lunes, 4 de noviembre de 2013

John Owen. "El Espíritu Santo". Parte 3

22. La Necesidad de Santidad.

John Owen
      Dios se ha revelado a nosotros como un Dios santo. Ambas nuestra dependencia total en él para todo nuestro bien y nuestra obligación de vivir para glorificarlo y de gozarlo para siempre demandan que nosotros seamos santos y que vivamos vidas santas (Lv. 11:44; 19:2; 20:7; 1P. 1:15, 16). Además, el pacto que Dios hizo con su pueblo demanda santidad (Lv. 11:45). La naturaleza de Dios es santa y él aborrece la maldad (Sal. 5:4-6; He. 1:13).
   Pero es la santidad de Dios así revelada a nosotros en Cristo Jesús la cual es el motivo para que nosotros seamos santos. La Escritura no nos motiva a la santidad al presentarnos con la absoluta, infinita, eterna santidad de Dios.
   Todas las propiedades de la naturaleza de Dios nos son reveladas en Cristo Jesús y por lo tanto nos parece como mas resplandeciente y atractivo, porque se ve más claramente, que la santidad de Dios así como él es en sí mismo (2Co. 3:18; 4:6). La santidad ardiente de Dios nos es representada en Cristo, pero es moderada con bondad, gracia, amor, misericordia y la disposición de bajarse a nuestro nivel, el cual nos alienta a ser santos así como Dios es santo.
   Juntamente con la santidad que nos es revelada en Cristo, también esta revelada la santidad la cual Dios requiere que esté en nosotros y la cual él aceptará.
   También nos está revelado en Cristo un poder espiritual de gracia el cual obrara esta santidad en nosotros para que seamos conformados a esa santidad de Dios la cual él requiere.
   Al menos que tengamos fe en Cristo y su mediación, jamás podríamos ser influenciados por la santidad de Dios. Sin Cristo, la santidad de Dios nos haría sentir que nunca podríamos vivir en su presencia (Is. 33:14; He. 12:28, 29). La santidad absoluta requerida de nosotros por Dios fue realizada por nosotros por Cristo. La santidad que ahora Dios nos requiere es esa que lo glorifique en nuestra unión con Cristo Jesús.

     Razones para Santidad. Aquí hay tres razones especiales de porqué debemos ser santos así como Dios es santo.
   Primero, porque la santidad es conformidad a Dios la cual es nuestro privilegio, gloria y honor. Al menos que la imagen de Dios sea restaurada en nosotros, no podemos encontrarnos en esa relación para con Dios la cual Él propuso para nosotros en nuestra creación. Solo por la santidad esto puede hacerse (Ef. 4:22-24).
   Segundo, porque se nos llama a comunión con Dios, y esto es lo que debemos de alcanzar en todos nuestros deberes y obediencia. Si no hay verdadera comunión con Dios en nuestros deberes religiosos, entonces solos estamos dándole al viento, y a Dios no se a agradado (Sal. 50:16, 17; Is. 1:15, 16; 1Juan 1:3, 5-7).
   Debemos ser santos así como Dios es santo tercero, porque nuestro futuro, sempiterno gozo depende de ello (He. 12:14; Mt. 5:8; Col. 1:12; 1Juan 3:2, 3). Nada contaminado puede ser traído a la presencia de Dios.


22.1 La reforma moral no es Santidad Verdadera

   ¿Qué intentas lograr con tu reforma moral? ¿Acaso es el renuevo de la imagen de Dios en ti por gracia? ¿Lo es para ser conformado a la santidad de Dios? ¿Lo es para ser santo en toda forma de santidad porque Dios es santo? ¿Lo es para obedecer de un principio de fe y amor de acuerdo a la voluntad de Dios? ¿Acaso lo es porque buscas comunión con Dios ahora y el gozar de él de aquí en adelante?
   Si esto es lo que quieres decir, ¿por qué les tienes tanto miedo a las palabras y expresiones de la Escritura? ¿Por qué no hablas de las cosas de Dios en palabras que el Espíritu Santo enseña? Al hombre no le gustan las palabras de Dios solo cuando no le gustan las cosas de Dios. ¿Tal vez es porque no entiendes las expresiones de la Escritura?
   Apelamos a la experiencia de todos los que verdaderamente temen a Dios. No hay ni uno quien no entienda, claramente el significado de la Escritura cuando habla del origen, naturaleza, obra y efectos de la santidad. Mientras que tú, por tu ‘virtud moral’ no tienes idea de lo que intentas lograr, ya que debes rechazar, si eres honesto, la clara enseñanza bíblica.
   Pero si buscas exhibir santidad bíblica y evangélica, entonces ¿por qué tratas con desprecio la sabiduría de Dios aborreciendo la mera expresión que el Espíritu Santo ha dado como la más adecuada para dar luz espiritual y entendimiento a los creyentes? A cambio, tu substituyes tus propias palabras inseguras, arbitrarias y dudosas las cuales no dan luz espiritual y entendimiento.
   Si, después de todo, es otra cosa lo que quieres decir con tus expresiones vagas, entonces solo puede ser el diseño de Satanás para socavar la verdadera santidad evangélica.

      Algunos malinterpretan el evangelio. Ahora hablaré una palabra a aquellos que dicen que la doctrina de la satisfacción de Cristo arruina todo esfuerzo para ser santo: ‘Si el hombre cree que Cristo satisfizo la justicia de Dios por sus pecados, ellos estarán inclinados a pensar que pueden vivir como les plazca, porque Dios, se imaginan, jamás los traerá a juicio otra vez’.
   Pero esto es malentender el evangelio completamente. La enseñanza que ha propuesto significa que los creyentes son transformados en monstruos de ingratitud y desatino. Tu enseñanza está construida en ninguna otra fundación que esta, que si Cristo quita la culpabilidad del pecado, no hay razón mencionada en la Escritura de porque necesitamos ser santos y mantenernos fuera de la contaminación y dominio del pecado, o de cualquier manera glorificar a Dios en este mundo. Tu suposición es débil, falsa y ridícula. Este es el cargo el cual el Catolicismo Romano constantemente hizo en contra de la doctrina de la justificación por medio de la imputación de la justicia de Cristo a nosotros.
   Es verdad que todos nosotros podemos cargarnos con culpa por nuestra ociosidad y negligencia en la cuestión de la santidad. No hemos hecho cada esfuerzo posible para crecer a la imagen y semejanza de Dios. Podemos tener la imagen de Dios en nuestros corazones y sin embargo estar cortos de esa semejanza a él.
   Esto pasa de dos maneras. Pasa primeramente cuando nuestras gracias están débiles y marchitándose. Solo cuando las gracias de santidad florecen en nosotros es nuestra semejanza a Dios vista. Pasa, en segundo lugar, cuando por el poder de nuestras corrupciones o tentaciones nos comportamos como la antigua serpiente torcida. Cuando nuestras corrupciones están fuertes y activas, entonces la imagen y semejanza de Dios no se verán. Pero el decir que la gracia o misericordia o amor de este Dios, quien es nuestro Dios, deba alentar a aquellos quienes lo conocen a él a pecar, o alentarlos a desatender la obediencia santa a él, es una fabricación monstruosa.
 

22.2 Motivos para ayudar

      Si perfeccionamos la santidad en el temor de Dios debemos realizar que esta es la excelencia más alta la cual una naturaleza criada es capaz. La santidad nos pone sobre todas las otras criaturas en el mundo. El hombre fue criado a la imagen de Dios. Esto dio al hombre preeminencia y dominio sobre todas las otras criaturas. Pero no contento de ser semejante a Dios en santidad y justicia, el hombre aspiró a ser como Dios en sabiduría y soberanía también. Pero no agarrando lo que ambicionó, el hombre perdió lo que tenia (Gn. 3:5, 6; Sal. 49:12). Primero éramos semejantes a Dios, y después nos hicimos semejantes a las bestias (2P. 2:12). Ahora pues tenemos más de la naturaleza bestial que la que tenemos de la divina. La restauración de esta imagen de Dios en nosotros por la gracia de Jesucristo es la recuperación de la preeminencia y privilegio los cuales perdimos neciamente (Ef. 4:24; Col. 3:10).
   El dominio sobre el resto de la creación, la cual ahora la raza humana lucha por con tal destreza y violencia, depende en esta renovación de la imagen de Dios en ellos. El dominio del hombre solo es restaurado cuando él está en Cristo y en el nuevo pacto, porque es solo en Cristo, el cual es el primogénito de toda la creación, la cabeza y el heredero de todas las cosas, que éste dominio es restaurado. Porque por el pecado del hombre, la creación fue sujeta a vanidad hasta que la libertad gloriosa de los hijos de Dios sea completa (Ro. 8:20, 21).
   Si perfeccionáramos la santidad en el temor de Dios debemos realizar que esta imagen renovada de Dios da privilegio y preeminencia a aquellos que la tienen sobre aquellos que no la tienen (Pr. 12:26). Es solo en nuestra conformidad a Dios y no a cuenta de sabiduría, riqueza, grandeza o poder civil que este privilegio y preeminencia es restaurado a nosotros.
   La nobleza Cristiana está solo en la santidad, porque en la santidad está la imagen y representación de Dios. La nobleza Cristiana no está en ventajas profanas o mundanas (1Co. 1:26). Ni tampoco la nobleza Cristiana está en tener dones espirituales (Mt. 7:22, 23). Muchos que han tenido dones extraordinarios del Espíritu serán dejados fuera del cielo con los peores hombres del mundo.
   Ni tampoco la nobleza Cristiana está con la mera progresión de la fe. Muchos profesan la fe en austeridad rígida y obras externas de caridad mas allá de lo que la mayoría de nosotros hacemos, y sin embargo perecen en su superstición.
   Tampoco la nobleza Cristiana está en la pureza de adoración. Muchos adoradores pueden ser ‘vasos de madera y piedra’ los cuales, no siendo ‘purgados del pecado’ no son vasos ‘para honra, santificados y útiles para el Amo, preparados para cada buena obra’ (2Ti. 2:20, 21).
   Si vamos a perfeccionar la santidad en el temor de Dios debemos realizar que solo es al crecer a la semejanza de Dios y desear ser más y más renovados en su imagen que gozaremos de la gloria de Dios en la gloria.

     Nuestro fin se aproxima. Cada día nos acercamos a nuestro fin natural, ya sea que lo deseemos o no. Si no estamos al mismo tiempo acercándonos hacia nuestro fin sobrenatural, somos los más miserables. Solo nos engañamos a nosotros mismos si suponemos que nos estamos acercando a la gloria eterna en esta vida si no estamos al mismo tiempo acercándonos a ella en gracia y santidad.
   En esa gloria eterna, somos ‘iguales a los Ángeles’ (Lucas 20:36). Cuando veamos a Cristo seremos como él (1Juan 3:2). Si aborrecemos la santidad ahora, no la amaremos de ahora en adelante. Nuestra gloria será ‘ver el rostro de Dios en justicia’ y ser ‘satisfechos con su semejanza’ (Sal. 17:15). Debemos de tener la meta de alcanzar esta gloria espiritualmente al aproximarnos a nuestro fin natural. El no hacerlo es locura y negligencia intolerable. Al desear el cielo, no debemos considerar demasiado nuestra liberación de los problemas así como nuestra liberación del pecado. No debemos considerar nuestra felicidad completa sino nuestra santidad perfecta. La mayoría de nosotros no sabemos cuanta gloria hay en la gracia, ni tampoco cuanto del cielo se puede experimentar en la santidad en la tierra. Pero si perfeccionáramos la santidad en el temor de Dios debemos darnos cuenta que es de nuestra semejanza y conformidad a Dios que solamente podremos ser útiles en el mundo.
   ‘Dios es bueno y hace bien’. El es la causa única y la fuente de todo lo bueno que encontramos en toda la creación. Ellos, entonces, que son como Dios, y solo ellos, son los que son de más uso en este mundo. Mucho bien a sido hecho por otros como el resultado de varias ideas y razones. Pero hay un defecto en todo lo que hacen. Ya sea superstición, vana gloria, egoísmo, merito o algo u otro entra entre todo lo bueno que es hecho por personas impías, y trae la muerte a la olla (2Reyes 4:40). Pero aquel que lleva la imagen de Dios, y hace todo de ese principio gobernante, solo él es verdaderamente útil. Solo él representa a Dios en lo que hace. Solo él no echa a perder sus obras buenas con motivos falsos de sí mismo.

      Debemos de hacer cada esfuerzo para ser santos. Si mantuviéramos el privilegio y preeminencia de nuestras naturalezas y personas, si hiciéramos progreso diario hacia la gloria y bendición eterna, si fuéramos de cualquier uso verdadero en el mundo, entonces debemos hacer cada esfuerzo para crecer más y más a ser semejantes a Dios, quien es nuestra verdadera santidad.
   Debemos constantemente ejercitar fe y amor, los cuales ambos tienen un poder especial para promover la imagen de Dios en nuestras almas. La fe es parte de nuestra santidad. Es gracia impartida a nosotros por el Espíritu Santo. Es el principio gobernante que purifica el corazón. Obra y se hace efectiva por amor.
   Entre más fe sea ejercitada lo mas santos seremos y consecuentemente seremos más semejantes a Dios. Las propiedades gloriosas del carácter de Dios son reveladas en Cristo Jesús. Resplandecen en su rostro. En Cristo la excelencia gloriosa de Dios nos es presentada y por fe la contemplamos. ¿Y cuál es el resultado?
   Somos transformados a la misma imagen de gloria en gloria (2Co. 3:18). Este es el gran secreto de crecer en santidad y de crecer a la imagen de Dios. Este es el gran camino señalado y bendecido por Dios. Estamos constantemente creyendo a la revelación hecha en el evangelio, para ver, y contemplar las excelencias de Dios, su bondad, santidad, justicia, amor y gracia así reveladas en Cristo Jesús. Debemos hacer de uso y aplicar a nosotros mismos y a nuestra condición todo lo que vemos de Dios revelado en Cristo de acuerdo a la promesa del evangelio. Si abundamos en fe, creceremos en santidad.
   El amor tiene el mismo poder para hacernos santos. Él que va a ser como Dios debe de estar seguro de amarlo, si no todos los intentos de ser como él fracasaran. Él que ama a Dios sinceramente hará cada esfuerzo para ser como él. El amor moldea la mente al molde del objeto amado.
   El amor del mundo hace al hombre mundano. Sus mentes y deseos crecen terrenalmente y sensual. El amor a Dios lo hace a uno piadoso. El amor se aferra a Dios con deleite por lo que él es en sí mismo así revelado en Jesucristo. Cada acercamiento a Dios por amor ardiente y deleite es transformador.
   El amor meditará en las excelencias de Dios en Cristo (Sal. 30:4, 63). El amor admira al que se ama. Así que el amor pasa tiempo admirando las excelencias de Dios vistas en Cristo. El amor se deleita en obedecer y agradar al que se ama. Asi que el amor verdadero a Dios se deleitará para obedecerlo y agradarlo. Los siete años de servicio de Jacob por Raquel parecieron cortos y fáciles por el amor que él tenía por ella. El amor le dice a Dios, ‘Tu ley está en mi corazón. Me deleito en hacer tu voluntad, O Dios.’

      Gracias que revelan nuestra semejanza a Dios. Bondad, amabilidad, disposición para hacer bien, perdonar, aliviar sufrimiento, ejercitados hacia todos los hombres en toda ocasión revela nuestra semejanza a Dios (Mt. 5:44, 45; Ga. 6:10). Así también la verdad en las partes internas revelándose a sí misma en todas formas de honestidad y fidelidad (Sal. 51:6; Efe. 4:15).
   Dios proclama su santidad (Exodo 34:6, 7). En ésta declaración el barre con todos los que presumen de su gracia y continúan en sus pecados (Ro. 6:1). Dios quiere que todos los hombres sean salvos, no en sus pecados, sino de sus pecados. Dios no se hará inmundo para salvarnos.
 

23. La Elección: un motivo para la Santidad

Juan Calvino, estudioso de la Elección de Dios
     Es el eterno e inmutable propósito de Dios que todos los que son de él de una manera especial, todos los que él planea traer a bendecir en el gozo eterno de sí mismo, que primero sean hechos santos.
   Cualquier otra cosa que seamos, en habilidades, profesión de la fe, honestidad moral, utilidad para otros, reputación en la iglesia; si no somos personalmente, espiritualmente y evangélicamente santos, no somos uno de aquellos que en el propósito eterno de Dios han sido escogidos para salvación y gloria eterna.
   ¿Somos escogidos en Dios antes de la fundación del mundo en orden primero para ser santos y sin culpa delante de Dios en amor (Ef. 1:4)? No, primero somos ‘ordenados para vida eterna’ (Hch. 13:48; 2Ts. 2:13). La intención de Dios en el decreto de elección es nuestra salvación eterna, para la ‘alabanza de la gloria de su gracia’ (Ef. 1:5, 6, 11).
   ¿Qué significa entonces cuando dice que fuimos ‘escogidos en Cristo para que seamos santos’? ¿En qué sentido es nuestra santidad el propósito por el cual Dios nos escogió?
   La santidad es el medio indispensable para obtener salvación y gloria ‘Escogí esos pobres perdidos pecadores para ser míos de una manera especial’ dice Dios. ‘Escogí salvarlos por mi Hijo para traerlos, por medio de su mediación, para gloria eterna. Pero al hacerlo propuse y decreté que serán santos y sin culpa delante de mí en amor. Sin esa santidad que sale de obediencia amorosa a mí, ninguno, jamás entrara a mi gloria eterna.
   El esperar llegar al cielo sin santidad es esperar que Dios cambie su decreto y propósito eterno. Es esperar a que Dios deje de ser Dios y meramente caiga con los deseos del pecador de seguir pecador. Pero Pablo nos enseña que fuimos predestinados para ser conformados a la imagen del Hijo de Dios (Ro. 8:29, 30; 2Ts. 2:13). Somos escogidos para salvación por la libre gracia soberana de Dios. ¿Pero como realmente se puede poseer esta salvación? Por medio de la santificación del Espíritu y de ninguna otra forma. A esos que Dios no santifica por su Espíritu él nunca los escogió para salvación desde el principio. El consejo y decreto de Dios concerniente a nosotros no depende de nuestra santidad, pero en nuestra santidad depende nuestra futura felicidad en el consejo y decreto de Dios.
 

23.1 La Santidad es esencial

     En el decreto inalterable de Dios, ninguna persona viviente puede alcanzar gloria eterna y felicidad sin gracia y santidad. Aquellos ordenados para salvación también fueron ordenados para ser santos. El infante más pequeño que sale de este mundo no vendrá al eterno descanso al menos que sea santificado y así hecho habitualmente y radicalmente santo.

      Santidad la prueba de la elección. La única evidencia de nuestra elección a vida y gloria es la santidad forjada en cada fibra de nuestro ser. Así como nuestra vida, así también nuestra comodidad depende en la santidad (2Ti. 2:19). Solamente el decreto de elección da seguridad en contra de apostasía en las tentaciones y pruebas (Mt. 24:24).
   ¿Entonces como puedo conocer mi elección y que no caeré hacia la apostasía? Pablo dice, ‘Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo’, (2Ti. 2:19). Pedro nos dice de ‘procurar tanto mas de hacer firme vuestra vocación y elección’ (2P. 1:10). ¿Pero cómo hacemos esto? Al agregar todas las virtudes que Pedro menciona (2P. 1:5-9). Así que si tenemos la intención de estar en la gloria eterna, debemos de hacer cada esfuerzo para ser ‘santos y sin mancha delante de él en amor’.
      Problema. ¿Si Dios desde la eternidad ha escogido libremente cierto número de personas para salvación, qué necesidad hay para que sean santos? Pueden pecar todo lo que quieran y nunca perderán el cielo, porque el decreto de Dios no puede ser frustrado. Su voluntad no puede ser negada. Y si los hombres no son escogidos, no importa que tan santos sean, de todas maneras estarán perdidos, porque jamás podrán tener salvación.
      Respuesta. Esta manera de discutir no se enseña en las Escrituras y no se puede aprender de las Escrituras. La doctrina del libre amor electivo de Dios y su gracia está completamente declarada en las Escrituras. Ahí se predica como la fuente de y un gran motivo para la santidad. Es más seguro agarrar los testimonios simples de la Escritura, confirmada por la mayoría de los creyentes, que de escuchar a tales objeciones perversas y triviales que nos harían aborrecer a Dios y sus caminos. Deja que nuestro entendimiento sea cautivado para la obediencia de la fe, en lugar de cuestionamientos de hombres necios.
        En particular, no solamente estamos obligados a creer todas las revelaciones divinas, sino debemos creerlas de la manera que se nos presentan por la voluntad de Dios. La creencia en la vida eterna es requerida en el evangelio. Pero ningún hombre debe creer que será salvo eternamente mientras vive en sus pecados.
           Las siguientes afirmaciones destruyen esta objeción:
(1)   El decreto de la elección, absolutamente en sí mismo sin respeto a sus efectos resultantes, no es parte de la voluntad revelada de Dios. No es revelado que este o ese hombre es o no escogido (Dt. 29:29). Así que esto no se puede hacer un argumento o una objeción sobre cualquier cosa la cual incluye la fe y la obediencia.
(2)   Dios mandó el evangelio al hombre para llevar a cabo su decreto de elección y para traerlo al cumplimiento verdadero. Pablo al predicar el evangelio dice que sufrió ‘por amor de los escogidos, para que ellos también consigan la salud que es en Cristo Jesús con gloria eterna’ (2Ti. 2:10). Dios mando a Pablo a quedarse y predicar el evangelio en Corinto porque ‘tenía mucho pueblo en esa ciudad’ (Hechos 18:10), i.e., a quien él bondadosamente escogió para salvación. (Vea también Hch. 2:47; 13:48).
(3)   Donde quiera que el evangelio viene, predica vida y salvación por Jesucristo a todos los que creerán, arrepentirán y darán obediencia a él. El evangelio hace saber plenamente al hombre ambos su deber y su galardón. En este estado de cosas solo la soberbia y la incredulidad pueden hacer el decreto secreto de Dios una excusa para seguir pecando.
      Objeción. ‘No me arrepentiré, ni creeré, ni obedeceré, al menos que primero conozca si soy o, no escogido, porque al final todo dependerá de esto.’
       Respuesta. Si así piensas, el evangelio no tiene nada que decirte o ofrecerte, porque estas poniendo tu propia voluntad en contra de la de Dios. 
   La manera que Dios ha señalado para que nosotros conozcamos si somos o no escogidos es por los frutos de la elección en nuestras almas.
   Aquí esta una ilustración. Cristo murió por los pecadores. A ningún hombre se le requiere creer que Cristo murió por él en particular, sino solo que Cristo murió para salvar pecadores. Sabiendo esto, el evangelio requiere fe y obediencia, y somos obligados a responder. Pero hasta que una persona a obedecido el evangelio, no está bajo ninguna obligación de creer que Cristo murió por él en particular.
   Así es con la elección. Al hombre se le es requerido creer la doctrina porque está en las Escrituras y es claramente declarado en el evangelio. Pero en cuanto a su elección personal, él no la puede creer, ni tampoco se le requiere que la crea hasta que Dios se la revele por sus frutos. Así que ningún hombre puede decir que no es escogido hasta que esté en tal posición que prueba que no es escogido porque los frutos de la elección imposiblemente estén forjados en él. Estos frutos son la fe, obediencia y santidad (Ef. 1:4; 2Ts. 2:13; Tito 1:1; Hch. 13:48).
   La persona en quien estas cosas están forjadas está obligada, de acuerdo al método de Dios y del evangelio, de creer en su elección. Cualquier creyente puede tener la misma seguridad de elección así como la tiene de su llamamiento, justificación y santificación. Por el ejercicio de la fe, hacemos nuestro llamamiento y elección segura (2P. 1:5-10). 
   Pero los incrédulos y los impíos no pueden concluir que no son escogidos, al menos que puedan probar que es imposible para ellos recibir la gracia y la santidad. En otras palabras, deben probar que han cometido el pecado imperdonable en contra del Espíritu Santo.
   La doctrina de la elección de Dios está en todas partes en la Escritura enseñada para el aliento y consuelo de los creyentes y para estimularlos a fomentar la obediencia y la santidad. (Ef. 1:3-12; Ro. 8:28-34).
 

23.2 ¿Cómo la elección motiva a los creyentes a la Santidad?

      La soberana y siempre para ser adorada gracia y amor de Dios en la elección provee motivos poderosos para santidad. Y la única manera que podemos mostrar nuestra gratitud a Dios es de agradarle con una vida santa. ¿Será probable que un verdadero creyente diga, ‘Dios me ha escogido para vida eterna, así que pecare tanto como lo desee, porque nunca podré perecer y estar perdido’?
   Dios usa la elección como un motivo para su pueblo antiguo (Dt. 7:6-8, 11). Así también Pablo con los Cristianos (Col. 3:12, 13). La elección nos enseña humildad. Dios nos escogió, no porque había algo bueno en nosotros, sino cuando aun éramos, a causa del pecado, buenos para nada. Nos enseña sumisión a la voluntad y placer soberano de Dios en el gobierno de todos nuestros intereses en este mundo. ¿Si Dios me escogió desde la eternidad, y a su tiempo me trajo a la fe, no cuidará también de todo lo que me concierne?
   La elección también nos enseña amor, bondad, compasión y tolerancia para todos los creyentes que son los santos de Dios (Col. 3:12, 13). ¿Cómo nos atrevemos a agasajar pensamientos hostiles y severos, mantener animosidades y enemistades en contra de alguien a quien Dios ha escogido para gracia y gloria? (véase Ro. 14:1, 3. Pablo hizo todas las cosas por el bien de los escogidos.)
   La elección nos enseña desprecio por el mundo y todo lo que pertenece a él. ¿Nos escogió Dios para hacernos reyes y emperadores en el mundo? ¿Hará Dios que sus elegidos sean ricos, nobles y honorables entre los hombres para que se conozca y sea proclamado, ‘Así se hará con el hombre a quien el rey del cielo se deleita para honrar’? ¿Nos escogió Dios para mantenernos fuera de dificultades y persecuciones y pobrezas y vergüenza y reproche en el mundo? Pablo enseña completamente lo opuesto (1Co. 1:26-29).
   Santiago nos enseña cómo vivir como uno de los escogidos de Dios (Stg. 1:9-11). El amor electivo es un motivo y un aliento para santidad por causa de la gracia que podemos y debemos esperar de Jesucristo (2Co. 12:9). La elección divina nos da seguridad que a pesar de todas las oposiciones y dificultades con que nos podamos encontrar, no nos perderemos completamente ni finalmente (Ro. 8:28-39; 2Ti. 2:19; He. 6:10-20).
     Problema. Pero seguramente un hombre que sabe que es uno de los escogidos está más propenso a ser perezoso y negligente en su vida espiritual.
     Respuesta. Un hombre va en una jornada. El sabe que está en el camino correcto. El sabe que si sigue en ese camino que seguramente e infaliblemente llegará al fin de su jornada. ¿Este conocimiento lo hará descuidado y negligente? ¿Sería mejor si estuviera perdido y sin saber a donde va? ¿Sería mejor para él no estar seguro que llegará a su destino?
     Problema. La elección es desalentadora al impío.
     Respuesta. Dos cosas pueden pasar cuando la elección es predicada a los impíos. Primero, puede que hagan cada esfuerzo para probar que son escogidos al responder con fe, obediencia y santidad, o segundo puede que no hagan nada y digan que todo le toca a Dios. Ahora ¿cuál de estas dos actitudes es más racional y sensible? ¿Cual enseña que verdaderamente nos amamos a nosotros y estamos preocupados por nuestras almas inmortales? No hay nada mas infaliblemente seguro que esto: ‘todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna’ (Juan 3:15).


24. Mandato a ser Santo

      La santidad, primeramente, es la renovación de la imagen de Dios en nosotros, y en segundo lugar, es obediencia de todo corazón a toda la voluntad de Dios (1Ts. 4:1-3; Ef. 4:22-24; Tito 2:11, 12; Lv. 19:2; Mt. 22:37-39).
   La verdadera santidad es obediencia a los mandamientos de Dios y no a los preceptos del hombre (Is. 29:13, 14). Somos verdaderamente los siervos de Dios como discípulos de Cristo, cuando hacemos lo que se nos manda y porque se nos manda.
   Los mandamientos de Dios se pueden considerar de dos maneras. Pueden ser considerados como el pacto de obras. ‘Haced esto y viviréis’. Pero también pueden ser considerados como inseparablemente unidos al pacto de gracia. Obedecemos a Dios por gratitud por la gracia y misericordia que nos ha mostrado.

      El pacto de obras y los mandamientos de Dios. La santidad perfecta en todo lo que pensamos, sentimos y hacemos nos es requerida. El propósito de esta obediencia perfecta es de que sea nuestra justicia ante Dios (Ro. 10:5). ¿Pero si el Señor tomara nota de todas nuestras iniquidades quien posiblemente podrá mantenerse recto delante de él (Sal. 130:3)? Nuestra oración debe ser la oración de David: ‘No entres en juicio con tu siervo; porque no se justificará delante de ti ningún viviente’ (Sal. 143:2 Vea Ro. 3:20 y Ga. 2:16). Pero el imprimir en el hombre pecador el deber de santidad meramente por obediencia a los mandamientos de Dios solo lo llevara a la desesperación.
      El pacto de gracia y los mandamientos de Dios. Dios nos requiere una vida de obediencia perfecta y santa, pero este requerimiento esta moderado con gracia y misericordia. Si hay un deseo sincero y de todo corazón de agradar a Dios después de haber venido a Cristo, así como lo habrá con un corazón nuevo y una nueva naturaleza, Dios perdona muchos pecados por amor a Cristo. Es por el amor a Cristo solamente que Dios acepta lo que hacemos, aunque esta muy corto de la perfección legal.
   Los mandamientos del evangelio no nos requieren que tratemos y nos justifiquemos delante de Dios por medio de una vida santa de obediencia perfecta y por cumplir todos los deberes de justicia, así como el pacto de obras lo demanda, porque jamás podremos dar tal obediencia perfecta. Cristo a cumplido todas las demandas del pacto de obras por nosotros (Ro. 10:4).

      Porqué los mandamientos de Dios hacen a la santidad necesaria. Los mandamientos de Dios hacen a la santidad necesaria porque vienen a nosotros por la autoridad de Dios mismo. La autoridad trae con ella la obligación de obedecer (Mal. 1:6). Santiago nos dice que hay un dador de la ley que puede salvar y destruir (Stg. 4:12).
   El que nos manda a ser santos es nuestro soberano dador de la ley. Él tiene poder absoluto para imponer en nosotros las leyes que él desee. En la Escritura hay muchas partes donde Dios describe el acto de pecar en contra de él como ‘despreciarlo a él’ (Nm. 11:20; 1S. 2:30); ‘despreciar su nombre’ (Mal. 1:6); ‘despreciar sus mandamientos’ y eso en los mismos santos (2S. 12:9).
   Así que, el no hacer cada esfuerzo para ser santo es despreciar a Dios y rechazar su autoridad sobre nosotros y vivir en desafió de él. ‘Santidad al Señor’debe de estar escrito sobre nuestras vidas y en todo lo que hacemos.
   Los hombres pueden aborrecernos, despreciarnos, rechasarnos y perseguirnos por ser santos. Pero siempre debemos recordar que es Dios quien puede matar al castigar o mantener vivo por medio de su preservación misericordiosa (Dn. 3:16-18).
   Jesús dijo, ‘El que quiera salvar su vida’ por medio de una negligencia pecaminosa de santidad ‘la perderá’.
   Pero la afirmación que Dios puede matar o dar vida se refiere mayormente a castigos y galardones eternos (Mt. 10:28). Mantener vivos es liberar de la ira venidera y traer a las personas liberadas a vida eterna.


24.1 Obediencia Suprema

     La cosa mayor que Dios nos requiere es obediencia (Gn. 17:1). La manera para caminar rectamente, de ser sincero o perfecto en obediencia, es siempre recordar que él que lo requiere de nosotros es Dios todo poderoso, con toda su autoridad y poder, y bajo cuyos ojos nosotros vivimos.
   Alguna gente jamás obedece, a pesar de las advertencias y juicios de Dios (Jer. 5:3, 4). El pobre rechaza la autoridad de Dios a causa de ignorancia, ceguedad y necedad. Pero tú pensarías que grandes hombres quienes han sido bien educados y quienes han sido rodeados por muchas ventajas vendrían al conocimiento de la voluntad de Dios. Lo sorprendente es que son tan necios como aquellos que son pobres. Los ricos se comportan como bestias quienes, habiéndose soltado, corren para arriba y para abajo en los campos, pisando el maíz, quebrando las cercas y pisoteando todo ante ellos. Esta era la experiencia de Jeremías (Jer. 5:4, 5).
   Dios nos llama a la obediencia en todo tiempo y en toda circunstancia y situaciones. Hay tiempos en que estamos solos y los hombres no nos ven. En tales situaciones debemos de recordar que aunque el hombre no ve, Dios ciertamente lo hace. En todos nuestros tratos de negocios con los hombres, aunque tengamos bastantes oportunidades para engañarlos, sin embargo debemos de recordar que Dios mira todo lo que hacemos, aunque esté escondido de los ojos de los hombres. En la sociedad y entre todas las reuniones de compañerismo de la iglesia debemos recordar que Dios oye y ve todo lo que hablamos y hacemos. Mucho se puede decir y hacer lo cual gane la aprobación del hombre, pero lo cual seriamente contrista al Espíritu Santo.
   El mandamiento de Dios de que seamos santos es el fruto de la infinita sabiduría y bondad. Por lo tanto lo mejor que podemos hacer, si verdaderamente nos amamos a nosotros mismos y nos importan nuestras almas inmortales, es obedecer y hacer cada esfuerzo para ser santos.
   Todo lo necesario para capacitarnos para obedecer se nos ha dado (2P. 1:3; Mt. 11:30; 1Juan 5:3). El poder y la habilidad para obedecer no se encuentra, en nosotros, sino en Cristo (Juan 15:5; Fil. 2:13; 2Co. 3:5; Fil. 4:13). El hecho de que Dios nos supla con fuerza para ser santos no nos excusará si descuidamos los medios que Dios a señalado para la preservación y el incremento de esa fuerza para ser santos (2P. 1:3-11). Esta fuerza espiritual que nos es dada en el pacto de gracia no nos capacita para vivir vidas perfectas sin pecado, o para hacer absolutamente perfecto cualquier deber, ni tampoco son su gracia y fuerza igualmente efectivas en todo tiempo (Sal. 30:6, 7).
   Para hacer el mandamiento de santidad y obediencia placentero y fácil, dos clases de poder de gracia se necesitan. Necesitamos un poder que siempre esté en nosotros y el cual siempre nos haga desear ser santos. Este poder se nos da en la regeneración. Pero también necesitamos un poder el cual podamos pedir continuamente, un poder que actualmente nos capacite a vivir vidas santas obedientes a la voluntad de Dios. Ambos se nos son dados en el pacto de gracia (Fil. 2:13; 4:13).
   Los mandamientos de Dios no son penosos, perversos, sin uso o malos (Mi. 6:6-8). Pablo los describe como verdaderos, nobles, justos, puros, amables de buen nombre (Fil. 4:8).
   Dios en su gracia a deletreado la santidad detalladamente en la Escritura. Los diez mandamientos, el sermón del monte y todos los requerimientos de obediencia en las epístolas nos dicen en detalle lo que es santidad. Y para alentarnos a la santidad, Dios nos exhorta, nos da promesas, razona con nosotros y a veces, para alejarnos del mal que nos destruirá, nos amenaza (1Ti. 4:8; Sal. 41:1-3; 2P. 1:10).


25. Santidad y la Obra de Cristo

       Una razón por la que Dios envió a su Hijo al mundo fue para traer de regreso a hombres caídos a un estado de santidad. Jesucristo vino a destruir las obras del diablo (1Juan 3:8; 1Ti. 3:16). Por lo tanto fue ungido para los ministerios de sacerdote, profeta y rey.

Sumo sacerdote ante el propiciatorio
     Sacerdote. Cristo llevó a cabo su oficio sacerdotal de dos maneras. Primeramente, al ofrecerse a sí mismo como el sacrificio para nuestros pecados, y segundo, al interceder por su gente.
   El oficio sacerdotal de Cristo fue primero ejercitado hacia Dios en el ofrecimiento de sí mismo a él como expiación por los pecados de su gente, así satisfaciendo la justicia de Dios y haciendo posible para él ser reconciliado con los pecadores. No podríamos ser salvos o santificados si Cristo no hubiera expiado por nuestros pecados y la justicia de Dios no hubiera sido satisfecha.
   El oficio sacerdotal de Cristo fue en segundo lugar para su gente. Él es el que trae justificación y perdón de pecado a su gente y él es quien por su Espíritu santifica a su gente y los hace santos (Tito 2:14; Ef. 5:2; He. 1:3; 9:14; Ap. 1:5).
   El oficio sacerdotal de Cristo fue también para hacer intercesión por su gente (1Juan 2:1, 2; Juan 17:15, 17). Él intercede por su gente de que sus pecados puedan ser perdonados por virtud de su ofrecimiento de si mismo, y por lo tanto él es nuestro abogado con Dios para consolarnos cuando estamos inesperadamente atrapados en el pecado. Pero Cristo también intercede por su gente para que ellos sean constantemente proveídos con gracia y el Espíritu Santo para que ellos puedan ser y sean mantenidos santos.

        Profeta. Cristo vino a enseñar a su gente y para guiarlos a toda verdad. Cristo enseñó la verdad entera sobre su Padre dando una revelación entera de su nombre, amor, gracia, bondad y verdad y también la verdad entera de los mandamientos y voluntad de su Padre (Juan 1:18; 3:2; 17:6).
   Primeramente, vemos su obra profética a la casa de Israel. Vino a declarar, exponer y vindicar los mandamientos divinos los cuales Dios les había dado para guiarlos a una vida de obediencia santa. Pero la gente, no siendo espiritual, había grandemente malentendido y malinterpretado la ley del Antiguo Testamento y la había enterrado bajo el escombro de sus tradiciones vanas. Habían hecho a la ley estar de acuerdo con sus codicias y sus pecados y la habían interpretado de tal manera que los liberaba de obediencia a ella.
   Cristo enseñó la naturaleza interna y espiritual de la ley. Él declaró el verdadero significado de sus mandamientos (Mt. 5:21, 22, 27, 28). El sermón del monte fue el principio de su ministerio profético.
   Segundo, su oficio profético es para toda la iglesia a través de todas las edades. Esto incluye el ministerio de los apóstoles. El ministerio profético de Cristo enseña los deberes de santidad los cuales, aunque generalmente se encontraban en la ley, sin embargo jamás se hubieran conocido como deberes en su naturaleza especial excepto por medio de su enseñanza. Él enseñó la fe en Dios por medio de él. Enseñó amor fraternal entre cristianos porque son cristianos. Enseñó el negarse a sí mismo al tomar la cruz devolver bien por mal y amar a nuestros enemigos. También enseñó todas esas ordenanzas de adoración en las cuales nuestra obediencia y santidad dependen (Tito 2:11, 12).
   Cristo enseñó tres cosas en su doctrina de obediencia. La primera cosa que él enseñó fue que la obediencia debe de ser desde el corazón. La renovación de nuestras almas en todas sus facultades, movimientos y comportamiento externo, formándonos a la imagen de Dios, sale del corazón regenerado (Juan 3:3, 5; Ef. 4:22-24).
   La segunda cosa que él enseñó fue que la obediencia debe de ser a toda la voluntad de Dios. La voluntad de Dios es la regla perfecta de santidad y obediencia, y debe ser obedecida en su totalidad.
   La tercera cosa que enseñó fue que no hay ninguna excusa para desobedecer. Los mandamientos de Dios son claros, prueban por si mismos que son divinos y vienen con todo el respaldo de la autoridad de Dios.
   Las enseñanzas de Cristo están muy por encima de todas la enseñanzas del hombre (Job. 36:22). Somos enseñados de Dios cuando somos enseñados por Cristo. La sabiduría más alta del hombre jamás alcanzo el nivel de santidad el cual Cristo enseño. Las filosofías humanas nunca enseñaron cómo nuestras almas pueden ser renovadas y cambiadas de su naturaleza pecaminosa y corrupta a la imagen y semejanza de Dios.
   Los grandes moralistas tuvieron sin fin e inseguras disputas sobre la naturaleza de la virtud en general, sobre su estado oficial y a los deberes que nos llama y sobre la regla y la norma de la virtud verdadera. Pero lo que se nos manda por Cristo Jesús nos deja sin duda si es o no es una regla infalible para nosotros recibir.
   Las mejores normas de deber dadas por la luz natural más grande del hombre son todavía parciales y oscuras, mientras que la norma de obediencia de Cristo es clara e incluye al hombre entero.
   Cristo enseñó con autoridad y vino con el poder y la habilidad necesarias para llevar a cabo su propósito. Palabras atractivas, suavidad y elegancia de lenguaje para atraer los sentimientos y deleitar la imaginación del hombre son la gracia, ornamento y vida de las enseñanzas del mundo. Pero con Cristo no hubo búsqueda para alagar al hombre o algún deseo para ganar su aplauso o alabanza. Cristo ‘les enseñó como uno que tiene autoridad, y no como los escribas’ (Mat 7:29). La gente ‘se maravilló de las palabras de gracia que salían de su boca’ (Lc. 4:22). ‘Nunca ha hablado hombre así como este hombre’ (Juan 7:46).
   Las palabras de Cristo tenían poder para cambiar las vidas y corazones de los hombres, así como hoy día todavía tienen.

      Rey. Esto también fue para nuestra santidad. Como rey él somete a nuestros enemigos y mantiene a nuestras almas de ser destruidas por ellos. Los enemigos que Cristo somete son nuestras codicias, nuestros pecados y nuestras tentaciones.
   Como rey, hace a sus súbditos libres para servir al Dios vivo. Él mantiene a su gente a salvo para siempre. Los capacita a amarse los unos a los otros y vivir en paz uno con el otro. Pone su reino en sus corazones y galardona su obediencia pero sobre todo hace a su gente santa.

      Conclusión. Que necio seria el permanecer impío y sin embargo pensar que Cristo nos ha recibido. Esto no solo es engañar a nuestras almas sino también deshonrar a Cristo y a su evangelio (Fil.3:18, 19).
   Por lo tanto ahora, déjame examinarme. ¿He confiado en él como mi sacerdote? ¿He aprendido de él como mi profeta? ¿Me he sometido a él como mi rey? Si lo he hecho, entonces debo hacer cada esfuerzo para caminar así como él camino-en obediencia santa a Dios (1Juan 2:6).
 

26. La Santidad en un mundo impío

     El estado natural del hombre en este mundo es depravado. La mente del hombre esta descrita en la Escritura como estando en oscuridad. La mente del hombre es vana, necia e inestable.
   La voluntad del hombre está bajo el poder de la muerte espiritual, siendo terco y obstinado. El corazón del hombre es mundano, sensual y egoísta. Por lo tanto, el alma entera, siendo alejada de Dios, esta siempre llena de confusión y desordenes perplejos (Job 10:21, 22; Ecl. 7:29; Ro. 1:24, 26, 28; 3:10-18; 2Ts. 2:11, 12; Mt. 15:18, 19; Stg. 4:1, 2; Is. 57:20, 21; Gn. 6:5; Sal 69:14).
   El problema es, ¿cómo puede la naturaleza desordenada del hombre ser curada y esta fuente de abominaciones pecaminosas ser taponada?
   Algunos son naturalmente de un temperamento más tranquilo y callado que otros. Esta gente es comparativamente apacible y útil a otros. Pero sus mentes y corazones están sin embargo llenos de oscuridad y desorden. Entre menos molestosas son las olas en la superficie, más cieno y lodo está escondido en el fondo del alma.
   La educación, convicciones, aflicciones, iluminaciones, esperanzas de alcanzar justicia por ellos mismos, el amor a la reputación, la amistad de buenos hombres y buenas resoluciones casi siempre ponen grandes limitaciones a pensamientos y propósitos malos y sirven para someter los deseos turbulentos de las mentes de los hombres. El curso del pecado en las vidas de los hombres puede ser cambiado por tales limitaciones.
   Cualquiera que sea el medio natural usado, la enfermedad del pecado todavía está sin curar y el alma todavía continúa en su desorden y en confusión interna. La única cura para esta condición mala es santidad (Ef. 4:22-24).
     Objeción. Admitimos y mantenemos la verdad que en todas las personas santificadas todavía hay restos de nuestro desorden y depravación original. El pecado todavía permanece en los creyentes. El pecado todavía obra poderosamente y efectivamente en ellos, manteniéndolos cautivos a su ley. Por lo tanto, en los creyentes, hay conflictos poderosos en sus almas. ‘La carne codicia contra el Espíritu’. No parece entonces que la santidad cura estas disposiciones pecaminosas. El no regenerado más a menudo parece tener más paz y tranquilidad en sus mentes que los creyentes.
    Respuesta. Primeramente, la paz y el orden que se supone que esté en la mente de los hombres bajo el poder de el pecado y quienes no están santificados, son como la paz y el orden del infierno. Satanás no está dividido en contra de sí mismo. Allí solo esta esa paz en tales mentes con el cual, ‘el hombre fuerte armado’ el cual es Satanás, mantiene sus bienes hasta que uno más fuerte que él viene a molestarlo. No puede haber paz donde la mente está todavía en enemistad con Dios.
   Segundo, hay una diferencia entre una confusión y una rebelión. En un alma santificada puede haber rebelión en algunas partes, pero no confusión en el alma entera. El gobierno en el alma es fuerte, ordenado y estable. Esta es la obra de gracia manteniendo todo en orden bajo de Cristo, aunque algunas partes se rebelen.
   Tercero, el alma de un creyente tiene tal satisfacción en este conflicto que su paz usualmente no es perturbada y nunca enteramente derribada por ello.
   Cuarto, una persona santificada está segura del éxito en este conflicto. Tal garantía de éxito en este conflicto mantiene la paz y el orden en su alma durante la batalla.
   La victoria sobre el pecado que mora dentro y sus insurrecciones rebeldes viene de dos maneras. Primero, en instantes particulares, tenemos suficiente garantía que si nos mantenemos en el uso diligente de los medios que nos son dados y la ayuda provista en el pacto de gracia, no fracasaremos de tener victoria sobre codicias y pecados particulares. Estas codicias y pecados no se dejaran concebir, traer o producir pecado (Stg. 1:15). Pero si descuidamos de usar estos medios que nos son dados por Dios, no podemos esperar victoria. Segundo, en el resultado final del conflicto, el pecado no desfigura completamente la imagen de Dios en nosotros, ni tampoco absolutamente o finalmente arruinara nuestras almas, lo cual es su ambición mortífera. Los creyentes tienen la fidelidad de Dios para su seguridad (Ro. 6:14). Así que, a pesar de esta oposición del pecado, la paz y el orden son preservados por el poder de santidad en un alma santificada. 
    Objeción. Muchos cristianos quienes pretenden ser grandemente santificados y quienes afirman de haber alcanzado un grado alto de santidad están todavía malhumorados, irritables, melancólicos y perturbados en sus mentes.         
      Respuesta. Si hay tales cristianos, la más vergüenza para ellos y deben de llevar su propio juicio. Su comportamiento es lo bastante opuesto a la santidad y ‘el fruto del Espíritu’ (Ga. 5:22). Muchos se piensan que son santos y santificados y no lo son y muchos quienes verdaderamente son santos pueden estar sufriendo bajo dos desventajas. Pueden estar en ciertas circunstancias que frecuentemente les servirán para extraer su debilidad natural. David estuvo en tal posición toda su vida, y también Ana (1S. 1:6, 7). Puede que sus debilidades sean agravadas grandemente por hombres malos. Donde quiera que está la semilla de gracia y santidad, allí una posición segura a sido ganada para la cura de todas estas corrupciones (Is.11:6-9).
    En nuestra santidad descansa la mayor parte de ese provento de gloria y honor lo cual Cristo el Señor espera de sus discípulos en este mundo. La santidad es el camino mayor por el cual podemos honrar y glorificar a Cristo en este mundo. La santidad es el camino mayor por el cual podemos enseñar al mundo lo que Cristo verdaderamente es (1Co. 6:19, 20; 2Co. 5:15; Ro. 14:7-9; Tito 2:14).
   Hay, al final, solo dos cosas que Dios requiere de nosotros en este mundo. El requiere que le honremos y le glorifiquemos al vivir vidas santas, y que le honremos y le glorifiquemos al sufrir pacientemente por él.
   Cristo llama a todos sus verdaderos discípulos a atestiguar a la santidad de su vida, la sabiduría y pureza de su doctrina y la suficiencia y efectividad de su muerte por sus pecados. Él llama a sus discípulos a dar testimonio a la paz que tienen con Dios por medio de la fe en él. Cristo llama a sus discípulos a dar testimonio al poder de toda su obra de mediación para renovar la imagen de Dios en ellos, para restaurarlos al favor de Dios y traerlos a gozar de Dios. Y la manera que deben hacer esto es por medio de una vida de obediencia santa a Dios. Al hacer todo esto, los creyentes glorifican a Dios en este mundo.
   Estamos obligados a profesar que la vida de Cristo es nuestro ejemplo. ¿Pero cómo podemos dar testimonio a la santidad de la vida de Cristo en contra de las blasfemias del mundo y la incredulidad de la mayoría que no están interesados? Lo hacemos por medio de la santidad de corazón y de vida, al ser conformados a Cristo en nuestras almas y viviendo para Dios en obediencia fructífera.
   Traemos reproche al nombre de Cristo cuando pecamos, cuando seguimos y somos guiados por nuestras codicias y placeres, cuando preferimos cosas presentes en lugar de glorias eternas, y todo el tiempo profesamos a todos y a algunos que Cristo es nuestro ejemplo.
   No podemos darle gloria a Cristo al menos que demos testimonio a su enseñanza. ¿Pero como atestiguamos a las enseñanzas de Cristo? Damos testimonio a las enseñanzas de Cristo al hacerlas nuestra regla de vida y de santidad. De esta manera testificamos al mundo que su enseñanza es santa y del cielo, llenas de sabiduría divina y gracia. Por medio de una obediencia santa a Cristo y a sus enseñanzas enseñamos la naturaleza, propósito y utilidad de su doctrina (Tito 2:11, 12). Miles en todas las edades han sido ganados a la obediencia del evangelio y a la fe en Cristo Jesús por medio de un comportamiento santo, fiel y útil de aquellos que han mostrado con sus vidas el poder y pureza de su enseñanza.
   También se nos requiere dar testimonio al poder y efectividad de la muerte de Cristo, primeramente de purificarnos de toda iniquidad, y segundo de purgar nuestras conciencias de obras muertas para servir al Dios vivo. Si no somos limpiados de nuestros pecados en la sangre de Cristo, si no somos purificados de toda iniquidad, somos una abominación a Dios y seremos objetos de su ira para siempre. Sin embargo, Cristo el Señor no requiere más de sus discípulos en este asunto sino que profesen que su sangre los limpia de sus pecados y que muestren la verdad de esto por medio de una vida santa. De esta manera lo glorificaremos.
    Sin la santidad prescrita en el evangelio no damos nada de esa gloria a Jesucristo la cual él indispensablemente nos requiere. Si amamos a Cristo, entonces debemos ser santos. Si deseamos glorificar a Cristo, entonces debemos ser santos. Si deseamos mostrar gratitud a Cristo, entonces debemos ser santos. Si no queremos que nos encuentre traidores en el último día para su corona, honor y dignidad, entonces debemos ser santos.
   Si tenemos de Cristo gracia o buscamos ser aceptados finalmente por él, vamos a trabajar para ser santos en todas formas de comportamiento para que podamos adornar su enseñanza, mostrar sus virtudes y alabanzas y crecer para ser como él quien es el primogénito y la imagen del Dios invisible.

          ‘Sed santos, aún como Yo, el Señor vuestro Dios, soy santo’.

Extraido de www.iglesiareformada.org

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