lunes, 4 de noviembre de 2013

John Owen: "El Espíritu Santo". Parte 1

      John Owen, teólogo, maestro, pastor y predicador del Siglo XVII, fue una de las más prominentes figuras del puritanismo. Como hijo de un puritano, se crió en un hogar cristiano, impregnado con la fidelidad que este movimiento tenía a las Escrituras. Desde su juventud, demostró grandes capacidades intelectuales a tal punto que tan sólo a los 16 años, ya se había licenciado en Filosofía en la Universidad de Oxford. A los 25 años el Espíritu Santo obró en él, a través de una predicación de Mateo 8:26, en la voz de un desconocido pastor de Calumny. Desde ese día su estudio de las Escrituras cobró sentido y decidió seguir estudiando en la Universidad de Oxford, estrictamente teología. Sin terminar tal carrera, se une a la lucha parlamentaria de su época, en la que demuestra gran ímpetu y fuerza al oponerse a lo que los puritanos llamaban "papismo". Es en medio de esta lucha que John Owen es llamado al pastorado, del cual se conoce que predicó a más de 2000 personas, una congregación bastante numerosa para la época. Es en este ministerio que escribió obras prominentes de teología bíblica pura como lo son sus más conocidas "La mortificación del pecado", "La tentación", "La Muerte de la Muerte en la Muerte de Cristo", entre otras. Una de sus obras más importantes es "El Espíritu Santo", una exposición muy aproximada a las verdades bíblicas sobre el Espíritu Santo de Dios. Este estudio no solamente abarca verdades bíblicas fundamentales que todo creyentes debe anhelar conocer sobre el Espíritu Santo, sino además un cuestionamiento práctico sobre si nuestra vida está o no conforme a lo que Dios expone sobre sí mismo y cómo nosotros debemos responder a su presencia bajo su gracia. Este estudio abarca temas esenciales y a la vez polémicos en estos tiempos, como la Elección Incondicional de Dios, el ineficaz poder del libre albedrío, el poder que tiene Dios de vencer la incredulidad del pecador, entre otras conclusiones bíblicas. Será una bendición para el que busque la verdad y la exposición fidedigna y realista de la Palabra Santa de Dios.


  1.    La obra del Espíritu Santo

     Cuando Dios planeó la gran obra de salvar pecadores, él proveyó dos dones. Él dio a su Hijo y él dio a su Espíritu. De hecho cada Persona de la Trinidad se involucro en esta gran obra de salvación. El amor, gracia y sabiduría del Padre la planeó; el amor, gracia y humildad del Hijo la compró; y el amor, gracia y poder del Espíritu Santo capacitó a los pecadores para creer y recibirla.
    La primera gran verdad en esta obra de salvación es que Dios envió a su Hijo para tomar nuestra naturaleza en él y sufrir en ella por nosotros. La segunda grande verdad es que Dios dio a su Espíritu para traer a los pecadores a la fe en Cristo y así ser salvos.

     Cuando el Señor Jesucristo estaba por dejar el mundo, el prometió enviar a su Espíritu Santo para estar con sus discípulos (Jn. 14:16-18, 25-27; 15:26; 16: 5-15). Aunque fue un gran privilegio el haber conocido a Cristo cuando vivió en la tierra, pero iba a ser uno mucho más grande el conocerlo revelado a nuestros corazones por el Espíritu Santo (2 Co. 5:16)
     Una gran obra del Espíritu Santo es de convencer a los pecadores que el evangelio que les es predicado es verdad y de Dios. Otra gran obra que él hace es de hacer santos a los que creen al evangelio. (2 Co. 3:18)
     Si el Espíritu Santo no obra con el evangelio, entonces el evangelio viene a ser una letra muerta y el Nuevo Testamento viene a ser tan inútil para los Cristianos así como el Antiguo Testamento es para los Judíos (Is. 59:21). A consecuencia debemos darnos cuenta que todo el bien espiritual que surge de la salvación es revelado y dado a nosotros por el Espíritu Santo. Debemos también entender que todo lo que es hecho en nosotros y todo lo que somos capacitados para hacer que es santo y aceptable a Dios es por el Espíritu Santo obrando en nosotros y con nosotros. Sin él no podemos hacer nada (Jn. 15:5). Por el Espíritu Santo somos nacidos de nuevo, hechos santos y capacitados para agradar a Dios en cada obra buena.
     Es en vista de la grandeza de esta obra que la Escritura nos advierte que el único pecado que no puede ser perdonado es la blasfemia contra el Espíritu Santo (Mr. 3:28, 29; Mt. 12:31, 32).
    Por cuanto el ministerio del Espíritu Santo es traer a los pecadores a creer en la sangre de Cristo para perdón de pecados, si en llevando esta óbra acabo es menospreciado, rechazado y blasfemado, entonces no puede haber perdón de pecados y no hay salvación. Dios no tiene otro Hijo para ofrecerlo como otro sacrificio por el pecado. La persona que menosprecia el sacrificio de Cristo no tiene otro sacrificio al cual acudir (He. 10:27, 29; 1Jn. 5:16). De la misma manera, Dios no tiene otro Espíritu que nos capacite a recibir ese sacrificio y ser salvos. Así que el que menosprecia y rechaza al Espíritu Santo no se le ha dado otro Espíritu que lo capacite a recibir a Cristo y ser salvo. Es entonces vital, pues, de aprender sobre el Espíritu Santo y su obra.
     Por toda la historia, muchos han hecho falsas afirmaciones en el nombre del Espíritu Santo. Porque el error ha sido enseñado, y cosas malas se han hecho en su santo nombre, es de gran importancia conocer la verdad sobre él y de lo que él vino a hacer. No hay nada más vil que el que pretende ser de Dios y no lo es.

1.1 Falsos profetas

       El don más grande del Espíritu Santo en la iglesia del Antiguo Testamento era profecía. ¡Sin embargo cuantos falsos profetas había! Algunos falsos profetas servían a otros dioses (1 R. 18: 26-29). Sus mentes en realidad eran poseídas por el diablo que los capacitaba para declarar cosas que eran ocultas a otros hombres (1Co. 10:20;  2Co 4:4).
     Otros profesaban hablar en el nombre y por la inspiración del Espíritu del Señor, el único verdadero, santo Dios pero eran falsos profetas (Jer. 28:1-4; Ez. 13 y 14).
    En tiempos de peligro y amenazadores desastres siempre hay esos que afirman de tener revelaciones extraordinarias.  El diablo los estimula para llenar a los hombres con esperanzas falsas para poder mantenerlos en pecado y falsa seguridad. Entonces, cuando el juicio de Dios viene, son tomados por sorpresa. Así que quienquiera que afirme tener revelaciones extraordinarias, alentando a los hombres a sentirse seguros mientras viven una vida de pecado, hace la obra del diablo, porque cualquier cosa que aliente al hombre sentirse seguro en su pecados es del diablo (Jer. 5:30, 31; 23:9-33).
     En el Nuevo Testamento también el evangelio fué revelado a los apóstoles por el Espíritu Santo. Era predicado con su ayuda, y hecho efectivo en la salvación de almas por su obra y poder. En la Iglesia primitiva la predicación del evangelio era acompañada con milagros hechos por los apóstoles. Pero Pedro previene a la iglesia que así como hubo falsos profetas en la iglesia del Antiguo Testamento, así también habrá falsos maestros en la nueva (2 P. 2:1)
    Juan nos dice como probar a los falsos maestros (1Jn. 4:1-3). Primeramente, nos advierte a no creer a cada espíritu, y segundo debemos ponerlos a prueba por su doctrina. No debemos  de ser persuadidos por milagros extraordinarios que puedan hacer, sino por la doctrina que enseñan (Ap. 2:2). Esta es la regla apostólica (Ga. 1:8).
    Dios dio a la iglesia primitiva dos medios para protegerse en contra de falsos profetas y maestros: su Palabra, y la habilidad espiritual para discernir espíritus. Pero cuando los dones extraordinarios del Espíritu Santo cesaron, el don de discernir espíritus también ceso. Ahora solo nos queda su Palabra para probar las falsas doctrinas.


1.2 Entusiastas peligrosos

       En cada gran avivamiento, en lo más mínimo la Reforma Protestante, entusiastas peligrosos se han levantado para molestar a la iglesia. Algunos han dicho que tienen un espíritu al cual llaman la luz dentro de ellos. Este nuevo espíritu afirma hacer todas las cosas que el Espíritu Santo ha prometido hacer. Pero los guía por sentimientos interiores y no por la Palabra de Dios.
     O es esta luz el Espíritu Santo o no lo es. Si la gente dice que es el Espíritu Santo, será fácil demostrar que totalmente contradicen la Palabra de Dios y destruyen la misma naturaleza y ser del Espíritu Santo. Si dicen que no es el Espíritu Santo, entonces ¿que espíritu es? Solo puede ser el espíritu del ante-Cristo.
    Algunos niegan la divinidad y personalidad del Espíritu Santo y tienen ideas erróneas de lo que él hace. Muchos se oponen y resisten su obra en el mundo.
    ¿Pero si su obra es buena y santa y de gran beneficio al hombre, porque es tan menospreciada? Las cosas del Espíritu Santo las cuales los hombres desprecian son ya sea sus verdaderas obras o las que no son. Si no son las obras de gracia que él prometió hacer, sino emociones religiosas fanáticas y vacías, éxtasis extáticos y revelaciones extraordinarias, entonces es el deber de los Cristianos rechazar estas cosas y ver que vienen de las estúpidas imaginaciones del hombre, en lugar de menospreciar al Espíritu Santo y su verdadera obra. Los entusiastas dicen que es la falsa pretensión y no la verdadera obra la que ridiculizan. Si es así, ¿por qué entonces desprecian a los cristianos que han recibido al Espíritu Santo como el don de Cristo?
    En el principio Dios reveló que él solo era Dios y que no hay Dios fuera de él. La verdadera iglesia creía esta verdad. Los incrédulos creían que había muchos dioses y así se hundieron en la idolatría. Entonces mandó Dios a su Hijo en carne humana. El recibirlo y obedecerlo es ahora la prueba de fe. Los que rechazan a Cristo están rechazados por Dios (Jn.8:24). Ahora Dios requiere que creamos en Cristo como la única Piedra de fundación de la iglesia y nos llama a profesar nuestra fe en él como tal. (Mt.16:18, 19). Debe de ser reconocido y honrado así como honramos al  Padre (1Co. 3:11; Jn.5:23).
     Todos los asuntos de Cristo ahora son cometidos al Espíritu Santo (Jn.16: 7-11). La voluntad de Dios es que el Espíritu sea exaltado en la iglesia y que la iglesia no esté ignorante de él, así como estuvieron los discípulos de Juan el Bautista en Efeso (Hch.19:2). Por eso el pecado de menospreciar la Persona y obra del Espíritu Santo es tan malo como ambos la idolatría de antigua y el rechazo de Cristo Jesús por los Judíos. Mientras allí había perdón por estos pecados porque una etapa de gracia adicional estaba por venir, ahora no hay perdón. No hay ninguna etapa de gracia adicional para que venga. Dios no tiene otra persona para dar y tampoco otro camino de salvación.



2.    El Espíritu de Dios

    El Espíritu Santo tiene muchos nombres y títulos. La palabra Espíritu en hebreo es ruach y en griego es pneuma. En los dos idiomas las palabras sirven para el término ‘viento’. Estas palabras eran usadas metafóricamente para expresar muchas ideas (Ec.5:16; Mi.2:11); una parte o cuarto del compás (Jer.52:23; Ez.5:12; 1Cr.9:24; Mt.24:31); cualquier cosa que no es material (Gn.7.22; Sal.135:17; Job.19:17; Lc.23:46); deseos de la mente y del alma (Gen.45:27: Ez.13:3: Nm.14:24); ángeles (Sal.104:4; 1R. 22:21, 22; Mt.10:1).
     En la Escritura, sin embargo una clara distinción es hecha entre estos usos y el Espíritu de Dios. Mientras los Judíos dicen que él es el poder influyente de Dios y los Musulmanes dicen que él es un ángel eminente, el nombre “Espíritu” se refiere a su naturaleza o esencia la cual es una pura, espiritual,  y relevante substancia (Jn.4:24).
•    Él es el aliento del Señor (Sal.33:6; 18:15 Juan 20:22; Gn.2:7).
•    Él es llamado el Espíritu Santo (Sal.51:11: Is.63:10, 11; Ro.1:4).
•    Él es el Espíritu de Dios (Sal.143:10: Neh.9:20: Ex.31:3; 35:31; 1Co. 12:6, 11; 2 S. 23: 2 con 2P. 1:21).
•    Él es el Espíritu de Dios y el Espíritu del Señor (Gn.1:2; Jn.20:17).
•    Él es el Espíritu del Hijo, el Espíritu de Cristo (Ga.4:6; 1P. 1:11; Ro.8:9). Él procede del Hijo y fue prometido por el Hijo (Hch.2:33).
 
2.1 La Trinidad

     El ser y naturaleza de Dios es la fundación de toda religión verdadera y santa adoración religiosa en el mundo (Ro.1:19-21). La revelación que él nos da de sí mismo es el estándar de toda verdadera adoración religiosa y obediencia.
   Dios se ha revelado a sí mismo como tres Personas en un Dios (Mt.28:19). Cada Persona en la Divinidad es distinta de las otras dos, y cada una tiene obras particulares atribuidas a él.
   El Padre da al Hijo. El Hijo viene y toma nuestra naturaleza, y los dos el Padre y el Hijo envían al Espíritu. Así que el Espíritu Santo es, en sí mismo, una distinta, amorosa, poderosa, inteligente, divina Persona, porque ningún otro puede hacer lo que él hace.  Él es uno con el Padre y el Hijo. Las palabras de nuestro Señor en la institución del bautismo Cristiano nos enseñan que es nuestro deber religioso de tener al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en toda nuestra adoración de Dios y en toda nuestra fe y obediencia (cf. Mt.28:19, 20 ).

 
2.2 La actividad personal del Espíritu Santo

    La aparición del Espíritu Santo bajo una señal visible sugiere que él es una Persona (Mt.3:16; Lc.3:22; Jn.1:32). Él tiene atributos personales tales como entendimiento y sabiduría (1Co.2:10-12; Is.40:28; Sal.147:5; 2 P.1:21; Ro.11:33,34; Is.40:13; Sal.139;23; 1 Co.12:8; Is.11:2) Él actúa de acuerdo a su propia voluntad (1 Co.12:11). Él tiene poder (Job 33:4; Is.11:2; Mi.2:7; 3:8; Ef.3:16). Él enseña (Lc.12:12; Jn.14:26; 1 Jn. 2:27). Él llama para una obra especial (Hch.13:2,4) un hecho de autoridad, opción y sabiduría. Él llamo a Bernabé y a Saulo. Él les mando que fueran puestos aparte. Él los envió. Todo esto enseña su autoridad y personalidad. Él nombro a hombres a posiciones de autoridad en la iglesia (Hch.20:28). Él fue tentado (Hch.5:9). ¿Cómo puede una cualidad, un accidente, un poder de Dios ser tentado? Ananías le mintió a él (Hch.5:3). Pedro le dice a Ananías que le ha mentido a Dios (Hch.5:4)
      El Espíritu Santo puede ser resistido. (Hch.7:51). Él puede ser contristado (Ef. 4:30). Se pueden rebelar en contra de él, molestar, y blasfemar (Is.63:10; Mt.12:31,32). Claramente, el Espíritu Santo no es nada más una cualidad que se encuentra en la naturaleza divina. Él no es simplemente una influencia o poder de Dios. Él no es la obra del poder de Dios en nuestra santificación. Él es una santa, inteligente Persona.

 
2.3 La Deidad del Espíritu Santo

     Él claramente es llamado Dios (Hch.5:3, 4; Lv.26:11, 12 con 2 Co.6:16; 1Co. 3:16, 17; Dt.32:12 con Is.63:14; Sal.78:17, 18 con Is.63:10, 11). Características divinas son atribuidas a él: eternidad (He.9:14); inmensidad (Sal 139:7); omnipotencia (Mi.2:7; Isa. 40:28); preconocimiento (Hch.1:16); omnisciencia (1Co. 2:10, 11); autoridad soberana sobre la iglesia (Hch.13:2,4; 20:28). Él es la tercera Persona de la Divinidad (Mt.28:19; Ap. 1:4, 5).
    Todo lo que Dios hace, lo hace como un Dios trino. Cada Persona de la Trinidad está envuelta en cada acción de Dios. Sin embargo al mismo tiempo cada Persona tiene un papel especial para cumplir en esa obra.
   En este sentido, la creación es la obra especial del Padre, la salvación es la obra especial del Hijo, y la obra especial del Espíritu Santo es traer la salvación a los pecadores, capacitándolos para que la reciban. El Padre empieza, el Hijo sostiene, y el Espíritu Santo completa todas las cosas (Ro.11:36; Col. 1:17; He.1:3). Así el Espíritu Santo esta activo en todo lo que Dios planea y hace. Vemos esto en la creación. 


      Las obras de la naturaleza. Dios crió todas las cosas de la nada (Gn.1:1). El Espíritu de Dios ‘se movía sobre la haz de las aguas’ (Gn.1:2), ‘se movía’, así como los pájaros lo hacen sobre sus nidos. La palabra hebrea ruach, significa el ‘viento’ de Dios. ‘Movía’ significa un fácil, gentil movimiento como pájaros moviéndose sobre sus nidos (Dt.32:11; Jer.23:9). Pero no hay información en Génesis 1:1-2 sobre la creación de este viento. Solo puede ser el Espíritu de Dios y su obra que esta descrita aquí.

     La creación natural del hombre (Gn.2:7). El material usado por Dios para crear al hombre fue el ‘polvo de la tierra’. El principio dador-de-vida que hizo al hombre un alma viviente fue ‘el aliento de Dios’, el resultado de la unión del material con el aliento de Dios, ese el cual era espiritual, fue que el hombre vino a ser un alma viviente. Aquí el ‘aliento’ de Dios es una descripción vivida del Espíritu. Así Dios es visto en su glorioso poder y sabiduría. Él toma tal materia humilde como el polvo y de eso crea una criatura gloriosa. El hombre, siendo recordado que es simplemente polvo de la tierra, es mantenido humilde y dependiente en la sabiduría y bondad de Dios.

     La creación moral del hombre (Gn.1:26, 27; Ec.7:29). No es por nada que Dios nos dice que alentó el espíritu de vida en el hombre (Gn.2:7; Job 33:4). Era la obra del Espíritu Santo de dar vida al hombre por lo cual el hombre vino a ser un alma viviente, porque el Espíritu Santo es el aliento de Dios. Al hombre se le dio mente y alma para que él obedeciera a Dios y lo gozara, y había tres cosas necesarias para hacer apto al hombre para una vida con Dios. Debería ser capaz de conocer la mente y voluntad de Dios para poder obedecerlo y agradarlo. Debería tener un corazón que alegremente y libremente amara a Dios y a su ley, y debería ser capaz de llevar a cabo perfectamente todo lo que Dios requiere de él. Todas estas son las obras del Espíritu en el hombre. Y todas estas habilidades se perdieron por el pecado. Solamente pueden ser restauradas por la obra de regeneración del Espíritu Santo.


3.    ¿Cómo el Espíritu Santo viene a nosotros y hace Su Obra?

    Solo Dios nos da el Espíritu (Lc.11:13; Jn.3:34; 1 Jn.3:24). Esta “donación” es un acto de autoridad y libertad y procede de las riquezas de la gracia de Dios (Lc.11:13; Jn.4:10; 14:17; 1Co.4:7; Tit.3:6; 1Co.12:7). Dios lo envía a nosotros (Sal.104:30; Juan 14:26; 15:26; 16:7). Este “envío” implica que el Espíritu Santo no estaba con una persona antes de que se le fuera enviado. Nos dice que esta es una obra especial de Dios que nunca había hecho antes.
   Dios nos ministra el Espíritu (Ga.3:5; Fil.1:19). Esto implica que Dios continuamente nos da provisiones adicionales de su gracia por su Espíritu. Se dice, que Dios pone su Espíritu en o dentro del hombre (Is.42:1; 63:11). Él hace esto cuando desea que una persona se beneficie de alguna manera de su Espíritu, e.g., Saúl, Eldad y Medad (1S. 10:10; Nm.11:27; Am.7:14, 15 y Jer.1:5-7).
  Se dice que Dios derrama al Espíritu Santo frecuentemente (Pr.1:23; Is.32:15; 44:3; Ez.39:29; Jl.2:28; Hch.2:17; 10:45). Dondequiera que esta expresión es usada se refiere a la era del evangelio. Esto implica una comparación, apuntándonos devuelta a otro tiempo o otra obra previa de Dios, cuando él dio su Espíritu, pero no de la misma manera que el ahora desea darlo. En los tiempos del evangelio una medida mucho más extensa del Espíritu es dada. La expresión implica un acto eminente de riqueza divina (Job 36:27; Sal.65:10-13; Tit.3:6; 1Ti. 6:17). Implica el derramamiento de dones y gracia del Espíritu, no su Persona (porque donde él es dado, él es dado permanentemente). Se refiere a obras especiales del Espíritu tales como la purificación y consolación de esos en quien él es derramado (Mal.3:2, 3; Is.4:4; Lc.3:16; Ez.36: 25-27; Jn.7:38, 39; Tit.3:4-6; He.6:7; Is.44:3; Sal.72:6).
 

3.1 ¿Cómo el Espíritu Santo procede?

      El Espíritu procede del Padre y del Hijo (Jn.15:26). Así como él esta personalmente relacionado al Padre y al Hijo desde la eternidad, así él procede eternalmente del Padre y del Hijo. Y él lo hace libremente y voluntariamente pare hacer su obra señalada.
  Se dice de él de “venir” (Jn.15:26; 16:7, 8; 1Cr. 12:18; Hch.19:6). Debemos orar a él para que venga a nosotros. También se dice de ‘caer en los hombres’ (Hch.10: 44; 11:15), de reposar en las personas a las quienes él es enviado (Isa. 11:2; Juan 1:32, 33; Nm.11:25, 26; 2R. 2:15; 1P. 4:14). Él se goza en su obra en la cual reposa (Zof.3:17); y esta donde él reposa (Jn.14:16).
   El Espíritu también es dicho de apartarse de algunas personas (1S. 6:14; 2P. 2:21; He.6:4-6; 10:26-30). Pero de las que están en el pacto de gracia él nunca se apartará (Is.59:21; Jer.31:33; 32:39, 40:Ez. 11:19, 20).
   A veces es afirmado que el Espíritu Santo puede ser dividido. Esos que dicen esto apuntan a Hebreos 2:4 donde el termino para ‘dones’ del Espíritu es ‘distribuciones, particiones’ en el Griego. Pero aquí lo que significa es de que el Espíritu Santo dio varios dones a los primeros predicadores del evangelio para que su doctrina se viera confirmada por Dios de acuerdo a la promesa de Cristo (Jn.15:26, 27). Estas ‘señales’ eran obras milagrosas para probar, que Dios estaba obrando con ellos en poder y ‘maravillas’ eran obras más allá del poder de la naturaleza. Eran hechas para llenar a los hombres con temor y un sentir de la presencia de Dios. ‘Obras poderosas’ incluyen abrir ojos ciegos y levantar a los muertos. Estos son ‘dones del Espíritu Santo’. Todo esto y otras obras de naturaleza similar eran causadas por el Espíritu Santo (1Co. 12:7-11).



Pentecostés
4.    Las obras preparatorias especiales del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento

    Las obras del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento o eran extraordinarias, excediendo todas las habilidades naturales del hombre para lograr, o ordinarias, siendo esas obras que él hizo para capacitar al hombre a hacer el máximo de sus habilidades naturales.
    Sus obras extraordinarias se vieron en la profecía, en ambas, en el escribir de las Escrituras y en milagros. Sus obras ordinarias fueron vistas en las habilidades políticas que el dio a los que gobernaban, y la fuerza y valentía que el dio para respaldar asuntos morales. En cosas naturales él frecuentemente dio grande fuerza espiritual. Intelectualmente, él capacitó al hombre, para predicar la Palabra de Dios y construir el templo (e.g., Bezaleel y Aholiab).


4.1 Profecía
     
     La obra de profecía del Espíritu Santo (Is.33:17; Jn.8:56; Dt.3:24, 25; 1P. 1:9-12) era para dar testimonio a la verdad de Dios en la primera promesa concerniente a la venida de la bendita simiente (Gn.3:15; Ro.15:8). En los tiempos del Antiguo Testamento la profecía continuó hasta terminar el canon de la Escritura del Antiguo Testamento. Después fue revivida en Juan el Bautista (Lc.1:70). Este don de profecía fue siempre la obra directa del Espíritu Santo (2P. 1:20, 21: 2Ti. 3:16; Mi.3:8).
     La profecía hizo dos cosas. Hablo de cosas venideras y declaró la mente de Dios (Ex.7:1; Job 33:23; Ro.12:6; 1Co. 14:31, 32; 1 Cr.25:10).
    La profecía dependía de  la inspiración de Dios: ‘Toda Escritura es alentada-por-Dios’ (2 Ti.3:16). Esto concuerda con el nombre del Espíritu Santo quien es el santo aliento de Dios (véase también Juan 20:22).
    La inspiración expresa la mansedumbre, ternura y paz del Espíritu Santo. Pero en ocasiones sus inspiraciones trajeron grandes problemas y temor a los profetas. Esto era por las terribles cosas que él les enseñaba en las visiones y las grandiosas y espantosas cosas que él reveló. A veces eran terribles y destructivas (Dn.7:15, 28; 8:27; Hab.3:16; Is.21:2-4).
    Los que eran inspirados de esta manera eran ‘movidos’ por el Espíritu Santo (2 P. 1:21). Sus facultades intelectuales eran preparadas para recibir revelaciones y él aun controló sus órganos del cuerpo por los cuales ellos dieron las revelaciones que recibieron a otros. ‘Hombres santos de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo’ (2 P.1:21; Sal.45:1; Lc.1:70; Hch.1:16; 1Cr.28:12, 19).


4.2 Revelaciones

      Había muchas diferentes maneras por las cuales el Espíritu Santo comunicó sus revelaciones a los hombres escogidos. Él usó voces, sueños, y visiones. Él de hecho hablo con ellos (Ex.33:11; Nm.12:8; 1R. 19:12-18). Él imprimió sus revelaciones en sus imaginaciones por medio de sueños (Hch2:17; Gn.15:12-16). José, Faraón y Nabucodonozor todos tuvieron revelaciones por sueños. Dios también presentó retratos a la mente en visiones (Is.1:1; 6:1-4; Jer.1:11-16; Ez.1). Las visiones eran de dos clases, algunas podían ser vistas con los ojos físicos (Gn.18:1, 2; Ex.3:2; 19; Jos.5:13, 14; Jer.1:11, 13; 24:1-3); otras se podían ver solamente con los ojos espirituales de la mente (Hch.10:10; 1 R. 22:19-22; Is.6; Ez.l).
     Para poder reconocer las visiones como revelaciones divinas, dos cosas eran requeridas. Primero que la mente de los profetas fuera preparada por el Espíritu Santo para recibir estas visiones. Esto aseguraba a los profetas que las visiones eran verdaderamente de Dios. La segunda cosa era que el Espíritu Santo les capacitaba para que fielmente se recordaran de lo que habían visto e infaliblemente declararan la visión a otros. El templo de Ezequiel es un ejemplo (Ez.41-46).
     A veces los profetas tenían que profetizar por medio de acciones simbólicas (Is.20:1-3; Jer.13:1-5; Ez.4:1-3; 12:3, 4: Os.1:2) y aun a veces eran llevados de un lugar a otro (Ez.8:3; 11:24).
     Objeción.  Pedro nos dice que ‘hombres santos de Dios hablaron siendo movidos por el Espíritu Santo (2P. 1:21). ¿Pero no dio el Espíritu Santo inspiraciones santas y el don de profecía a hombres impíos y no santificados, tal como Balaam? (Nm.31:16; 24:4. véase también 1S. 16:14; 19:23: 1R. 13:11-29).
     Respuesta. Pero la afirmación de Pedro que ‘hombres santos de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo’ parece referirse solo a los escritores de las Escrituras. Es posible que Pedro entienda no una verdadera santidad inherente, sino solamente una separación y dedicación a Dios por medio de un oficio especial. El don de profecía no era concedido para que fuera en sí mismo una gracia santificadora produciendo frutos de santidad. Así que no hay inconsistencia en la verdad de que Dios concediese inspiración directa a algunos que realmente no estaban santificados (Juan 11:51).
    La dificultad sobre Balaam, quien era un adivino y un profeta del diablo, es importante. Algunos argumentan que Balaam era un profeta solo de Dios. Se dio a sí mismo a la astrología, pero sus profecías eran de Dios, aunque no tuvieron influencia en su voluntad y deseos los cuales siguieron corruptos (Nm.24:1; Jos.13:22). Es más probable de todas maneras que el Espíritu Santo invalidó el poder del diablo y forzó a Balaam contra sus intenciones para profetizar solamente bien a Israel (véase Hch.16:16, 17).
    El caso del Rey Saúl es claro. El Espíritu del Señor quien partió de él era el Espíritu de sabiduría y valentía, requerido para hacerlo apto para reinar y gobernar. Los dones del Espíritu Santo fueron retirados de él y el espíritu malo que vino a él empezó a perturbarlo.
    Después estaba el profeta viejo en Betel (1 R. 13:11-32). Aunque este profeta pareció ser malo, sin embargo era uno a quien Dios a veces uso para revelar su mente a los hijos de Israel. Tampoco era probable que él estuviera bajo ilusiones satánicas, como fueron las profetas de Baal, porque él incuestionablemente fue llamado un profeta y la Palabra de Dios verdaderamente vino a él (vv. 20-22).


4.3 Inspiración del Antiguo Testamento
     El escribir de las Escrituras fue otra obra del Espíritu Santo la cual comenzó bajo el Antiguo Testamento. Esta es una clase de profecía distinta (2Ti. 3:16; 1Cr. 28:19). La inspiración de las mentes de estos profetas con el entendimiento y comprensión de las cosas reveladas era esencial. También era necesario que las palabras fueran sugeridas a ellos para que ellos infaliblemente declararan lo que se le había revelado. Sus manos también necesitaron ser guiadas cuando escribían las palabras sugeridas a ellos, e.g., Baruch (Jer.36:4, 18). Estas cosas juntas hicieron a la Escritura infalible.


4.4 Milagros
     Las obras extraordinarias del Espíritu Santo también capacitaron a los profetas para hacer milagros. El Espíritu Santo es el único autor de obras milagrosas. Este don no fue dado a los profetas de tal manera que pudieran hacer milagros cuando y donde ellos quisieran. Mejor dicho, el Espíritu Santo infaliblemente los dirigió por palabra y acción para hacer los milagros. Les dio autoridad de antemano para hacer el milagro (Jos. 10:12 y especialmente nótese v. 14).
     Pero el Espíritu no estaba limitado a hacer cosas extraordinarias y sorprendentes. Él estaba presente en el tiempo del Antiguo Testamento al dar gobierno y reglamento civil (Nm.11:16, 17, 25); virtudes morales (Jue. 6:12, 34; 11:1, 29); fuerza física (Jue. 14:6; 15:14) y habilidades intelectuales (Ex.31:2, 3).
    La habilidad de predicar la Palabra de Dios a otros también fue la obra del Espíritu Santo, eg., Noé (2P. 2:5; Gn.6:3; 1P. 3:19, 20).


5.    La obra del Espíritu Santo en la Nueva Creación
  
       El gran privilegio profetizado de la era del evangelio, el cual haría a la iglesia del Nuevo Testamento más gloriosa que la del Antiguo, fue el maravilloso derramamiento del prometido Espíritu Santo a todos los creyentes. Esto era el buen vino el cual era reservado para lo ultimo (Is.35:7; 44:3; Jl.2:28; Ez.11:19; 36: 27).
   El ministerio del evangelio por el cual somos nacidos de nuevo es llamado el ministerio del Espíritu (2 Co.3:8). La promesa del Espíritu Santo bajo el evangelio es para todos los creyentes y no solo para algunos especiales (Ro.8:9; Jn.14:16; Mt.28:20). Se nos enseña a orar para que Dios nos dé su Santo Espíritu, para que con su ayuda podamos vivir para Dios en la obediencia santa que él requiere (Lc.11:9-13; Mt.7:11; Ef. 1:17; 3:16; Col. 2:2; Ro.8:26). El Espíritu Santo fue prometido solemnemente por Jesucristo cuando estaba a punto de dejar el mundo (Juan 14:15-17; He.9:15-17; 2 Co.1:22; Juan 14:27; 16:13). Por lo tanto el Espíritu Santo es prometido y dado como la única causa de todo lo bueno que en este mundo podemos participar.     
     No hay ningún bien que recibamos de Dios si no es traído a nosotros y forjado en nosotros por el Espíritu Santo. Ni hay en nosotros algún bien hacia Dios, alguna fe , amor, obediencia a su voluntad, sino lo que somos capacitados para hacer por el Espíritu Santo. Porque en nosotros, que es en nuestra carne, no hay nada bueno, como Pablo nos dice.


5.1 La Nueva Creación
 

     La gran obra que Dios planeó era la restauración de todas las cosas por Jesucristo (He.1:1-3). Dios deseó revelar su gloria, y la manera principal de hacerlo debería ser la revelación más perfecta de sí mismo y sus obras que el mundo jamás hubiera visto. Esta revelación perfecta nos fue dada en y por el Hijo, el Señor Jesucristo, cuando tomo nuestra naturaleza en sí mismo para que Dios benignamente se reconciliara con nosotros.
     Jesucristo es “la imagen del Dios invisible” (Col. 1:15). Él es el “resplandor de su gloria y la expresa imagen de su persona” (He.1:3). En la cara de Jesucristo resplandece la gloria de Dios (2Co. 4:6). Al planear, establecer y llevar a cabo esta gran obra, es por lo tanto, la revelación más gloriosa que Dios ha hecho de sí mismo a ambos, los ángeles y los hombres (Ef. 3:8-10; 1P. 1:10-12). Esto lo hizo para que nosotros pudiéramos conocerlo, amarlo, confiar en él, honrarlo y obedecerlo en todas las cosas como Dios, y de acuerdo a su voluntad.
     En esta nueva creación, en particular, Dios se ha revelado a sí mismo especialmente como tres Personas en un Dios. El propósito supremo y planeamiento de todo es atribuido al Padre. Su voluntad, sabiduría, amor, gracia, autoridad, propósito y diseño están constantemente revelados como la fundación de toda la obra. (Is.42:1-4; Sal.40:6-8; Juan 3:16; Is.53:10-12: Ef. 1:4-12). Muchos también eran los hechos del Padre para el Hijo, en enviarlo, darlo y nombrándolo para su obra. El Padre preparó un cuerpo para él, y lo consoló y apoyo en su obra. También lo premió dándole una gente para que fuera su gente.
     El Hijo se humilló a sí mismo y accedió a hacer todo lo que el Padre planeó para que él hiciera (Fil.2:5-8). Por esto el Hijo debe ser honrado así como honramos al Padre. La obra del Espíritu Santo es de traer a terminación lo que el Padre había planeado hacer por medio de su Hijo. Por eso, Dios es revelado a nosotros, y somos instruidos a confiar en él.


6.    El Espíritu Santo y la naturaleza humana de Cristo
     Antes de que empecemos a discutir la obra del Espíritu Santo en la naturaleza humana de Cristo, debemos afrontar una pregunta difícil, “¿Qué necesidad hay para que el Espíritu Santo haga alguna cosa, ya sea en creando y preparando esa naturaleza humana, o en juntándola con la divina, ya que el Hijo de Dios es muy capaz de hacer toda la obra él mismo?” Este problema es planteado por los que niegan las tres Personas de la Trinidad y buscan amarrar en nudos a los que creen esta verdad.
    La obra especial del Hijo de Dios en la naturaleza humana era de unirla a sí mismo al hacerse hombre. Ni el Padre ni el Espíritu Santo hicieron esto. Solo el Hijo se hizo hombre y vivió como hombre en la tierra (Juan 1:14; Ro.1:3; Ga.4:4; Fil.2:6,7; He.2:14,16).
 

6.1 Una persona, dos naturalezas

     El resultado del Hijo de Dios de tomar naturaleza humana fue que ambas la naturaleza humana y la naturaleza divina fueron unidas juntas en su sola Persona, para nunca ser separadas, ni siquiera cuando el alma humana de Cristo fue separada de su cuerpo humano en la tumba. La unión del alma y cuerpo en Cristo no era tal que la separación del alma del cuerpo pudiera destruir su personalidad. En otras palabras él no era dos personas en una naturaleza. Él era una Persona en dos naturalezas, una humana la otra divina.
     Esta unión de las dos naturalezas en la Persona del Hijo de Dios no significa que la naturaleza humana fue dotada con atributos divinos. La naturaleza humana no se hizo omnisciente y todo-poderosa; ni tampoco la naturaleza divina fue dotada con características humanas. La naturaleza divina permaneció perfectamente divina y nunca de ninguna manera se hizo humana, y la naturaleza humana permaneció perfectamente humana y nuca de ninguna manera se hizo divina. Así que cuando Cristo en la cruz grito, “¿Dios mío, Dios mío porque me has desamparado?”, no debemos pensar que su naturaleza divina se separo y abandono su naturaleza humana, sino que solo en ese momento, su naturaleza divina quito toda luz y consuelo de su naturaleza humana. Así Cristo, como verdadero hombre, realmente sufrió por los pecados de su pueblo.
     Otro ejemplo se ve en el Evangelio de Marcos (Marcos 13:32). “Pero de esa hora y día nadie lo sabe, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre”. No debemos pensar que el Hijo de Dios como es Dios no sabía la hora y el día, sino solo que su naturaleza humana no lo sabía, porque su naturaleza divina no había deseado revelarlo a su naturaleza humana.
     Después de su ascensión, Dios le dio la revelación que le hizo al apóstol Juan (Ap. 1:1). Esta revelación fue dada a él como hombre y no como Hijo de Dios. La naturaleza humana de Cristo, entonces, no está de ninguna manera dotada con atributos divinos, y la naturaleza divina era libre ya sea de revelar verdades divinas y dar consuelo divino y fuerza a la naturaleza humana o retenerlas.


6.2 La obra distintiva del Espíritu Santo

      El Espíritu Santo es la Persona de la Trinidad qué lleva acabo todo lo que Dios planeó. Él es el Espíritu del Hijo como también es el Espíritu del Padre. Él procede del Hijo y del Padre. Y así todo lo que el Hijo hace él lo hace por el Espíritu, incluyendo todo lo que él hace en su naturaleza humana. Pablo nos dice que el Espíritu Santo es el Espíritu del Hijo (Ga.4:6).
    Como hemos visto, las Personas de la Trinidad no pueden ser separadas la una de la otra. Lo que una Persona hace, los tres lo hacen. Así que lo que el Espíritu Santo hace, también el Padre y el Hijo lo hacen. Una persona de la Trinidad no puede hacer ninguna cosa como separado de los otras dos Personas. Por eso en cada obra divina debemos reconocer la autoridad del Padre, el amor y sabiduría del Hijo, y el poder de Espíritu Santo, no como hechos separados de cada Persona sino de toda la Divinidad actuando por medio de esa Persona particular escogida para hacer esa obra especifica. Pero habiendo dicho esto, debemos enfatizar que hay actos distintos de cada Persona los cuales son actos de una Persona de la Divinidad y no de las otras dos. Por ejemplo, solo el Hijo de Dios se hizo hombre. El Padre y el Espíritu no. Así también hay obras especiales del Espíritu Santo hacia la cabeza de la iglesia, nuestro Señor Jesucristo, como lo mostraremos.
    La primera obra especial del Espíritu Santo en la naturaleza humana de Cristo es la concepción milagrosa de su cuerpo en el vientre de la Virgen María (He.10:5; 2:14, 16; Mt.1:18-20; Lc.1:35). El Espíritu Santo hizo este milagro “viniendo sobre ella”. Expresiones similares de esta manera de obrar son dadas en la Biblia, e.g., Hechos 1:8 donde se describe dando poder a los apóstoles cuando viene sobre ellos. Al venir sobre ellos, los capacitó para hacer cosas poderosas, las cuales no los había capacitado antes para hacerlas. Esta concepción milagrosa fue un acto de creación hecho por el Espíritu Santo. No era como el primer acto de creación donde todas las cosas fueron creadas de la nada, sino más bien el tomar de la substancia de la Virgen María y creando de esa substancia el cuerpo humano de Cristo. Esto era necesario por varias razones. Primero, porque la promesa hecha a Abraham y a David que el Mesías prometido seria de su simiente y vendría de sus lomos debía ser mantenida.
     Era necesario también llevar a cabo la primera promesa la cual era que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente (Gn.3:15). El Verbo se haría carne (Juan1:14). Tenía que ser hecho de mujer (Ga.4:4). Debía ser hecho de la simiente de David de acuerdo a la carne (Ro.1:3). Debía tomar sobre él la simiente de Abraham (He.2:16). Era necesario confirmar que Dios en verdad había mantenido su promesa, así que la genealogía humana de Jesús es mencionada por dos de los evangelistas. Era necesario porque Él tenía que ser hecho como nosotros en todo, excepto el pecado; solo así nuestros pecados podrían ser imputados a él (He.2:14; Ro.8:3,4).
   
     Esto, entonces, era la obra del Espíritu Santo en referencia a la naturaleza humana de Cristo en el vientre de su madre. Por su poder todo poderoso él crió de la substancia de ella el cuerpo humano de Cristo. De esta grande verdad debemos notar lo siguiente. El Señor Jesucristo no es el Hijo del Espíritu Santo. La relación de la naturaleza humana de Cristo y el Espíritu Santo es la de criatura y creador. Cristo es llamado el Hijo de Dios con respecto solo al Padre, porque él solo es eternamente engendrado por el Padre. El ser hijo tiene que ver con él cómo él es una Persona divina y no al respecto con su naturaleza humana. Pero el Hijo de Dios tomo naturaleza humana; su Persona entera así como es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre es el Hijo de Dios. Esta obra del Espíritu Santo al crear la naturaleza humana de Cristo se diferencia de la obra del Hijo al tomar naturaleza humana en unión personal con su Persona divina. El Hijo no creó su naturaleza humana sino solo la unió a su naturaleza divina. Así que solo el Hijo fue encarnado, no el Espíritu.
     La concepción milagrosa de la naturaleza humana de Cristo en el vientre de la Virgen María fue una obra de creación hecha instantáneamente, aunque esa naturaleza creció en el vientre después. Era necesario también que nada de la naturaleza humana existiera antes de la unión con el Hijo de Dios, porque en el mismo momento de su creación y formación el ‘Verbo fue hecho carne’, ‘hecho de mujer’ (Juan 1:14; Ga.4:4).
    ¿Cómo es que la misma obra de concepción es atribuida a ambos al Espíritu Santo y a la virgen María? Fue expresivamente profetizado, ‘La virgen concebirá’ (Is.7:14). La misma palabra es usada para describir la concepción de cualquier otra mujer (Gn.4:1). Sin embargo en el credo de los Apóstoles dice que él fue ‘concebido por el Espíritu Santo’, no obstante solo nacido de la Virgen María.
    Para entender esto debemos entender que el Espíritu Santo fue el que creó la naturaleza humana de Cristo por medio de su poder todo poderoso y por eso está bien dicho de ser la Persona que causó la concepción de Cristo en el vientre. La Virgen María fue pasiva en esta obra, porque el cuerpo de Cristo fue creado de su substancia.
    Esta concepción de Cristo fue después de que fue desposada a José. Hay varias razones para esto. Por su matrimonio a José, su intachable pureza e inocencia fueron protegidas. Dios proveyó a José para que la cuidara a ella y al niño en su infancia. Por medio de este matrimonio, Cristo fue protegido de cualquier calumnia que pudiera surgir, sugiriendo que él era ilegitimo. Después, que demostró quien era por medio de sus obras poderosas, su concepción milagrosa podía ser testificada por su madre. Antes de eso, no le hubieran creído. José, siendo su supuesto padre, lo proveyó con una genealogía que probo que era descendiente de David. De este modo se podía ver que la promesa de Dios a Abraham y a David fue mantenida.
     Mateo da su genealogía por medio de José, mientras Lucas da su genealogía por medio de María, no nombrándola, pero empezando con su padre, Eli (Lc.3:23).
      De esta creación milagrosa del cuerpo de Cristo por el poder del Espíritu Santo, un lugar adecuado para morar fue preparado para su alma Santa.
    Finalmente, aunque fue hecho a semejanza de carne de pecado, con todas las debilidades y dolencias que el pecado a traído a nuestro cuerpo, sin embargo el mismo era sin pecado. De este modo el experimentó problemas y dolor;  sufrimientos y penas. El sufrió hambre, sed y cansancio, pero no enfermedades o epidemias. De estas Él estuvo absolutamente libre.


6.3 La obra del Espíritu Santo en el Ministerio de Cristo

      En el momento que la naturaleza humana de Cristo fue criada en el vientre de la Virgen por el Espíritu Santo, fue inmediatamente santificado, y lleno de gracia de acuerdo a su capacidad de recibir. No siendo engendrado por generación natural, Cristo no heredo una naturaleza pecadora. Su naturaleza humana fue llena de toda gracia por el Espíritu Santo (Is.11:1-3; He.7:26; Lucas 1:35; Juan 3:34).
     La segunda obra especial del Espíritu Santo en la naturaleza humana de Cristo fue de equiparlo para todo lo que tenía que hacer Cristo como hombre fue, usando su raciocinio y otros poderes de su alma, capaz de vivir una vida de gracia como uno ‘hecho de mujer, hecho súbdito a la ley’. Su naturaleza divina no remplazo su alma humana. Siendo un hombre perfecto, fue movido a hacer lo que hizo por su propia alma racional, igual como cualquier otro hombre (Lc.2:40). Como cualquier niño humano normal él creció físicamente (Lc.2:52). Así como creció, él vino a hacer espiritualmente fuerte. Él creció en sabiduría y estatura y a favor con Dios y el hombre. Todo esto esta descrito en Isaías (11:1-3). Y este crecimiento en gracia y sabiduría fue la obra del Espíritu Santo.
    La naturaleza humana de Cristo era capaz de aprender cosas nuevas que no había conocido antes (Mr. 13:32; He.5:8). Esto también fue la obra del Espíritu Santo.
  Para capacitar a Cristo a llevar acabo perfectamente los deberes que tenía que hacer en la tierra, el Espíritu Santo lo ungió de un modo especial con dones y poderes extraordinarios (Is.61:1; Lc.4:18, 19). Su poder soberano lo ejercitó poco. Es visto cuando nombró y envió a sus discípulos. Sus deberes sacerdotales fueron enfocados en su muerte cuando él ‘se entrego a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios’ (Ef. 5:2). Sus deberes proféticos se llevaron a cabo en todo el curso de su vida y ministerio (Ro.15:8; Dt.18:8, 19; Hch.3:23; He.2:3; Jn.8:24; Is.11:2, 3).
    El haber sido dotado con dones extraordinarios del Espíritu para llevar a cabo su obra profética fue revelado en su bautismo donde él recibió la promesa visible de su admisión en el oficio de profeta de la iglesia. Esto también testifico a otros que él verdaderamente fue llamado y nombrado a su oficio por Dios (Mt.3:16, 17).
     El entonces entró a su ministerio público, y se dio a sí mismo de todo corazón a su obra. Antes, solamente ocasionalmente revelaba la presencia de Dios con él (Lc.2:46, 47) Antes, solo ‘creció fuerte en espíritu’ (Lc.2:40). En su bautismo él estaba ‘lleno del Espíritu Santo’ (Lc.4:1).

     Desde entonces siempre estaba ‘lleno del Espíritu Santo’ porque Dios no le dio el Espíritu por medida (Juan 3:34), y Cristo también ahora puede decir, ‘El Señor y su Espíritu me han enviado’ (Is.48:16). Fue enviado con el respaldo de la autoridad total de su Padre y lleno de todo el poder y dones del Espíritu.
     Fue por el Espíritu Santo que Cristo pudo hacer todas las obras milagrosas que  confirmaron y probaron su ministerio (Hch.2:22; Lc.11:20; Mt.12: 28, 31, 32 ; Mr. 6:5;  9:39; Lc.4:36; 5:17; 6:19; 8:46;9:1). En todo esto el Espíritu Santo testifico que Jesús era el Hijo de Dios (Juan 10:37, 38). El espíritu Santo guió, consoló, sostuvo y fortaleció a Cristo en su ministerio, tentaciones, obediencia y sufrimientos
Después de su bautismo, Cristo fue llevado por el Espíritu Santo al desierto para ser tentado (Lucas 4:1). El Espíritu Santo lo guió para empezar su contienda con y la conquista del diablo. Nosotros también debemos esperar la misma guía si predicamos el evangelio (Mr.1:12; Mt.4:1; Lc.4:1). Fue por el Espíritu Santo que Cristo triunfó sobre las tentaciones del diablo. Él gano una victoria perfecta sobre el enemigo quien trató de apartarlo de su obra. Cristo después regreso en el poder del Espíritu del lugar de la tentación para predicar el evangelio (Lc.4:14, 18, 22). El Espíritu Santo después de esto guió, fortaleció y consoló a Cristo en toda su vida, en todas sus tentaciones, problemas y sufrimientos desde el primero hasta el último (Is.42:4, 6; 49:5-8; 50:7, 8). Todo lo que la naturaleza humana de Cristo recibió gratuitamente de la naturaleza divina también fue por el Espíritu Santo.
   
       Cristo se ofreció a sí mismo a Dios por medio del Espíritu Santo (He.9:14). Cristo santifico, consagro o se dedico a sí mismo a Dios para ser una ofrenda por el pecado (Juan 17:19). Cristo fue solo de su propia voluntad al jardín del Getsemaní. Esto simbolizó la traída del cordero a la puerta del tabernáculo para ser sacrificado. En el jardín se dio a sí mismo para ser llevado como cordero al matadero. Allí también se ofreció a sí mismo a Dios con fuertes clamores y lágrimas (He.5:7).
     El Espíritu Santo fortaleció y apoyo a Cristo durante toda su humillación y sufrimiento hasta el momento que dio su espíritu en la muerte. No es solamente la muerte de Cristo, considerada simplemente como un castigo, que libera del pecado. Es su obediencia para muerte. Esto fue su verdadero sacrificio de sí mismo por medio del Espíritu eterno de Dios. Esto es lo que hizo su muerte y sufrimiento efectivo para la salvación de los pecadores.

    Durante toda su vida las gracias mayores del Espíritu fueron reveladas en Cristo Jesús
La primera gracia mayor que observamos fue amor a la humanidad y compasión para los pecadores (Ga.2:20; He.5:2; Jn.3:16; Tito 3:4-6; He.12:2. compare Gn.29:20). Pero lo que lo movió aun más fue su celo indecible y grandioso amor para la gloria de Dios. Esto fue mostrado de dos maneras. Primero, por la revelación de la justicia, santidad y severidad de Dios contra el pecado (Sal.40:6-8; He.10:5-7; Ro.3:25). Después fue también mostrado por sus obras de gracia y amor (Ro.3: 24-26).
     Una gracia mas mayor fue su sumisión santa y obediencia a la voluntad de Dios (Fil.2:8; He.5:7, 8; Ga.4:4). Sin embargo otra gracia mayor fue su fe y confianza en Dios, por la cual, con fervientes oraciones, lloros y suplicas, le recordó a Dios de sus promesas, ambas concernientes a sí mismo y al pacto el cual ahora estaba sellando con su sangre (He.2:13). En esto fue ayudado grandemente por el Espíritu Santo para ganar a través de todas las terribles agresiones del enemigo. Así durante toda su terrible aflicción, su fe y confianza en Dios fueron victoriosas, aunque fue llevado a clamar, ‘¿Dios mío, Dios mío porque me has desamparado?’ (Sal22:1, 9-11). Sus enemigos le reprocharon (Sal.22:8; Mt.27:43). Pero su fe permaneció firme como Isaías lo profetizó (50:7-9).
     La muerte y sufrimientos de Cristo eran para sellar el pacto de Dios. La sangre que él derramo era la ‘Sangre del pacto’. Él la derramo para que todas las bendiciones del pacto pudieran ser dadas a los escogidos de Dios (Ga.3:13, 14). En el ofrecimiento de si mismo tres cosas se deben de notar.
     La primera es que Cristo se ofreció libremente a sí mismo a Dios para expiar por el pecado. Él libremente se sometió a la humillación y crueldad que los hombres le infligieron, de ser condenado injustamente y después ser tratado como un criminal condenado de acuerdo a la sentencia de la ley. Estas fueron las cosas, las cuales saliendo de la dignidad de su Persona, hicieron a su muerte y a sus sufrimientos efectivos. Sin esto su muerte y derramamiento de sangre no hubieran formado una ofrenda satisfactoria por el pecado.
     Fue la obediencia de Cristo que hizo su ofrenda de sí mismo un ‘sacrificio para olor suave’ (Ef. 5:2). Dios fue absolutamente deleitado con estos altos y gloriosos actos de gracia y obediencia en Cristo Jesús, que él olió un ‘aroma de reposo’ hacia los cuales por quien Cristo se ofreció a sí mismo. Ahora Dios ya no estará enojado con ellos. No los maldecirá más. El estaba más agradado con la obediencia de Cristo que desagradado con el pecado y desobediencia de Adán (Ro.5:17-21). Así que no fueron los sufrimientos externos de Cristo o el sufrir la pena de la ley que constituyó la expiación. Fue su obediencia. Fue la ofrenda de si mismo voluntaria de Cristo en obediencia a la voluntad de Dios que fue la razón suprema que trajo a Dios para reconciliarse con nosotros.

    Todas estas cosas Cristo las hizo en su naturaleza humana porque el Espíritu Santo lo capacitó para hacerlas. Entonces Cristo es dicho de ‘ofrecerse a sí mismo a Dios por medio del Espíritu Eterno’. Y es por el mismo Espíritu Santo que fue consagrado y hecho perfecto como nuestro sumo sacerdote. Hubo una obra especial del Espíritu Santo hacia la naturaleza humana de Cristo cuando estaba tendida muerta en la tumba
Debemos recordar que aun en la muerte su naturaleza divina y humana no fue separada la una de la otra. Sin embargo en el mismo hecho de morir, él encomendó su alma o espíritu al cuidado y custodia de su Padre (Sal.131:5; Lc.23:46). El Padre, en el pacto eterno, prometió cuidar de Cristo y guardarlo aun en la muerte, y de enseñarle otra vez el camino de vida (Sal.16:11). Así pues, no obstante su unión con su Persona, su alma humana, en su estado separado, estaba especialmente bajo el cuidado del Padre hasta que la hora llego cuando el Padre le enseño otra vez el camino de vida. Su cuerpo santo en la tumba no estaba de menos bajo el cuidado especial del Espíritu Santo. Así que esa grande promesa fue cumplida, que su alma no fue dejada en el infierno, ni que el Santo de Dios viera corrupción (Sal.16:10; Hch.2:31).


6.4 Hubo una obra especial del Espíritu Santo en su resurrección.

       Primero, hubo la obra del Padre que soltó a Cristo de la muerte cuando la ley fue completamente satisfecha y la justicia hecha (Hch.2:24). Segundo hubo la obra del Hijo que se levantó a sí mismo de los muertos (Juan 10:17,18). Aunque los hombres perversamente tomaron su vida, no tuvieron autoridad o habilidad de hacerlo sin su consentimiento. Nunca hubieran podido matarlo en contra de su voluntad.
     El Padre lo levanto de la muerte porque la justicia fue satisfecha. Pero Cristo también se levanto a sí mismo de los muertos y tomo su vida otra vez por un acto de amor, cuidado y poder fluyendo de su naturaleza divina a su naturaleza humana.
     Tercero, la obra especial de reunir su alma tan santa y cuerpo fue dejada al Espíritu Santo (1P. 3:18). Y es por este mismo Espíritu Santo que nosotros también seremos levantados de los muertos (Ro.8:11). Pablo también recalca que el poder que levanto a Cristo de los muertos es el mismo poder que nos trajo al nuevo nacimiento en Cristo (Ef. 1:17-20).


6.5 El Espíritu glorifico la naturaleza humana de Cristo.

      Fue el Espíritu Santo quien hizo a la naturaleza humana de Cristo apta para ser sentada a la mano derecha de Dios. Y la naturaleza humana glorificada de Cristo es el patrón del cual los cuerpos de todos los creyentes serán conformados. Él que hizo la naturaleza de Cristo santa ahora la hace gloriosa (1Juan 3:2; Fil 3:21).
Otra obra importante del Espíritu Santo fue la de ser testigo a la Persona de Cristo de que realmente era el Hijo de Dios, el verdadero Mesías (Juan 15:26; Hch.5:32; He.2:4).
La razón de por qué Dios dio a los apóstoles la habilidad de hacer milagros por el poder del Espíritu Santo, fue para ser testigos para Cristo de que realmente era el Hijo de Dios. Dios lo reconoció y lo exalto como tal.
    Cristo también predijo que muchos preguntarían en donde le podrían encontrar, y que grandes mentiras se dirían de él y de donde él se encontraría (Mt.24:26).
    Algunos esperarían encontrarlo en lugares desiertos. Muchos monjes pensaron y enseñaron que Cristo se podía encontrar solamente en lugares desiertos y solitarios.
    Otros enseñarían que Cristo se encontraría en cámaras secretas. ‘Si alguien les dice está en cámaras secretas, no lo crean’. Hay una profunda y misteriosa lección en estas palabras. La palabra Griega para ‘cámaras’ significa los lugares secretos de las casas donde el pan, vino y otras comidas se guardaban. ¿Por qué entonces pretender encontrar a Cristo en semejantes lugares? Porque esto es exactamente lo que después fue enseñado en la iglesia de Roma. Cristo debe de estar en los lugares secretos donde sus hostias y vino eran depositados después de ser cambiadas en el cuerpo y sangre literal de Cristo, lo cual es un pigmento de la imaginación papal. Concerniendo a esto, Cristo dice, ‘No les crean.’ No dejen que los hagan creer semejante tontería.
      Así aprendemos como debemos de conocer a Cristo. Debemos conocerle para que le podamos amar con un amor puro como hombre. Para hacer esto debemos considerar su naturaleza humana hecha hermosa por la obra del Espíritu Santo. Debemos considerar la unión bendita de sus dos naturalezas en la misma Persona y cuan gloriosa cosa es de que Dios tomó en sí nuestra naturaleza. Después debemos considerar las glorias no creadas de la naturaleza divina para que le podamos amar como Dios.
     También debemos considerar la perfección y llenura de gracia que moró en su naturaleza humana por medio del Espíritu Santo. Debemos conocer a Cristo para que nos esforcemos a ser como él. Y solo podemos ser como el cuándo dejamos al Espíritu Santo hacer su obra en nosotros, formándonos a su imagen.


7.    La Obra del Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, Su iglesia
     
La obra del Espíritu Santo hacia la iglesia presupone estas cosas:

(i)  El amor, gracia, consejo y propósito eterno del Padre de tener una iglesia, escogida de sobre esta raza humana pecadora.
(ii)  La obra entera de Cristo en redimir pecadores de esta raza humana para que sea su iglesia.
(iii) La obra del Espíritu Santo en llamar a los pecadores al arrepentimiento y fe en Cristo y su obra de unirlos a Cristo como la cabeza del cuerpo, su iglesia.

     En la nueva creación bajo el Nuevo Testamento, es el propósito de Dios que cada Persona de la Trinidad sea revelada a la iglesia en sus obras especiales y distintas. Después que Cristo terminó su obra de redención, y había vuelto al cielo, la tarea de seguir y completar la obra de salvación fue asumida por el Espíritu Santo. Antes de su muerte Cristo prometió al Espíritu Santo a sus discípulos (Juan 14:15-17). Después de su resurrección, él les dijo que no intentaran de empezar su obra de atestiguar al mundo hasta que hayan recibido al prometido Espíritu Santo (Hch.1:4). Después de su ascensión, Cristo recibió al Espíritu Santo de el Padre y lo derramo sobre sus discípulos (Is.44:3; Jl.2:28, 29; Hch.2:33). Es el Espíritu Santo quien reemplaza la ausencia corporal de Cristo y quien trae a cumplimento todas las promesas hechas a la iglesia.
Cristo está con nosotros por su Espíritu (Mt.28:19, 20; Hch.3:21; Mt.18:19, 20; 2Co. 6:16; 1Co. 3:16). Cristo aseguró a sus discípulos que su presencia con ellos por medio su Espíritu era mejor que su presencia corporal. Ahora Cristo siempre está con nosotros dondequiera. Como el Espíritu Santo representa a Cristo y toma su lugar, por lo tanto hace todo lo que Cristo hizo por sus discípulos (Juan 16:13-15)
   
      El Espíritu Santo no viene a revelar algo nuevo, ni tampoco hace nada que contradiga o se oponga a la doctrina y obras de Cristo. El Espíritu Santo no hace nada que este contrario de lo que se enseña en la Escritura. Cualquier espíritu que contradiga a Cristo y a la Escritura no es de Dios. La gran obra del Espíritu Santo es de glorificar a Cristo. Él es dado a nosotros para que nosotros también le traigamos gloria a Cristo. Él viene a mostrar la verdad y gracia de Cristo, no a hablar de sí mismo (Juan 16:13-15). Él no revela otra verdad, no da otra gracia sino la que está en, de y por Cristo. Por esta regla podemos probar cada espíritu si es de Dios o no.
     “Todo lo que oyere él hablara” (Juan 16:13). Lo que el Espíritu Santo oye es el plan completo y propósito del Padre y del Hijo concerniendo a la salvación de la iglesia. ‘Oyendo’ significa el conocimiento infinito del Espíritu Santo del propósito eterno del Padre y del Hijo.
    ‘Él me glorificará’ (Juan 16:14). Esta es la gran obra del Espíritu Santo hacia la iglesia. Hace a Cristo glorioso en nuestros ojos. Y es dado a nosotros para qué, como gente de Cristo, le traigamos honor a nuestra gloriosa cabeza.
    ¿Pero como el Espíritu Santo hará esto? ‘Él me glorificara, porque él tomara de lo que es mío y lo declarara a ustedes’ (Juan 16:14). No dice que el Espíritu Santo recibe las cosas de Cristo como si no las hubiera tenido antes, porque ¿qué puede él quien es Dios recibir? Solo cuando empieza a dárnoslas, porque son especialmente las cosas de Cristo, que es dicho que las recibe. No podemos dar nada que pertenece a otra persona hasta que primero lo recibamos de esa otra persona. Él las ‘declarara’ a nosotros significa que el Espíritu Santo nos las hará saber. Él nos las revelará tanto a nosotros y en nosotros que las entenderemos y experimentaremos por nosotros mismos.
    ¿Y cuáles son las cosas que nos enseñara? ‘Mis cosas’, dice Cristo. Las cosas de Cristo son su verdad y su gracia (Juan 1:17).
    El Espíritu Santo enseño la verdad de Cristo a sus discípulos por revelación, porque él es el autor de todas las revelaciones divinas. Por inspiración, él capacitó a los apóstoles para recibir, entender y declarar todo el consejo de Dios en Cristo. Y en orden para que ellos pudieran infaliblemente hacer esto, él los guió a toda verdad. Además el Espíritu Santo enseñó la gracia de Cristo a sus discípulos al derramar gracias santificantes y dones extraordinarios en ellos.
    El Espíritu sigue mostrando la verdad y gracia de Cristo a los creyentes, aunque no de la misma forma como lo hizo con ellos a los que inspiro, ni tampoco del mismo grado. La verdad de Cristo viene ahora a nosotros por la Palabra escrita y predicada. Y mientras leemos y escuchamos, el Espíritu Santo ilumina nuestras mentes espiritualmente para entender la mente de Dios en lo que leemos y oímos.
  El Espíritu nos revela ‘todas las cosas’ que son de Cristo
Jesús dijo, ‘Todas las cosas que mi Padre tiene son mías. Así que os digo que él tomara de lo mío y os lo declarara’ (Juan 16:15). Dos cosas se pueden aprender de estas palabras. La primera es que tanto de las cosas de Cristo deben de ser mostradas a los creyentes. ‘Todas las cosas que el Padre tiene’. ‘Todas las cosas que son mías’, dice Cristo.
    Todas las cosas que el Padre tiene como Dios son también del Hijo. Así que ‘como el Padre tiene vida en sí mismo, por lo tanto ha concedido al Hijo tener vida en sí mismo’ (Juan 5:26). Y lo mismo se puede decir de todos los otros atributos de Dios, los cuales Cristo tuvo como el Hijo eterno. Pero estas no parecen ser ‘todas las cosas’ mencionadas en este verso. Estas ‘todas las cosas’ se refieren a la gracia y poder espiritual los cuales fueron dados gratuitamente por el Padre al Cristo encarnado (Mt.11:27; Juan 3:35). Todos los efectos del amor, gracia y voluntad del Padre, lo que sea que se haya propuesto desde la eternidad y lo que sea que fuera necesario de su poder infinito y bondad para traer a sus elegidos a la gloria eterna, fueron dados a Cristo Jesús.
     Las cosas que se hayan de declarar a nosotros y otorgar en nosotros, originalmente pertenecen al Padre. Estas cosas –su amor, gracia, sabiduría, consejo y voluntad- son hechas las cosas del Hijo; son dadas al Hijo para llevar a cabo su obra de mediación.
     Estas cosas del Padre, ahora hechas las cosas del Hijo, son de hecho comunicadas a nosotros por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo no nos las da directamente del Padre sino indirectamente, por medio de Cristo. Es por el Hijo solamente que tenemos acceso al Padre. El Hijo es entonces la tesorería de las cosas del Padre. De Cristo la tesorería el Espíritu Santo toma las cosas del Padre y nos las muestra y las obra en nosotros. De esta manera el Espíritu totalmente remplaza la presencia corporal de Cristo.
    En segundo lugar estas palabras nos muestran cómo podemos tener comunión con Dios. No podemos ir directamente de nosotros mismos al Padre, ni tampoco el Padre trata directamente con nosotros. Solo nos podemos acercar al Padre por Cristo, porque es solamente por él que tenemos acceso a la presencia del Padre (Juan 14:6; 1P. 1:21). Pero sin la obra del Espíritu Santo, ni siquiera podemos venir al Padre por Cristo. Así como las cosas del Padre son depositadas en Cristo y traídas a nosotros por el Espíritu, así el Espíritu Santo nos enseña comó orar y por qué orar. Estas oraciones son, como si fueran, depositadas con Cristo, y Cristo las trae al Padre. Así que si menospreciamos y demostramos desprecio al Espíritu Santo en realidad se lo estamos haciendo a la Divinidad en sus acercamientos distintivos a nosotros en amor. Es por eso que el pecado en contra del Espíritu Santo es imperdonable.


7.1 El Espíritu Santo es el Espíritu de gracia

     Por lo tanto, cualquier gracia que encontramos en nosotros, o cualquier obra de gracia que es hecha en nosotros, siempre debe de ser reconocida como la obra del Espíritu Santo.
    Alguna gente habla de la virtud moral como si fuera algo que ellos pudieran producir por su propio esfuerzo; pero todas las virtudes morales son gracias del Espíritu Santo. 
     Como el Espíritu de gracia, el Espíritu Santo hace dos cosas. Él nos hace saber el libre amor de gracia y favor de Dios hacia nosotros, y él hace su obra de gracia en nosotros y sobre nosotros. Entonces, no seamos engañados a pensar que podemos tener gracias morales independientemente del Espíritu Santo.
Todo lo que el Espíritu Santo hace, los hace de su propia libre voluntad
Él lo hace porque él escoge hacerlo. El buen placer de su voluntad es visto en todas las bondades, gracia, amor y poder que el muestra hacia nosotros. Toda la obra que el Espíritu Santo hace es gobernada por su voluntad soberana la cual nadie puede resistir (Ro.9:19), y por su sabiduría infinita.
    Su voluntad revelada aparentemente puede ser resistida. Cuando el evangelio es predicado y la gente es llamada al arrepentimiento, su voluntad revelada es dada a conocer. Pero puede que su voluntad secreta sea que él no desea traerlos al arrepentimiento. Él no desea darles el don del arrepentimiento. Así que, al rehusar arrepentirse, ellos resisten su voluntad revelada, pero llevan a cabo su voluntad secreta (véase Is.6:9, 10; Juan 12:40, 41; Hch.28:26, 27; Ro.11:8).
     Es lo mismo con todas sus obras. En algunos él puede iluminarles la mente y traerles convicción de pecado a sus almas, pero no hacer su obra de regeneración en ellos sin la cual no pueden ver el reino de Dios. En otros, él hace que todas sus obras resulten en la salvación total y final de ellos. Y esto es lo que Pablo enseña referente a dones espirituales (véase 1Co.12). El Espíritu da sus dones de acuerdo a su propia voluntad soberana.
    Objeción. Pero si la salvación de principio a fin es la obra soberana del Espíritu Santo, entonces nosotros no podemos hacer nada efectivamente para traernos salvación. ¿Qué uso tienen entonces todos los mandamientos, amenazas, promesas y exhortaciones en la Escritura?
    Respuesta. Nunca debemos dejar ir esta verdad, que es en verdad el Espíritu Santo quien obra todo lo bueno espiritual en nosotros. En la Biblia se nos enseña que ‘en mi, esto es, en mi carne, nada bueno mora (Ro.7:18). Se nos enseña que no somos ‘suficientes de nosotros mismos para pensar cualquier cosa como si fuera de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia es de Dios’ (1Co. 3:5. Véase también 2 Co. 9:8; Juan 15:5; Fil.2:13). El decir que hay algo bueno en nosotros lo cual no es la obra del Espíritu Santo destruye el evangelio y niega a ambas cosas, que Dios es el único bueno y que él solo nos puede hacer buenos.
    El usar este argumento como una excusa para no hacer nada es resistir la voluntad de Dios. Dios promete obrar en nosotros lo que él requiere de nosotros. Hay muchos ejemplos en la Escritura de gente que se les mando a hacer lo que era imposible para ellos hacer. Sin embargo cuando intentaron obedecer, encontraron el poder sanador de Dios capacitándolos para hacer lo que previamente habían encontrado ser imposible: por ejemplo, el hombre con la mano seca, Lázaro siendo levantado de los muertos y el hijo de la viuda en Nain.
     Nuestro deber es de intentar de obedecer los mandamientos de Dios, y su obra es de capacitarnos para obedecerlos. Así que los que se sientan y no hacen nada -porque dicen que no pueden hacer nada hasta que Dios obre gracia en ellos- muestran que no tienen interés o preocupación por las cosas de Dios. Donde la persona no hace nada, el Espíritu Santo tampoco hace nada.
    Aunque no hay gracia en un creyente excepto por el Espíritu Santo, sin embargo para crecer en gracia, para crecer en santidad y justicia, depende en el creyente usando la gracia que ha recibido. Se nos han dado brazos y piernas. Si han de crecer fuertes y saludables, deben ser usados. El no usarlos seria el modo más efectivo de perderlos. Por eso el ser perezoso y negligente en esas cosas en las cuales nuestro crecimiento espiritual depende, y las cuales concierne el eterno bienestar del alma, con el pretexto que sin el Espíritu no podemos hacer nada, es irrazonable y estúpido, como también peligroso.


7.2 El testimonio del Espíritu Santo es vital, sin embargo distinto al testimonio de los creyentes

    Cuando vemos y entendemos las obras del Espíritu Santo, aprendemos que algunas cosas son distintivamente atribuidas a Él aunque algunas de estas obras las cuales el Espíritu Santo hace son al mismo tiempo hechas por aquellos en quien Él está obrando.
    Jesús dijo, ‘Enviare el Espíritu de verdad y el dará testimonio de mi, y vosotros también daréis testimonio’ (Juan 15:26, 27). El testimonio del Espíritu Santo es distinto al testimonio dado por los apóstoles. Sin embargo los apóstoles podían dar su testimonio solo al ser capacitados para hacerlo por el Espíritu Santo.
    El testimonio de los apóstoles a Cristo fue el resultado del poder del Espíritu Santo en ellos y de su obra en ellos (Hechos 1:8). Pero el Espíritu Santo no dio testimonio excepto por medio de los testimonios de ellos.
   ¿Cuál pues es el testimonio distinto que se dice ser de él? Debe ser que la gente que el Espíritu Santo capacito para testificar reconoció que solo lo podían hacer porque el Espíritu Santo primero les dio testimonio a ellos. Una gran manera que el Espíritu Santo dio testimonio al mundo por medio de los apóstoles fue al capacitarlos para hacer señales milagrosas y maravillas. El capacito a los apóstoles para ser testigos a Cristo por sus predicaciones, sufrimientos y santidad y constante testimonio que dieron a la resurrección de Cristo. Pero el mundo no reconoció esto como lo obra y testimonio del Espíritu Santo. Sin embargo de que era su obra esta revelado en Hebreos 2:3, 4. Él atestiguó cuando ellos predicaron e hicieron milagros.


8.    La Obra de Regeneración del Espíritu Santo


8.1 La gran obra del Espíritu Santo es la obra de regeneración (Juan 3:3-6).

    Una noche un maestro de Israel, Nicodemo, vino a Jesús, quien le dijo, ‘El que no naciere otra vez no puede ver el reino de Dios... Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.’ Nuestro Salvador, sabiendo que la fe y obediencia a Dios, y nuestra aceptación con Dios, depende en ser nacido de nuevo, le dice a Nicodemo cuan necesario es. Nicodemo se sorprende de esto, así que Jesús prosigue a enseñarle lo que esta obra de regeneración es. Él dice, ‘El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios’ (v. 5).
    La regeneración entonces es traída por ‘agua y el Espíritu’. El Espíritu Santo hace la obra de regeneración en las almas de los hombres, en la cual el agua es la señal externa. Esta señal externa es una promesa y sello del pacto, el cual estaba siendo predicado entonces a ellos por Juan el Bautista. El agua también puede significar al Espíritu Santo mismo.
    Juan nos dice que todos los que recibieron a Cristo lo hicieron porque fueron nacidos de Dios (Juan 1:12,13). Ni descendencia linear o la voluntad del hombre puede producir un nuevo nacimiento, la obra entera es atribuida solamente a Dios. (Véase también Juan 3:6; Ef. 2:1, 5; Juan 6:63; Ro.8:9, 10; Tito 3:4-6).
     Siempre es importante recordar que la Trinidad entera está envuelta en esta obra de regeneración. Se origina en la bondad de Dios y amor como Padre (Juan 3:16; Ef. 1:3-6), de su voluntad, propósito y concejo. Es una obra de su amor y gracia. Fue procurada para pecadores por Jesucristo nuestro Salvador (Ef. 1:6). Pero el verdadero ‘lavamiento de regeneración y renuevo de nuestras almas’ es la obra del Espíritu Santo (Tito 3:4-6).
    Pero mi objetivo presente es confirmar los fundamentos principales de la verdad concerniente a esta obra del Espíritu Santo, la cual está siendo negada y opuesta.


8.2 La Regeneración en el Antiguo Testamento

      La obra de regeneración fue llevada a cabo bajo el Antiguo Testamento desde la fundación del mundo, y fue anotada en las Escrituras, sin embargo el conocimiento de ella era muy vago comparado al conocimiento el cual tenemos en el evangelio.
     Nicodemo, un maestro mayor de Israel, demostró su ignorancia de ello. ‘¿Como pueden ser estas cosas? ¿Cómo un hombre puede nacer siendo viejo? ¿Puede entrar por segunda vez al vientre de su madre y nacer?’ Cristo estaba atónito que un maestro en Israel no sabía esta doctrina de regeneración. Estaba claramente indicada en las promesas especificas del Antiguo Testamento como también en otros pasajes (como veremos) que Dios circuncidaría el corazón de su gente, quitaría el corazón de piedra y les daría un corazón de carne.
    En su ignorancia, los maestros de Israel se imaginaban que la regeneración significaba solo una reformación de la vida. Similarmente, muchos hoy día consideran que la regeneración es nada más que un esfuerzo por llevar una vida moral. Pero si la regeneración significa no mas que esto, el venir a ser un nuevo hombre moral- una cosa que más o menos todos encomiendan- entonces nuestro Señor Jesús, lejos de alumbrar a Nicodemo en esta cuestión de regeneración, la hizo más oscura. El Nuevo Testamento claramente enseña que el Espíritu Santo hace una obra misteriosa y secreta en las almas de los hombres. Ahora si esta obra misteriosa y secreta es realmente solo una reformación moral capacitando a los hombres a vivir mejores vidas, si solo es una persuasión externa para dejar lo malo y hacer el bien, entonces esta doctrina de regeneración tal como fue enseñada por Cristo y todo el Nuevo Testamento es totalmente ininteligible y sin sentido.
    La regeneración y la doctrina de regeneración existieron bajo el Antiguo Testamento. Los escogidos de Dios, en cada generación, eran nacidos de nuevo por el Espíritu Santo. Pero antes de que Cristo viniera, todas las cosas de esta naturaleza, aun ‘desde el principio del mundo, estaban escondidas en Dios’ (Ef. 3:9). Pero ahora el gran medico ha venido, el que sanaría la herida fatal en nuestra naturaleza por la cual ‘estábamos muertos en delitos y pecados’. Él abre la herida, nos enseña que tan terrible es y revela el estado de muerte que nos ha traído. Él hace esto para que estemos verdaderamente agradecidos cuando nos cure. Así que no hay doctrina que este mas enteramente y claramente enseñada en el evangelio que esta doctrina de regeneración. Que depravados, entonces, están aquellos que la niegan, detestan y rechazan.


8.3 La Obra Constante del Espíritu Santo

      Los escogidos de Dios no fueron regenerados de una forma en el Antiguo Testamento,  y bajo el Nuevo Testamento de otra forma completamente diferente por el Espíritu Santo. Todos son regenerados en la misma forma por el mismo Espíritu Santo.
    Aquellos que fueron convertidos milagrosamente, como lo fue Pablo, o que en su conversión les fueron dados dones milagrosos, así como muchos de los primeros cristianos tuvieron, no fueron regenerados en diferente forma que nosotros que también hemos recibido esta gracia y privilegio. Los dones milagrosos del Espíritu Santo no tuvieron nada que ver con su obra de regeneración. No prueban que una persona haya sido regenerada. Muchos con dones milagrosos nunca fueron regenerados; otros que fueron regenerados nunca tuvieron dones milagrosos.
    También es el tope de la ignorancia el suponer que el Espíritu Santo en el pasado milagrosamente regeneró pecadores, pero ahora él ya no lo hace milagrosamente, sino lo hace persuadiéndonos que es irrazonable el no arrepentirse de nuestros pecados. Nunca caeremos en este error si consideramos lo siguiente:
    La condición de todos los no regenerados es exactamente la misma. Algunos no son mas no regenerados que otros. Todos los hombres son enemigos de Dios. Todos están bajo maldición (Sal.51:5; Juan 3:5, 36; Ro.3:19: 5:15-18; Ef. 2:3; Tito 3:3, 4).
    Hay efectivamente diferentes grados de maldad en los no regenerados así como hay diferente grados de santidad en los regenerados. No obstante el estado de todos los no regenerados es el mismo. Todos necesitan la misma obra hecha en ellos por el Espíritu Santo.
    El estado al que los hombres son traídos por la regeneración es el mismo. Ninguno es más regenerado aunque pueden estar más santificados que otros. Los que son nacidos de padres naturales son igualmente nacidos, aunque algunos rápidamente sobrepasan a otros en habilidades y perfecciones.  Es lo mismo también con todos los que son nacidos de Dios.
    La gracia y poder por lo cual esta obra de regeneración es hecha en nosotros son los mismos. La verdad es que aquellos que desprecian el nuevo nacimiento lo hacen porque detestan la nueva vida. El que aborrece la idea de vivir para Dios aborrece la idea de ser nacido de Dios. Pero todos los hombres al final serán juzgados por esta pregunta: ‘¿Has sido nacido de Dios?’
 
8.4 Mala interpretación de la regeneración

      Primero, la regeneración no es simplemente ser bautizado y decir, ‘me he arrepentido’. El agua en el bautismo es solo la señal externa (1 P. 3:21). En sí misma el agua solo puede hacer que la persona se moje y lave lo ‘sucio de la carne’. Pero como una señal externa significa ‘una buena conciencia delante de Dios por la resurrección de Jesucristo de los muertos’ (1P. 3:21. Véase He.9:14; Ro.6:3-7).
    El apóstol Pablo claramente distingue entre la ordenanza externa y la obra de regeneración misma (Ga.6:15). Si el bautismo con la confesión de arrepentimiento es regeneración, entonces todos los que son bautizados y dicen que se han arrepentido tienen que estar regenerados. Pero claramente esto no es así (véase Hch.8:13 con vv. 21, 23).
    Segundo, la regeneración no es una reforma moral externa de la vida y comportamiento. Por ejemplo, supongamos tal reformación moral externa por la cual una persona se vuelve de hacer lo malo para hacer lo bueno. Él para de robar y empieza a trabajar. Sin embargo, lo que sea que haya de verdadera justicia en este cambio de comportamiento moral externo, no sale de un corazón nuevo y una nueva naturaleza la cual ama la justicia. Solamente por la regeneración puede un pecaminoso, corrupto aborrecedor de la justicia ser traído a amarla y deleitarse en hacer justicia.
    Algunos ridiculizan a la regeneración como enemigo de la moralidad, justicia y reformación, pero un día descubrirán que tan equivocados estaban.
    La idea que la regeneración es nada más que una reforma moral de la vida sale de negar el pecado original y de la verdad de que somos malos por naturaleza. Si no somos malos por naturaleza, si en el fondo de nuestros corazones somos buenos, entonces no habría necesidad de ser nacidos de nuevo.
La regeneración no produce experiencias subjetivas
La regeneración no tiene nada que ver con raptos maravillosos, éxtasis, el oír de voces celestes y cualquier otra cosa de ese tipo.
    Cuando el Espíritu Santo hace su obra de regeneración en el corazón de los hombres, no viene sobre ellos con emociones y sentimientos grandes y poderosos los cuales no se pueden resistir. Él no posee a los hombres así como los malos espíritus toman posesión de sus víctimas. Toda su obra puede ser razonablemente entendida y explicada por cualquiera que cree a la Escritura y ha recibido el Espíritu de verdad el cual el mundo no puede recibir. Cristo le dijo a Nicodemo, ‘Así como oyes el viento pero no sabes de donde viene o a donde va,’ así es con la obra de regeneración del Espíritu Santo.
 

8.5 La Naturaleza de la Regeneración

     La regeneración es el poner en el alma una nueva, verdadera ley espiritual de vida, luz, santidad y justicia, lo cual lleva a la destrucción de todo lo que aborrece a Dios y pelea en contra de él. La regeneración produce un cambio milagroso interno del corazón. ‘Así que si alguien está en Cristo, nueva criatura es’. La regeneración no es producida por las señales externas de un cambio moral del corazón y es bastante distinta de ellos (Ga.5:6; 6:15).
    La regeneración es un acto de creación del poder todopoderoso. Un nuevo principio o ley es creado en nosotros por el Espíritu Santo (Sal.51:10; Ef. 2:10). Esta nueva creación no es un habito nuevo formado en nosotros, sino una habilidad y poder nuevo. Por lo tanto se llama ‘la naturaleza divina’ (2P.1:4). Esta nueva creación es un nuevo poder y habilidad habitual creado en nosotros por Dios y lleva su imagen (Ef. 4:22-24).
     La regeneración renueva nuestras mentes. Siendo renovados en el espíritu de nuestras mentes significa que nuestras mentes ahora tienen una nueva luz sobrenatural salvadora para capacitarlos a pensar y actuar espiritualmente (Ef. 4:23; Ro.12:2). El creyente es ‘renovado en entendimiento de acuerdo a la imagen de aquel que lo creó’ (Col 3:10).


8.6 El Nuevo Hombre 

      Este nuevo poder y habilidad forjados en nosotros por la regeneración son llamados el ‘nuevo hombre’ porque envuelve un cambio completo del alma entera de la cual toda acción moral y espiritual viene (Ef. 4:24). Este ‘nuevo hombre’ esta puesto en oposición al ‘viejo hombre’ (Ef. 4:22,24). Este ‘viejo hombre’ es nuestra naturaleza humana corrupta la cual tiene el poder y habilidad para producir acciones y pensamientos malos. El ‘nuevo hombre’ tiene el poder y habilidad de producir acciones religiosas, espirituales y morales (Ro.6:6). Es llamado el ‘nuevo hombre’ porque es una ‘creación nueva de Dios’ (Ef. 1:19; Ef. 4:24; Col 2:12, 13; 2 Ts. 1:11). Este ‘nuevo hombre’ es creado instantáneamente, en un momento del tiempo. Por eso es que la regeneración no puede ser simplemente una reformación de la vida, la cual es una obra de por vida (Ef. 2:10). Es una obra de Dios en nosotros que precede a todas nuestras obras buenas hacia Dios. Somos hechura de Dios creados para hacer buenas obras (Ef. 2:10). Así que no podemos hacer buenas obras aceptables a Dios hasta que primero él obre esta nueva creación en nosotros.
    Este ‘nuevo hombre’ dice que es ‘creado de acuerdo a Dios [i.e. en su imagen] en justicia y en verdadera santidad (Ef. 4:24). La imagen de Dios en el primer hombre no fue reformación de vida. Ni tampoco fue un patrón de buena conducta. Adán fue creado a la imagen de Dios antes que hubiera hecho alguna cosa buena. Esta imagen de Dios era el poder y habilidad dada a Adán para vivir una vida que verdaderamente mostrara el carácter justo y santo de Dios. El poder y habilidad que se le dio a Adán fue dado antes que aun empezara a vivir para Dios. Lo mismo debe de ser cierto con nosotros. Primero, la imagen de Dios es creada de nuevo en nosotros, la cual es el ‘nuevo hombre’. Entonces podemos una vez más mostrar en nuestras vidas el carácter santo y justo de Dios (Lucas 6:43; Mt.7:18).

     El Pacto de Dios. Dios nos ha dicho como el trata con nosotros en su pacto (Ez.36:25-27; Jer.31:33; 32:39, 40). Primero lava y limpia nuestra naturaleza. Quita el corazón de piedra y nos da un corazón de carne. Escribe sus leyes en nuestros corazones y pone su Espíritu en nosotros para capacitarnos a guardar esas leyes. Esto es a lo que se refiere por regeneración. Es también descrito como la santificación, el hacer santo a todo nuestro espíritu, alma y cuerpo (1Ts. 5:23).

     Probado Por La Escritura. El Espíritu Santo no obra de alguna otra forma sino en la que se nos enseña en la Escritura. Todo lo que reclama ser su obra de regeneración debe ser probado por la Escritura. Siendo omnisciente, el Espíritu Santo conoce nuestra naturaleza perfectamente, y por lo tanto sabe exactamente como obrar en ellas sin lastimarlas, herirlas, o en ninguna manera forzarlas a estar de acuerdo con su voluntad. La persona que está siendo regenerada en ningún momento siente que está siendo malvadamente forzada en contra de su voluntad. A pesar de esto, muchos de los que verdaderamente han sido regenerados han sido tratados por el mundo como si estuvieran locos, o alguna clase de fanático religioso (2R. 9:11; Mr. 3:21; Hch.26:24, 25).
     La obra del Espíritu Santo al regenerar almas debe ser estudiada y claramente entendida por los predicadores del evangelio, y por todos aquellos a los que la Palabra de Dios es predicada. Por medio de predicadores verdaderos del evangelio el Espíritu Santo regenera a la gente (1Co. 4:15; Flm.10; Hch.26:17, 18). Así que, los que predican el evangelio deben entender completamente la regeneración para poder trabajar con Dios y su Espíritu para traer almas al ‘nuevo nacimiento’. Es también el deber de todos los que oyen la Palabra de Dios de estudiar y entender la regeneración (2Co. 13:5).
     La regeneración ha sido revelada a nosotros por Dios (Dt.29:29). Así que no estudiar y tratar de entender esta gran obra es para revelar nuestra propia locura y desatino. Hasta que somos nacidos de Dios no podemos hacer nada para agradarle, ni tampoco podemos tener ningún consuelo de él, ni tampoco podemos entender ninguna cosa sobre Él o de lo que Él está haciendo en el mundo.
     Hay un gran peligro de que el hombre pueda ser engañado sobre la regeneración y así estar perdido eternamente. Equivocadamente creen que pueden llegar al cielo sin ser nacidos de nuevo, o de que siendo nacido de nuevo pueden continuar llevando una vida pecaminosa. Estas opiniones plenamente contradicen las enseñanzas de nuestro Señor y de los apóstoles (Juan 3:5 y 1Juan 3:9).


9.    ¿Cómo el Espíritu Santo prepara a un alma para su obra de Regeneración?

     Es imposible para nosotros regenerarnos a nosotros mismos. Pero esto no nos excusa de nuestra responsabilidad espiritual. Podemos ir y oír la Palabra de Dios siendo predicada (Ro.10:17). Podemos ir determinados a entender y recibir las cosas reveladas a nosotros de ser claramente de Dios.
    Muchas almas son enteramente arruinadas porque simplemente no dejaron a Dios hablarles y enseñarles de su Palabra. Es cierto que no hay hombre que pueda regenerarse a sí mismo, aunque oiga y reciba la Palabra de Dios. Pero Dios está preparado para venir a aquellos que vienen a él por el camino que él les ha dicho. Él encuentra a las almas donde él les dijo que las encontraría.
    Al ser predicada la Palabra de Dios, ciertas cosas empiezan a pasar en los oyentes mientras el Espíritu Santo les trae la Palabra al hogar personalmente. Estas cosas usualmente pasan a la persona antes de que sea ‘nacida de nuevo’.
    La primera cosa que pasa es que el Espíritu Santo ilumina y aclárese el entendimiento, capacitando a la persona a conocer y entender espiritualmente las verdades espirituales reveladas (1Co. 2:9, 11). Esto es bastante diferente a un entendimiento natural de lo que se está siendo predicado por el uso del razonamiento solamente.
     La obra de iluminación del Espíritu Santo hace a la Palabra clara para la mente (2P. 2:21). El evangelio es entendido, no solamente como verdadero, sino como el camino de justicia de Dios  (Ro.1:17; 10:3, 4). La iluminación ayuda a la mente a estar de acuerdo con la verdad (Hch.8:13; Juan 2:23; 12:42). La iluminación trae un gozo momentáneo (Lc.8:13; Juan 5:35). Juntamente con la iluminación la persona puede recibir algunos dones espirituales. (Mt.7:22).
    La iluminación no es regeneración, ni la regeneración infaliblemente toma lugar después de la iluminación. Cuando la luz brilla en la gracia salvadora de Dios, entonces el alma ve claramente lo que se le está ofreciendo. Así que la iluminación prepara al alma para la regeneración.
    La segunda cosa que pasa es que el Espíritu Santo trae convicción de pecado. Esto también es producido por la predicación de la Palabra (1Co. 14:24, 25). El alma empieza a sentir un sentido perturbante de su culpabilidad al ser traído a encarar las justas demandas de la ley de Dios. Empieza a sentir un sentido de dolor y sufrimiento por el pecado que ha hecho (2Co. 7:10). Ya son pasados y no se pueden enmendar (Ro.8:15). Esto lleva al alma a sentirse humilde por su maldad (1R. 21:29). Ahora, al menos que el alma sea hundida en la desesperación, empieza a buscar una salida a su presente estado de miseria (Hch.2:37; 16:30). Frecuentemente la persona empieza a reformar su vida y le sigue un gran cambio de actitud (Mt.13:20; 2P. 2:20; Mt.12:44).
    Algunos descuidan esta luz y convicción o buscan ahogarla. Algunos son arrollados por la fuerza y el poder de sus codicias, el amor al pecado y el poder de las tentaciones. Algunos piensan que el ser alumbrado es lo bastante suficiente y que esto es todo lo que Dios quiere hacer con ellos.
    Todas estas cosas que son traídas a las personas por la predicación de la Palabra son en verdad acciones del Espíritu Santo obrando al lado de la predicación (Is.49:4; Jer.15:20; Ez.33:31, 32; Juan 8:59; Hch.13:41, 45, 46). Esos que son ‘iluminados’ es dicho de ser ‘participantes del Espíritu Santo’ (He.6:4).
    Objeción. Si esta obra preparatoria del Espíritu Santo no lleva a la regeneración, ¿acaso el Espíritu Santo solo desea hacer una obra débil e imperfecta en esa alma, o no es capaz de traer a esa alma al ‘nuevo nacimiento’?
    Respuesta. En algunos, la conversión real no se lleva a cabo. Esta obra inicial del Espíritu Santo ni es débil ni imperfecta, pero puede ser voluntariamente y tercamente resistida. En los ‘escogidos’ el Espíritu Santo, de su propia gracia soberana, remueve esta terquedad voluntaria. Al resto los deja sufrir el pago justo de sus malas obras. El Espíritu Santo es perfectamente libre para hacer lo que él quiere hacer. Él hace lo que le place, cuando le place y como le place. Sin embargo, sus obras siempre son buenas y santas. Él enteramente y perfectamente lleva acabo lo que él libremente planeó y se propuso a cumplir.
       La iluminación no es garantía de salvación. Hay una ‘iluminación’ la cual no lleva a la salvación. No cambia la voluntad del hombre y no da a la mente un deleite y satisfacción en las cosas espirituales. La mente no se deleita en Dios (Ro.6:17; 12:2; 1Co. 2:13-15; 2Co. 3:18; 4:6). No da ningún discernimiento espiritual en la gloria de la gracia de Dios.
    Tampoco esta iluminación limpia la conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo (He.9:14). Solo redarguye al alma de pecado y la despierta para condenar muchas cosas que antes aprobaba calurosamente. Tal iluminación obra en los sentimientos, despertando temor, dolor, gozo y deleite. Pero no los arregla en cosas celestiales (Col.3:1, 2). Tampoco arranca los malos deseos y llena el corazón con gozos espirituales. Casi siempre lleva a una reformación mayor en el estilo de vida, aun produciendo la apariencia virtuosa. Pero hay tres grandes defectos en esta iluminación:

     El primero es que permite a los furiosos y reinantes pecados de ignorancia a continuar, así como lo hizo con Pablo antes de su conversión.
     La segunda es que la reformación de la vida estimula a la persona a obtener escasas guías a deshacerse de todos los pecados conocidos, al menos que el alma este ocupada en una búsqueda flagrante de justicia propia.
    La tercera es que esta reformación de vida, aunque sea fuerte al principio, pronto se desvanece y decae. Finalmente deja a la gente como esqueletos espirituales.


10.    ¿Cómo la mente es corrompida y depravada por el pecado?

     Todos los hombres pueden ser divididos en dos grupos. O son regenerados o no son regenerados. Todos los hombre nacen no regenerados (Juan 3:3-8). Ahora la Escritura nos enseña tres grandes verdades:

•    Nos enseña que la mente del hombre esta depravada y corrompida. A esto llama oscuridad y ceguedad y es esto lo que lleva a la ignorancia y fatuidad.
•    La Escritura enseña que la voluntad del hombre y los deseos del corazón están depravados y corruptos. Esto es visto como debilidad o impotencia y lleva a terquedad y obstinación.
•    El alma entera está en un estado de muerte espiritual.
 

10.1 Oscuridad y ceguera espiritual

    La oscuridad espiritual esta en todos los hombres y yace en todos los hombres hasta que Dios, por una obra todopoderosa del Espíritu, alumbra a los corazones de los hombres, o crea luz en ellos (Mt.4:16; Juan 1:5; Hch.26:18; Ef. 5:8; Col. 1:13; 1P. 2:9). Esta oscuridad es esa ‘luz de adentro’ la cual algunos presumen que tienen dentro de sí y que dicen que también está en otros.
     La índole de esta oscuridad espiritual debe de ser entendida. Cuando los hombres no tienen luz con que ver, entonces están en oscuridad (Éxodo 10:23). Los hombres ciegos están en oscuridad, ya sean de nacimiento, por enfermedad o accidente (Sal.69:23; Gn.19:11; Hch.13:11). Un hombre espiritualmente ciego esta en oscuridad espiritual y esta ignorante de las cosas espirituales.
    
      Hay una oscuridad externa en el hombre y una oscuridad interna en el hombre. La oscuridad externa es cuando el hombre no tiene esa luz por la cual pueden ver. Así que oscuridad espiritual externa esta sobre el hombre cuando no hay nada para alumbrarlos sobre Dios y las cosas espirituales (Mt.4:16; Sal.119:105; Sal.19:1-4, 8; 2P. 1:19; Ro.10:15,18). Es la obra del Espíritu Santo de remover esta oscuridad al enviar la luz del evangelio (Hch.13:2,4; 16:6-10; Sal.147:19, 20).
     La oscuridad interna, por otro lado, sale de la corrupción y depravación natural de las mentes de los hombres concerniendo las cosas espirituales. La mente del hombre esta corrupta y depravada en las cosas que son naturales, civiles, políticas y morales, como al igualmente también en las cosas que son espirituales, celestiales y evangélicas. Esta depravación frecuentemente es retenida de tener sus efectos totalmente por la gracia común del Espíritu Santo. Así que, la mente del hombre siendo oscurecida, está incapacitada para ver, recibir, entender o creer para la salvación de su alma. Las cosas espirituales, o los misterios del evangelio, sin que el Espíritu Santo primero produzca dentro del alma una luz nueva por la cual puedan ver y recibir esas cosas, no pueden traer salvación.
    Por más brillante que sea la mente, y por más brillante que sea la predicación y presentación del evangelio, todavía aun, sin que el Espíritu Santo crie esta luz en ellos, no pueden recibir, entender y estar de acuerdo con las verdades que se predican, y por lo tanto no serán guiados a la salvación (Ef. 4:17, 18).
    Así que los no regenerados ‘andan en la vanidad de sus mentes’ (Ef. 4:17). La inclinación natural de la mente no regenerada es de buscar esas cosas que no pueden satisfacer (Gn.6:5). Es una mente inestable (Pr.7:11,12). El entendimiento no regenerado es oscurecido y no puede juzgar las cosas propiamente (Juan 1:5). El corazón no regenerado está ciego. En la Escritura el corazón incluye la voluntad también. La luz es recibida por la mente, aplicada por el entendimiento y usada por el corazón. ‘Pero si la luz interna es oscuridad’ dijo Jesús, ‘que grande es esa oscuridad’.
     Hay tres cosas que salen de la futilidad natural de la mente en su estado depravado que se encuentra entre creyentes. Primero, hace al creyente vacilar y estar inestable y voluble a los santos deberes de la meditación, oración y oír la palabra. La mente vaguea y es distraída por muchos pensamientos mundanos. Segundo, esta inestabilidad es la causa de recaídas en los creyentes, guiándolos a conformarse al mundo y a sus hábitos y costumbres los cuales son vanos y necios. Y tercero, esta futilidad de la mente engaña a los creyentes en proveer para la carne y las concupiscencias de la carne. Puede y a menudo lleva a satisfacción propia.
 
       El remedio para esta mente corrompida. Para ganar la victoria sobre esta mente fútil y corrupta, debemos poner nuestras mentes y deseos en las cosas espirituales mostradas a nosotros por el Espíritu Santo. Pero al poner nuestras mentes en las cosas espirituales debemos cuidar que la mente no caiga en pensamientos e ideas vanas, necias y poco provechosos. Debemos de agarrar el hábito de meditar en cosas santas y espirituales (Col. 3:2). Debemos de ser humillados al realizar que tan necias y vanas son nuestras mentes abandonadas a sí mismas.

       Ajenos de la vida de Dios. La mente no regenerada es perversa y depravada, así que los hombres están ‘ajenos de la vida de Dios, por la ignorancia que en ellos hay’ (Ef.4:18). Esta alienación de la vida de Dios es porque sus mentes son pecaminosas y depravadas (Col.1:21). La vida de Dios de la cual los hombres están ajenos es la vida la cual Dios requiere de nosotros para que le agrademos aquí y le gocemos de aquí en adelante (Ro.1:17; Ga.2:20; Ro.6, 7). Es esa la vida la cual Dios obra en nosotros, no naturalmente por su poder, sino espiritualmente por su gracia (Ef. 2:1, 5; Fil 2:13). Es la vida por la cual vivimos para Dios (Ro.6, 7). Dios es la meta suprema de esa vida, así como también es el creador de esa vida. A través de esta vida buscamos hacer todas las cosas para la gloria de Dios (Ro.14:7, 8). Por esta vida venimos al gozo eterno de Dios como nuestra bendición eterna y galardón eterno (Gn.15:1). La vida de Dios es esa vida por la cual Dios vive en nosotros por su Espíritu por medio de Jesucristo (Ga.2:20, Col 3:3). Es esa vida los cuales frutos son santidad y obediencia evangélica y espiritual (Ro.6:22; Fil.1:11). Y esta vida de Dios nunca muere porque es eterna (Juan 17:3). Ahora la mente no regenerada es ajena a esta vida de Dios y esta alienación se revela en dos formas. Se revela a si misma por una inhabilidad y desganas de la mente no convertida para recibir esas cosas concernientes a esta vida de Dios (Lc.24:25; He.5:11, 12; Jer.4:22). También se revela a si misma cuando la mente no convertida escoge cualquier otra vida que la vida de Dios (1Ti. 5:6; Stg.5:5; Ro.7:9; 9:32; 10:3).

 
10.2 El hombre natural y el hombre espiritual

    Aunque la mente no convertida es altamente educada y talentosa, sin embargo es totalmente incapaz de recibir y entender espiritualmente esas cosas necesarias para su salvación eterna. No responderá a la predicación del evangelio hasta que sea renovada, iluminada y capacitada para hacerlo por el Espíritu Santo: ‘Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura; y no las puede entender, porque se han de examinar espiritualmente’ (1Co. 2:14). El tema de este verso es el hombre natural. El hombre natural es bastante opuesto al hombre espiritual (1Co. 15:44; Jud. 19). Pablo nos dice que el primer Adán fue hecho un anima viviente; el postrer Adán en espíritu vivificante (1 Co.15:45). El hombre natural viene del primer Adán y el hombre espiritual viene del postrer Adán. El hombre natural es uno que tiene todo lo que es o puede tener del primer Adán. Tiene un alma racional y es bien capaz para usarla.
    El hombre natural confía en sus poderes raciocinios y no mira la necesidad para cualquier ayuda espiritual. Él no ve que Dios le ha dado su alma para que pueda aprender y recibir lo que él, Dios, tiene para dar. El hombre nunca fue hecho para vivir independientemente de Dios. Los ojos son hermosos y útiles, pero si tratan de ver sin luz, su belleza y poder no será de uso y aún los ojos pueden lastimarse. Si una mente no convertida trata de ver las cosas espirituales sin la ayuda del Espíritu de Dios, solo terminará destruyéndose a sí misma.
     En el verso catorce vemos cosas puestas al hombre natural. Estas cosas son ‘las cosas del Espíritu de Dios’. Ahora ¿cuáles son estas cosas del Espíritu de Dios que son puestas al hombre natural? Aquí hay algunas de ellas, todas de 1Corintios capitulo 2 ‘Jesucristo y a este crucificado’ (v.2). ‘La sabiduría oculta, la cual Dios predestino antes de los siglos para nuestra gloria’ (v. 7). ‘Las cosas que nos son dadas libremente por Dios’ (v.12). ‘La mente de Cristo’ (v16).
     Estas son las cosas del Espíritu de Dios. Estas son las cosas que no se pueden recibir excepto por medio de una iluminación soberana y sobrenatural. Estas son las cosas que ‘ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que le aman’ (V9). Son cosas del eterno consejo de Dios. Estas son cosas que la mente del hombre en su primera creación no tenía idea que existían (Ef. 3:8-11).

    Dos cosas se pueden decir del hombre natural y de las cosas del Espíritu de Dios: Primero, el no las recibe: segundo, no las puede conocer. En esta doble aserción podemos aprender primero que el poder para recibir cosas espirituales es negado al hombre natural (Ro.8:7). No las puede recibir porque deben de examinarse espiritualmente. Por segundo aprendemos que el hombre natural voluntariamente las rechaza. Esto es implicado en las palabras ‘no recibe las cosas que son del Espíritu de Dios’. Y las rechaza porque le parecen locura.
    El hombre natural no puede, no hará y no recibe las cosas del Espíritu de Dios. Puede conocer el sentido literal de las doctrinas que se le presentan. Puede saber que Cristo Jesús fue crucificado. Pero hay una gran diferencia entre recibir doctrinas como meras afirmaciones presentadas a él y el conocer la realidad que esas afirmaciones presentan.
    El hombre natural puede conocer el camino de la justicia como una mera afirmación (2P. 2:21). Otras cosas también puede conocer, meramente como ideas presentadas a él (Tito 1:16; Ro. 3:23, 24). Pero estas verdades no tienen ningún efecto transformador en su vida. El hombre espiritual, por la otra parte, las conoce en realidad y tienen un efecto transformador en su vida. (Ro. 12:2; Ef. 4:22-24).
     Ahora antes de que las cosas espirituales se puedan recibir dos cosas son necesarias. Es necesario que las entendamos, que estemos de acuerdo con ellas y que las recibamos porque concuerdan con la sabiduría, santidad y justicia de Dios (1Co. 1:23, 24). También es necesario que veamos que tan bien adaptadas están para glorificar a Dios, la salvación de pecadores y el traer a la iglesia a la gracia y gloria.
    El hombre natural no puede hacer esto. Él puede, sin embargo, recibir exhortaciones, promesas, mandatos y amenazas en el evangelio (1Juan 5:20). Pero para él la sabiduría de Dios es locura. Pablo dice que ‘lo loco de Dios es más sabio que los hombres’ (1Co. 1:25). Pero al hombre natural le son locura.
    El evangelio fue locura a los filósofos de la antigüedad (1Co. 1:22, 23, 26-28). Las cosas más importantes del evangelio son vistas como locura porque se piensan que son falsas y no verdaderas. Muchos se burlan de las cosas de Dios y las deprecian como las más despreciables ideas que jamás se hayan expuestas al hombre racional (2P. 3:3, 4).
     Algunos profesan creer al evangelio pero internamente piensan que es locura, pero no se atreven a decirlo abiertamente. Ellos grandemente alaban principios morales y leyes naturales. Pero claramente viven como aquellos que realmente no creen al evangelio. Una pretensión de amor a una parte del evangelio no los refugia del castigo que les vendrá a causa de su rechazo al evangelio entero. Ignoran y desprecian esas cosas que son traídas a nosotros por revelación sobrenatural solamente, y el evangelio es locura para ellos porque no ven belleza, gloria o ventaja en él para ellos (Is.53:1-3).

     El hombre natural por lo tanto no puede recibir las cosas del Espíritu de Dios. No puede porque se han de examinar espiritualmente. El hombre natural por la luz natural del razonamiento puede discernir cosas naturales. El hombre espiritual por una luz espiritual recibida de Cristo Jesús discierne cosas espirituales.

     El hombre natural no puede conocer las cosas espirituales porque es el Espíritu de Dios el que dota a la mente de los hombres con esa habilidad, y la luz misma por la cual únicamente las cosas espirituales pueden ser espiritualmente discernidas es creada en nosotros por un acto todopoderoso del poder de Dios (2Co. 4:6).

    El hombre natural no puede discernir cosas espirituales para que lo guíe a la salvación de su alma porque su mente esta oscurecida por su propia depravación. Esta es la miseria de nuestras personas y el pecado de nuestra naturaleza. Pero no puede ser usada como excusa en el día de juicio por no haber recibido las cosas espirituales.
    También hay en las mentes de los hombres no regenerados una inhabilidad moral por la cual la mente nunca recibirá las cosas espirituales, porque es gobernada y mandada por varias concupiscencias, corrupciones y prejuicios. Están tan fijados en la mente no regenerada tanto como para hacerla pensar que las cosas espirituales son locura (Juan 6:44; 5:40; 3:19).


10.3 Liberación de las tinieblas

     Pablo nos enseña que Cristo ‘nos ha liberado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo’ (Col 1:13). En este verso se nos dice de ser liberados de ‘la potestad de las tinieblas’ (Ef. 5:11; Hch.26:18; Is.60:2; Ef. 2:2; 2 Co.4:4). Pedro habla de ‘cadenas de oscuridad’ (2P. 2:4). De estas no hay escapatoria. Estas tinieblas llenan la mente con enemistad contra Dios y todas las cosas de Dios (Col. 1:21; Ro.8:7). Si Dios es grande en bondad y belleza, ¿por qué los hombres lo aborrecen? Este odio sale de estas tinieblas las cuales son la corrupción y depravación de nuestra naturaleza.
   Estas tinieblas llenan la mente con concupiscencias perversas que resisten la voluntad de Dios (Ef. 2:3; Fil.3:19; Col. 2:18; Ro.8:5). Estas tinieblas llenan la mente con prejuicios en contra de todas las cosas espirituales, y la mente está completamente incapaz de liberarse de estos prejuicios. La mente oscurecida primero ve las cosas que codicia. Entonces, después, en si misma reconoce esas codicias. Pero cuando el hombre es llamado a buscar a Dios sobre todos los otros deseos, entonces esto es considerado de ser locura, porque la mente no convertida piensa que las cosas espirituales jamás traerán contentamiento, felicidad y satisfacción. En particular, la mente no regenerada tiene un prejuicio especial contra el evangelio.
     Ahora en el evangelio se predican dos cosas. Primero, hay esas cosas que pertenecen solo al evangelio y no tienen nada de la ley o de la luz de la naturaleza. Vienen a nosotros solo por revelación y son únicas al evangelio. Son las que hacen ser al evangelio ser el evangelio. Y son todas esas cosas concernientes al amor y la voluntad de Dios en Cristo Jesús (1Co. 2:2; Ef. 3:7-11).
     Segundo, hay esas cosas declaradas en el evangelio las cuales tienen su fundación en la ley y la luz de la naturaleza. Estas son todos los deberes morales. Estos deberes morales son en cierta medida conocidos aparte del evangelio (Ro.1:19; 2:14, 15). Hay en todos los hombres una obligación de obedecer a estas leyes morales de acuerdo a la luz que se les ha dado.
  
     Ahora es en este estado que el evangelio agrega dos cosas a las mentes de los hombres. Primero, enseña el modo correcto de obedecer. Enseña que la obediencia solo puede salir de un corazón regenerado que ya no está en enemistad con Dios. También enseña que el propósito entero de obediencia es de traer gloria a Dios. Enseña que no podemos obedecer hasta que seamos reconciliados con Dios por medio de Cristo Jesús. Todas estas cosas ponen los deberes morales en una nueva estructura, la estructura del evangelio. Segundo, al darnos su Espíritu, Dios nos da fuerzas y nos capacita a obedecer de acuerdo a la estructura del evangelio.

     El evangelio nos declara cosas que hacen la obediencia al evangelio ser obediencia al evangelio y no obediencia legal (1Co. 15:3; Ro.6:17; Ga.4:19; Tito 2:11, 12; 1Co. 13:11;  2Co. 3:18). Primero, el evangelio enseña los misterios de la fe y los pone como la fundación de la fe y obediencia. Segundo, el evangelio entonces injerta todos los deberes de obediencia moral a este árbol de fe en Cristo Jesús. Esto es lo que Pablo hace en sus epístolas. Empieza por enseñar lo misterios de la fe cristiana. Entonces, en la base de estos misterios y maravillas del evangelio los cuales nos han traído la gracia y misericordia de Dios, él enseña que por gratitud debemos buscar agradar al que tanto nos amó, obedeciéndole.
     Pero el prejuicio voltea este orden de cosas al revés haciendo los deberes morales la fundación. Solamente entonces los hombres consideran las cosas del evangelio. Entonces sus prejuicios los lleva ya sea a despreciar los misterios del evangelio y a los que creen en ellos, o ponen falsas interpretaciones en ellos, quitando todo lo que es espiritual, y pervirtiendo el misterio que hay en ellos. De este modo hacen al evangelio que encaje con su bajo y carnal entendimiento. Se hace al evangelio encajar con sus propias ideas y opiniones. Cualquier cosa en el evangelio la cual no es considerada razonable y que no está de acuerdo con su sistema de filosofía es rechazada como locura.
    Así que mientras la mente del hombre permanezca no regenerada, no hay esperanza para que el alma salga de las tinieblas a la luz del glorioso evangelio de Cristo.
Conclusión. La mente en el estado de naturaleza esta tan depravada y corrupta que es incapaz de entender, recibir y abrasar las cosas espirituales. Así que, mientras la mente permanezca no regenerada, el alma no puede y no recibirá a Cristo para salvación, ni tampoco se puede hacer santa y apta para el cielo. El corazón y la voluntad no pueden actuar independientemente de la mente. La voluntad no está libre para actuar por sí misma. El ojo es la luz natural del cuerpo. Por medio del ojo, el cuerpo es guiado con toda seguridad alrededor de obstáculos peligrosos, y así  es mantenido de lastimarse a sí mismo. Pero si el ojo es ciego, o es rodeado por oscuridad y no puede ver, entonces el cuerpo no tiene idea a donde va e inevitablemente chocará con los objetos o se tropezará sobre obstáculos.
     Lo que el ojo es para el cuerpo, la mente es para el alma. Si la mente ve la gloria y hermosura de Cristo y su salvación presentada en el evangelio, excitará al corazón a desearlos como verdaderamente bueno, y el deseo para recibirlos y abrasarlos.
     Pero si la mente esta ignorante del evangelio, o esta ciega por el prejuicio, entonces el corazón no será despertado para desear a Cristo, ni la voluntad será impulsada a abrasarlo. Si la mente es engañada, también el corazón y la voluntad serán engañados. Donde la mente esta depravada, así también estará el corazón (Ro.1:28-32; 1Ti. 2:14; He.3:12, 13: 2Co. 11:3).
     Vemos, entonces, qué importantes son las palabras de Cristo cuando dijo, ‘Debes nacer de nuevo’.

2 comentarios:

  1. bien se ha dicho que el Espíritu Santo es el Dios no conocido de esta era . Los predicadores actuales hablan de todo menos del nuevo nacimiento o regeneración del alma por el poder del Espíritu Santo. Saludos y bendiciones desde Colombia

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  2. bien se ha dicho que el Espíritu Santo es el Dios no conocido de esta era . Los predicadores actuales hablan de todo menos del nuevo nacimiento o regeneración del alma por el poder del Espíritu Santo. Saludos y bendiciones desde Colombia

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