martes, 5 de noviembre de 2013

Regeneración por decisión: la oración del pecador

"No te maravilles que te dije: Os es necesario nacer de nuevo"
(Juan 3:7).


Antes de ascender a los cielos, el Señor Jesús dijo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). Ante este mandato, los apóstoles respondieron con fidelidad, bautizando a los nuevos creyentes apenas estos manifestaban su fe (Hechos 8:12, 38; 9:18; 10:47). Con el tiempo, esta doctrina bíblica se fue degenerando a tal punto que, desde muy tempranamente en la iglesia de los siglos II, III y IV hasta hoy, sólo ha representado un ritual. Antes de ser una vana ceremonia, el bautismo es un símbolo de la regeneración que ha ocurrido en el corazón. Luego de la introducción del paganismo en la iglesia cristiana, a causa de la unión de Estado e Iglesia en Roma, las congregaciones cristianas comenzaron a ver el bautismo como un requisito y paso esencial para ser salvo. La iglesia católica lo considera aún como uno de los siete pasos que el creyente necesita dar para obtener salvación. Por mucho tiempo, iglesias evangélicas, como bautistas del Sur de Estados Unidos, entre otros, descansaban en el bautismo para afirmar que eran salvos. Ante la controversia, el apóstol Pedro indicó: “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración a una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3:21). Muchos se sujetan de esto para asegurar que son salvos por el bautismo. Sin embargo, tendríamos entonces que reducir la obra del Espíritu Santo a un mero paso por el agua. La confusión radica en que tomamos el símbolo como evidencia suficiente para lo simbolizado. Esto es contradictorio con la Palabra, pues reemplaza la seguridad de la salvación a través de la Obra de Dios, por un simple rito. No obstante, este versículo representa un golpe duro a la práctica antibíblica del bautismo de niños. Si nos guiamos por lo que Pedro asume, ¿Cómo puede un bebé mostrar el compromiso de tener una buena conciencia hacia a Dios? Aquella doctrina de la regeneración bautismal o salvación por medio de un ritual se cae en sí misma. ¿Cuántos de los millones de bautizados viven hoy una vida de santidad delante de Dios? ¿Cuántos de ellos han sido cambiados por el Espíritu de Dios, de modo que el pecado que antes tanto amaban hoy aborrecen? De esta forma no podemos entender que una persona descanse su salvación en un ritual que no representa absoluto impacto en su relación con Dios y su percepción y juicio por el pecado.


Los evangélicos somos muy críticos con esta doctrina antibíblica del mundo católico, pero a la vez, no hemos percibido que una herejía similar se ha introducido en nuestra teología. Al igual como sucede con el bautismo en la iglesia católica, ¿Por qué hay tantos creyentes, muchas veces congregaciones completas, que aseguran que son salvos porque una vez en su vida hicieron la “oración del pecador”? ¿Cuántas personas han repetido “la oración que salva”, admitiendo ser sinceros, y hasta hoy permanecen en la carnalidad? ¿Cuántas personas han sido consideradas o llamadas “salvas”, o así creen que son, por hacer un simple ritual evangélico, cuando el Espíritu Santo no ha obrado en ellos? ¿Por qué hay tantas personas consideradas “Hijos de Dios”, “Hermanos”, “Santos”, cuando su vida no representa en ninguna forma la obediencia a los estatutos de Dios, ni el conocimiento de la Palabra? ¿No estamos también aceptando, como la regeneración bautismal, que el pecador es salvo por repetir una oración? ¿Es esta práctica una doctrina bíblica? ¿Hicieron los apóstoles, la iglesia primitiva o los reformadores esta práctica común en nuestro evangelismo actual? ¿Qué dicen las Escrituras respecto a la “invitación a Jesús a nuestro corazón”? ¿Podemos descansar nuestra salvación en este particular método?

¿Qué es la “oración del pecador” y lo que hoy llamamos la “seguridad del creyente”?

¿Ha escuchado, repetido, o incluso profesado la “oración del pecador” como el medio que tiene el hombre para arrepentirse e ingresar al Reino de los Cielos? La oración del pecador es el método o camino por el cual han pasado gran número de creyentes al momento de aceptar la fe cristiana. Consiste en la repetición, o proclamación de forma directa y sincera, de una oración que, según nuestros preceptos, principia la salvación en el fiel. A continuación, se demuestra el actual evangelismo, con este particular método:

“¡Oh pecador! Dios te ama y tiene un plan maravilloso para tu vida. Eres importante para Dios. Te invitamos a aceptar a Cristo como tu único y personal Salvador, creer de todo corazón. Si aceptas a Jesús, serás salvo.”

En cultos en donde la homilía o exhortación de la Escritura se caracteriza por el evangelismo, las palabras del pecador suelen ser estas:

“Si usted desea ir al cielo, desea ser salvo, venga a Jesucristo. Pase acá adelante. Acepte al Señor como su único y personal Salvador. Repita esta oración: Señor Jesucristo: Gracias porque me amas y entiendo que te necesito. Te abro la puerta de mi vida y te recibo como mi Señor y Salvador. Ocupa el trono de mi vida. Hazme la persona que quieres que sea, Gracias por perdonar mis pecados, Gracias por haber entrado en mi vida y por escuchar mi oración según tu promesa”

En los pequeños Nuevos Testamentos que entregan los Gedeones, en la última página encontramos la llamada “decisión para aceptar a Cristo”:

“Confesando a Dios que soy un pecador y creyendo que el Señor Jesucristo murió por mis pecados sobre la cruz y resucitó para mi justificación yo le recibo y confieso ahora como mi personal salvador. Anotar Nombre y Fecha.”

En los tantos “tratados”, “panfletos” o “semillas” que se reparten en las calles podemos encontrar una serie de pasos que llevan también a la “oración del pecador”:

“1. Reconoce que eres pecador

2. Disponte a dejar el pecado

3. Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucitó de entre los muertos.

4. En oración, pídele a Jesús que entre en tu corazón y sea tu Salvador.

Qué orar:

Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo derramó su sangre preciosa y murió por mis pecados. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida como mi Salvador”

Para justificar todo esto vamos a la Escritura en versículos que citamos de forma constante para la oración del pecador:

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo”
(Apocalipsis 3:20).

“que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”
(Romanos 10:9-10)


     Vemos así también a muchos escritores insistir en el final de sus libros sobre la elección para salvarse. Mencionan en demasía la palabra “Decídase a tiempo, mañana la puerta puede estar cerrada”. Sin embargo, este particular método encadena otras cosas. Echemos un vistazo al camino que proponemos como evangelio:

1- Pregunta: ¿Quieres ir al cielo?
Si la respuesta es SI, prosigamos con la segunda
2- Pregunta: ¿Sabes que eres un pecador?
Si la repuesta es Si continuamos
3- Pregunta: ¿Reconoces que Cristo resucitó de entre los muertos?
Si la respuesta es SI pasar a la oración del pecador
4-“Oración del pecador”. Repetir la oración.
5- Pregunta: ¿Fuiste sincero en tu oración?
Si la respuesta es SI, LO DECLARAMOS SALVO

     Según este razonamiento, cuando dudemos sobre nuestra salvación, si somos o no somos hijos de Dios, debemos ir atrás en el tiempo, recordarnos que fuimos sinceros al hacer la oración que acepta a Cristo y continuar con nuestra vida cotidiana. Así lo recalcan muchos evangelistas al decir: “Si dudas de tu salvación recuerda aquel día que abriste tu corazón al Señor. Si fuiste sincero, no tienes por qué dudar, el diablo te está molestando”. A este último punto solemos llamar la “seguridad del creyente”, que no es más que el recuerdo de la sinceridad con la cual se desarrolló la oración del pecador, con el fin de hacer frente a las dudas por la salvación, manteniendo la certeza que soy salvo por la declaración pública de mi fe ocurrida tiempo atrás.

    Muchas personas han repetido esta oración del pecador. Sostienen que creyeron en tal minuto que eran salvos por realizar tal recitación, y aún lo siguen creyendo. El problema es que muchas de estas personas, y es muy probable que nosotros también, luego de hacer la oración, con la mayor sinceridad que puede haber en nuestra naturaleza, continuamos con nuestra vida pecaminosa, no habiendo alterado absoluto punto en nuestro ser. Miles de personas han hecho esta declaración, y creen de todo corazón que fueron sinceros con Dios, pero su vida no demostró cambio alguno, como es de esperar de todo convertido. Muchos aparentan en gran forma haber cambiado. Algunos andan de acuerdo a los estatutos de Cristo por un tiempo para luego volver a sus delitos originales. Un día vivieron como si Jesús caminara con ellos, pero hoy viven como si ese evento jamás hubiese ocurrido. Otras veces el cambio es únicamente externo. El atuendo, el corte de cabello, los modismos y las palabras doctrinales suelen ser evidencias que nosotros imponemos como válidas al asegurar que una persona es conversa. Sin embargo, solemos ignorar lo que ocurre en su ser, sus pensamientos y su razón. Puede que por fuera aparente algo que no ha cambiado en su espíritu. El asistir con regularidad al templo o participar activamente de las actividades que la organización de la iglesia considere apropiadas no es en ninguna forma una garantía o evidencia externa que un hombre ha recibido la salvación. Muchas veces hay ancianos sentados por más de 50 años en las bancas de la iglesia pero jamás han experimentado el cambio que Cristo opera en la vida, pues su pecado continúa presente en igual o superior medida que antes. La relación con el pecado de muchos que han sido declarados salvos por seguir este método no ha sufrido modificación alguna. Según esta doctrina del decisionismo, luego de realizar tal elección soy constituido hijo de Dios, y es de esperar que los hijos de Dios vivan conforme a los estatutos de Dios, y no en rebeldía a ellos.

    
Por tanto, ¿Cómo una persona puede ser considerada salva, hija de Dios, o miembro del cuerpo de Cristo si no ha muerto al pecado y nacido a la vida eterna en Cristo Jesús, independientemente de la sinceridad con la que recitó frases que dictaba un predicador? ¿Es realmente bíblica esta doctrina? ¿Tiene fundamentos en la Escritura? Si es un método iluminado por la Palabra de Dios, ¿Por qué existe tanta carnalidad en los que decimos componer el cuerpo de Cristo? ¿Por qué existe tanta pornografía, adulterio, homosexualidad, drogas, inmundicia en los que dicen componer la iglesia de Cristo porque hicieron una oración? ¿No es de esperar que si somos nacidos de nuevo debamos aborrecer y odiar el pecado, antes de anhelarlo o amarlo? ¿Por qué no damos luces entonces de vivir acorde a los mandatos del Señor, haciendo lo que a Dios le desagrada?

Para contestar estas consultas, le invitó a leer el siguiente estudio. Reflexione los pasajes uno a uno con detención. Espero que sea de provecho para cada uno de nosotros.


1. ¿Qué es la Regeneración? ¿Qué significa nacer de nuevo?

    La regeneración se define como la obra sobrenatural por parte de Dios, a través de su Espíritu Santo, en el corazón del hombre, que tiene como absoluta consecuencia la trasformación total del ser, pasando de un estado de muerte bajo el pecado a uno de vida en Cristo Jesús: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). En un lenguaje más accesible, la regeneración es la expresión del “nuevo nacimiento”, aquel que se refirió el Señor cuando hablaba al fariseo Nicodemo: “…De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). En este mismo pasaje Jesús enseña que el nuevo nacimiento es un acto sobrenatural y espiritual: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (v.6).

     A esta regeneración se refirió Pablo en su epístola a Tito: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:4-5). El apóstol en este pasaje nos menciona que somos salvos mediante “el lavamiento de la regeneración”. El nuevo nacimiento conlleva una muerte al pecado. Nadie puede concluir que es nacido de nuevo si vive en pecado. No puede usted decir que ha nacido de nuevo, si con su vida demuestra que vive aún en la esclavitud y muerte del pecado. Por tanto, el nuevo nacimiento representa una limpieza del pecado que hay en la vida del hombre.

    La regeneración, o nuevo nacimiento, no sólo borra los pecados pasados del convertido, sino que diferencia una vida antigua de una nueva, siendo la antigua la que vivía de acuerdo a la corriente del pecado, en oposición a Dios, y siendo la nueva, la que permanecerá por siempre, una existencia de acuerdo a los mandamientos de Dios: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:22-24). Por lo tanto, la nueva vida o el “nuevo hombre” aborrece el pecado, no siendo participe de la esclavitud que genera este en la vida de la humanidad: “ni deis lugar al diablo” (Efesios 4:27).

      El nuevo nacimiento involucra también un cambio total del ser, también en su vida y relación con los estatutos de Dios. Por la obra regeneradora del Espíritu Santo, la ley de Dios para a ser la prioridad en el regenerado o nacido de nuevo, de tal forma que sus intenciones siempre evocan al Padre: “…Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:33). La vida de delitos, carnalidad y pecado queda atrás. Lo que complace al hijo de Dios luego de la regeneración es cumplir con la voluntad de Dios, amándolo con todo el corazón, la mente y el alma (Mateo 22:37), siguiendo lo bueno y aborreciendo lo malo (Romanos 12:9). El profeta Ezequiel menciona que el Espíritu Santo de Dios, en la obra regeneradora del ser humano, no sólo limpia la inmundicia del pasado, sino que lo transforma de manera tan milagrosa, que el hombre, nacido depravado, moralmente corrupto y rebelde delante de Dios, se convierte en un “nuevo hombre”, el cual Dios mismo hace que ande de acuerdo a sus estatutos: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27);

     El nuevo nacimiento es un acto 100% divino, que no conlleva decisiones humanas: “los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13). La última instancia no está en las manos del pecador, sino en la soberanía de Dios: “…Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:15-16). Por tanto, Dios siempre es soberano en el acto de la salvación, no así el hombre. Por consiguiente, la primera contradicción que presenta la doctrina humana del decisionismo, o “invita a Jesús a tu corazón”, es que la regeneración jamás proviene de la voluntad del hombre.


2. La naturaleza humana y la muerte espiritual

“…Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto”
(Apocalipsis 3:1).

    Para entender que somos nacidos de nuevo a la vida es necesario comprender que estamos muertos inicialmente. Para esto, las Escrituras son sabias y nos orientan hacia la real posición que adopta el hombre antes y luego de la regeneración. En la epístola a los Efesios, el apóstol Pablo nos entrega una de las descripciones bíblicas más reveladoras acerca de la muerte espiritual. La naturaleza del hombre es pecado en sí misma, y por tanto, es la expresión de la muerte espiritual: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados…” (Efesios 2:1). Antes de la regeneración cada persona está muerta espiritualmente. La muerte que llegó a Adán como juicio de Dios y fruto de su pecado, llega a nosotros como resultado de nuestros delitos: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Siguiendo con Efesios 2 nos encontramos con la siguiente disposición: “en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo…” (Efesios 2:2). Antes de la regeneración, la persona anda y practica el pecado como un estilo de vida. No vive de acuerdo a la voluntad de Dios, sino según la corriente de un mundo caído, hostil hacia Dios y desobediente a su voluntad. Incluso, el mismo versículo 2 nos propone que, antes de la conversión, la persona no sólo anda según la corriente de una humanidad caída y moralmente corrupta delante de Dios, sino también conforme a la voluntad del diablo: “…conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (v.2). El versículo siguiente nos propone algo aún más desolador: “entre los cuales también nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (v.3). De aquí se desprende algo esencial que debemos entender. La naturaleza humana obedece a su propia carnalidad, a sus deseos, pensamientos, en fin, no lleva a otro destino que el pecado. Antes de la regeneración, la persona está bajo la ira de Dios: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). La ira de Dios no solamente se dirige a los hombres por causa de lo que hacen sino por lo que “son”. De esta manera, entendemos el punto anterior: El hombre hace y es pecado.

       Otro punto importante es reconocer que por esencia hacemos lo que nuestra naturaleza caída demanda, siendo absolutamente responsables de nuestro pecado. La Escritura enseña que los hombres caídos: “…andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón” (Efesios 4:18). El hombre no es una víctima de la ignorancia. El apóstol fue enfático en proponer que la causa es la “dureza de su corazón”, lo que nos aproxima en gran forma a la culpabilidad del hombre. Como dice Paul Washer en su estudio “La verdad sobre el hombre”: “La ignorancia del hombre es autoimpuesta y voluntaria. Él es hostil hacia Dios, y no quiere conocerlo ni aun conocer su voluntad. El hombre es ignorante de las cosas espirituales porque cierra los ojos y rehúsa mirar a Dios. Él se tapa los oídos y rehúsa escuchar” (La verdad del hombre, pág. 24). Otro punto importante que nos revela la misma epístola es la nula percepción de la humanidad caída por su pecado. El versículo 19 nos orienta en esto: “los cuales, después que perdieron toda sensibilidad se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza” (v.19). Antes de la regeneración, el hombre está sometido a tal muerte espiritual que pierde todo discernimiento sobre la verdad y virtud espiritual, lo que lo hace entregarse voluntariamente al pecado.

     
¿Por qué hacer énfasis en la muerte espiritual? No podemos entender que necesitamos vida, sino sabemos que estamos muertos. No podemos entender que estamos muertos, sino reconocemos que existe la vida. De esta forma, no podemos comprender la regeneración, el “nuevo nacimiento”, sin deducir que nuestra naturaleza está sumergida en la muerte espiritual. Es por ello que los regenerados deben presentarse: “…como vivos de entre los muertos…” (Romanos 6:13).


3. ¿Qué sucede con el libre albedrío?

    Según nuestra teología, Dios nos otorga un libre albedrío o voluntad para escogerle o no. Al parecer este es el punto en el que se sostiene en gran forma la doctrina del decisionismo. Según nuestras doctrinas: “Dios no puede hacer nada contigo mientras tú no se lo permitas”. Hemos vivido bajo este pensamiento humanista durante décadas y aún no nos hemos percibido de su error. Mientras asumimos que Dios es soberano en el acto de salvar, pensamos que nuestras decisiones, o nuestra voluntad, nos llevan hacia él. Este es el gran problema de aquella teología. La regeneración proviene de Dios. No viene por la iniciativa humana. El libre albedrío siempre nos llevará al mismo lugar: el pecado. El hombre no puede negar su propia naturaleza: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). Nacemos delante de Dios con una mentalidad depravada, alejada de los estatutos de Dios. Nuestro comportamiento es carnal, y nuestras tendencias pecaminosas. Por tanto, el libre albedrío, por pertenecer a una naturaleza caída, obedecerá de igual forma a aquella esencia. De hecho, el gran desmoronamiento que ha generado la teología humanista en la iglesia es el pensamiento que en lo profundo del hombre hay bondad, a tal punto que su elección por Dios despierta lo “espiritual” en él. Piense un instante, si el hombre tuviese una esencia justa y pura, entonces amaría a Dios, y por tanto viviría de acuerdo a sus estatutos y mandamientos. Siguiendo este razonamiento, el hombre no tendría necesidad de un salvador y redentor, y por lo tanto, la venida de Cristo sería en vano.

De esta forma, el hecho que el hombre tenga una libre voluntad no significa que esta sea buena. El hombre siempre elegirá “libremente” estar en oposición a Dios y su voluntad. No puede negar su naturaleza.

Otro punto conflictivo de postular que la salvación viene por una decisión humana radica en la llamada “última palabra”. ¿De quién es? ¿Quién finalmente toma la última determinación? ¿Es Dios quien ofrece una salvación a quien la desee? ¿O es Dios quien predestina a sus hijos para que permanezcan en la verdad hasta el fin? La teología de hoy, y el evangelismo actual consta de proponer que la última decisión es del oyente. Es el pecador quien escoge si seguir a Dios o no. Sin embargo, la Escritura no menciona que nosotros hayamos elegido a Dios, sino al contrario, Él fue el que nos eligió a nosotros, por medio del Espíritu Santo: “según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha” (Efesios 1:4). Por tanto, si nuestra naturaleza es carnal no podemos esperar que nuestras decisiones acudan a otro destino que el pecado. Por muy razonable que resulte la gravedad del pecado en nuestras vidas, no podemos entender su real impacto sin el Espíritu Santo. Jesús dijo que este: “…convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). Dios, a través de su Santo Espíritu, es quien trae a sus hijos, los disciplina y los mantiene hasta el fin. No podemos faltar a la idea que es Dios mismo quien abre los corazones de los hombres. Así ocurrió con Lidia, en el libro de los Hechos: “Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16:14). El libre albedrío no puede negar la realidad pecaminosa del hombre. Él es esclavo de sus propios deleites, no percibe lo que es bueno, y por lo tanto, es imposible que reconozca por su propia cuenta, y basado en su decisión, seguir a Dios.


4. Las buenas obras como evidencia de lo que ha ocurrido en el interior del “nacido de nuevo”

    En la actualidad vemos iglesias repletas de personas que dicen ser “cristianos”, “nacidos de nuevo”, “convertidos”, etc. Sin embargo, muchas veces las evidencias sobre aquel nuevo nacimiento permanecen ausentes durante toda la vida del “cristiano”. Muchos confiesan ser “hijos de Dios”, pero no dan señales, en su vida ni en su percepción sobre el pecado, que alguna vez Dios los adoptó como sus hijos. Jesucristo nos enseña en Mateo 7 que la verdadera naturaleza o carácter de un hombre no se revela por lo que confiesa, sino por lo que hace: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos” (Mateo 7:16-17). ¿Se puede esperar que el hombre niegue su naturaleza corrupta y dé un fruto puro y santo? Un rotundo NO. Una naturaleza corrupta sólo puede generar obras corruptas, de otro modo sería ilógico, tal como lo plantea Jesús: “No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos” (v. 18). Por lo visto, las palabras del Señor nos aproximan a la estrecha relación que existe entre el corazón y naturaleza del hombre con sus palabras y obras. El hombre habla y actúa de acuerdo a su naturaleza. Si no es nacido de nuevo, el hombre sólo dará frutos corruptos, pues obedecerá a una esencia depravada. Al contrario, para el regenerado, las obras son buenas porque Cristo vive en él: “…y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí…” (Gálatas 2:20). Inmejorable relación Jesús nos entrega: “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas” (Mateo 12:35). El apóstol Pablo nos entrega otro punto interesante respecto a los frutos del regenerado, que son evidencia justa de lo que ha ocurrido en su ser: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). Las obras de justicia sólo son posibles cuando Dios ha ejercido la justificación en el ser humano: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?” (Santiago 2:21-22). El apóstol Santiago enuncia una frase que no deja lugar a dudas: “la fe actúa juntamente con las obras”. Si el hombre ha sido justificado debe haber un respaldo visible y evidente sobre la obra sobrenatural que ha ocurrido en él.

    Las buenas obras, antes de ser méritos para la salvación (como muchos neciamente creen), son frutos de la obra sobrenatural y regeneradora del Espíritu Santo, las cuales demuestran lo genuino, lo verdadero, de la justicia de Dios. Por tanto, ¿Puede un hombre decir que es salvo por realizar una simple oración, ignorando que en él se debe manifestar la justicia de Dios, de tal modo que milagrosamente aborrece el pecado que antes tanto amaba y obedece inexplicablemente a los preceptos de Dios?


5. La ausencia de la “oración del pecador” en las Escrituras y en el cristianismo histórico

    El evangelio que hoy se predica está sumamente distante del evangelio que predicó Cristo, los apóstoles y la iglesia primitiva. De hecho, el rescate de la doctrina cristiana, a través de los reformadores, jamás impulsó o convivió con lo que hoy practicamos. Antes del siglo XX, la llamada “oración del pecador” o la “invitación a Jesús” jamás se había escuchado en la historia de la iglesia. No encontramos atisbo de ella en las Escrituras, ni tampoco en la teología de los reformadores que fundaron la iglesia protestante y/o evangélica. Al parecer “la oración del pecador” y sus agregados son relativamente contemporáneos en la historia de la iglesia. No tenemos evidencia bíblica ni histórica para afirmar lo contrario.

    En primer lugar, no encontramos ningún pasaje en los evangelios en los que Jesús haya dicho: “¡Que levante la mano quien me quiere invitar a entrar en su corazón! Veo un mano levantada” o “Todo el que quiera ser salvo, repita esta oración conmigo”. Antes de escuchar tales palabras, el Señor Jesús principia su ministerio de esta forma: “…El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). La insistencia por el arrepentimiento es acentuada en cada uno de los evangelios: “…Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). El arrepentimiento debe ser constante en la vida del cristiano. No podemos asumir que hemos nacido de nuevo cuando en nuestra vida no hay arrepentimiento. Debemos negarnos a nosotros mismos, vivir postrados delante de la cruz. Dios, como un Padre Bueno, no descuida a sus hijos. Los mantiene hasta el fin, y por ello, pone su Espíritu Santo para que reconozcan el pecado que hay en su vida. El arrepentimiento del pecado no alcanza su éxtasis en la oración del pecador, como muchos piensan. El arrepentimiento es continuo y creciente en la vida del hijo de Dios. La obra que Cristo comenzó en la vida del hombre la terminará. La percepción por el pecado crece, y de la mano el arrepentimiento, hasta alcanzar la estatura de Cristo, el varón perfecto.

     En segundo lugar, no encontramos pasaje en la Escritura en que se declare que la decisión del hombre puede salvarle. La doctrina del decisionismo niega la doctrina de la justificación por medio de la fe en Cristo Jesús, reemplazándola por la fe en la sinceridad y certeza de mi oración. Antes, la Escritura no se contradice a sí misma, sino que habla un solo mensaje: Dios abre el corazón de los hombres, para que estos sean regenerados.

    A través del nuevo nacimiento, el viejo hombre, que ha nacido contrario a Dios en todas sus dimensiones, es milagrosamente transformado en una “nueva criatura”, a tal punto que, inexplicablemente, comienza a vivir de acuerdo a los estatutos de Dios. Entendemos otro significado más para aquel pasaje que dice: “…Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mateo 19:26), es decir, lo que es imposible para el hombre, obedecer los mandamientos de Dios y aborrecer el pecado, Dios, a través de su obra regeneradora, lo hace posible.

     Para entender más este punto veamos Ezequiel 37: “La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos. Y me hizo pasar cerca de ellos por todo en derredor; y he aquí que eran muchísimos sobre la faz del campo, y por cierto secos en gran manera. Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? Y dije: Señor Jehová, tú lo sabes. Me dijo entonces: Profetiza sobre estos huesos, y diles: Huesos secos, oíd palabra de Jehová. Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Jehová. Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu. Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán. Y profeticé como me había mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus pies; un ejército grande en extremo” (Ezequiel 37:1-10). Debemos reconocer lo siguiente en el pasaje. No existe absolutamente nada, humanamente posible, que permitía a Ezequiel dar vida a los huesos secos que contemplaba. No existe nada, humanamente accesible, que permita a aquellos huesos volver a la vida desde el polvo. ¡Esto es el evangelio! Los hombres viven como estos huesos secos, sin tener absoluta posibilidad de nacer a la vida. Para Ezequiel en este pasaje, no existe nada que él pueda hacer para volverlos a la vida. Es Dios, quien decide formar este ejército de los esqueletos. Asimismo Dios decide poner su Espíritu en quien Él desee para que este nazca a la vida, en Cristo Jesús. Por tanto, Dios es y sigue siendo soberano en la obra de redención. Es el quién decide, no el hombre. No existe nada que el hombre pueda hacer, si no le es dado desde arriba. Por tanto, la doctrina del decisionismo no haya cavidad en la Palabra de Dios.

    Muchos defienden la doctrina del decisionismo o “invitación evangélica”, citando versículos del Nuevo Testamento como Romanos 10:9-10: “que si confesare con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”. Sin embargo, estas palabras no evocan en ninguna forma la oración del pecador. Si el corazón es el centro de las intenciones, el intelecto, las emociones y la voluntad, es absurdo creer que una persona ha creído con el corazón en Cristo y esto no tenga un efecto radical sobre el resto de su vida. El apóstol Pablo habló durante toda la epístola a los Romanos que la salvación es por fe, no por una invitación evangelística. El “creer en tu corazón” ha sido desplazado por “¿Te gustaría pedirle que entre en tu corazón?”. Es de entender que si alguien ha sido convertido por Dios, este confesará a Cristo en palabra y obra. Esto no significa lo mismo que enseñamos nosotros sobre la conversión por decisión. Hemos reducido la maravilla del evangelio a un simple método de cinco pasos. Recordemos que la confesión es una evidencia de la salvación, no un mérito para ello, de otra forma, ¿Cómo podemos entender lo siguiente?: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

    Otros defienden esto con Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”. Sin embargo, este pasaje está referido a la iglesia de la Laodicea, por tanto, está dirigido a los cristianos, no a los incrédulos o inconversos.

    En tercer lugar, jamás la Escritura enseña que debemos realizar las preguntas que preceden a la oración. Las consultas como, ¿Quieres ir al cielo? ¿Sabes que eres un pecador?, no suelen significar nada. Todas las personas quieren ir al cielo, la diferencia es que no quieren que esté Dios allí. Esta es la diferencia que proponen las Escrituras:

Pregunta de los hombres: ¿Quieres hacer una oración para que Cristo entre en tu corazón?

Verdadera consulta consecuente con la regeneración: Mientras me haz escuchado anunciar el evangelio, ¿Ha obrado Dios en tu vida de tal manera que el pecado que antes tanto amabas ahora odias?


¿Cómo saber si soy salvo?

    Las Escrituras jamás enseñan que uno debe descansar la seguridad de la salvación en una oración efectuada hace unos años. Antes, el apóstol Pablo dice: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5). Cada uno debe examinarse, pues si no ha habido un cambio radical en la vida del hombre, manifestada en una vida acorde a los preceptos de Dios y un constante aborrecimiento del pecado, como Dios lo aborrece, entonces lo que profesamos ser, no lo somos. Como dice el apóstol Pablo, el examen es propio y privado, cada uno reconoce cómo es su vida. También hay que especificar que la ciega fe en los sentimientos no es parte de un examen correcto. Algunos han llegado a la conclusión que son salvos porque “creen en lo más profundo de su corazón que fueron salvos en la oración de hace un tiempo”. ¿Acaso no dice la Escritura que el corazón es lo más engañoso que puede haber? ¿No debiesemos examinar antes nuestro apego a los preceptos de Dios y el aborrecimiento del pecado?

Espero que este estudio sea de bendición para las vidas de muchos, para la comprensión de Dios y para nuestra salvación.

¡Amén!

3 comentarios:

  1. Como puedo ser salvo si aun cometo pecados? tengo entendido que si alguien dice que no peca hace a Dios mentiroso, de modo que nunca estare seguro de mi salvacion, es verdad que debo morir al pecado, pero cuando sera real en mi vida? Pablo dijo: Miserable de mi....
    De modo que si para ser salvo no debo cometer pecados, entonces la salvacion es por obras, ahora hay algunos tipos de pecados que condenen mas que otros? pues siempre resaltamos el adulterio, el robo, el asesinato, pero y la mentira, el egoism, el enganho, que cada dia se dan en la iglesia, el trabajo en todas partes y no me diga que usted no lo ha hecho? si depend de no pecar para ser salvo, la salvacion no es por la gracia de Dios, el planteamiento teologico es muy bonito y la argumentacion tambien, pero meternos con la misericordia y la justicia de Dios es otra cosa, solo El conoce los corazones, o como estarn fuera de su salvacion aquellos que nuca tendran contacto con un misionero o con una iglesia?. No juguemos a ser Dios con conceptos teologicos y aprendidos en seminaries, hay que ir al Secreto de Dios para conocerle y entender que solo de oidas es que sabemos de El. Bendiciones.

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  2. He aprendido q fuimos perdonados y aceptamos a Jesús como nuestro salvador y queremos cambios ,,,si pero Dios sabe q ahora tenemos un cuerpo espiritual y otro carnal mientras estemos en este mundo seremos tentado por los pecados de este sistema ,por lo mismo confiemos en seguir los preceptos d Dios ,, arrancar de la tentación y vivir lo mejor posible cumpliendo lo mandado ir y predicar el el evangelio "Bendiciones

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  3. He aprendido q fuimos perdonados y aceptamos a Jesús como nuestro salvador y queremos cambios ,,,si pero Dios sabe q ahora tenemos un cuerpo espiritual y otro carnal mientras estemos en este mundo seremos tentado por los pecados de este sistema ,por lo mismo confiemos en seguir los preceptos d Dios ,, arrancar de la tentación y vivir lo mejor posible cumpliendo lo mandado ir y predicar el el evangelio "Bendiciones

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