miércoles, 27 de noviembre de 2013

Doctrina de la Gracia III: Expiación Definida

TERCER DESAFÍO:
“Jesucristo murió por todas las personas del mundo, incluso por aquellos que morirán eternamente en el infierno. La expiación de Cristo es universal, y por tanto, no está limitada sólo a la iglesia”


      Las congregaciones de hoy dan por sentado muchos temas que involucran el corazón mismo del evangelio. Es parte de nuestro vocabulario eclesial, por no decir de nuestro dialecto, decir que Cristo haya pagado el precio del pecado por todos y cada uno de los individuos en el mundo. Según esta enseñanza, Jesucristo murió por todos los pecadores del mundo, por toda la humanidad. La expiación, o pago de los pecados por medio del sacrificio que hizo Jesucristo, es universal, ilimitada, no definida hacia ningún individuo en particular e igualitaria para todos. Los pasajes bíblicos que exponemos para exponer esta doctrina contienen palabras que tienden hacia el universalismo tales como “todos” y “mundo”. Es tal nuestro apego a esta enseñanza que consideramos que cuestionarla sólo puede ser fruto de una mente descabellada.

    Sin embargo, existen diversas interrogantes al exponer una expiación universal. La primera es: ¿Cristo pagó el precio por el pecado o sólo pagó la posibilidad de ser salvo?, y la segunda es: Si pagó el precio por el pecado, ¿Por qué gran parte de la humanidad pagará ese precio muriendo eternamente en el infierno si Cristo ya pagó por ellos? Como vemos la segunda pregunta es una secuencia lógica de la primera consulta. Si Jesús pagó por todos los pecados de los hombres entonces todo el mundo debiese ser salvado, y por tanto, el infierno estaría vacío. Ante esta conclusión, lo que exponen nuestras enseñanzas es que la expiación de Cristo es suficiente para la salvación pero sólo eficaz para los que aceptan por la fe tal sacrificio. El poder de la expiación, por lo tanto, está condicionado a la reacción propia de los pecadores, que es la aceptación o rechazo de la muerte de Cristo por el pago de sus pecados. De acuerdo a esto último, Jesús no pagaría exactamente el precio por el pecado, que es la muerte, sino que compraría la posibilidad de ser salvo, dejando toda decisión a la humanidad caída.

     No obstante, la exposición de las Escrituras es distinta. La muerte de Cristo asegura al cien por ciento la salvación para el pecador. Él murió de manera sustituta, pagó la muerte que debíamos, y por tanto, nos salvó de nuestro pecado y de la justa retribución por este, la cual es la muerte eterna y el infierno. La Escritura nos garantiza que el sacrificio de Cristo en la cruz es eficaz, cumple su propósito: entregarse asimismo por nosotros. Sin embargo, ¿Quiénes son los receptores de esta expiación? Según nuestras enseñanzas, la expiación es eficaz sólo a aquellos que eligen a Dios y tienen fe en Cristo, aceptándole como su salvador personal. A contraposición de esta doctrina, la Escritura nos enseña que la fe no es un requisito para ser salvo, sino más bien un fruto de la regeneración que opera Dios a través del Espíritu Santo (Gálatas 5:22; Juan 6:29). La fe es un don de Dios y no una capacidad común en la humanidad. ¿Puede un muerto tener fe en Cristo? Por supuesto que No. Es necesario resucitarlo, que vuelva a la vida. La regeneración por medio del Espíritu Santo asegura la capacitación de Dios al pecador para responder en fe y arrepentimiento. Por tanto, afirmar por un lado que la salvación, que incluye la expiación, es una obra absoluta de Dios, y por el otro, que es necesario acatar, elegir o aceptar a Dios para ser salvos, es una completa contradicción.

     Sin perjuicio de lo anterior, la discusión no es si la expiación de Cristo es eficaz o no, ya que está completamente fuera de debate, más bien el punto es, si Cristo ofreció o no su sacrificio por todos o sólo por los elegidos. Bien lo explica Loraine Boettner: “La pregunta que debemos discutir bajo el tema de la “expiación limitada” es, ¿Ofreció Cristo su vida como sacrificio por toda la humanidad, por cada individuo sin excepción; o la ofreció por los elegidos únicamente? En otras palabras, ¿tuvo el sacrificio de Cristo el propósito meramente de brindar a todos los hombres la posibilidad de ser salvos o fue su propósito el de asegurar la salvación de aquellos que le habían sido dados por el Padre?” (La predestinación, pág. 89). El gran problema de asegurar que la expiación es universal, y al mismo tiempo corroborar en las Escrituras que no todo el mundo será salvo, es limitar el poder del sacrificio de Cristo. Según nuestra enseñanza, si el hombre no acepta a Cristo en su corazón, el poder de la expiación es nulo, el sacrificio por sí mismo no salvaría a nadie. Hemos divinizado tanto nuestro libre albedrío que asumimos que el buen ejercicio de este, la elección por Cristo, hace eficaz el poder de la expiación. Por tanto, la expiación de Cristo no salvaría a nadie si ningún pecador procediera a creer.

       Todo lo anterior podrá ser un buen argumento lógico en contra de la expiación universal, pero hasta el momento no hemos demostrado bíblicamente si esto es real o no. A pesar que la expiación universal es bastante verosímil, no es del todo bíblica, es más, compromete pilares fundamentales de la doctrina cristiana como tal. Revisemos lo que la Palabra de Dios nos dice acerca de la expiación de Cristo.


El significado y propósito de la expiación

     Primero que todo, ¿Qué significa expiar? Entendemos la expiación como el acto en que se paga o repara la culpa por medio del sacrificio. En el antiguo testamento se destina casi todo un libro a este tema. El tercer libro del Pentateuco, Levítico, nos enseña todas las cosas concernientes a los levitas, tribu de Israel dedicada, por orden de Dios, al sacerdocio y sistema expiatorio. Dios había ordenado que los pecados de su pueblo fueran perdonados mediante el sacrificio de animales. Existían distintas ofrendas de expiación: holocaustos, ofrenda de paz, ofrenda por el pecado, ofrenda de expiación, sacrificio por la culpa, en fin, una serie de ofrendas expiatorias que tenían dos elementos en común. En primer lugar, para cada sacrificio se exigía como requisito que el animal a sacrificar debía ser santificado o consagrado para ese fin. El cordero a sacrificar debía ser inmaculado, consagrado, destinado desde su nacimiento al holocausto. En segundo lugar, el animal debía morir degollado, a fin que derramase hasta la última gota de sangre. Sumado a otras condiciones, estos dos puntos eran esenciales para el sacrificio, a tal nivel que Dios rechazaba completamente la expiación si se faltase a tan sólo uno de estos puntos. La sangre cobra el papel principal en la obra expiatoria, ya que a través de esta Dios acepta o no el perdón de los pecados de su pueblo. ¿Por qué razón la sangre es tan importante para Dios?

     La ley mosaica nos especifica que la sangre es el símbolo más auténtico de la vida. Sin sangre, no hay vida, y es por esto que Dios a través de Moisés dice: “…la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas; y la misma sangre hará expiación de la persona” (Levítico 17:11). Si la sangre es la representación de la vida, entonces la sangre derramada es la representación de la muerte. A diferencia de los dioses paganos de las civilizaciones contemporáneas a los tiempos bíblicos, Dios no exigía el derramamiento de sangre inocente porque mostrara un grado de placer ante ello. Dios, siendo justo, no puede en ningún punto negar su justicia. Si la Escritura nos dice que la paga por el pecado es la muerte (Romanos 6:23) y que todos estamos muertos, por cuanto todos pecamos (Romanos 3:23; 5:12), Dios es justo si envía a toda la raza humana al infierno, a morir eternamente, por haber quebrantado su ley. Si Dios pasara por alto los pecados, por el sólo argumento de su amor, no sería del todo justo, pues no daría la justa sentencia por el pecado, y no amaría de manera perfecta, pues desecharía su odio contra la maldad, aspecto clave de su amor por la verdad y la justicia.

      Para perdonar los pecados del pueblo de Israel, Dios mandó a efectuar el sistema expiatorio descrito en Levítico. Lo que hace la expiación, sacrificio para borrar las culpas y las transgresiones, es imputar los delitos personalmente cometidos en una criatura santificada para el sacrificio, a fin que por medio del sacrificio los pecados pasen a la criatura inmolada y el pueblo sea limpio. Por esto es necesaria la sangre y el sacrificio. En otras palabras, Dios traspasaba toda la culpabilidad del pueblo de Israel a una criatura inocente, para que el sacerdote la degollara y por medio de la muerte de esta, representada por la sangre derramada, Dios consideraba pagada la trasgresión, y por tanto, no niega su justicia. La demanda de castigo queda satisfecha, la criatura inocente y pura muere de forma vicaria, es decir, en reemplazo de los pecadores. Al ser traspasados los pecados del pueblo a la criatura, esta no era considerada ya inocente, sino una masa de pecado que pagaría la muerte que los demás debían. Finalmente, la sangre derramada era presentada por el Sumo Sacerdote en el lugar Santísimo del Tabernáculo de Reunión, donde Dios podía o no aceptarla como sacrificio válido y suficiente para perdonar los pecados de su pueblo. Si la aceptaba, la sangre cubría los pecados de los transgresores, a tal punto, que Dios los consideraba limpios. Si la rechazaba los resultados eran contrarios.

     Con el tiempo, el sacrificio levítico comenzó a ser insuficiente. El pecado era tan constante en el pueblo de Israel que la mayoría moría en su pecado, ya que apenas siendo limpiados por la sangre de los corderos incurrían nuevamente en pecado. Así es descrito en el Nuevo Testamento: “Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados” (Hebreos 10:11). Con seguridad el sistema expiatorio no era el método por el cual Dios perdonaría eternamente los pecados de su pueblo, no terrenal ni sanguíneo, sino de la más bella congregación de lavados y limpiados por la sangre de uno que dio la vida por los suyos. El único que puede cumplir los requisitos de Dios es Dios mismo, y Dios encarnado en Jesucristo, vino a este mundo, viviendo sin pecado ni mancha alguna, consagrado desde su nacimiento para morir como aquellos corderitos del Antiguo Testamento. En la cruz, Jesús murió de manera sustitutiva por los pecadores. Dios lo entregó para llevar el pecado de muchos. Siendo inocente, dio hasta la última gota de sangre perfecta, no contaminada por el pecado.

       Los pecados del pueblo santo de Dios, de los que Él escogió desde antes de la fundación del mundo, fueron contados sobre Jesucristo. Él fue considerado maldito por nuestra causa: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado de un madero)” (Gálatas 3:13). El profeta Isaías dice que: “…él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados… como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores…” (Isaías 53:5 y 7). Juan el Bautista presenta a Jesús como: “…el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Mediante el sacrificio de Cristo, Dios considera la demanda de castigo pagada, su justicia es satisfecha, Él descargó toda su ira contra el pecado hacia su Hijo Unigénito: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Romanos 3:24-25). Cristo hizo el sacrificio perfecto y suficiente: “pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12). Por lo tanto, a través del sacrificio de Jesús, Dios no deja de ser justo: “con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que ÉL sea el JUSTO, y el que JUSTIFICA al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26).

   El propósito de la expiación es quitar los pecados de los hombres mediante la muerte de un ser limpio, sin mancha, inocente delante de Dios, el cual se dispone de manera sustitutiva por los que habrán de ser limpios por su sangre. La ira de Dios contra el pecado recae sobre tal criatura, y por tanto, la paga por el pecado, la muerte, queda saldada. Al igual como en el Antiguo Testamento, la expiación paga el precio integro de la condenación, no compra solamente la posibilidad de ser salvo, sino que asegura la salvación.


“Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado…”
(Isaías 53:10)


¿Realmente la palabra “todos” o “mundo” representa lo mismo todo el tiempo?

     Una vez entendido el significado espiritual de la expiación de Cristo Jesús, debemos hacernos la siguiente consulta: ¿Hacia quiénes estuvo referida la expiación? ¿Por quiénes Jesucristo pagó la muerte que debían? Ante esto podemos responder de manera instantánea que el Señor lo hizo por toda la humanidad, tanto por su iglesia como por los que jamás creerían en Él y morirían en el infierno. Pero, ¿Encontramos esto en la Escritura? El pasaje más citado al momento de exponer que Jesús murió por toda la humanidad, es decir, por cada individuo sin excepción alguna, es Juan 3:16:


“Porque de tal manera amó Dios al MUNDO, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”
(Juan 3:16).


         Para la teología actual, Dios amó a todos los hombres en el mundo de tal forma que dio a su Hijo Unigénito. Aunque sólo se salvarán los que en Él crean, Dios dispuso de esta expiación a toda la humanidad. Sin embargo, ¿Es esta la interpretación correcta de este texto tan importante? ¿La palabra “mundo” siempre significa “todas las personas en el mundo entero”? Es muy apresurado afirmar que Cristo pagó el pecado de toda la humanidad, sólo porque la palabra mundo está presente en el texto. Este versículo por sí sólo puede llevarnos a concluir que Cristo realizó una expiación universal. No obstante, sabemos que la Biblia habla un solo mensaje, y la forma correcta de interpretar un pasaje individual no es aislarlo, sino situarlo en el contexto literario, histórico y bíblico dentro de la Escritura. Al hacer una exégesis o interpretación más acercada al sentido o intención del autor, llegamos a conclusiones distintas a las planteadas por la doctrina de la expiación universal.

      En el mismo evangelio según San Juan, la palabra mundo se repite más de 60 veces, y no todas ellas son una referencia directa a todas las personas en el mundo sin excepción. Podemos mencionar distintos ejemplos. Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, los fariseos decían: “…Ya veis que no conseguís nada. Mirad, el MUNDO se va tras él” (Juan 12:19). ¿Realmente esta palabra hace alusión a todas las personas en el mundo entero? Jesús dice que el Espíritu Santo: “…convencerá al MUNDO de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). ¿Acaso de Pentecostés hasta hoy toda la tierra está convencida de su pecado y del juicio de Dios? Si es así, todos en la tierra serían salvados, pues el mismo Espíritu Santo los convencería de su maldad y ha prometido guiarlos hacia toda verdad (v.13). Tenemos también a Juan el Bautista diciendo: “…He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del MUNDO” (Juan 1:29). Si Jesucristo es presentado como el cordero que expía el pecado de todas las personas en el mundo, entonces todos en la tierra serían considerados justos y limpios de su pecado, según lo estudiado en el significado de la expiación de Cristo. ¿Podríamos sostener aquello? En ninguna manera. Antes Cristo ofreció su vida por los que creen en Él. Otros pasajes nos hacen hincapié en el mismo asunto: “Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de augusto cesar, que TODO EL MUNDO fuese empadronado” (Lucas 2:1). ¿Cuántos habrán resultado del censo en Europa? ¿O en Norteamérica? En el mismo capítulo se nos dice: “Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo” (Lucas 2:10). ¿Se regocijaron realmente todos en el pueblo, incluso los fariseos? Tenemos al apóstol Pablo diciendo: “…la esperanza que está guardada en los cielos, de la cual habéis oído por la palabra del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a TODO EL MUNDO…” (Colosenses 1:5-6). La carta a los colosenses data de mediados del siglo primero, y aquí el apóstol Pablo nos dice que el evangelio ya había llegado a “todo el mundo”. ¿Llegó a Australia? ¿O a Chile? ¿Nota usted que es absurdo interpretar todo el tiempo la palabra “mundo” como refiriéndose a todas las personas del planeta? ¿Acaso tengo que explicar la pregunta anterior especificando que “todo el tiempo” no se refiere a toda nuestra vida? Por lo revisado hasta el momento la palabra “mundo” o “todo el mundo” está explicada la mayoría de las veces de forma figurativa, no literal.

     Una mirada al contexto inmediato de Juan 3:16 nos aproximaría más aún a las mismas conclusiones. Desde Juan 3:2 Jesús establece un diálogo con Nicodemo, un principal entre los judíos (v.1). Este punto no es de menospreciar, pues ejerce mucha influencia en nuestra comprensión cultural e histórica, y por tanto, aportaría a una aproximación del significado más autentico de este pasaje. Al analizar el contexto cultural, podemos notar que, en los tiempos de Cristo, la sociedad judía era sumamente nacionalista y celosa por sus tradiciones. Aunque en muchos puntos de la ley se menciona la observancia por la pureza étnica, es decir, la no fusión con los elementos extranjeros, la vida diaria de los judíos contemplaba muchas costumbres que hacían del gentil (persona no judía) una fuente de contaminación para el pueblo. Tenemos en el Nuevo Testamento diversos pasajes que apuntan a este fanatismo por la raza y la cultura:



“Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse, y así poder comer la pascua”
(Juan 18:28).

“Y les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo”
(Hechos 10:28).

“diciendo: ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos?”
(Hechos 11:3).


     La sociedad judía estaba obsesionada por la raza y la cultura. Esto es un punto no menor a considerar en el diálogo entre Jesús y Nicodemo, ya que este último era uno de los principales entre los judíos, por tanto, no negaba en ningún punto la importancia de la etnia y la cultura. Alfred Edersheim, en su obra “Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo” señala:


“La leche ordeñada de una vaca por manos gentiles, y el pan y el aceite preparados por ellos, podían ser vendidos a los extranjeros, pero no usados por los israelitas…Si un pagano era invitado a una casa judía, no podía ser dejado solo en la estancia, pues en caso contrario se consideraba que todos los artículos alimenticios o bebidas en la mesa eran impuros. Si se les compraban útiles de cocina, tenían que ser purificados con fuego o agua…”
(“Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo”; Alfred Edersheim, pág. 47-48)



    La historia del pueblo de Israel, desde sus comienzos hasta los tiempos de Cristo, siempre estuvo marcada por la intervención de Dios. Ellos sostenían que este celo era legítimo, ya que eran el pueblo que Dios escogió en esta tierra para mostrar sus maravillas. Es obvio que el Mesías que esperaban (y que aún esperan) validara todas sus costumbres y pensamientos, otorgándoles salvación únicamente a ellos. El pensamiento judío no admitía en su comprensión de las Escrituras que el Mesías salvara también a los gentiles. Sin embargo, Jesucristo, después de exponer sobre el nuevo nacimiento, dijo a Nicodemo, representante de esta sociedad obsesionada por su identidad étnica: “Porque de tal manera amó Dios al MUNDO, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Jesús, como Mesías, no vino únicamente a rescatar a un pueblo sanguíneo, sino más bien a uno espiritual, del cual no estará formado sólo por judíos, sino también por gentiles. Lo que quiso decir Jesús es que el pueblo directo en el que se encontraba no serían los únicos receptores de la salvación, sino que otras personas en el mundo también participarían de ella. Alfred Edersheim, ante este punto establece:


“La revelación más inesperada y revelación más inopinada, desde el punto de vista judío, fue la de la demolición de la pared intermedia de separación entre judíos y gentiles…No había nada análogo a esto; ni se podía encontrar una sola insinuación ni en la enseñanza ni en el espíritu de aquellos tiempos”
(“Usos y costumbres de los judíos en los tiempos de Cristo”; Alfred Edersheim, pág. 49).


     Como dice el autor, cortar esta barrera entre judíos y gentiles era la cosa más inusitada que podría pensarse en la época, más aún si Jesús revelara en sí mismo el misterio que había permanecido oculto hasta entonces: la conformación de su Iglesia Universal. En resumen, el hecho que la palabra “mundo” esté en este tan citado pasaje no es evidencia para afirmar que la expiación de Cristo fue por todos y cada uno de los individuos del mundo, sino que nos aproxima a la idea que Dios en Jesucristo no vino sólo a salvar a judíos sino también a gentiles: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición… para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gálatas 3:13-14).

Otro pasaje similar podemos encontrarlo en la primera epístola del apóstol Juan, muy citado para exponer una expiación universal:

“Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de TODO EL MUNDO”
(1 Juan 2:2)


     Nuevamente las palabras “todos” y “mundo” ingresan al debate. Nuestra primera consulta es la misma que hicimos en el análisis minucioso de Juan 3:16: ¿Este pasaje revela en sí mismo que Jesucristo vino a expiar el pecado de todo el mundo? Nuevamente, este versículo por sí solo puede hacernos pensar que la expiación fue por toda la humanidad, pero una vez llevado al contexto bíblico las conclusiones son distintas. Muchos al citar este pasaje no tienen en cuenta la etimología ni el contexto bíblico de la palabra “propiciación”. El significado teológico de esta es “apaciguar la ira de Dios mediante una acción agradable delante de Él”. El apóstol Juan menciona en el versículo anterior que escribía tales cosas para que sus receptores no pecaran, y si hubiesen pecado: “…abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). El apóstol agrega que Él (Jesús) es la propiciación por nuestros pecados, es decir, siendo abogado defensor por nosotros delante de la justicia de Dios, pone la evidencia suprema para apaciguar la ira que merecemos (Efesios 2:3): su propia sangre derramada en la cruz. Para entender esto último debemos tomar en cuenta que la propiciación por los pecados no es una palabra nueva para el apóstol, sino que una relación directa al sistema expiatorio dado a los levitas en el Antiguo Pacto. Al referirse al arca del testimonio que estaba en el tabernáculo de reunión, Dios manda a hacer este propiciatorio: “Y pondrás el propiciatorio encima del arca, y en el arca pondrás el testimonio que yo te daré” (Éxodo 25:21). Una vez ya dispuesto el propiciatorio y su ubicación dentro del santuario, Dios dispuso su sentido. En la ley, Aarón, el hermano de Moisés, debía realizar expiación por sí mismo, para luego interceder por la limpieza del pueblo. Para ello se le daba un becerro, que una vez degollado, debía cumplir lo siguiente: “Tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo siete veces de aquella sangre” (Levítico 16:14). De esto también habló el autor de Hebreos en el capítulo 9. Por tanto, conocer el significado y sentido de la propiciación en el Antiguo Testamento puede resultar clave en nuestro entendimiento de1 Juan 2:2.

     El sentido que nos da el pasaje es el siguiente: Cristo es la propiciación, es decir, la persona de la cual Dios Padre siente tanta complacencia, que proponiendo su sacrificio perfecto, santo y agradable delante del Padre, apacigua la ira contra el pecado de su pueblo, y de esta forma, los salva. El acto de la propiciación es, en estricto sentido, para apaciguar la ira de Dios contra el pecado mediante la sangre de Cristo, y por tanto, resulta en la efectiva salvación de su pueblo. En el sistema expiatorio del Antiguo Testamento los sacrificios no lograban limpiar eternamente los pecados del pueblo de Israel, caso contrario al sacrificio perfecto de Cristo, hecho una vez y para siempre. En consecuencia, si Cristo es la propiciación por los pecados de toda la humanidad, otorgando eficazmente la salvación por ese sacrificio, entonces todas las personas en el mundo serían salvas, un enfoque completamente alejado de la verdad de la Escritura. Ahora, si pensamos que el apóstol Pablo al decir “todo el mundo” se refería al carácter universal de la iglesia, es decir, que la propiciación de Cristo alcanzará a muchas personas en todo el mundo, entonces seremos consistentes no sólo con la plenitud, poder y suficiencia del sacrificio de Cristo, sino también con el significado puramente bíblico de la propiciación.

Otro pasaje igualmente citado se encuentra en la segunda epístola del apóstol Pedro. Nuevamente la palabra “todos” nos induce a una expiación universal:


“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que TODOS procedan al arrepentimiento”
(2 Pedro 3:9).


     Al situar este pasaje en su contexto epistolar podemos ver que los receptores de las cartas del apóstol Pedro son los “escogidos”: “…a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu…” (1 Pedro 1:1-2) y “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra” (2 Pedro 1:1). Por tanto, debemos partir nuestro análisis tomando en cuenta que las epístolas del apóstol Pedro estaban dirigidas a todos los cristianos de la época, en estricto sentido, y no a toda la humanidad sin excepción de salvados y no salvados.

     Al citar el pasaje en cuestión, nuestra interpretación automática es que Dios desea que “todas las personas en el mundo” procedan al arrepentimiento. Sin embargo, esta no es la intención que el texto nos quiere dar. El apóstol Pedro dice que Dios se muestra “paciente con nosotros”, es decir, él y los receptores de su carta, los escogidos de Dios, de tal forma que no quiere que ninguno DE ELLOS perezca, sino que TODOS ELLOS, ninguno más ni uno menos, procedan al arrepentimiento. El apóstol Pedro dice unos versículos antes que: “…en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento?...” (2 Pedro 3:3-4). Su respuesta ante estos es que Dios no retarda su promesa, como algunos pueden sostener que es así, sino que con paciencia desea que TODOS SUS ESCOGIDOS procedan al arrepentimiento.

     Por lo que podemos ver a lo largo de todas las menciones, la palabra “todos” y “mundo” no se usan en sentido literal, sino en figurativo. Los escritores del Nuevo Testamento las utilizaban para corregir el pensamiento judío de que la salvación era solamente para ellos. Por lo tanto, su intención era aclarar que Jesús vino a salvar a muchas personas sin distinción de etnia, cultura, nacionalidad o raza. Dios salvará tanto a judíos como a gentiles. Las palabras “todos” o “mundo” utilizadas en la temática de la expiación más bien son representativas de una gran multitud. Revisemos esto en las Escrituras:


“…por su conocimiento justificará mi siervo justo a MUCHOS, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de MUCHOS, y orado por los transgresores”
(Isaías 53:11-12).

“como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y dar su vida en rescate por MUCHOS”
(Mateo 20:28).

“porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por MUCHOS es derramada para remisión de pecados”
(Mateo 26:28).

“…Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a TODOS LOS QUE LE DISTE”
(Juan 17:1-2).


   Sin embargo, todas estas menciones no aseguran por sí solas que Cristo murió por los escogidos solamente, puesto que los “muchos” o los que “el Padre le dio a Jesucristo” podrían corresponder a “todas las personas en el mundo entero”. Para asegurar una expiación definida sólo a los escogidos es necesario tener pruebas bíblicas que, en primer lugar, demuestren que Cristo pagó con su muerte el pecado de la iglesia solamente, y en segundo lugar, refuten la idea que tal pago fue para todos y cada uno de los individuos del mundo entero. Por lo visto hasta ahora, los versículos que comúnmente citamos al momento de pronunciar una expiación universal como Juan 3:16, 1 Juan 2:2 y 2 Pedro 2:9 no son pruebas indiscutibles que Cristo pagó el pecado de todas y cada una de las personas en el mundo, puesto que, al someterlos a un examen riguroso, situándolos en su contexto histórico y comparándolos con otros pasajes, no demuestran de manera inequívoca que la expiación universal sea un mensaje consistente con toda la Escritura.


Las razones bíblicas para la expiación de Cristo referida sólo a la iglesia

    La doctrina de la expiación definida podría ser una mal interpretación de las Escrituras, más aún si no hemos presentado pruebas bíblicas que acrediten que Jesús realmente vino a expiar el pecado de sólo sus escogidos, ni uno más, ni uno menos. Cualquiera hasta el momento podría objetar que aunque es cierto que la palabra “todo el mundo” es regularmente empleada de forma figurativa, esto no es argumento suficiente para demostrar fehacientemente la doctrina de la expiación definida. Esto es claro, ya que perfectamente Jesús o los apóstoles pudieron haberse referido a la expiación universal, utilizando literalmente la palabra todos. Sin embargo, en la Escritura existen claras evidencias que apoyan la expiación de Jesús sólo por su iglesia, tanto en la prefigura de la expiación del Antiguo Testamento como en las palabras de Cristo y sus apóstoles.

       En el Antiguo Testamento, siempre la expiación tuvo la dirección de limpiar solamente los pecados del pueblo de Israel. Los sacrificios efectuados por los levitas no cubrían los pecados de los egipcios, los persas o los babilonios. Siempre tuvieron el propósito de borrar las rebeliones del pueblo de Dios. Por tanto, debemos considerar en primer lugar que la expiación siempre fue exclusiva.

   Con respecto a la expiación de Cristo, los evangelios nos dicen: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). Vemos que desde la misma anunciación del nacimiento de Jesús su propósito sería claro, salvar a SU PUEBLO de sus pecados. Si el pueblo de Jesús es sólo el pueblo de Israel entonces en vano predicaban los apóstoles a los gentiles. Si el pueblo de Jesús fuera todo el mundo, es decir, que Jesús salvaría a todas las personas de la tierra de sus pecados, entonces nadie iría al infierno. ¿Cuál es entonces el pueblo de Cristo, la congregación por la cual Él vino a salvar de sus pecados?

    En el desafío anterior estudiamos que Dios ha escogido a una congregación de pecadores para ser salvados de sus pecados y llevados a su gloria. Al revisar el significado de la palabra “iglesia” nos encontramos con el griego “Ekklesia” que significa “el llamado a algunos”. Si Cristo vino a salvar a su pueblo de sus pecados, ¿Existe alguna evidencia bíblica que asuma que su expiación, el propósito esencial de su venida, tiene como único receptor a la iglesia , el grupo de personas escogidas por Dios?

    Luego de indagar en la Escritura mi respuesta es sí. Tenemos innumerables menciones en la Escritura sobre el sacrificio de Cristo por la iglesia, tanto en forma explícita como indirecta. Por ejemplo tenemos al apóstol Pablo diciendo en un discurso en Mileto: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hechos 20:28) y a la iglesia en Efeso: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Según las palabras del apóstol, el propósito de la expiación de Cristo fue entregarse y ganar por su sangre a la iglesia, no por todas las personas en el mundo entero. Siguiendo con lo revelado por el apóstol Pablo, Jesús se entregó a sí mismo por la iglesia: “para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha… Porque nadie aborreció jamás su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia” (Efesios 5:26-29). Según lo anteriormente revisado, Cristo purifica, santifica, sustenta y llena de gloria a su iglesia, lo que revela que el propósito de su expiación está referido única y esencialmente a ella.

La consulta ahora es, ¿Es la iglesia el pueblo que Cristo vino a salvar de sus pecados? Veamos las pruebas bíblicas:

“porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador”
(Efesios 5:23).

“…Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”
(Hechos 2:47).


      Si bíblicamente Jesús vino a salvar a SU PUEBLO de sus pecados (Mateo 1:21), y la Escritura nos dice que Él es el Salvador de la iglesia, y que añade cada día a los salvados en este grupo de personas, entonces tenemos sólidas evidencias para afirmar que Cristo se dio a sí mismo sólo por la iglesia, por nadie más ni nadie menos, puesto que los salvados son añadidos por el Señor mismo a la iglesia, forman parte de ella, y no hay salvado fuera de esta misma. Por tanto, si Jesús vino a salvar a su iglesia de sus pecados y se entregó a sí mismo por ella, ¿es todo el mundo parte de la iglesia? Hago esta pregunta puesto que afirmamos sin pensar dos veces en que Cristo se entregó por toda la humanidad, y no sólo por la iglesia. ¿Cómo entonces podemos explicar la distinción que hace el apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios?: “No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios” (1 Corintios 10:32). Si todo el mundo fuese parte de la iglesia, entonces no habría tal distinción.

     El apóstol Pedro refiriéndose a todos los que han “renacido para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 Pedro 1:3) dijo enfáticamente: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, NACIÓN SANTA, PUEBLO ADQUIRIDO POR DIOS, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais PUEBLO, pero que ahora sois PUEBLO DE DIOS; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pedro 2:9). Notemos la expresión “Pueblo adquirido por Dios”, sinónimo de comprado, obtenido, alcanzado, apropiado o adueñado por Dios. Una vez nacido de nuevo por el Espíritu Santo y llevado a creer y arrepentirse de sus pecados, el hombre es considerado parte de esta nación santa y pueblo adquirido por Dios, siendo que antes no era parte del pueblo, pero ahora, en Cristo Jesús es parte del pueblo que Dios ha alcanzado y ha hallado misericordia. Este pueblo ha sido salvado por Dios y reúne todas las características de lo que Jesús y los apóstoles llaman “Iglesia”. Esto con seguridad guarda relación con la mención de Oseas que hace el apóstol Pablo: “…Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, Y a la no amada, amada. Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, Allí serán llamados hijos del Dios viviente” (Romanos 9:25-26). Cabe mencionar que el mismo apóstol Pablo hizo variadas menciones sobre esta adquisición de Dios:


“¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”
(1 Corintios 6:19-20).

“…asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres”
(1 Corintios 7:22-23).


     El pueblo de Dios por tanto no es estrictamente el pueblo de Israel sino que todos los regenerados, salvados, redimidos, justificados y adoptados por Dios de todo el mundo: “y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apocalipsis 5:9). La sangre de Cristo es el precio que Dios pagó para adquirir este pueblo, conformado por personas de todos los lugares del mundo.

       Otra mención indirecta a la expiación definida sólo a la iglesia viene del misterio de la descendencia de Abraham. Revisemos detenidamente el siguiente pasaje de Hebreos: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2:14-17). Este pasaje nos habla de Jesucristo, su victoria sobre el pecado y la muerte, y el propósito más puro de su expiación, descrito esta vez como referido únicamente a la descendencia de Abraham. Esto puede poner en serios aprietos a muchos estudiantes de la Escritura: ¿No nos mencionaba el apóstol Pablo que Jesucristo se entregó por la iglesia? ¿Cómo entonces ahora nos dice el autor de Hebreos que Jesús socorrió a la descendencia de Abraham? Vamos a la raíz del asunto.

     Cuando Dios llama a Abraham le hace la siguiente promesa: “… haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2-3). El apóstol Pablo explica este suceso de la siguiente forma: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones” (Gálatas 3:8). Por lo que podemos notar, la bendición de Abraham se extendería a todas las naciones, serán benditas todas las familias de la tierra. Esta promesa de Dios es ratificada en otro episodio de la vida del patriarca: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:18). Ante esto el apóstol Pablo exhorta: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3:16). La promesa que hizo Dios a Abraham es una revelación de Cristo mismo. La descendencia histórica y física de Abraham traería al Mesías, el Salvador, quien socorrería al pueblo de Dios: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:17). Por tanto, la descendencia de Abraham, a la cual Hebreos nos dice que vino Cristo a socorrer, no es tan sólo el pueblo hebreo, sino también los benditos de todas las naciones: “…del oriente traeré tu generación, y del occidente te recogeré. Diré al norte: Da acá; y al sur: no detengas; trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice” (Isaías 43:5-7).

¿Quiénes son los descendientes de Abraham? La respuesta la hallamos en la Escritura:


“Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham” (Gálatas 3:7).

“Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29).


       Recordemos que Jesús confronta a los judíos diciéndoles: “…Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais” (Juan 8:39). Todo esto es ciertamente otra referencia a la iglesia, el pueblo que Dios adquirió mediante la expiación de Cristo y la descendencia de Abraham a la que Él vino a socorrer. La pregunta clave ahora es, ¿Pueden todas las personas del mundo ser la descendencia de Abraham, para asumir que Cristo con su sacrificio vino a socorrer a toda la humanidad? Jesús mismo dice a estos mismos judíos que no: “…Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer…” (Juan 8:42-44). Jesús dice que no podían creer a su palabra porque no eran hijos de Abraham, sino del diablo. Jesús vino a socorrer sólo a los descendientes de Abraham, aquellos que Dios había escogido desde antes de la fundación del mundo para que creyesen en Él, y confiasen como Abraham creyó y fue contado como justo (Génesis 15:6).


“Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste”
(Juan 17:1-2).

“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero”
(Juan 6:39).


Los problemas bíblicos para una expiación universal

   Aunque los argumentos bíblicos hasta ahora presentados son convincentes en pos de entender una expiación definida, no son suficientes para muchos cristianos. Al parecer, el hecho que la Escritura guarde silencio con respecto a una expiación universal no es motivo para desecharla. Sin embargo, ¿Seguiremos sosteniendo tal doctrina si la Escritura nos demuestra enfáticamente que Jesús no murió por todas las personas en el mundo? La doctrina de la expiación universal presenta variados problemas conforme vamos avanzando en nuestra comprensión de la Escritura. Revisemos algunos de ellos.

      En el capítulo 10 del evangelio según San Juan Jesús expone de manera alegórica el mensaje de salvación. Comienza desde el primer versículo con la parábola del redil y no abandona este lenguaje simbólico hasta el versículo 29. Él afirma ser el buen pastor (v.11, 14), no el asalariado que abandona a las ovejas cuando ve al lobo, sino que da su vida por las ovejas. Veamos como Jesús reitera este punto a lo largo del capítulo:


Yo soy el buen pastor; el buen pastor SU VIDA DA POR LAS OVEJAS” (v.11).

“Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; Y PONGO MI VIDA POR LAS OVEJAS” (v.14-15).


     Notemos también que esta disposición de la vida a favor de las ovejas que habla Jesucristo es una mención simbólica a su expiación, pues tiene elementos de su resurrección: “Por eso me ama el Padre, PORQUE YO PONGO MI VIDA, PARA VOLVERLA A TOMAR. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para VOLVERLA A TOMAR. Este mandamiento recibí de mi Padre” (v.17-18). Jesucristo, el buen pastor, voluntariamente ofrece su vida por sus ovejas, las cuales no todas son parte de su pueblo, sino que es necesario traerlas al redil: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (v.16). Esta puede ser una referencia a que la salvación no solamente tendrá el objetivo de salvar a los judíos, sino también a los gentiles.

     Jesucristo no solamente dijo que Él es el buen pastor, sino también que sus ovejas oyen su voz y le siguen (v.27) y le conocen así como el Padre le conoce a Él (v.14-15). Estas ovejas son un símbolo de todas las personas que han sido salvadas, ya que conocen quién es el buen pastor: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3). Por el mismo testimonio de Cristo, el conocimiento de Dios es la vida eterna, y por tanto, el ingreso al redil de Jesucristo: “Yo soy la puerta de las ovejas…Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:7 y 9). El sólo hecho de expresar que las ovejas conocen a Jesús ya es asumir que han sido salvadas por Él. Las ovejas, por tanto, son las receptoras de la vida eterna, están en el redil del pastor que da su vida por ellas, y tiene poder para volverla a tomar, es decir, puede resucitar de los muertos:

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, Y YO LES DOY VIDA ETERNA; y no perecerán jamás…” (v.27-28).

“…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (v.10).


      Durante este episodio, los judíos cuestionaban su enseñanza de Jesús y le demonizaban: “Muchos de ellos decían: Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís?” (v.20), a tal punto que en el templo de Jerusalén, por el pórtico de Salomón, le rodearon y le dijeron: “… ¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente” (v.24). Los judíos no entendían las palabras de Jesús, esto es claro en el relato: “Esta alegoría les dijo Jesús; pero ellos no entendieron qué era lo que les decía” (v.6). Ante esta pregunta Jesús les dice:


“…Os lo he dicho, y NO CREÉIS; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero VOSOTROS NO CREÉIS, PORQUE NO SOIS DE MIS OVEJAS, como os he dicho”
(v.25-26).


     Jesús dice que la razón por la que no creían los fariseos era porque no pertenecían a su redil, no eran parte de sus ovejas. Notemos la secuencia: “vosotros no creéis, porque no sois mis ovejas”, en lugar de “vosotros no sois mis ovejas, porque no creéis” como muchos en nuestra enseñanza pueden asumir. La razón por la que no podían responder al evangelio de Cristo era porque no eran sus ovejas. Tan sólo recopilemos punto por punto todo lo revisado:

- Jesús es el buen pastor, no abandona a sus ovejas.
- El buen pastor da su vida por SUS ovejas.
- Las ovejas son las receptoras de la vida eterna.
- Las ovejas del redil del Señor responden a su llamado.
- Se conocen mutuamente.
- Creen y le obedecen porque conocen su voz.
- Los que no creen ni responden a su llamado no son sus ovejas.

     Por consiguiente, si Cristo dijo que Él, como buen pastor, da su vida por sus ovejas, por nadie más ni nadie menos, y aquellos que no responden al evangelio no son sus ovejas, entonces es inconsistente con la Escritura afirmar que Cristo murió por toda la humanidad si Él mismo confeso dar la vida por sus ovejas y que hay personas que no son sus ovejas. Esto es una clara muestra de la expiación referida únicamente a la iglesia.

       Tenemos también otros problemas con la expiación universal. Jesucristo al interceder y orar al Padre en Juan 17, dijo de esta manera: “He manifestado tu nombre a los hombres que DEL MUNDO me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste” (Juan 17:6-8). Jesús, con obviedad, no se está refiriendo a todas las personas que le habían oído, sino a todos los que recibieron su palabra, le conocieron y creyeron en Él. Es también interesante señalar que el Padre dio a Jesús hombres del mundo, y no a “todos los hombres de todo el mundo”. Jesús dice en el mismo evangelio: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). El propósito de Jesús es salvar a todos los que el Padre le ha dado: “Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero” (Juan 6:39). Jesús prosigue con su oración diciendo:


“Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son” (Juan 17:9).


      Jesús ora por los escogidos de Dios, aquellos que el Padre le ha dado a Jesús para que los resucite en el día postrero. No ora por todos los hombres, sino por los que recibió del Padre para redimirlos por medio de su sacrificio. Mathew Henry dice en su prestigioso comentario sobre este pasaje:


“Cristo ofreció esta oración por su pueblo solo en cuanto a creyentes; no por el mundo en general. Aunque nadie que desee ir al Padre y sea consciente de que es indigno de ir en su propio nombre, tiene que desanimarse por la declaración del Salvador, porque es capaz y está dispuesto para salvar hasta lo sumo a todos los que vayan a Dios por Él. Las convicciones y los deseos fervorosos son señal esperanzadora de una obra ya efectuada en el hombre; empiezan a demostrar que ha sido elegido para salvación a través de la santificación del Espíritu y la creencia de la verdad”

     Es interesante también mencionar que Dios revela a quién quiere el evangelio, no a todas las personas en el mundo entero. Tan sólo veamos las palabras del Señor:

“…Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni el Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:25-27).

“Y él dijo: A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los otros por parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan” (Lucas 8:10).

“…Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; más a ellos no les es dado” (Mateo 13:11).

“…más a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados” (Marcos 4:11-12).


      Por tanto, tenemos evidencias bíblicas tanto para confirmar la expiación definida, como para refutar la expiación universal.


El dilema de la incredulidad en la expiación

     Luego de revisar minuciosamente gran parte de lo que las Escrituras nos mencionan acerca de la expiación de Cristo, llegamos a la conclusión que es inconsistente con la Palabra de Dios la idea que Jesucristo haya muerto por todos y cada uno de los hombres del mundo entero. Sin embargo, muchos cristianos no quedan del todo convencidos de estas explicaciones, sino que abordan el tema desde un punto de vista intransigente. La explicación a la suficiencia y eficacia de la expiación es que el sacrificio de Cristo fue por todos los hombres, pero no todos son salvos puesto que no creen. Sin embargo, existe un dilema profundo en este tema que se desprende de la pregunta, ¿Qué pecados fueron contados sobre Cristo Jesús? Veamos lo que la Escritura nos dice:


“quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de TODA INIQUIDAD y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14)

“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de TODA MALDAD” (1 Juan 1:9).

“Él es quien perdona TODAS TUS INIQUIDADES…” (Salmo 103:3).

“…la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de TODO PECADO” (1 Juan 1:7).


       Por tanto, la respuesta a la pregunta central es que Cristo pagó por todos los pecados, no sólo por algunos, y por consiguiente, la expiación es suficiente y eficaz, cumple su propósito y salva indefectiblemente a quienes fue referida. Ahora si nos vamos al escenario de que Jesucristo pagó el pecado de todos y cada uno de los hombres, ¿Qué impide que el hombre sea salvo? Nuestra respuesta es “la incredulidad”. Sin embargo, ¿Habrá Jesús pagado la incredulidad? Si bíblicamente la incredulidad es un pecado, ¿Por qué insistimos en la idea que el hombre no es salvo por su incredulidad? ¿Acaso Cristo no pagó todos los pecados, inclusive el no creer en Dios? Tenemos un grave problema al defender una expiación universal, pues al asegurar que Cristo pagó todos los pecados de todos los hombres en la cruz no tomamos en serio el poder real de la expiación.

     Si Cristo pagó el precio del pecado y a la vez de la salvación para todos los hombres, entonces todos debiesen ser salvos. Ante esta posibilidad, el obstáculo que proponemos es que aunque el sacrificio de Cristo es suficiente para que el hombre sea salvo, los que no crean morirán en el infierno. De este último escenario se desprenden dos problemas. El primero es que la expiación de Cristo no asegura la salvación por sí misma si el hombre no cree en Él, y el segundo es que, si no cree, Cristo no pagó la incredulidad del hombre en su sacrificio. La expiación universal es completamente contradictoria con el punto central de la expiación de Cristo: pagar todos los pecados en su muerte.

     Antes de limitar el poder perfecto de la expiación, el perdón y la limpieza de todo pecado, dejando todo en la pecaminosa decisión del hombre, la Escritura limita sólo el propósito de la expiación: salvar a los escogidos de Dios, la iglesia de Cristo. Según lo que expone la Palabra de Dios, la expiación es absolutamente eficaz en su propósito de salvar a los escogidos de Dios, ninguno más ni uno menos. Al hablar como escogido de Dios, el apóstol Pablo dijo que Cristo se entregó por todos los escogidos (Romanos 8:28-37). Es cierto que al sostener una expiación definida sólo a la iglesia podemos limitar su alcance, puesto que es sólo para los escogidos de Dios, pero no así su poder, es decir, no negamos que sea eficaz, que pueda salvar a pesar del pecador y su incredulidad. Esta doctrina no es un capricho para la teología reformada, sino una necesidad de ser fieles a la Escritura. La expiación universal se desvanece por completo al evaluar sus puntos a la luz de la Palabra.

     Por lo tanto, cuando veamos pasajes como Juan 3:16, 1 Juan 2:2, 1 Timoteo 2:3-4, 2 Pedro 3:9, Juan 3:17, entre otros, la regla es no generalizarlos, sino que con un examen cuidadoso y objetivo, evaluarlos a la luz de toda la Escritura, y revisar qué es lo que el Espíritu Santo ha revelado sobre la expiación de nuestro Salvador Jesús.

1 comentario:

  1. si muy convincente y esto ( perdón a todos) lo único que genera es pecado.
    por eso se marcan tres pasos en las escrituras
    1.reconocer nuestra condición de pecadores
    2.saber que no somos nada sin el sacrificio de JESUCRISTO .
    3.Y que incluso en los tiempos de sacrificios en el desierto, época de los jueces,David , Elías , Moises , y todos los siervos y profetas del Señor si alguién no era partícipe de el sacrificio al Señor su recompensa no era bendición del Cielo (DIOS ).
    DE ALLÍ EL CASO DE CORE, jezabel, rey saúl y muchos otros que se apartaron del Altar del Señor. entonces por eso dice la Palabra DE DIOS
    QUE SOLO HAY UN CAMINO JESUCRISTO.
    Y ES NECESARIO RECIBIRLE
    8:10 Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia.
    8:11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
    8:12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;
    8:13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
    8:14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
    8:15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
    8:16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.
    8:17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
    10:3 Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios;
    10:4 porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.
    10:5 Porque de la justicia que es por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas.
    10:6 Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo);
    10:7 o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos).
    10:8 Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos:
    10:9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
    10:10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
    10:11 Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado.

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