miércoles, 20 de noviembre de 2013

¿Qué significa "dejarle todo al Señor"?

"Un perro ladra cuando su amo es atacado. Yo sería un cobarde si es atacada la verdad de Dios y permanezco en silencio"
Juan Calvino.
Teólogo francés y uno de los padres de la Reforma Protestante



"El complice del ladrón aborrece su propia alma; Pues oye la imprecación y NO HACE NADA"
(Proverbios 29:24)
      Es bastante frecuente escuchar la frase “Déjele todo al Señor” en nuestras iglesias pentecostales. Al momento en que haya problemas o cualquier diferencia con respecto a las doctrinas, enseñanzas o prácticas ejercidas dentro de la iglesia, la respuesta automática, que llega como un analgésico al cuestionamiento, es siempre la misma. Al ser un llamado a la confianza en Dios y la oración, este enfoque es correcto. No obstante, en la práctica, esto nos lleva a uno de los vicios más mortíferos dentro de nuestras iglesias pentecostales: el desconocimiento de la Palabra de Dios y el conformismo. Confundimos estar firmes en la fe con no cuestionar los principios doctrinales de la congregación. La pereza, la ignorancia bíblica y la ausencia de toda defensa de la fe son excelentes aliados a la hora de exponer doctrinas humanas. A continuación veremos cuál es validez bíblica de la frase “Déjele todo al Señor”, cuál es su real propósito y cómo influye en la actitud de las congregaciones pentecostales.



Los apóstoles defendían la fe cristiana hasta la muerte.
En nuestras iglesias pentecostales "le dejamos todo al Señor"

¿Cuál es el significado real de la frase “Déjele todo al Señor”?

      En la teoría, este pensamiento suele ser correcto. Dejar todo a Dios es un principio completamente válido a la luz de la Escritura. La confianza en que todas las cosas están en las manos de Dios, bajo su control y sujetas a su soberanía es una doctrina absoluta de la Biblia. Implícitamente, el principio de “dejarle todo al Señor” es un llamado a la oración continua. Sabemos que todo esto es bíblico, y por ende, es correcto a la luz de la Palabra Santa. Sin embargo, no olvidemos que esto sucede en teoría. En el mundo cotidiano de las bancas y los ofrenderos no suele ocurrir lo mismo.

    En la práctica, dejarle todo al Señor no es una actitud relegada a la oración solamente. Conlleva determinados parámetros de conducta, los cuales no proceden de una completa y correcta interpretación bíblica. Para esto, ilustrémoslo con un ejemplo. Imaginemos que el pastor de una iglesia ha estado enseñando de manera incorrecta un pasaje de la Palabra de Dios, y por ello, a incurrido en prácticas antibíblicas. Esta falsa interpretación de la Escritura ha llevado a muchos hermanos al error. Su doctrina y actitud es completamente contraria a la fe cristiana histórica y verdadera. Sin embargo, al hablar con un hermano cualquiera, exponiéndole el asunto, la respuesta más frecuente es esta: “Hermano, no se enferme. Siga al Señor no más. No mire al hombre, mire al Señor. Es el blanco perfecto. Además, ¿Quién lo puso a usted como juez? Entréguele esa carga al Señor, déjele todo a él.”

Como vemos, dejarle todo al Señor lleva otros pensamientos adjuntos. Dejarle todo al Señor es:

- No mirar a los hombres. Mirar a Cristo, el blanco perfecto.
- No murmurar.
- Esperar en el Señor
- Descansar en el Señor.
- Entregar la carga.
- No enfermarse en el espíritu.
- No juzgar.

     "Dejarle todo al Señor" no es sólo una frase, es un patrón de comportamiento enseñado y practicado. Al parecer, este conjunto de reglas que emergen de "Dejarle todo al Señor", no apuntan a la acción, sino a la omisión.

En la práctica, "Déjele todo al Señor" es sinónimo de "No haga nada. No reflexione, no discuta, no dude". "Dejarle todo al Señor" es más bien un llamado a la inercia.

¿Qué argumentos bíblicos aparenta tener este pensamiento? ¿Son realmente válidos a la luz de las Escrituras?

     La ignorancia de la Palabra de Dios es el principal problema de nuestras iglesias pentecostales. Gran parte de las enseñanzas más arraigadas no provienen de una interpretación pura de la Palabra Santa de Dios, sino de una tergiversación humana. Comprendemos la Biblia a la luz de nuestras tradiciones, y no a la luz de la misma Escritura. Cuando un pasaje bíblico presenta conflictos con nuestras doctrinas, acomodamos la interpretación a fin que presente una armonía con nuestras enseñanzas, en lugar de desechar estas y apegarnos a la Santa Palabra de Dios. El pensamiento de "Dejarle todo al Señor" no está inmune de las malinterpretaciones y la ignorancia de la Palabra de Dios. De hecho, y como veremos a continuación, la conducta carente de un cuestionamiento bíblico y defensa de la fe no es más que un producto de sucesivas visiones sesgadas de las Escrituras. Analicemos uno a uno los pasajes expuestos y veamos cuál es la real validez bíblica de esta inerte conducta.


La Palabra de Dios es el tribunal supremos al que deben someterse
todas las creencias, doctrinas, enseñanzas y prácticas.

1) No debemos juzgar.

     Es completamente bíblico asumir que el Juicio Justo proviene de Dios. Sin embargo, el mismo Jesús que dijo: "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mateo 7:1), también aclaró: "No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio" (Juan 7:24). Cuando Jesús habló sobre el juicio personal en Mateo 7, se refería a un juicio irracional, basado en las emociones, la altivez y la observación legalista. Por ello Jesús dice: "¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?" (Mateo 7:3). Sin embargo, Jesús hace una observación categórica. Existe un juicio justo, basado en la Palabra de Dios. Si vamos al evangelio según San Juan capítulo 7, Jesús dice: "No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio" (Juan 7:24). Debemos juzgar las cosas espirituales, según las normas dadas por el Espíritu Santo, no según las apariencias o nuestra propia determinación. Jesús se refirió al juicio humano y prejuicioso de esta forma: "Vosotros juzgáis según la carne..." (Juan 8:15). Sabemos que el Juicio eterno y justo viene de Dios, pero también reconocemos que la Escritura es la Palabra inspirada por Dios, herramienta infalible a la hora de reconocer la verdad o falsedad de las enseñanzas. El Señor Jesucristo dijo esto luego que su doctrina fue cuestionada por los judíos: "... ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?" (Juan 7:15). La respuesta del Señor apuntaba a que la subjetiva determinación de los hombres no es una herramienta de peso a la hora de juzgar las cosas como correctas o incorrectas. Lo correcto o incorrecto, lo válido o desechable, lo justo o lo impuro, es una determinación de la Palabra de Dios, no de los hombres. De otra forma, ¿Cómo podremos cumplir lo revelado por Jesús: "Guardaos de los falsos profetas..." (Mateo 7:15) sin antes examinar y juzgar sus enseñanzas a la luz de las Escrituras?

     Sin embargo, y a contraposición de lo que la Biblia enseña, nuestras iglesias siguen exponiendo este pensamiento de "Dejarle todo al Señor", que por naturaleza también involucra el pensamiento de "No juzgar nada". En nuestras iglesias pentecostales, criticar las enseñanzas, doctrinas y prácticas ejercidas por la iglesia es un acto que llega a ser casi pecaminoso. Ahora, debemos hacer una distinción respecto a las críticas. Existen críticas sumamente ofensivas y destructivas. Estas no tienen el peso real que las Escrituras dan al correcto cuestionamiento que debe existir a la hora de evaluar las prácticas ejercidas por cualquier hermano dentro de la congregación. El cuestionamiento es válido si este es fiel a las Escrituras. A diferencia del pensamiento de la mayoría, la supuesta inmunidad al examen bíblico que tienen ciertos individuos dentro de la congregación no es bíblica. Los pastores no son infalibles en su enseñanza, como tampoco lo son los maestros de escuela dominical o cualquier otro hermano dentro de la iglesia. Por tanto, es la Escritura la máxima autoridad a la cual deben comparecer todas las enseñanzas, doctrinas o prácticas, a fin de reconocer cuál es su real validez. Recordemos que el apóstol Pablo exhortó: "Examinadlo todo; retened lo bueno" (1 Tesalonicenses 5:21). ¿Puso alguna excepción? En ninguna manera. El examen bíblico es un mandato, ilustrado de forma sabia por el apóstol Juan: "Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo" (1 Juan 4:1). Probar los espíritus es sinónimo de examinarlos. De hecho, la palabra "probar" desde el griego original del texto de Juan es "dokimazo", que traducido significa poner a prueba, distinguir, someter a examen o comprobar. Como podemos ver, la Escritura ordena distinguir, de forma bíblica, la real validez de cualquier enseñanza, doctrina o práctica. Jamás aconseja el conformismo o el ciego descanso.


2) Que tire la primera piedra el que esté libre de pecado

     Esta es una de las frases más recordadas de la vida de Cristo. Una mujer había sido sorprendida en el acto mismo del adulterio, lo que, según la ley de Moisés, estaba penado con la lapidación (Levítico 20:10). Ante aquellos que la traían con el fin de confrontar a Cristo, porque la Escritura revela que esto lo hacían tentándole (Juan 8:6), Jesús responde de manera sublime: "...El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella" (Juan 8:7). El motivo de los fariseos no era la pasión por la santidad, sino el deseo de tenderle una trampa a Jesús. Jesucristo apela al mismo punto presentado en su discurso contra los fariseos en Mateo 23: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe..." (Mateo 23:23).

    Este pasaje es comúnmente citado a la hora de anunciar el pensamiento de "Dejarle todo al Señor". Tirar la primera piedra es extender la primera crítica. Nadie está capacitado para exponer un examen basado en la Escritura. Nadie está moralmente equipado para extender un cuestionamiento. Sin embargo, la Escritura no indica que el examen bíblico sea realizado en pos de la descalificación personal o la condena propia. El examen bíblico es una indagación acerca de la verdad o falsedad de las enseñanzas, doctrinas o prácticas que uno o más individuos puedan realizar dentro de la iglesia, y el justo tribunal es la Palabra Santa de Dios. Si muchos en el nombre de Dios emiten enseñanzas alejadas o contrarias a la doctrina verdadera que las Escrituras promueven, el deber del cristiano es defender la fe y no quedarse quieto, esperando que las situaciones se regulen automáticamente. El pasaje de la lapidación a la mujer adúltera no es aplicable a estas circunstancias, pues no está referido a un juicio basado en la Palabra de Dios, sino a uno personal, irracional y moralmente inmerecido.


3) Los pastores son guiados por el Espíritu Santo de Dios. Cuestionarlos es dudar ante Dios.

     La idolatría pastoral es un verdadero vicio en nuestras iglesias pentecostales. Mientras la Escritura dice: "...huid de la idolatría" (1 Corintios 10:14) nuestras congregaciones exaltan a sus pastores, a tal punto que un cuestionamiento bíblico a ellos está a la altura de una murmuración o afrenta ante Dios mismo. Para nosotros la Escritura es enfática cuando dice: "Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que los hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso" (Hebreos 13:17). Sin embargo, al parecer ignoramos lo que dice sólo diez versículos antes: "Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe" (Hebreos 13:7). La Escritura no expone una sumisión ciega al pastorado, sino una disposición y obediencia a aquellos que verdaderamente han sometido sus vidas a la Palabra de Dios. De hecho, mientras más exaltamos a nuestros pastores más inhibimos el análisis bíblico respecto a sus enseñanzas, y por tanto, recaemos en la inercia. Es más, el nulo análisis bíblico nos hace recaer aún más en la ignorancia de la Palabra de Dios. Estar sometido a Dios no es sinónimo de estar sometido al pastor o a cualquier autoridad eclesial. Nuestra prioridad deben ser siempre las Escrituras, nuestra única autoridad infalible. Todo pastor que sea apegado a la Escritura es digno de nuestras disposiciones. Sin embargo, y como dice la Escritura, si su conducta es reprobable a la luz de la Palabra de Dios, o no es consecuente con ella, enseñando ideas personales o falsas interpretaciones, nuestro deber es confrontar con mansedumbre y reverencia su error, no en el sentido de ser moralmente superiores delante de él, sino basados en el juicio justo de la Escritura. Si la Palabra de Dios es la máxima autoridad reconoceremos nuestros errores al reflejarnos en ella, humildemente nos someteremos a la Escritura. Al contrario, si ella no es nuestra autoridad, exaltaremos la voz de nuestros pastores o autoridades eclesiales como equivalentes o superiores a la voluntad de Dios expresada en la Escritura. Cuando hacemos la voz del pastor o de cualquier otro líder igual o superior a la Biblia, exaltando sus anuncios humanos como la única revelación de Dios para nuestras vidas, la Escritura pierde toda autoridad, y por ende, tendemos a la ignorancia de esta misma. En resumen, "Dejarle todo al Señor" es un llamado a la inercia y la nulidad del análisis bíblico necesario a la hora de evaluar las enseñanzas que cualquier hermano, sea pastor o laico, exponga delante de la iglesia. Por lo que vemos, este pensamiento es contrario a la Escritura, y por tanto, desechable a los ojos de Dios. Más bien, propone ideas contrarias a la doctrina bíblica y a la tradición de los apóstoles de evaluar todas las cosas, examinándolo todo, y reteniendo lo bueno.


4) Déjele todo al Señor, espere en Él

    Otro llamado a la inercia total y la respuesta nula, en análisis y examen bíblico, es el expresado en la frase "Déjele todo al Señor, espere en Él". Para muchos la única forma de afrontar las falsas doctrinas enseñadas en el propio templo es la oración ante Dios. Sin embargo, la Escritura no es consecuente con este pensamiento, es más el hecho de orar o confiar en Dios no reemplaza nuestro deber de indagar en las Escrituras y afrontar de forma bíblica en defensa de la doctrina verdadera. La doctrina cristiana verdadera enseña que la regeneración y justificación de Dios al hombre, a través de su Espíritu Santo, deja huellas visibles ilustradas en la Escritura como frutos de un árbol bueno (Mateo 7: 17). Si confiamos en Dios, ¿No sería un fruto digno de tal reverencia y confianza la defensa acérrima de la fe bíblica?

Oración no significa omisión. La oración no nos exonera de nuestra responsabilidad de defender la fe bíblica.


5) Déjele todo al Señor, no murmure.

     Para muchos, exponer la verdad bíblica, defender la fe y confrontar las falsas prácticas es un acto de murmuración ante Dios. El gran problema de este pensamiento es que no se distingue la línea entre el pecado de murmuración y el debate legítimo basado en la Palabra de Dios. La murmuración se reconoce en la Biblia como el pecado del chisme y el agravio personal que se realiza en secreto. Muchos que han criticado a las autoridades de la iglesia ocupan este pecaminoso método, descalificando sus vidas personales. Esto con seguridad queda fuera de nuestro análisis bíblico sobre exponer una defensa correcta de la fe. Aquel que está dispuesto a defender la fe, de forma genuina, no caerá en el mal común de las descalificaciones y el chisme, característico de las guerras políticas y las pugnas de poder. Aquel defensor de la fe expondrá siempre la Palabra de Dios como la única autoridad y basará todas sus ideas en ella. No tendrá necesidad de contaminarse con ideas personales o prejuicios humanos, la "Sola Scriptura" será su lema. Sin embargo, muchos hermanos han intentado exponer los errores de las iglesias pentecostales de manera bíblica, y la respuesta casi unánime de la congregación ha sido siempre el rechazo, y precisamente una de las descalificaciones más frecuentes es la de "murmurador". ¿Quién murmura contra Dios? ¿Aquellos que con mansedumbre buscan renovar su entendimiento de Dios a través de la Escritura, no permitiendo que hombres perviertan la doctrina verdadera con sus ideas personales? ¿O aquellos que para ahorrarse el esfuerzo de dar vuelta tan sólo una página de la Biblia, analizando a la luz de la Escritura si tal examen es correcto, prefieren calificar a aquel hermano de rebelde, enfermo del espíritu, letrado o murmurador?


6) Déjele todo al Señor, mírelo a Él no más

    Por último, uno de los argumentos igualmente citado, es el de "Mire a Dios solamente, no mire a los hombres". Según este pensamiento, al mirar sólo al Señor no tenemos porque actuar en pos de defender la fe bíblica, de todos modos, como seres humanos justificamos nuestros errores con nuestra naturaleza imperfecta. Sin embargo, este pensamiento es tan alejado de la Escritura como los anteriores. La Biblia jamás enseña que el poner los ojos en Dios nos debe aislar de nuestro alrededor, al contrario, mirar a Cristo nos pone más alerta de las falsas enseñanzas. Tan sólo veamos un pasaje de la Escritura: "Buscad a Jehová mientras pueda ser hallado, llamadle en tanto que está cercano" (Isaías 55:6). Un hermano no instruido en la Escritura diría que este pasaje ilustra de forma perfecta el "mirar sólo al Señor". Sin embargo, tan sólo el versículo siguiente nos dice: "Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová..." (Isaías 55:7). Podemos ver en la Escritura que la búsqueda de Dios está estrechamente ligada con la acción de abandonar el pecado. No podemos mirar a Cristo si no abandonamos nuestras falsas enseñanzas. No podemos mirar sólo al Señor sin el acto de dejar nuestras ideas humanas. Volvernos a Dios, según lo expuesto por el profeta Isaías, involucra el aborrecimiento del mal, y en el caso doctrinal, el odio al torcimiento de la doctrina verdadera de las Escrituras.


De la necesidad de defender la fe

“Espérame un poco, y te enseñaré; Porque todavía tengo razones en defensa de Dios”
(Job 36:2).


      ¿No fue el apóstol Pablo quien defendió la fe hasta entregar su cabeza al filo de la espada? ¿No fue Esteban quién por defender la fe terminó siendo apedreado por los judíos que lo oían? ¿No fue John Huss, reformador del Siglo XV, quién murió quemado en una hoguera por defender la fe bíblica en contra de las tradiciones impuestas por la Iglesia Católica? ¿No fue Martín Lutero, reformador del Siglo XVI, quien fue declarado hereje y perseguido por defender la fe apostólica en medio de tinieblas de enseñanzas incorrectas? Tanto en la Escritura como en la historia de la iglesia cristiana verdadera, existe una tónica importante e invariable: defender la fe es un mandato de Dios irrenunciable para el cristiano verdadero, el cual no negará la doctrina verdadera y la defenderá a cualquier costo, incluso si este fuera la misma muerte. La defensa de la fe es una obligación consistente en la Palabra de Dios. Nos encontramos con que Cristo mismo defendió la fe frente a los hipócritas escribas, fariseos y saduceos. Esteban, el primer mártir, fue lapidado a las afueras de la ciudad por defender que Cristo era el Mesías prometido. Vemos al apóstol Pablo defendiendo la fe frente a los judíos en Jerusalén, al gobernador Félix y al César. Vemos a un apóstol Pedro predicando y defendiendo la fe bíblica después de Pentecostés. En fin, la defensa de la fe no es una opción, es una necesidad que siente el hijo de Dios de manifestar su rechazo a la tergiversación o manipulación de la doctrina verdadera.

Si el mismo apóstol Pablo hubiese seguido este pensamiento de “Dejarle todo al Señor” no contaríamos con gran parte del Nuevo Testamento.

     Primera y segunda de Corintios, Gálatas, Colosenses, las epístolas del apóstol Pedro y las de Juan, Hebreos, la epístola de Santiago, y la de Judas, son verdaderos tratados de defensa de la fe. Es más, el mismo apóstol Pablo, autor de gran parte de los libros del Nuevo Testamento reconocía en sí mismo esta maravillosa labor: “…sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio” (Filipenses 1:17). Podemos ver que el apóstol Pedro exhorta no sólo a defender la fe, sino que también a prepararse para defenderla: “… estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15). La preparación debe ser constante, estando siempre listos para defender la fe bíblica, y esto implica en todo sentido, escudriñar las Escrituras y tener sed de conocer más sobre Dios revelado en su Palabra. Sabia es la Escritura al decirnos: “…me ha sido necesario escribiros que contendáis ardientemente por la fe…” (Judas 1:3). Ponga atención en ambos puntos: contender y ardientemente.

Ser cómplice de la situación es un pecado que no queda impune. Muchos defienden el pensamiento de “dejarle todo al Señor” argumentando que cada uno debe dar su cuenta. Sin embargo, ¿No sería yo responsable de omitir la proclamación de la verdad mientras esta es torcida frente a mis ojos? ¿Qué pasa si almas se perdieron por obedecer a herejías actuales y yo no hice nada por impedirlo, sabiendo de ello? ¿No dice la Escritura: “porque todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lucas 12:48)? Si el pensamiento de “dejarle todo al Señor” obstruye la defensa bíblica de la fe, entonces no es un pensamiento del todo bíblico.
     Como cristianos somos responsables de defender la fe pero también somos culpables si no actuamos a tiempo en pos de defenderla. Déjeme ilustrar este punto con un ejemplo: “Imagine que su madre ha ido a comprar al supermercado, cuando es asaltada por un delincuente. Usted sabe que un querido amigo suyo está cerca de la situación, y puede hacer lo posible para evitar el robo y el daño físico a su madre. Sin embargo, su amigo sólo presencia la situación, no hace nada. ¿Qué pensaría sobre su amigo?”. Personalmente pensaría que es cómplice de la situación, pues su cobardía impidió que mi madre no resultara herida. Si tenía la posibilidad de defenderla, pero prefirió omitir su acción, esto lo involucra como un cómplice, pues pensando en sí mismo, privilegió su integridad física antes que ayudar a una mujer indefensa. De esta misma forma actúa la defensa de la fe, sólo con una diferencia. Aunque el ladrón tenga armas y tenga la posibilidad de acabar con su vida, usted no dará su brazo a torcer y defenderá la fe a toda costa, incluso si esto le cuesta la vida. Este fue el escenario que vivieron los apóstoles, de los cuales sólo Juan murió de muerte natural. Todos los demás fueron apedreados, decapitados, crucificados, ahorcados, quemados, triturados, en fin, ellos defendieron la fe hasta la muerte. Ellos no se quedaron inmóviles ante la herejía o las falsas enseñanzas. Ellos actuaron en defensa de la fe, excelente modelo para el cristiano genuino: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” (Hebreos 12:4).



Conclusiones

     Las evidencias bíblicas no apuntan a la conducta resultante del principio de “Dejarle todo al Señor”. El real problema de este pensamiento es la línea difusa que existe entre su sustento bíblico y su concepto humano. Debido a su naturaleza parcialmente bíblica, la hermandad asimila esta idea como correcta y, en la mayoría de los casos, la defiende ciegamente. Sin embargo, el hecho que una enseñanza aparente tener apoyo bíblico no significa que sea válida. Antes, un análisis integral de la Palabra de Dios nos hace llegar a la conclusión más certera: la confianza en Dios y la oración no reemplaza, en ninguna medida, nuestro deber de defender la fe y la doctrina verdadera, es más, van de manera conjunta. La iglesia evangélica y protestante viene de una defensa de la fe bíblica, acto que ignoramos con nuestra pobre frase “dejarle todo al Señor”, incluso considerándonos “herederos de la reforma protestante”. Si los reformadores hubiesen vivido en este tiempo, con seguridad nuestras iglesias pentecostales serían las primeras en tratarlos de “murmuradores”. Hermano que lees este artículo, la Palabra de Dios no aconseja que lleves ese pensamiento inerte. Antes la Escritura dice: “No os conforméis a este siglo, sino que transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). La actitud inerte y carente de reflexión que propone la doctrina de “dejarle todo al Señor” no está basada en la Palabra de Dios, antes sirve como una manipulación intelectual para que no haya cuestionamiento ni duda respecto a lo que se hace, dice o piensa. Esto no es lo que Dios manda. El apóstol Pablo fue enfático: “… Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10). ¿A quién desea usted agradar? ¿A Dios, cumpliendo su Palabra Santa? ¿O a los hombres con sus necios pensamientos y doctrinas? Dios quiera que este estudio sea provechoso para su vida espiritual y que su respuesta a la pregunta anterior sea: “…Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

 

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