sábado, 23 de noviembre de 2013

De cómo descuidamos el evangelio de Cristo



“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”
(Marcos16:15)


El evangelio es el mensaje más sublime que el hombre alguna vez pudo recibir. En esta maravillosa noticia podemos entender el cumplimiento de los propósitos de Dios en Jesucristo. El evangelio alza a Jesús como el camino, la verdad, la vida, el único mediador por medio del cual podemos llegar a Dios y el vivo cumplimiento de los propósitos de Dios para su pueblo y para toda la humanidad. La consulta es, ¿Realmente, como iglesias pentecostales, predicamos el evangelio de Jesucristo? ¿O solo salimos a las calles a hablar de un sinfín de temas que no conciernen al evangelio? ¿Cumplimos con la divina comisión? ¿O saturamos las oportunidades de anunciar a Cristo con una gran variedad de temas vacíos y sin dirección? Evaluaremos esto de acuerdo a la Palabra de Dios.



¿Qué es el evangelio?
En primer lugar, ¿Qué es el evangelio? La palabra evangelio viene del griego “euanguélion”, palabra compuesta de “eu” (bueno) y “ángelos” (mensajero), la cual se traduce a buen mensaje, buena nueva, buena noticia. Por lo tanto, en primer lugar, y obedeciendo a su sentido más puro, el evangelio es un mensaje. No un estilo de vida, no una moda, no una trayectoria en la iglesia, no una profesión. Es un mensaje.

En segundo lugar, el evangelio contiene en sí mismo el mensaje de salvación y vida eterna para los pecadores. Jesucristo es la solución para el mayor problema de la humanidad: el pecado. El mensaje del evangelio contiene la verdad más significativa para el ser humano, la esperanza más grande para el oprimido, la respuesta a todos los misterios: Jesucristo mismo. Por lo tanto, este mensaje contiene la verdad que puede salvar al pecador.


Sobre las fuentes bíblicas para una anunciación correcta

El crecimiento de todo cristiano proviene, por un lado, del entendimiento de Dios por medio de las Escrituras, y por el otro, de la inspiración y comunión con Dios mediante su Santo Espíritu. La ausencia de tan solo una de estas partes transforma el crecimiento del cristiano en un decrecimiento. De la misma forma un entendimiento completo del evangelio y una anunciación apropiada y correcta demanda, por un lado, una constante comprensión y preparación bíblica sobre el sentido y contenido más puro de este mensaje, y por otro lado, de la comunión, dirección e inspiración de Dios. Si se ausenta cualquiera de estas dos partes, la anunciación del evangelio carece de su fuente y pierde su sentido.

"... estad siempre preparados para presentar
defensa con mansedumbre y reverencia
ante todo el que os demande razón de la
esperanza que hay en vosotros"
(1 Pedro 3:15)
Nosotros, como pentecostales, hemos sido enseñados a improvisar más que predicar, pues se nos ha enseñado desde niños que en el momento en que salgamos a anunciar el evangelio públicamente no debemos preparar nada sino decir lo que se supone que el Espíritu Santo nos dice en ese momento. Para sostener esto citamos las palabras del Señor: “porque el Espíritu Santo os enseñará a la misma hora lo que debáis decir” (Lucas 12:12). Sin embargo, ignoramos que el versículo anterior nos propone una situación determinada más que un regla general: “Cuando os trajeren a las sinagogas, y ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis por cómo o qué habréis de responder, o qué habréis de decir” (v.11). Jesús nos habla de un ambiente hostil al evangelio, plagado de muerte, persecución y amenazas al cristiano, elementos que componen una realidad que impide elaborar una defensa correcta. El Espíritu Santo actúa en armonía con nuestra preparación, pero no en reemplazo de ella. Todo el que diga que no hay que prepararse al momento de predicar el evangelio tendría que negar lo que dijo el apóstol Pedro: “…estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15). ¿Acaso no demanda razones el oyente que se detiene de su mundo rutinario a escuchar una predicación del evangelio? ¿Acaso no demanda razones de la esperanza en Cristo aquel joven que atiende las palabras de un predicador público? Pues al anunciar el evangelio exponemos las razones que tenemos para afirmar que Cristo es el Salvador. Si no exponemos aquellas razones entonces estamos en un gran problema. El improvisar el mensaje es un acto de desprecio, informalidad e irresponsabilidad, no consecuente con la belleza del evangelio.


El desprestigio que nosotros hacemos del evangelio es consecuencia de un nulo examen del concepto del evangelio, y posible causa de perdición para muchas almas

Sobre lo que nosotros predicamos

Nuestra supuesta predicación del evangelio está sobrecargada de elementos que no conciernen a este en su máxima pureza. El problema de esto es que al saturar el mensaje podemos desviar la atención del oyente a otras temáticas que no tienen que ver con el evangelio. La variedad de temas que ofrecemos al oyente no es consecuente con la pureza del evangelio, y por ende, dificulta la comprensión de este mismo para una persona no entendida.

Predicamos nuestras abstinencias, exaltándonos como cumplidores de la voluntad de Dios, asegurando que no hacemos lo que el oyente hace, como asistir a fiestas, fumar, bailar, beber alcohol, etc. Sin embargo, nuestro modo de vida es el peor ejemplo que podamos predicar. Las Escrituras enseñan: “Si yo me justificare, me condenaría mi boca; Si me dijere perfecto, esto me haría inicuo…” (Job 9:20-21). Incluso, la persona que no conoce a Cristo puede perder la esperanza en el Señor por sorprender a un hermano incurriendo en la maldad que fingió no realizar: “…no sea que tú también seas tentado” (Gálatas 6:1). Nuestra forma de vida no es consecuente con la belleza del contenido del evangelio, el cual es Jesucristo mismo.

Predicamos nuestros sentimientos, diciendo que amamos a Dios y lo alabamos. Sin embargo, el oyente no puede sentir aquellas sensaciones o aquella gratitud, y por lo tanto, no estima el mensaje con el peso que realmente debiese tener el evangelio. Los sentimientos van y vienen, la Palabra de Dios es firme como la roca. ¿Podemos predicar elementos subjetivos que fluyen tan variablemente? ¿O debemos predicar la Santa Palabra del Señor?

Muchas veces saturamos el mensaje del Señor con testimonios, experiencias y anécdotas que consumen todo el tiempo que disponemos para anunciar realmente el evangelio. Es cierto que los testimonios pueden reforzar la fe, pero jamás consumir nuestra predicación del evangelio. El evangelio expone a Jesús como el centro, eje y totalidad del mensaje. Recordemos que el Señor afirmó: “Escudriñad las Escrituras…ellas son las que dan testimonio de mi” (Juan 5:39). El testimonio que debemos predicar es el de Cristo, el cual está inscrito en las Escrituras.

Muchas veces escuchamos como adulamos de las buenas obras al predicar nuestras iglesias, con nuestros coros, con nuestras visitas a hogares, cárceles, etc. Al hacer eso, nos predicamos a nosotros mismos y no a Cristo.


Sobre el evangelio en su sentido más puro

Esta suma de temas lleva al oyente un cúmulo de asuntos que dificultan en gran manera la comprensión del evangelio. Una comprensión clara del evangelio viene de una anunciación que obedece al mensaje en su máxima integridad. El convencimiento serio de las personas por el Señor Jesús no viene de los sentimientos predicados, sino de todas aquellas evidencias que demuestran el contenido profético de las Escrituras, la inspiración de la Biblia, el cumplimiento que Cristo hace de las profecías mesiánicas, la confirmación de la igualdad con el Padre por medio de los actos del Señor, la corroboración de su sacrificio, la resurrección de los muertos y el cambio que puede ejercer en el hombre al entregar redención y vida con propósito. Al predicar otras cosas lo único que hacemos es alejar el mensaje del evangelio de los oyentes. El apóstol Pablo sostuvo: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:8).

Queda demostrado que las doctrinas y enseñanzas humanas promueven en nuestras iglesias acciones contrarias al mismo evangelio, dificultan la comprensión de este y alejan al oyente del salvador y redentor nuestro, Jesucristo.

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