viernes, 15 de noviembre de 2013

Sobre la necesidad de reforma



“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”
(Romanos 12:2)


Ninguna reforma nace de la nada. Toda reforma es diseñada como un planteamiento necesario cuyo fin es proyectar un cambio ante una realidad cargada de problemas. De esta misma forma nace la reforma protestante en el Siglo XVI. Si el cristianismo no hubiera estado en crisis en aquel periodo, ¿Hubieran considerado los reformadores que era necesario aquel cambio? Si el cristianismo hubiese funcionado al modo que la Biblia nos propone, ¿habría alguna necesidad de transformación? Aunque resulte lógico, toda reforma proviene de un desmoronamiento, cuyo sentido base es la reconstrucción de un camino que se ha desviado. Considerando cada uno de los puntos tratados en los capítulos anteriores podemos inferir que nuestras iglesias han caído en una crisis. Quizás desde un determinado punto de vista podemos afirmar que las iglesias pentecostales han avanzado mucho en temas de país, situación académica, estatus, porcentaje en la población, etc., pero de igual forma podemos sostener que han caído en una crisis bíblica, caracterizada por la ignorancia de los preceptos que contiene la Palabra de Dios. ¿No le parece que si tuviésemos un entendimiento y conocimiento mayor sobre la Palabra de Dios nos percataríamos de todas estas practicas sin criterio bíblico? El gran tema es que nadie se percata de estos problemas, pues prevalecemos nuestras tradiciones humanas antes que el estudio de la Palabra de nuestro Dios.


Sobre la crisis que viven nuestras iglesias

No podemos sostener en ninguna manera la necesidad de reforma sin que hubiese causa para reformar. Como hemos citado no existe reforma sin que una crisis explique su real fundamento. Si no hubiera aquella crisis, ¿Habría necesidad de reformar? Partiendo de este principio podemos consultarnos, ¿Existe aquella crisis? Cada uno de los capítulos revisados anteriormente evidencia claramente la crisis en que nuestras iglesias pentecostales han participado. Sin embargo, muchos hermanos podrán consultarse: “¿Cuál crisis? Nuestros jóvenes alaban al Señor como nunca, tenemos grandes templos en las cárceles, centros de rehabilitación, mayor numero de profesionales, es decir, ¿De qué crisis me está hablando?” La crisis de la que estoy hablando no es material, ni afecta a ninguno de los elementos que menciona el cuestionamiento del hermano. Esta crisis está caracterizada por un gobierno de tradiciones humanas que sumergen poco a poco a nuestras iglesias en la ignorancia bíblica, la sumisión ciega a doctrinas sin sentido bíblico y la práctica de pensamientos que consideramos correctos, pero a la luz de la Palabra de Dios son desechables. Esta es una crisis silenciosa, de armas doctrinales, las cuales nos inducen a practicar dogmas humanos, que con seguridad reducen toda percepción de un desvío en el camino del evangelio. Pareciera que todo está bien, que Dios es con nosotros y apoya todas nuestras prácticas, pero ¿Alguno se ha detenido de todo el entusiasmo y la adrenalina de nuestros cultos, se ha sentado un momento y ha dicho: corroboraré mediante las Escrituras si todo esto es en realidad una enseñanza bíblica? En vista de cada una de las practicas que nuestras iglesias pentecostales realizan es que podemos inferir nuestra caída de la doctrina real de Cristo, y la franca entrada que hemos dispuesto a todas aquellas tradiciones de hombres, que deforman el evangelio de Jesús acomodándolo a su antojo: “Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal” (Proverbios 4:26-27).


Sobre la naturaleza de las tradiciones humanas

"Pues en vano me honran,
Enseñando como doctrinas,
mandamientos de hombres"
(Mateo 15:9)
Meditar sobre la validez de nuestras prácticas debe ser una tarea continua que al parecer nuestras iglesias han silenciado. Si aquel examen bíblico es obstruido por doctrinas humanas, las cuales, por naturaleza, mantienen estático todo tipo de análisis, entonces debemos comprender que la supuesta “Sana Doctrina” no es más que un código extenso conformado por necias tradiciones humanas, las cuales congelan el entendimiento de Dios (sabiendo de antemano que la sana doctrina verdadera se encuentra en las Escrituras, y no en las enseñanzas humanas). Las tradiciones humanas son como la droga: nos hace extremadamente dependientes de ellas. La reforma constituye una especie de rehabilitación de todos aquellos dogmas humanos que durante tanto tiempo han alterado a nuestras iglesias en necias costumbres que no llevan a fin alguno. No es una tarea fácil, pues como los drogadictos sienten un síndrome de privación, así también las iglesias invadidas por tradiciones siempre recaen en las mismas practicas. Esta no es una realidad nueva. Por ejemplo, el apóstol Pablo lidió con muchos judaizantes, que deseaban volver a los pobres rudimentos de la ley, pues sus costumbres los obligaban a desear las tradiciones. ¿Cómo podemos reconocer una tradición o doctrina humana? Por tradición o doctrina humana entendemos toda enseñanza o práctica cuyo único fundamento es el consenso mayoritario antes que una real revelación de la Palabra de Dios. Toda practica que presuma ser un mandato divino por estar apoyada en algunos versículos, pero que la interpretación de aquellos mismos pasajes se contrapone a la totalidad del mensaje de la Palabra de Dios, también constituye una costumbre humana que no tiene criterio bíblico. ¿Cuál es el peligro que contienen las tradiciones humanas? Muchas son las consecuencias nefastas de las costumbres de hombres insertas en la iglesia, de las cuales podemos mencionar el legalismo, el fundamentalismo, el fanatismo, la absorción de ideas seculares dentro del culto, la corrupción del mensaje de las Escrituras, el nulo examen bíblico, el aturdimiento de la hermandad con mensajes extrabíblicos, entre otros. En fin, las tradiciones humanas solo contribuyen a la destrucción de la iglesia, más que a una revitalización en el entendimiento que Dios nos revela a través de su Palabra.


Sobre la naturaleza de la reforma

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”
(Juan 17:3)
Uno de los principios fundamentales de la reforma cristiana protestante, el cual muchos cristianos parecen haber olvidado, es el de “Ecclesia reformata semper reformanda” (Iglesia reformada, siempre reformándose). Los fundadores de la reforma del Siglo XVI no fueron participes de un pensamiento acabado y estático, sino más bien de un conocimiento progresivo y manifiesto en toda la Palabra de Dios. El entendimiento de las Escrituras es un proceso continuo, jamás acabado, el cual no debiese estancarse con iglesia alguna. Nada esta saldado ni perfectamente diseñado. Descansando en este principio es que he realizado este trabajo. Evaluar nuestras prácticas (las cuales aceptamos de manera mayoritaria) conforme a la Palabra de nuestro Dios debiese ser una tarea inacabable. Sin embargo, la realidad nos entrega evidencias absolutas del letargo en el que han caído nuestras iglesias al pensar, por muchos años, que nuestras tradiciones descansaban en verdades bíblicas. Es necesario entonces promover la transformación de nuestro entendimiento tal como lo aconseja el apóstol Pablo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Aquella búsqueda del entendimiento ha sido claramente estancada por nuestras doctrinas, las cuales no se apegan en ninguna forma a las Escrituras. Así dice el Señor: “Buscad a Jehová mientras pueda ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:6-7). La principal tarea de todo creyente y de todo cristiano es el conocimiento de Dios, por medio de su gracia. Así lo establece Dios a través de su Palabra: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3) y “Mas alábese en esto el que hubiese de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová” (Jeremías 9:24). La reforma tiene como fin la renovación del entendimiento y el conocimiento acerca de nuestro maravilloso Dios. Cabe mencionar y recordar cuál es la definición de la nueva reforma:

<< Llamamos Reforma al proceso de análisis y transformación, basado en la Palabra de Dios, sobre la validez de nuestras prácticas como cristianos, no solo en el templo, sino también en el cómo llevamos el evangelio a todo el mundo. >>

Para ahorrar malentendidos aclararé aun más el asunto:

¿Qué es la reforma?

a) Un proceso de autoanálisis que permite conocer cuál es la real validez de nuestras practicas comúnmente aceptadas.

b) Un proceso de transformación que, en primer lugar, desecha toda construcción doctrinal humana, y en segundo lugar, se apega a la Palabra de Dios interpretada de la forma más evangelizadoramente posible: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:17).

c) Una constante evaluación que permite limpiar el evangelio de Cristo de todas aquellas cosas que corrompen su significado y restringen su anunciación.

d) Un proceso inacabable. La nueva reforma en ninguna medida es una verdad absoluta sin discusión alguna. Si es que existe alguna idea en este trabajo que contuviera un error, bíblicamente comprobado, debe desecharse inmediatamente. Aún así, aquel examen que distingue el error debiese ser revisado con el mismo ímpetu con el cuál se refutó la idea original, pues nada garantiza que aquella apreciación no estuviese sesgada.

e) Una crítica constructiva a las prácticas que comúnmente realizamos o aceptamos. No alcanza eventos específicos, tales como disensiones, conflictos o acusaciones personales, las cuales no incumben a este trabajo.


¿Qué NO es la reforma?

a) Un llamado a la revolución y exaltación. La nueva reforma se sujeta al amor por la hermandad más que el odio o el recelo. Debe ser entendida como un beneficio para la iglesia más que un perjuicio.

b) Un estimulo para pensamientos personales que intentan derrocar a determinados lideres, pastores o evangelistas.

c) Una reforma de naturaleza legal. El cambio que pretende realizar no apunta a los estatutos, sino a las prácticas comunes en nuestras iglesias. La nueva reforma salta más allá de la teoría de los artículos de fe, y se introduce en el crudo mundo de las tradiciones humanas.


Si alguien osa en enfrentarse a pastores, predicadores, o hermano alguno con motivos de violencia o actos que no van acorde a la paz de una reforma, no han comprendido mis escritos, pues lo que mueve al cambio de la iglesia es el amor por construir, y no la exaltación por desunir. Cualquiera que ocupe esta serie de análisis para ofender o anunciar doctrinas falsas sepa que construye su propia desdicha, pues disfraza sus ideas de un trabajo serio que tiene por objetivo quitar aquellas mismas acusaciones carentes de sentido bíblico. Nadie puede apelar a una reforma si en su corazón solo existe la intención de destruir, pues es el amor el motor principal de la reforma. No olvidemos que el Señor encomendó algo esencial en su enseñanza: “Esto os mando: Que os améis los unos a otros” (Juan 15:17).

Dios le bendiga.

2 comentarios:

  1. ¿hay que estar constantemente reformandose?

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    1. Estimado, precisamente este es el motivo de una reforma: plantear la necesidad que la Escritura sea toda la autoridad y suficiencia para nuestro conocimiento de Dios, y no la tradición o mera costumbre humana.

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