el fin.
    Pero antes de ir más lejos debemos realizar que hay dos clases de santificación. Hay la santificación por la cual la gente o cosas son dedicadas, consagradas, o separadas para el servicio de Dios, por su nombramiento. Tales personas o cosas son en las Escrituras llamadas santas. Hay también esa santificación la cual es un principio gobernante de la santidad impartida a nuestra naturaleza, resultando en una vida de obediencia santa a Dios. Ahora estamos considerando la segunda clase.
   ¿Qué, pues, es santidad? La santidad no es nada más que el implantamiento, el escribir y el vivir el evangelio en nuestras almas (Ef. 4:24). El evangelio es la ‘verdad que es según la piedad (Tito 1:1). Jesús oró ‘Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad’ (Juan 17:17). Esta es ‘la verdad la cual os libertara’ (Juan 8:32).
    La santidad evangélica es un fruto forjado en nosotros por el Espíritu de santificación. La santidad, entonces, es un misterio para el razonamiento carnal (Job 28:20-23, 28; 1Co. 2:11, 12).


    Santidad verdadera. Los creyentes frecuentemente están ignorantes de la verdadera santidad. No entienden totalmente su naturaleza verdadera, su origen o los frutos que produce. Se ve extraño que aunque los creyentes son hechos santos no entiendan lo que es forjado en ellos y lo que habita en ellos.
     ¿Pero acaso entendemos nuestra propia creación (Sal. 139:13-16)? Esta obra de santidad en nosotros es maravillosa. Es una obra sobrenatural y es conocida solo por una revelación sobrenatural.
    No debemos de ser engañados por una santidad falsa. La santidad no es solo una vida reformada.
    La santidad nos es solo para esta vida, sino viene con nosotros hacia la eternidad y la gloria. La muerte no tiene poder para destruir la santidad. Las actividades de la santidad en verdad son momentáneas y transitorias, pero sus frutos duran para siempre en su galardón (Ap. 14:13; He. 6:10). La santidad dura para siempre y entra a la gloria con nosotros (1Co. 13:8).
    La santidad revela algo de la gloria celestial y espiritual aún en este mundo (2Co. 3:18). El verdadero creyente es ‘todo ilustre de dentro’ (Sal. 45:13). La santidad, entonces, es una obra gloriosa del Espíritu Santo.


    El propósito de Dios en el evangelio. El primer propósito de Dios en el y por el evangelio es de glorificarse a sí mismo, a su sabiduría, bondad, amor, gracia, justicia y santidad por Jesucristo, y esto para siempre (Ef. 1:5, 6). Pero el evangelio simultáneamente revela el amor y gracia de Dios a los pecadores perdidos  la cual nos es traída  por la mediación de Jesucristo. Y es solo por Jesucristo como Dios encarnado que Dios será glorificado y los pecadores salvados. (Hch. 26:18).
    El propósito del evangelio es también de persuadir a los hombres por la predicación de la verdad y el aliento de las promesas de renunciar a sus pecados y todas otras maneras de satisfacer a Dios, y de recibir por fe esa manera de vida y salvación que por el evangelio es predicada a ellos (2Co. 5:18-21; Col. 1:25-28).
    El propósito del evangelio también es de ser el medio para traer y dar a los pecadores un derecho y un titulo a esa gracia y misericordia, a esa vida y justicia, revelada y ofrecida a ellos en el evangelio (Mr. 16:16). También revela el camino y los medios de impartir la gracia y fuerza del Espíritu Santo a los escogidos, capacitándolos para creer y recibir la salvación (Ga. 3:2).
    El propósito del evangelio es también de traer a los creyentes a una unión con Cristo como su cabeza espiritual y mística y afirmar sus corazones y almas en fe, confianza y amor directamente en el Hijo de Dios como encarnado, y como su mediador (Juan 14:1). Es para invitar y alentar a los pecadores perdidos a creer y aceptar el camino de gracia, vida y salvación por Jesucristo.
     Dios requiere que seamos santos. Él requiere que constantemente usemos todos esos medios que nos ha dado por los cuales la santidad se puede obtener y acrecentar.


     Lo que Dios requiere. Dios no nos requiere que hagamos expiación o satisfacción por nuestros pecados -aunque eso es lo que los pecadores culpables y condenados piensan (Mi. 6:6, 7). Pero en el evangelio se ofrece un perdón gratuito e incondicional por los pecados. Ninguna satisfacción o compensación es requerida por Dios para que sea hecha por ellos. Cristo ha hecho una expiación completa y perfecta por los pecados. Cualquier intento de expiar por nuestros pecados en lugar de confiar en la expiación de Cristo es pisotear el evangelio (2Co. 5:18-21).
    Lo que Dios sí requiere de nosotros es ‘hacer juicio, y amar misericordia y humillarte para andar con él (Mic 6:8). Él no requiere que nos hagamos justos a nosotros mismos para poder ser justificados porque somos justificados gratuitamente por su gracia (Ro. 10:3, 4; 3:24, 28; 8:3, 4).
    Dios no nos requiere que compremos o que merezcamos la vida y salvación por nosotros mismos (Ef. 2:8, 9; Tito 3:5; Ro. 4:4; 6:23; 11:6; Lc. 17:10). Ni tampoco requiere de nosotros buenas obras para expiar por nuestros pecados u obras de supererogación para expiar por los pecados de otros (Lucas 17:10; Gn. 17:1).
    Dios ha prometido santificarnos, de obrar esta santidad en nosotros; él no nos deja que lo hagamos por nuestra propia habilidad y poder (Jer. 31:33; 32:39, 40; Ez.36:26, 27). Dios nos manda que seamos santos y el promete hacernos santos.

       La respuesta del creyente. ¿Qué, pues, debe de ser nuestra respuesta al mandamiento de Dios de ser santos? Nuestra primera respuesta debe ser que hagamos este deber un asunto de conciencia porque viene a nosotros con toda la autoridad de Dios. La santidad debe salir de la obediencia si no, no es santidad. La segunda respuesta debe ser de ver que razonable es este mandamiento. Tercero, debemos de amar este mandamiento porque es justo y santo y bueno y porque las cosas que requiere son rectas, fáciles y placenteras a la nueva naturaleza.
    ¿Y cuál debe de ser nuestra respuesta a la promesa de que Dios nos hará santos? Primero, debemos recordar nuestra inhabilidad total para obedecer a este mandamiento de ser santo. Entonces debemos de ver que nuestra suficiencia esta en Dios. Segundo, debemos adorar esa gracia la cual ha prometido hacer en nosotros lo que nosotros no podemos hacer. Tercero, debemos orar en fe, creyendo la promesa de Dios de hacernos santos, y mirar a él para que nos supla con toda la gracia necesaria para andar en santidad. Por cuarto, debemos orar especialmente por esa gracia que nos mantenga santos en tiempos de tentación y cuando se nos llame a llevar acabo deberes especiales y difíciles.
    Finalmente, nunca debemos olvidar que es el Espíritu Santo el que santifica a todos lo creyentes, y el que produce toda la santidad en ellos (Sal. 51:10-12; Ez. 11:19; 36:25-27; Ro. 8:9-14; 1Co. 6:11; 1P. 1:2; Is. 4:4; 44:3, 4; Tito 3:4, 5).


15. La Santificación es una Obra de Toda la Vida

      La santificación es la renovación completa de nuestras naturalezas por el Espíritu Santo, por la cual somos cambiados a la imagen de Dios, por medio de Jesucristo. Es la obra del Espíritu Santo en las almas de todos los creyentes. Sus naturalezas son purificadas de la contaminación del pecado. Es la renovación de nuestra naturaleza a la imagen de Dios. Así somos capacitados para obedecer a Dios primeramente por un principio gobernante interno y espiritual de gracia, y segundo por virtud de la vida y muerte de Jesucristo de acuerdo a los términos del nuevo pacto, por el cual Dios escribe sus leyes en nuestros corazones y nos capacita para obedecerlas por el Espíritu Santo morando en nosotros.

          La Santidad descrita. La santidad es una obediencia santa a Dios que sale de una naturaleza renovada. Esta obediencia santa es por Jesucristo y de acuerdo a los términos del pacto de gracia.
    Esta obra de santificación es diferente a la regeneración. La regeneración es instantánea. Es un solo acto de creación, mientras que la santificación es progresiva. Empieza al momento de la regeneración y continua gradualmente (2 P. 3:17, 18; 2Ts. 1:3; Col. 2:19; Fil. 1:6). La santidad es como la semilla sembrada en la tierra. Crece gradualmente a una planta entera.
 

15.1 Incremento de gracias

      La obra de santificación es llevada a cabo en nosotros al incrementar y fortalecer esas gracias de santidad las cuales hemos recibido y por las cuales obedecemos. Cualquier deber hacia Dios que el hombre pueda hacer, si no son motivados por la fe y amor, no pertenecen a esa vida espiritual por la cual vivimos para Dios (Lucas 17:5; Ef. 3:17; 1Ts. 3:12, 13).
    El Espíritu Santo hace esto de tres formas.
    Primero, el Espíritu Santo hace esta obra de santidad estimulando estas gracias dentro de nosotros. Entre más estimula estas gracias en nosotros, y entre mas somos movidos a una vida santa por ellas, más vienen a ser un hábito en nosotros. Y entre mas fuerte el hábito, más fuerte es el poder de estas gracias en nosotros. De este modo el Espíritu Santo las causa a crecer día a día en nosotros (Os. 6:3).
    El Espíritu Santo estimula a las gracias de fe y amor de dos maneras. Lo hace moralmente por las ordenanzas de adoración y predicación por las cuales los objetos reales de fe y amor son puestos delante de nosotros (Juan 16:14, 15; 14:26; He. 4:2). Él lo hace al morar en los creyentes y así preservar en ellos la raíz y principio gobernante de sus gracias por su propio poder directo (Gal. 5:22, 23; Fil. 2:13).
    Segundo, el Espíritu Santo hace esta obra de santidad al suplir a los creyentes con experiencia de la verdad, realidad y excelencia de las cosas que se creen. La experiencia de la realidad, excelencia, poder y efectividad de las cosas que creen es un medio efectivo de incrementar fe y amor. Así Dios raciocina con su iglesia (Is. 40:27, 28; 2Co. 1:4; Ro. 12:2; Col. 2:2; Sal. 22:9, 10).
    Es el Espíritu Santo quien nos da todas nuestras experiencias espirituales porque en ellas esta nuestro consuelo. El Espíritu Santo consuela a los creyentes haciendo las cosas que ellos creen una realidad poderosa para ellos (Ro. 5:5).
    Tercero, el Espíritu Santo hace esta obra de santidad al fortalecer estas gracias en nosotros (Zac. 12:8; Ef. 3:16, 17; Col. 1:10, 11; Is. 40:29; Sal. 138:8).
 

15.2 Gracias agregadas

     El Espíritu Santo también hace esta obra de santidad agregando una gracia a otra. Hay algunas gracias las cuales son estimuladas solo ocasionalmente porque no siempre son necesarias a la vida de gracia como la fe y el amor.
    La santidad entonces es fortalecida y crece agregándole una gracia a otra, hasta que como una planta completamente crecida se ve en toda su gloria (2 P. 1:5-7).
    Lo que es necesario es nuestro esfuerzo y diligencia extrema para agregar a la fe todas estas otras gracias. Lo que Pedro está diciendo es de que cada gracia debe de ser ejercitada a su propio tiempo y a su situación apropiada. Esta agregación de gracias es del Espíritu Santo, él cual las agrega de tres formas.
    Primeramente, él agrega estas gracias al ordenar la situación apropiada de acuerdo a su gobierno soberano sobre todas las cosas, y luego trayéndonos a esa situación para que la gracia particular que necesita ser ejercitada sea llamada a la acción (Stg. 1:2-4).
    Segundo, él agrega estas gracias al recodarnos nuestro deber y enseñándonos qué gracia necesita ser ejercitada en esta situación particular (Is. 30:21).
    Tercero, él agrega estas gracias al estimular y activar todas las gracias necesarias en cualquier situación particular.
    Es el Espíritu Santo quien obra todo esto en nosotros y refresca su gracia en nosotros, así como un jardinero refresca a sus plantas al regarlas (Is. 27:3; Gal. 2:20).
Cristo la fuente de santidad
Nuestra santidad viene del manantial y fuente de toda gracia que está en Cristo Jesús, la cabeza del cuerpo (Col. 3:3). Así como todo el cuerpo saca fuerzas y habilidad de la cabeza, así por el Espíritu Santo todas las provisiones de santidad en nuestra cabeza, Jesucristo, son traídas a cada miembro en su cuerpo (Col. 2:19). Así como la rama es alimentada por la vid de la cual crece, y por ese alimento puede dar fruto, así nosotros, siendo injertados en Cristo, recibimos de él todas las provisiones necesarias de santidad par dar fruto para su gloria. Y estas provisiones de santidad son traídas a nosotros y hechas efectivas en nosotros por el Espíritu Santo. Así que Dios nos advierte de no enaltecernos, sino recordar que hemos sido injertados en Cristo por gracia, y de él recibimos todas las provisiones de gracia necesarias (Ro.11:20).
   Objeción. Si Dios obra cada obra buena de santidad por él mismo, y si, sin su obra en nosotros, no podemos hacer nada, ¿entonces cual es el propósito de la diligencia, deber y obediencia?
    Respuesta. 2 Pedro 1:3. Sabiendo esta grande verdad, dice Pedro, deberíamos dejar que nos motive y nos aliente a toda diligencia para hacernos santo (v.5). Así que dos cosas son requeridas. Primero, que esperemos en Dios por provisiones de su Espíritu y gracia, sin las cuales no podemos hacer nada, y segundo, cuando esas provisiones lleguen, debemos ser diligentes en nuestro uso de ellas. Sin las provisiones de la base, un ejército no puede pelear efectivamente. Pero cuando las provisiones llegan cada soldado es llamado a hacer su deber diligentemente.
     Así como los árboles y plantas tienen un principio gobernante de crecimiento en si mismas, así también la gracia (Juan 4:14). Y como el árbol o la planta debe de ser regada desde arriba o se secará y no prosperará ni crecerá, así la gracia debe ser regada desde arriba.
    El crecimiento de árboles y plantas toma lugar tan despaciosamente que no se ve fácilmente. A diario notamos pequeños cambios. Pero, al curso del tiempo, vemos que un gran cambio a pasado. Así es con la gracia. La santificación es progresiva, una obra de toda la vida (Pr. 4:18). Es una obra sorprendente de la gracia de Dios y es una obra por la cual se debe orar (Ro. 8:27).
 

15.3 El Espíritu Santo nos enseña y nos capacita para orar

       El Espíritu Santo nos enseña y nos capacita para orar al darnos una penetración especial a las promesas de Dios y a la gracia de su pacto. Así que cuando vemos espiritualmente la misericordia y gracia que Dios nos ha preparado, sabemos por qué pedir.
    El Espíritu Santo nos enseña y nos capacita para orar al hacer que nos demos cuenta de nuestra necesidad la cual nos lleva a Dios quien es el único que puede suplir esa necesidad.
    El Espíritu Santo nos enseña y capacita a orar al crear y despertar en nosotros deseos que salen de la nueva obra de creación que él ha hecho en nosotros. ¡Las criaturas recién nacidas necesitan ser amadas, cuidadas, alimentadas y ejercitadas para poder crecer saludables y fuertes!
    La respuesta a todas nuestras oraciones es nuestra santificación completa. Muchos se quejan de que la santificación parece llegar a un alto completo mas tarde en la vida Cristiana. Entonces el alma parece ser un desierto, vació y muerto, el cual es lo bastante opuesto a sus experiencias en los primeros años de sus vidas Cristianas. Pero deben entender que mientras es natural para la gracia y santidad, crecer hasta la perfección, no crecerá si su crecimiento no es ayudado sino estorbado. La negligencia pecaminosa y satisfacción propia, o el amor por este mundo presente, estorba a este crecimiento en la gracia. Una cosa es tener santidad verdaderamente creciendo y floreciendo en el alma; es completamente otra que esa alma lo sepa y este satisfecha con ella.
    Si suponemos que el creyente no está descuidando todos los medios para el crecimiento de la santidad, entonces se le puede ayudar con lo siguiente.
    La santidad, siendo el sujeto de tantas promesas del evangelio, debe de ser recibida por fe. La promesa es que los que son participantes del pacto crecerán en santidad. La santidad depende de la fidelidad de Dios, y no en nuestros sentimientos o el darnos cuenta de ella.  Debemos poner nuestra fe en la fidelidad de Dios.
    Es nuestro deber de crecer y florecer en la santidad. Ahora lo que Dios requiere de nosotros, debemos creer que él nos ayudara a realizar. Pero no solamente debemos creer que él nos ayudara, sino también debemos creer que él ya nos está ayudando. No debemos confiar en nuestros sentimientos o si nos damos cuenta si somos más santos o no.
 

15.4 El crecimiento de la Santidad es misterioso

      La obra de sanidad es secreta y misteriosa (2Co. 4:16). Así como el hombre externo está muriendo lentamente y casi siempre no nos damos cuenta, así es con el crecimiento de la gracia en el hombre interno. Debemos orar como David, ‘Examíname, O Dios, y conoce mi corazón; pruébame y reconoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno’ (Sal. 139:23, 24). En otras palabras, ‘Ayúdame a conocer el verdadero estado de santidad en mi.’
    El cristiano puede ser como un barco sacudido en la tormenta. Nadie a bordo puede darse cuenta que el barco está avanzando del todo. Sin embargo esta navegando a grande velocidad.

      Las tormentas producen crecimiento. Los grandes vientos y tormentas ayudan a los arboles de fruto. Así también las corrupciones y las tentaciones ayudan a la fructuosidad de la gracia y santidad. La tormenta afloja la tierra alrededor de sus raíces para que el árbol pueda meter sus raíces más hondo hacia la tierra donde recibe provisiones frescas de alimento. Pero solo mucho después se verá que produzca mejor fruto. Así las corrupciones y tentaciones desarrollan las raíces de humildad, negación propia y duelo en una búsqueda más profunda por esa gracia por la cual la santidad crece fuerte. Pero solamente después habrá frutos visibles de santidad incrementada. 

     Dios tiene cuidado de la nueva creación. Dios, quien en sabiduría infinita crea a la nueva criatura, también la cuida. Él tiene cuidado de la vida de gracia forjada en nosotros por su Espíritu. Él anhela verla crecer saludable y fuerte. Él sabe exactamente como promover ese crecimiento, precisamente como un buen jardinero sabe exactamente como producir las mejores plantas. Pero cómo Dios obra para hacer esto no podríamos explicarlo: a veces estaremos perplejos al saber lo que él está haciendo con nosotros.
    En los primeros días de la fe, las corrientes parecen correr en pastos verdes, y el nuevo cristiano siempre parece fresco y verde en los caminos de gracia y santidad. Pero después en la vida Cristiana, le parece bueno a Dios voltear la corriente a otro canal. Él ve que el ejercitar la humildad, duelo piadoso, temor, guerra diligente con las tentaciones y todas las cosas que atacan a la mera raíz de la fe y el amor, ahora son más necesarias.
    Así que los cristianos con más experiencia y viejos frecuentemente tienen más grandes problemas, tentaciones y dificultades en el mundo. Dios tiene nuevos trabajos para que ellos hagan. Él ahora planea que todas las gracias que tienen sean usadas en nuevos y más difíciles caminos. Tal vez no encuentren que sus deseos espirituales sean tan fuertes como antes, ni que tengan tal deleite en los deberes espirituales como antes lo tenían. Por esto, sienten que la gracia se les ha secado en ellos. Ya no sienten y disfrutan los manantiales de santidad que antes felizmente corría en ellos. No saben donde están o lo que son. Pero a pesar de todo esto, la verdadera obra de santificación todavía esta prosperando en ellos y el Espíritu Santo todavía la está obrando efectivamente en ellos. Dios es fiel. Por lo tanto aferrémonos a nuestra esperanza sin vacilar.
      Objeción. La Escritura enseña que tan a menudo Dios acusa a su gente de deslizamiento y ser estériles en la fe y amor. Entonces ¿cómo estos deslizamientos pasan si la santificación es un crecimiento continuo y progresivo en el creyente?
      Respuesta. Estos deslizamientos son ocasionales y anormales a la verdadera naturaleza de la nueva criatura. Es un disturbio a las obras ordinarias de gracia, así como un terremoto es a las obras ordinarias de la naturaleza. Así como el cuerpo puede estar enfermo con enfermedades, así el alma puede estar espiritualmente enferma con enfermedades espirituales. Y aunque nuestra santificación y crecimiento en santidad son las obras del Espíritu Santo, sin embargo son también nuestra propia obra y el deber al cual somos llamados.
    Hay dos maneras por las cuales podemos resistir a esta obra. Primero, al permitir cualquier concupiscencia en nosotros crecer hasta que nos rendimos a sus tentaciones. Si hacemos esto descuidamos el deber de matar al pecado. Segundo, podemos resistirla al no alentar a la santidad a crecer y florecer en nosotros.
    Para que la santidad crezca y florezca en nosotros, necesita a ambos el constante uso de las ordenanzas y medios que Dios ha señalado y obediencia fiel a todos sus deberes mandados. Debe también haber buena voluntad de ejercitar cada gracia espiritual a su tiempo y lugar propio. El descuido de estas cosas grandemente estorbara al crecimiento de santidad. Es como descuidar todos los medios correctos para una vida saludable.
    Se nos requiere dar toda diligencia para acresentar la gracia (2P. 1:5-7). Debemos abundar en toda diligencia (2Co. 8:7). Debemos mostrar la misma diligencia hasta el final (He. 6:11).
    Si descuidamos nuestro deber, la obra de santificación será estorbada y la santidad no florecerá en nosotros.
Porque los creyentes frecuentemente descuidan sus deberes.
Hay tres razones porque muchos descuidan estos deberes en los cuales la vida de obediencia y consuelo espiritual dependen.
    La primera razón es una presunción de que ya son perfectos. Si verdaderamente creen esto, entonces no ven ninguna necesidad futura para obediencia evangélica, y así se vuelven a justificarse a sí mismos por medio de la obediencia a la ley, para su ruina eterna.
    Pablo completamente rechaza la perfección absoluta como inalcanzable en esta vida (Fil. 3:12-14). El propósito de la vida Cristiana es de traer al creyente a las bendiciones y gloria eterna para que pueda gozar a Dios para siempre. Pablo también enseña que el camino por el cual debemos proseguir hacia esta meta de perfección es por medio de un continuo, no interrumpido proseguir y tratar de alcanzarlo. Todo esto enseña que la vida Cristiana es un progreso constante en obediencia santa acompañada por diligencia de todo corazón.
    La segunda razón por la cual muchos descuidan estos deberes es una suposición tonta de que, estando en un estado de gracia, no necesitan molestarse sobre la obediencia y santidad exacta en todas las cosas, tal como lo hacían antes de que tuvieran seguridad. Pablo trata con esto en su carta a los Romanos (6:1, 2). ¿Podemos decir que estamos en un estado de gracia si no estamos preocupados por el crecimiento de la gracia en nosotros?
    La tercera razón por la cual muchos descuidan estos deberes es cansancio, desesperación y depresión que salen de varias oposiciones a esta obra de santidad. Tales personas deberían de tomar valor de la abundancia de alientos que la Escritura dá para continuar en el camino de fe.


16. Sólo los creyentes son santificados

     Todas los que sinceramente creen en el Señor Jesucristo, y en Dios por medio de Jesucristo -y solamente los que lo hacen- son santificados (Juan 17:17, 19, 20; 7:38, 39; 1Ts. 1:1; 5:23).
      Objeción. Si el Espíritu de santificación es dado solo a los creyentes, entonces ¿como los hombres se hacen creyentes? Si no tenemos el Espíritu Santo hasta después de que creemos, entonces debemos de creer por nuestros esfuerzos. ¿No es esto lo que dice Pedro en los Hechos? (2:38). Él les dice que primero deben arrepentirse y ser bautizados y entonces recibirán el don del Espíritu Santo. ¿Y acaso no nos dice Jesús que el mundo no puede recibir el Espíritu Santo? (Juan 14:17). Parece que la fe y obediencia son requeridas como una cualidad necesaria para recibir el Espíritu Santo. Si esto es cierto, entonces la fe y la obediencia son nuestras obras y no una obra forjada en nosotros por la gracia de Dios, lo cual es Pelagianismo.
      Respuesta. Primero, se dice que el Espíritu Santo es prometido a nosotros y recibido por nosotros para una obra particular. Aunque él es ‘uno y el mismo propio Espíritu’ y él mismo es prometido, dado y recibido, sin embargo tiene muchas deferentes obras para hacer. Así que recibimos el Espíritu Santo por muchas diferentes razones. Para los inconversos el Espíritu Santo es prometido y recibido de ellos como el que viene para hacerlos creyentes. Y a los creyentes es prometido y recibido por ellos como el que ha venido para santificarlos y hacerlos santos.
    Segundo, el Espíritu Santo es prometido y recibido para hacer dos obras mayores. Es prometido a los escogidos y recibido por ellos para regenerarlos. Y para los entonces regenerados, él es prometido y recibido por ellos para santificarlos, o hacerlos santos.
    Esta obra de santificación debe ser considerada de dos maneras: primero, como el mantenimiento del Espíritu Santo de tener vivo el principio de la santidad que ha sido dado a los creyentes; segundo, como su obra de santidad progresiva incluyendo crecimiento en la fe. La fe también debe ser considerada de dos maneras: primero, como su infusión original en el alma como un don de Dios; segundo, como su actividad y frutos, que se ven en una vida entera de profesión de fe y en obediencia santa.
    Tercero, el Espíritu Santo es prometido como el consolador. Para esta obra él no es prometido a los regenerados como tal, porque muchos podrán ser regenerados que no recibirán consolación, ni tampoco la necesitan, como es el caso de los infantes regenerados. Ni tampoco es prometido total y absolutamente en todas sus capacidades a los creyentes adultos, porque muchos creyentes adultos todavía no han sido traídos a esa condición en la cual el consuelo del Espíritu Santo seria de beneficio para ellos.
    Cuarto, el Espíritu Santo es prometido y recibido como el dador de dones espirituales para la edificación de la iglesia (Hch. 2:38, 39).
    La razón por la cual el Espíritu es dado para la regeneración es la elección. La razón por la cual el Espíritu es dado para la santificación es la regeneración. La razón por la cual el Espíritu es dado para consuelo es la santificación, juntamente con las tentaciones y problemas por las cuales los que están siendo santificados están pasando. Es por estos problemas que los creyentes necesitan al Espíritu Santo como consolador.
    ¿Cuál es entonces la razón de porque el Espíritu es dado para la edificación de la vida espiritual de la iglesia? La razón es la profesión de la verdad del evangelio y su adoración, con un llamamiento a alentar y ayudar a otros (1Co. 12:7).
    Aquí debemos tomar nota particular de las siguientes dos observaciones. Primero, el Espíritu Santo no da sus dones para la edificación de la iglesia a cualquiera que esta fuera del redil de la iglesia, o a cualquiera que no profesa la verdad y adoración del evangelio. Segundo, el Espíritu Santo es soberano y escoge dar sus dones a quien él desea. Él no está forzado a dar sus dones a alguno o a todos (1Co. 12:11).
        Pregunta. Así como el Espíritu de santificación es prometido a los creyentes, ¿podemos en nuestras oraciones alegar el hecho de que somos creyentes, que somos regenerados, como una razón para persuadir a Dios para que nos dé más gracia por su Espíritu?
        Respuesta. No podemos alegar propiamente cualquier cualidad en nosotros, como si Dios estuviera obligado a darnos gracia incrementada porque nos la merecemos. Jesús dijo, ‘Cuando hubiereis hecho todo lo que os es mandado, decid “Siervos inútiles somos”’ (Lucas 17:10). Pero podemos alegar la fidelidad y la justicia de Dios como el que mantiene sus promesas. Deberíamos orar que él ‘no dejara la obra de sus manos’; que ‘él que ha empezado la buena obra en nosotros la continuará hasta que la haya traído a la perfección en el día de Jesucristo’; que al respecto a su pacto y promesas, el mantendrá seguro bajo su cuidado a esa nueva criatura, esa naturaleza divina, la cual él a formado e implantado en nosotros. Cuando nos damos cuenta de la debilidad de cualquier gracia, podemos confesarlo humildemente y orar para que esa gracia sea fortalecida en nosotros.
       Pregunta. ¿Pueden los creyentes que están en problemas orar por el Espíritu como Consolador con respecto a sus problemas, viendo que es a tales personas que él es prometido?
       Respuesta. Ellos pueden y deberían orar por el consuelo del Espíritu en todos sus problemas. Si ellos no lo hacen, es una señal que ellos están mirando a otra parte para su consuelo. Los problemas son de dos clases, espirituales y temporales. Los problemas espirituales o son subjetivos, que salen de oscuridad interna y aflicciones por el pecado, o son objetivos, saliendo de persecuciones por el nombre de Cristo y el evangelio. Es mayormente por esto que el Espíritu Santo es prometido como Consolador.
    Los problemas temporales, por otra parte, son comunes a todos los hombres. Salen de tales cosas como duelo y pérdida de propiedad o libertad. Los cristianos deben orar por el Espíritu como Consolador para que los consuelos de Dios puedan pesar mucho más que sus problemas y que estos consuelos de Dios los capaciten a alentarse a sí mismos en otros deberes.
      Pregunta. ¿Pueden todos los creyentes sinceros del evangelio orar para que el Espíritu les dé dones espirituales para la edificación de otros, especialmente de la iglesia, viendo que es por esa razón que él es prometido? 
     Respuesta. Lo pueden hacer, pero con los siguientes requisitos. Lo deben hacer con sujeción a la soberanía del Espíritu quien ‘da a cada hombre como él quiere’. Lo deben hacer con respecto a esa posición y deber que tienen en la iglesia por la providencia y llamamiento de Dios. Uno que no es llamado a predicar no puede orar por el don de predicador. Los que no son llamados a predicar o a enseñar o a ministrar en la iglesia no tienen justificación para orar por dones ministeriales. Deben orar por esos dones que mejor los capaciten a llenar sus deberes legítimos. Los padres, por ejemplo, deben orar por dones paternos.  
    Pregunta. ¿Puede uno que no es regenerado orar por el Espíritu de regeneración que haga esa obra en él? Como el Espíritu de regeneración él es solo prometido a los escogidos. Entonces ¿como un infiel puede saber si es uno de los escogidos?
    Respuesta. La elección no es un requisito de nuestra parte para ser usado como un ruego en la oración. La elección es el propósito secreto de Dios. Los que son escogidos nos son solamente revelados cuando vienen a ser creyentes. Los que son convencidos de pecado pueden y deben orar que Dios les mande su Espíritu y los regenere. Esta es una manera en la cual nos ‘libramos de la ira venidera’ (Mt 3:7). El objeto especial de sus oraciones es gracia soberana, bondad y misericordia como nos es declarado en y por Jesucristo. Los que están bajo tales convicciones de pecado a veces han realmente tenido las semillas de la regeneración impartida en ellos ya de antemano. Ellos entonces en verdad continuaran orando por la obra de regeneración que sea propiamente hecha en ellos. Entonces a su debido tiempo les serán dadas las evidencias de esa obra que a sido hecha en ellos.

      La Fe es esencial para la santidad. Por lo tanto aprendemos que nadie es santificado, nadie es hecho santo, excepto aquellos que verdaderamente creen en Dios por medio de Jesucristo para salvación eterna. Esto es porque sin fe es imposible agradar a Dios (He. 11:6). Esta fe es la fe que ‘justifica’. Ahora la santidad, dondequiera que esté, agrada a Dios. Por eso, sin fe, es imposible para nosotros ser santos y agradar a Dios (1Ts. 4:3, 7).
    Nuestro Señor Jesucristo dice que los hombres son santificados por fe en él (Hch. 26:18). Si hubiera alguna otra forma o medio por el cual el hombre pudiera ser santificado o hecho santo, no lo hubiera limitado a ‘fe en Cristo’. El creer que podemos ser santos sin fe en Jesús es tenerlo en desprecio. La fe es el medio que causa nuestra santificación. Así que donde no hay fe, la santidad no puede ser forjada en nosotros (Hch. 15:9; Ro. 1:5; 1P. 1:20-22; Col. 2:12-14; 3:7-11).
    Toda la gracia primero es entregada a Cristo Jesús. Así que debemos ser unidos a él en el cual toda la plenitud mora si vamos a tener cualquier cosa de él (Juan 15:4). Para tener una verdadera, prospera, y eterna santidad debemos empezar con fe en Cristo.

       La verdadera santidad renueva. La verdadera santidad es el renuevo completo de nuestra persona entera, cuerpo, alma y espíritu. El hombre fue criado a la imagen de Dios. Si el pecado no hubiera entrado, el hombre hubiera propagado hijos a la misma imagen de Dios por virtud del pacto de creación. Pero por la entrada del pecado, esta imagen de Dios, la cual era justicia y santidad del hombre ante Dios, fue completamente desfigurada y perdida. Así que la naturaleza entera del hombre, cada parte de él, fue depravada. ‘Todo el designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal’ (Gn. 6:5). Por lo tanto todas las acciones externas de personas en este estado y condición son malas, siendo las obras infructuosas de las tinieblas. La Escritura incluye al cuerpo en esta depravación de la naturaleza del hombre por el pecado (Ro. 6:19; 3:12-15).
  Por lo tanto la santificación debe ser la renovación de nuestra naturaleza entera, cuerpo, alma y espíritu, y especialmente la menté (Ro. 12:2; Ef. 4:23; Col. 3:10).
      Toda nuestra naturaleza renovada. El sujeto entonces de la santidad evangélica es nuestra naturaleza entera. Así la nueva naturaleza es llamada el ‘nuevo hombre’ (Ef. 4:24). Un corazón nuevo es dado. El corazón en la Escritura es tomado por toda el alma y todas sus habilidades. Cualquier cosa entonces que es forjada en el corazón es forjada en toda el alma. Un corazón nuevo entonces es un corazón dominado y gobernado por un principio gobernante nuevo de santidad y obediencia a Dios.
   La santificación entonces tiene un efecto en ambos nuestras almas y cuerpos, capacitando a todos sus poderes y habilidades para actuar de una manera santa. Así la santidad reside en cada parte del alma, llenándola por todos lados, no dejando ni una parte del alma sin tocar con su influencia.
   El cuerpo también está envuelto en la santidad (1Ts. 5:23). El pecado es dicho que reina en nuestros cuerpos mortales, y los miembros del cuerpo son siervos a la injusticia (Ro. 6:12, 19). Por lo tanto también el cuerpo es tomado en la obra de santidad. ¿Pero cómo?
   Nuestras almas son los primeros sujetos propios del hábito o principio de santidad infundido. Y nuestros cuerpos, como partes esenciales de nuestra naturaleza, también son hechos participantes de la santidad.
   Nuestros cuerpos también son hechos participantes de la santidad por una influencia especial de la gracia de Dios en ellos, porque nuestros cuerpos son miembros de Cristo (1Co. 6:15). Son también hechos participantes de la santidad porque el Espíritu Santo mora en ellos, haciéndolos sus templos (1Co. 3:16, 17). El resultado es de que los miembros del cuerpo ahora vienen a ser siervos a la justicia para santidad (Ro. 6:19).
   La santidad, entonces, no cambia a una persona naturalmente, o constitucionalmente, sino moralmente.

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