Un comentario de
Mateo 11:25-30
Jesús, al hablar con escribas y fariseos, les
acusó que invalidaban la
Palabra de Dios con la tradición de los hombres (Marcos
7:8-9). Al sujetar la Palabra
de Dios a las costumbres humanas que ellos tenían, terminaban invisibilizando la Palabra de Dios y todo lo
que Dios quería que entendiesen. Como iglesia tenemos muchas veces el mismo
vicio, y no sólo en nuestras congregaciones, sino que en la gran totalidad de
la iglesia evangélica. Terminamos invalidando la Palabra de Dios por
observar nuestras costumbres. Consideramos que las cargas a las que se refiere
el Señor en este pasaje son los problemas surgidos por la falta de salud, la
necesidad económica, los trámites difíciles, en fin, asuntos terrenales. Es
triste ver como nuestras conversaciones, nuestros sermones, nuestros consejos,
nuestros deseos, nuestras interpretaciones, no vayan más allá de los problemas
cotidianos. Al parecer no nos basta con que Jesús haya dicho que las demás
cosas vendrán por añadidura (Mateo 6:33) o que Dios haya prometido suplir
nuestras necesidades (Filipenses 4:19), por lo que tenemos que estar culto tras
culto, consejo tras consejo recordando que Dios está a nuestro favor en los
problemas de la vida. No obstante, no hay mayor problema para el hombre que su
propio pecado. Las desdichas de la vida no tocan ni los talones al problema
central de la raza humana: el pecado. Jesús vino a condenar al pecado en la
carne (Romanos 8:3); no vino a resolver problemas económicos, de salud o
judiciales. Puedes tener toda tu vida problemas de distinta índole, pero estos
no le tocarán los talones al problema del pecado. El objetivo de que Jesús
viniese a la tierra era resolver este problema. Por lo que entender que la
fatiga es producida por las cargas terrenales de los asuntos humanos es
desarraigar este pasaje de su principal motivo y ajustarlo a nuestras
necesidades.
v.25
- 26
“En aquel tiempo,
respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las
revelaste a los niños. Sí Padre, porque así te agradó”
Este pasaje nos indica que Dios ha
querido revelar un misterio a los que son como niños, mientras que ha ocultado
este mismo a los sabios y a los entendidos. Esto no se refiere a que las
personas con un alto nivel académico e intelectual no les sea revelado el
misterio, porque hay un conjunto de hombres y mujeres, desde altos lugares de
erudición y estudios, que se han convertido a Cristo. El Señor nos habla de
revelar un misterio de los niños y de un descanso prometido, y estos temas
deben ser entendidos desde la misma Escritura. 1400 años antes que Jesús
mencionara estas palabras, el pueblo de Israel estaba a las puertas de la
tierra prometida, y temieron por sus vidas al escuchar el testimonio exagerado
de 10 de los 12 espías enviados a reconocer la tierra (Números 13:30-32). Al
oír que los pueblos que habitaban en esa tierra tenían características
invencibles, el pueblo cuestionó la promesa de Dios consultándose: “¿Y por qué nos trae Jehová a esta tierra
para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No
nos sería mejor volvernos a Egipto?” (Números 14:3). El pueblo estaba
alistándose para regresar a Egipto cuando Dios aparece y les dictamina un
juicio terrible. Perecerían en el desierto todos los mayores a veinte años, no
conociendo la tierra prometida, vagando en aquel desierto durante cuarenta
largos años, y serían precisamente los niños los que heredarían esa tierra: “Pero a vuestros niños, de los cuales
dijisteis que serían por presa, yo los introduciré, y ellos conocerán la tierra
que vosotros despreciasteis” (Números 14:31). Se esperaba que el pueblo de
Israel, habiendo salido desde la esclavitud con grandes maravillas y prodigios,
ingresaran y tomaran la tierra que Dios les había prometido, victoriosamente.
Pero no, fueron finalmente los niños, los que ellos pensaban que serían por
botín de guerra, los que finalmente alcanzarían las promesas.
Vemos en las palabras del Señor cierto
recuerdo de este acontecimiento. Se esperaba que la generación que había salido
de Egipto mediante las obras poderosas de Dios alcanzara la promesa de la
tierra, sin embargo, fueron finalmente los niños de ellos quienes por la mano
de Josué lograron habitar en ella. De los sabios y los entendidos podemos
esperar que resuelvan estos misterios, pero no ha sido así, porque Dios ha
querido revelar estas cosas a los que son como niños, a los que no se espera
que lo resuelvan, porque como dijo el apóstol Pablo: “lo necio de este mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios” (1
Co.1:27). Dios ha querido revelar estas cosas a unos, y no a otros, por el puro
afecto de su voluntad, es lo que dijo el Señor: “Sí, Padre, porque así te agradó”. Pero, ¿Qué es aquello que Dios
ha querido revelar a unos y esconder a otros?
v.27
“Todas las cosas me
fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al
Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.”
El Señor dijo que “Nadie conoce al
Hijo sino aquel que el mismo Hijo ha querido revelar”. El misterio que se ha
revelado a unos y a otros no, es el Señor Jesucristo. El mismo Señor dijo que
la vida eterna es que “te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn.17:3). El
mismo Señor dijo: “No me elegisteis
vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16), y el mismo
apóstol Juan enseñó en su primera epístola: “En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó nosotros” (1 Juan 4:10).
Nadie por tanto puede decir que acudió a Cristo por sus propias fuerzas o por
su entendimiento (porque no es de los sabios y los entendidos), sólo podemos
conocer a Dios si Él se revela a nosotros primero, como quien resucita a huesos
muertos, dispuestos en un valle sin vida: “Y
sabréis que yo soy Jehová, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de
vuestras sepulturas, pueblo mío” (Ezequiel 37:13). Jesús se revela para la
vida eterna de aquellos que son como niños, aquellos que no se espera que
puedan entender el misterio de la salvación, que puedan conocer a Cristo.
v.28
“Venid a mí todos los
que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.”
A estos el Señor dice: “Venid a mí”.
Estos que son como niños, aquellos que no esperan ni se espera que conozcan la
salvación, aquellos a los cuales Jesús se les revelará, son llamados por el
Señor, y se dice que están trabajados y
cargados. Solamente se dice esto de las personas que durante mucho tiempo
han cargado con un terrible peso, de tal forma que la fatiga es evidente. Pero,
¿cargado con qué? ¿Cuáles son aquellas cargas de las que el Señor habla? Al
referirnos a esto no debemos ignorar que la primera intervención que Dios hace
en el corazón de los pecadores, para traerlos a la salvación y la vida eterna,
es la convicción de pecado (Juan 16:8). Nadie conoce ni estima al Señor Jesús
como Salvador sin antes haber reconocido su pecado y su miseria. ¿Cómo el Señor
Jesucristo puede ser tu Salvador si no ves en tu vida nada de lo que pueda
salvarte? Es por esto que lo primero que Dios hace para traer a un alma al
arrepentimiento es revelarle su verdadero estado. El Señor Jesús dijo que esto
era una obra sobrenatural del Espíritu Santo que convencerá al mundo de pecado,
de justicia y de juicio (Jn.16:8).
El cristiano cargado de John Bunyan |
Si sostengo un objeto en las manos y
lo dejo caer suceden dos cosas. La primera es que ese objeto cae por su propio
peso y la segunda es que la misma tierra atrae ese objeto hacia sí misma por
ley de gravedad. Así mismo cuando Dios, en su Soberanía, decide que un pecador
no siga viviendo, tal cae al abismo por su propio peso, y no sólo eso, sino que
el mismo abismo le atrae hacía sí, por cuanto el infierno es el lugar donde
acuden los pecadores para ser castigados, como dice el Señor de los impíos: “A su tiempo su pie resbalará” (Deuteronomio
32:35) y “Ciertamente los has puesto en
deslizaderos; En asolamientos los harás caer” (Salmo 73:18).
Cuando el Señor nos convence de
pecado nos permite notar la enorme contraposición de nuestra vida con la del
Hijo de Dios. Al ver en la Palabra que Jesús es “Santo, Inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más
sublime que los cielos” (Hebreos 7:26) y al mismo tiempo reconocer que
nosotros somos todo lo contrario, sucios, llenos de pensamientos pervertidos,
injustos, destructivos, amantes de males, desobedientes, vanidosos y viciosos,
vemos mejor al Hijo de Dios y nuestra condición a la luz del Juicio Final.
Las cargas que llevas en tu espalda
son la prueba que mereces condenación y castigo, y no mereces lo que piensas
merecer: el cielo y sus beneficios. Esas cargas serán la evidencia que te
inculpará frente al Tribunal de Cristo y es imposible que las extirpes por tus
propios esfuerzos. Ninguna fuerza humana puede quitar las cargas de nuestras
espaldas, de otro modo, el Señor no hubiera llamado a descansar si vamos
solamente a Él. Tanto el diablo como el mundo diseñan miles de engañosos alivios
contra estas cargas de pecado, intentos pasajeros que sirven de anestesia
provisoria para no acceder a Cristo. Pero Jesucristo se ha manifestado como el
único que puede otorgar descanso, quitando esas cargas de pecado de en medio.
Esto último manifiesta un dilema
importante. Si un juez ocultara la evidencia que inculpa a un criminal para
exonerarle de su condena, tal sería injusto y mentiroso. ¿Cómo entonces Dios
podrá sacar del camino esas terribles cargas que inculpan al pecador? La
respuesta no yace muy lejos de quien nos prometió descanso. ¡Fue Jesucristo
quien llevó esas cargas por nosotros! Ya en los Salmos la respuesta avanzaba: “Echa sobre Jehová tu carga, y él te
sustentará” (Salmo 55:22). Dios mismo decía a través del profeta: “pusiste sobre mí la carga de tus pecados,
me fatigaste con tus maldades” (Isaías 43:24). Jesús fue profetizado por el
rey Ezequías de esta forma: “He aquí,
amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo
de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados” (Isaías
38:17). Y también cuando se habla del Mesías como el Siervo Sufrido del Señor
se dice de Él: “por su conocimiento
justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos” (Isaías
53:11). Él mismo Jesús que llamó a los trabajados y cargados es el mismo que
llevó por ellos sus terribles cargas.
Si las cargas de pecado que
llevábamos en nuestras espaldas eran la prueba que somos pecadores y merecemos
toda la Ira de Dios, y Jesús fue quien llevó esas cargas para desaparecerlas y
hacernos descansar, la única forma que tuvo Él de sacarlas por completo de los
ojos de Dios es soportando Él el castigo merecido por llevar tales cargas. Por
lo cual la única manera de asegurar descanso a estos que son como niños es
pagar el precio que ellos debían, siendo castigado por Dios como si Él hubiese
cometido todos esos pecados. Si a nosotros se nos acredita la Justicia de
Cristo por su sacrificio, a Él se le acreditó nuestra miseria en esa cruz,
porque: “Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
él” (2 Corintios 5:21). La única forma de ser libres de estas cargas y
efectivamente descansar, es por lo que hizo Jesucristo al llevar estas cargas y
tirarlas en ese sepulcro.
v.29
– 30
“Llevad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”
No obstante, Jesús no libera de las cargas
para volver a cargarnos y vivir en la anarquía. Jesús dijo que pondría un yugo
sobre los que han descansado del triste peso del pecado, un yugo fácil de
llevar y liviano. Este yugo es el servicio que el nacido de nuevo desea hacer
por su Señor. La carta a los Romanos dice que somos esclavos de Cristo,
sirviendo a la justicia. Este yugo es fácil, no porque el camino hacia la Ciudad Celestial
esté exento de dificultades, sino porque el destino al que nos lleva ese bello
servicio es al Reino de los Cielos. Los mandatos de Dios no nos son gravosos (1
Juan 5:3). Jesús exige nuestra fidelidad y compromiso de servirle hasta la
muerte, combatiendo a muerte contra el pecado y enseñando a los transgresores
el camino. El apóstol Pedro dijo que “…como
aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera
de vivir” (1 Pedro 1:15).
¿Cómo puedo acudir al Señor entonces para
librarme de mi carga? Simplemente acude a Él. Él no dijo “Ven con tu alma a
cuentas conmigo”, “Trae una ofrenda” o “Trae una buena obra”. Él solamente dice
“Venid a mí”. Pero, ¿Y si no soy convencido de pecado, si no soy de los
pequeños que Dios ha querido revelar su evangelio? La Palabra no solamente habla
de la Soberanía
de Dios sino también de tu responsabilidad ante Él, darás una cuenta por tus
obras, y serás juzgado por ellas, Dios no será juzgado por lo que te hizo o no
sentir. No obstante, es imposible que sientas aunque sea una mínima atracción
por venir a Jesús sin que el Padre no te atrajere: “Ninguno puede venir a mí,
si el Padre no le trajere”. Tu persistencia en confiar en que Cristo pueda
quitar tus cargas hoy, a pesar de todos los fracasos que has tenido, es
imposible que venga de ti. La semilla de la Palabra comienza a hacer efecto, pero no dejes
que el diablo te deje en las buenas intenciones, acude a Él pronto que el
Juicio viene. Tan sólo acude a Él, no con grandes oraciones ni grandes excusas,
un solo “Señor, se propicio a mí, pecador” o “Sálvame, perdóname, te necesito”
es más que suficiente, porque no es la calidad de tu arrepentimiento lo que
quitará tus cargas, sino que Jesús las llevó por ti. Pero acude pronto, antes
que la Puerta
de la Misericordia
sea cerrada.
Sólo es posible hallar descanso para nuestras
almas cuando aprendemos de la mansedumbre y humildad de corazón del Señor, como
un niño mira e imita a su padre. Acude a Él hermano. Salvará tu vida. ¿Estás
agotado del pecado que llevas en tu espalda? Sólo por lo que hizo Jesús podrás
tener descanso. Su yugo es fácil, su carga es liviana. Tan sólo responde “heme
aquí, sálvame”, porque Él te dice: “Venid a mí”.
Dios les bendiga...
ResponderEliminarEs tan hermoso leer esto, está ante mis ojos pero aún no puedo hallar descanso para mi alma, cuando creo haber sido transformada viene el recuerdo de mi pecado y caigo más bajo de lo que era... ¿es que acaso estoy destinada a perdición? anhelo descansar en Dios... por favor ayúdeme no quiero morir eternamente
ResponderEliminarEstimada, la única manera que halle verdadero descanso es entregando su vida a Jesucristo. Si el Señor dijo que acudiendo a Él hallaremos el descanso necesario para nuestra alma, ¿acaso Él ha faltado a su Palabra? Nada de lo que Dios ha dicho merece ser desconfiado, porque Él siempre ha cumplido sus promesas. Piense, tiene dos formas de vivir, una es entregarse a Cristo y poner toda su esperanza en el poder que puede transformar su vida, o vivir alejada totalmente de Dios y apartarse para siempre de su Verdad. Si no puede concebir el vivir de una forma ajena a Dios es porque Él ha despertado algo en usted que le hace ver de manera hermosa el evangelio y a Jesucristo.
ResponderEliminarSi quiere venir a Cristo confíe en que Él mismo dijo que todo el que viene a Él no le echa fuera. Si se mira a sí misma sólo encontrará tinieblas, pero si mira únicamente a Aquel que se entregó en una cruz y soportó el castigo y repudio divino que nosotros merecíamos hallará vida y paz. El descanso para su alma está sólo en mirar a Cristo por fe.
No se frustre su corazón, persevere en conocerle. ¿Cuánto tiempo una viuda estuvo exigiendo justicia a un juez injusto? ¿Cuánto tiempo debe pedir un hijo un pedazo de pan sabiendo que su padre no le dará un escorpion?
Nuestras ideas sobre nuestra predestinación y destino eterno muchas veces son sólo especulaciones, pero ¿qué sucedería si Cristo mismo le dijese a una persona que no fue elegida? Pues en los evangelios se relata la historia de una mujer cananea que inicialmente fue desechada por Jesús al punto de ser comparada con perrillas (Mt.15:21-28). ¿Quién podría resistir la desesperanza de saber que Cristo mismo nos diría que no somos elegidos? Pero esta mujer perseveró y el Señor alabó su fe. Persevere en oración, pida a Dios que le revele a su Hijo Jesucristo. Él es Poderoso para salvar. No tenga temor, Dios compró nuestro descanso eterno cargando sobre su Hijo el pecado de nuestros corazones.
Dios le bendiga y le conduzca.
Gracias por está palabra de esperanza. Estoy luchando. Con el mismo pecado. Me. Caigo a cada momento y tengo miedo de perder la misericordia de mi señor pero está enseñanza me devuelve la esperanza
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