lunes, 4 de noviembre de 2013

La doctrina de la justificación, esencial para el conocimiento de Dios

Si ignoramos la doctrina de la
justificación en nuestras predicaciones,
ignoramos el real sentido del
evangelio
     ¿Qué es la justificación? ¿Por qué no es mencionada en nuestras evangelizaciones? ¿Hemos olvidado una doctrina tan esencial como esta? La doctrina de la justificación es esencial para la vida del cristiano. Antes de ver una profunda comprensión de esta podemos evidenciar que la gran mayoría de la iglesia conoce ciertos rasgos o la ignora completamente. En el esfuerzo que percibamos lo lejos que estamos del cristianismo bíblico, y la necesidad de tener una mayor comprensión y conocimiento de Dios por medio de las Escrituras, es que he desarrollado este artículo. La doctrina de la justificación es esencial para la comprensión de Dios, de nuestro pecado, y de la necesidad de salvación. Por tanto, predicar el evangelio ignorando tal base sólo puede ser índice del analfabetismo bíblico en el que hemos caído. Mi sentido es volver a las Escrituras, y espero que sea de provecho para la vida espiritual de muchos.


¿Qué es la justificación?

       En términos teológicos, la justificación es el término aplicado al juicio que Dios declara con respecto a una persona con el efecto de que ésta se conforma a sus normas. En un lenguaje más ameno y accesible, la justificación es la expresión de la aprobación y aceptación, hecha por Dios, de una persona. Para entender la justificación, vamos a Génesis 15:1-6.

Este pasaje dice:

“Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande. Y respondió Abram: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijos, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa. Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”

(Génesis 15:1-6).


Contexto histórico

     Para entender el pasaje que leímos es necesario revisar cuál es la situación que el patriarca estaba viviendo. Si vamos al capítulo 12 de Génesis, vemos en los tres primeros versículos: “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:1-3). Podemos ver en este pasaje una de las promesas de Dios, no sólo a Abraham, sino que a todos los que creen en su nombre. La bendición a todas las familias de la tierra, Cristo, quien trae la salvación por medio de su sacrificio maravilloso, vendrá por medio de una descendencia que Dios ha elegido. ¿Qué le atrajo de Abram a Dios? La respuesta es NADA. Abram recibió esta bendición únicamente por la misericordia de Dios. Nada tenía él para agradar a Dios. Podemos ver que fue Dios quien dijo a Abram, y no Abram pidió a Dios. Dios eligió a la descendencia de Abram para extender la redención que vendría por Jesucristo. Así lo podemos ver en el evangelio según San Mateo: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1). El evangelista apenas abre su escrito propone la genealogía de Jesús, quien procede de la descendencia de Abraham, proponiendo que Jesucristo es el que traería la bendición a todas las familias de la tierra.


Descripción de la situación

     En nuestro estudio, Génesis 15:1-6, Abram parece no estar muy seguro de lo que Dios dice. Le replica que no tiene hijo, que le heredaría un esclavo, etc. Pero, ¿Por qué esta exigencia? Debemos entender que la evidencia de la promesa que Abram exige a Dios en Génesis 15:1-6 no es algo nuevo para Abram, ni es una promesa nueva por parte de Dios, sino que es una corroboración de lo que Dios le prometió en su llamado: tierra, descendencia y bendición, lo que estudiamos en el contexto histórico. Es por esta razón que Abram cuestiona un tanto la promesa y le dice: “…Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo…” (Génesis 15:2). ¿Dios negó su promesa a costa de la incredulidad que tenía Abram en ese momento? Claro que no. Dios ya había prometido algo, y la maldad del hombre no podía extinguirlo. Dios, en su misericordia, en vez de repudiar a Abram por no creer, corrobora aún más su promesa: “Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará” (Génesis 15:4), y aún más, le presenta una garantía de lo que ha prometido: “Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia” (Génesis 15:5). Esto significa que cada vez que el patriarca mirase el cielo estrellado se recordaría lo que Dios una vez prometió. Así también para nosotros, cuando miremos el cielo estrellado, recordemos que las constelaciones son el vivo testimonio de Cristo. Ante esta situación ocurre el éxtasis de este pasaje. Luego que Abram recibió tal garantía, él creyó, y Dios lo contó como justo, es decir, que fue justificado. Esto nos da a entender que la justificación es antecedida por la fe. Sin fe, no hay justificación.

Así podemos entender cuando el profeta Habacuc dijo: “…más el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:4). ¡Maravillosa es la Palabra Santa! Esta nos enseña que la fe permite que Dios nos justifique, y por ende, podamos acceder a la vida eterna.

Para desarrollar el tema de una forma satisfactoria, razonable y apegada a las Escrituras, veamos cinco puntos para entender aún más esta fuente de sabiduría y vida eterna que es la Palabra de Dios.


1. No podemos tener una clara comprensión de la justificación sino tenemos una clara comprensión del juicio de Dios.

       Cuando salimos a la calle a predicar comúnmente recitamos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:16). Este pasaje es muy recitado para dar a conocer la bondad y el amor de Dios. Pero la dulzura de este versículo parece convertirse en amargura cuando avanzamos sólo dos versículos después: “El que en el cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18). ¿Por qué se nos presenta a un Dios de amor y luego a un Dios justo que envía a condenación a quién no ha creído en su Hijo unigénito? La respuesta es sencilla. Nadie puede decir que es feliz si no ha sentido tristeza, nadie puede sentirse bien si no ha sentido dolencia, por ende, nadie puede redimir o liberar si antes no existe una esclavitud o cárcel. No podemos entender la justificación si no entendemos antes el juicio de Dios. No podríamos apreciar la dulzura del “Porque de tal manera” sin antes contemplar el juicio de Dios a los que no creen. Un ejemplo claro podemos verlo con Noé. Noé predicó 120 años un mensaje que asumía que Dios destruiría la tierra con agua y que la única forma de salvarse era el arca. Nuevamente no podemos entender la salvación de Dios sin entender la magnitud de su juicio. ¿Habría necesidad de salvarse si no existe un juicio? Por supuesto que no. Por ejemplo, Lot el sobrino de Abram, llegó a habitar Sodoma y Gomorra, ciudades pervertidas por el pecado. Dios decide sacarlos de tales ciudades porque serían destruidas por el fuego de Dios. Nuevamente, no podemos entender la redención de Lot sin antes entender el juicio que tenía la ciudad por el pecado.


2. El hombre por sí solo no puede justificarse

        Podemos ver en Romanos 7:18 que el mismo apóstol Pablo menciona que el hacer el bien no estaba en él: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Romanos 7:18). La naturaleza del hombre es corrupta. Nada de lo que hace es bueno. No hemos hecho nada más que pecar. Las Escrituras revelan que: “Como está escrito: No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Si el justo es el aprobado por Dios a través de su fe, los injustos son todos aquellos reprobados por Dios. A veces cometemos el error de justificarnos respecto a otros, es decir, “¿Cómo podría ser yo tan malo? Hay hombres que matan, que roban, que violan, ellos están peor que yo”. Esto no es en ninguna forma alguna ventaja para la justificación. Incluso el versículo anterior al que recién leímos dice: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado” (Romanos 3:9). Todos estamos bajo pecado, destituidos de la perfección de Dios por nuestras obras: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). El apóstol Santiago nos ilumina aún más de lo pecadores que somos: “Pero cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). El que es injusto, aunque sea en un detalle, pertenece a los declarados injustos. ¿Qué rol juegan nuestras obras? Las obras no ejercen ningún peso en la justificación. De hecho es tal la inhabilidad del hombre por ser bueno que el profeta Isaías dijo: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia…” (Isaías 64:6). El mayor esfuerzo por salvarnos es en vano. Es imposible que nosotros mismos podamos justificarnos delante de Dios. De hecho, aquí podemos agregar otra reflexión a aquellas palabras del Señor: “…Para los hombres es imposible, más para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios” (Marcos 10:27). Lo que es imposible para el hombre: salvarse, para Dios es posible. ¿Para qué entonces está la ley, si finalmente Dios nos salvaría no por cumplirla sino por la fe? La ley tiene el objetivo de poner en el hombre la conciencia de pecado. Así dijo el apóstol Pablo: “Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás” (Romanos 7:7). Dios, a través de la ley, nos demuestra nuestra ineptitud e impotencia, destruye por completo la confianza en nuestras capacidades para vencer el pecado, y por ende, nos lleva a la necesidad de justificación y redención por medio de la fe. Entonces, no podemos comprender la justificación por medio de la fe en Cristo sin entender que somos pecadores e incapaces de salvarnos por nuestros actos.


3. La justificación procede de Dios

       Dios envió a su Hijo. No fuimos nosotros quienes lo pedimos. Esto da cuenta que la iniciativa de la justificación es de Dios. El apóstol Pablo mencionó: “Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:15-16). Asimismo vemos que Abram fue justificado, porque fue Dios quien lo contó como justo.


4. La justificación es por medio de Cristo

       ¿Por qué el hombre es justificado? ¿En qué dirección debe ir la fe? Una de las grandes diferencias que tiene el cristianismo con otras religiones es que la fe no haya su razón en cuanta posee el fiel, sino en quien la posee. Los cristianos genuinos depositamos nuestra fe no en nosotros, sino que en Dios, y en quien hizo el sacrificio perfecto: Cristo. Somos salvos por los méritos de Cristo, no por los nuestros. De hecho, así lo confirmó el apóstol Pablo: “sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16). La dirección que adoptamos para nuestra fe se basa en Jesús. Él hizo la obra perfecta. Nuestras buenas obras son la evidencia que Cristo ha operado en nuestra vida, pero no significan nada para la justificación. Dios justifica por medio de la fe en Cristo, puesto que fue su Unigénito quien vivió acorde a la Ley, en forma perfecta, siguiendo la norma de su Padre: ser perfecto. Por lo tanto, Dios justifica no porque tengamos fe únicamente, sino mediante la fe en su Hijo Jesús. La consulta es, ¿Cómo entonces Abram fue justificado si faltaban 2000 años para que viniera Jesús? ¿Por qué fue justificado si la justificación es por medio de Cristo Jesús? La respuesta es sencilla. Como dijimos anteriormente, el cristianismo no se basa en cuanta fe tenga el creyente, sino en quién deposita esa fe. ¿Recuerdas qué fue lo que creyó Abram en lo que estábamos estudiando al principio: Génesis 15:1-6? Abram creyó a la promesa de Dios hecha en Génesis 12:1-3, cuando le decía que tendría descendencia y que de esa descendencia vendría la bendición (salvación) a todas las familias de la tierra: Jesucristo. Por lo tanto, Abram fue justificado por la fe en Cristo Jesús. De hecho, esto aparece mucho mejor explicado por el apóstol Pablo: “Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia” (Romanos 3:21-22). De hecho, somos justificados gratuitamente por medio del sacrificio de Cristo: “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Romanos 3:24-25). Se recuerda que la Ley demostraba lo pecadores que somos. Bueno, Cristo nos vino a liberar de la maldición de la Ley, es decir, de la condenación que tenemos por no cumplir la norma de Dios: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu” (Gálatas 3:13-14). La bendición de Abraham, el ser justificado por la fe, llega hoy a nosotros, por medio del sacrificio de Cristo el Señor en la cruz. ¡Aleluya!


5. La justificación debe representar un cambio de vida

      Una persona que es justificada por parte de Dios, no puede vivir de la misma forma que una persona injusta. La justificación viene de la mano con el nuevo nacimiento, la nueva criatura, el cambio de vida, y todas las doctrinas que nos hablan de la limpieza del pecado y la reforma del ser. Esto no indica que una vez que Dios justifica somos perfectos. Abraham luego de ser justificado se acostó con su criada Agar para darle descendencia. Es indiscutible que el hombre luego de su justificación vuelva a pecar nuevamente. El tema es que la justificación pone el título de justo en el hombre y en la mujer, y por ende, su conciencia de pecado, su vida, su temor de Dios, crece a cada instante. Si comete pecado se arrepiente como nunca antes. Siente el deseo de cambiar. Siempre sabe que nada de lo que hace está bien­. Peca en todo lo que hace. La esencia de la justificación es Cristo. Como decía el Pastor Luterano Juan Werhli en la catedral: “Si estás en medio del mar, y quieres salvarte, y divisas un salvavidas, ¡aférrate a ese salvavidas!”. Nuestra vida constantemente está en pecado. Si queremos salvarnos ¡Aferrémonos a Jesús! El apóstol Pablo exponía sobre este tema: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:9-11). Por lo tanto, un cambio de vida, una liberación del pecado por parte de Dios, es una evidencia de la justificación. Recordemos que Cristo afirmó que el buen árbol da frutos buenos (Mateo 7:17). ¿Qué pasa si pecamos? Dios nos otorga el perdón de pecados. Que estemos limpios por medio de la sangre de Cristo. Nuestro temor a Dios, nuestro sentido de aborrecer el pecado debe ser constante. Si hoy me arrepiento, mañana me arrepentiré con más fuerza. Porque lo que Cristo un día comenzó en nuestras vidas, debe acabarlo.


Finalización

       Para finalizar le recomiendo que lea el capítulo 3 de Gálatas, versículos 1 al 9. Para entender ese pasaje debe saber primero que en la iglesia de Galacia los cristianos habían sido seducidos por otras enseñanzas que decían que la justificación no provenía únicamente de la fe en Cristo Jesús y la gracia, sino por cumplir algunos requisitos de la Ley. Pablo no se queda inmóvil. Es por ello que escribe esta carta a los Gálatas, la cual es una defensa del evangelio y la justificación por medio de la fe en Cristo.

      Si ha sentido la necesidad de experimentar la justificación, el perdón de Cristo, que Dios continúe obrando en su vida, así como su interés por la Palabra, para darse un tiempo para conocer a Dios más, si ha sentido la necesidad de perdón y a la vez una humillación tan grande que siente que Dios jamás la perdonaría, usted experimenta al Espíritu Santo, que no sólo se revela como insisten en nuestras iglesias, sino en el reconocimiento de nuestro pecado. Recuerde que Cristo dijo que el Espíritu Santo hará tal labor: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). Nosotros somos realmente malos. Nuestras obras dan cuenta de lo pecadores que somos. Más Cristo hizo la obra perfecta. Por medio de la fe en él podemos ser realmente salvos y libres del pecado que nos asedia.


“Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”

(Romanos 1:17).

¡Amén!

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