viernes, 29 de noviembre de 2013

La idolatría del corazón


“Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos… Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”
(1 Corintios 10:6, 7, 11).

Rey Josías expulsando a los idólatras de Israel
     Josías fue uno de los reyes que la Biblia reconoce que hicieron lo recto delante de Dios (2 Reyes 22:2), a contraposición de su padre y abuelo, cuyas obras son descritas en la Escritura como malas (21:2,20). No obstante, su bisabuelo, Ezequías, es reconocido antes que Josías como uno de los tantos que hizo lo recto delante de Dios (18:3). Ambos reyes purificaron la tierra de Israel de todas las abominaciones que se levantaban contra Dios y su Palabra. Sin embargo, nada lo hicieron sin que antes Dios reformara sus vidas. De Ezequías se nos dice que “En Jehová puso su esperanza…” (18:5) y como fruto de la fe “…siguió a Jehová, y no se apartó de él…” (18:6). De Josías se nos instruye que una vez que oyó detenidamente las palabras del libro de la ley (22:10), rasgó sus vestidos (22:11), por lo que Dios le consideró en su gracia al ver su humillación (22:18-19). Por lo que resulta poco coherente afirmar que las reformas que impulsaron estos reyes atraídos por Dios hayan surgido de sus propias conciencias impuras por el pecado. Más bien, su motivación radica en el cambio propiciado por Dios en sus vidas. Si algo reformaron fue porque Dios primero había reformado sus corazones. 

     Reformar significa “volver a dar forma”. Consiste en quitar las cosas que no van de acuerdo con el objetivo de lo que se planea hacer y, a la vez, formar algo nuevo. Fue precisamente una reforma lo que hicieron Ezequías y Josías. Ezequías quitó los lugares altos donde se adoraba a falsos dioses, quebró imágenes idolátricas, cortó los símbolos de la diosa pagana Asera y destruyó la serpiente de bronce que había hecho Moisés “…porque hasta entonces le quemaban incienso los hijos de Israel…” (18:4). Josías, por su parte, no hizo algo menor. En resumidas palabras, expulsó la idolatría de cuajo. Sacerdotes, imágenes, prostitutas, zodiaco, altares idólatras, estatuas, sepulcros, nada quedó fuera de la mano de Josías, quien destruyó todo lo que Dios había ordenado que no hiciese su pueblo. Su reforma más grande fue en el templo de Israel, donde Dios había dicho que iba a poner su nombre allí (21:4). Uno de los vicios más grandes de los reyes de Israel fue idolatrar, sin resistencia alguna, las divinidades falsas de las regiones vecinas, y el lugar que debiesen haber preservado de toda la idolatría era el templo, uno de los primeros lugares en profanar con imágenes de Asera, diosa de los cananeos, y Baal, el dios de los sidonios. Es posible que la razón por la que los israelitas caían tan fácilmente en la idolatría fuera la justificación recurrente por sus pecados, ya que tales dioses no privaban ciertas depravaciones que Jehová, el Dios verdadero, prohibía en la belleza de su Santidad y Justicia. Una de ellas era la fornicación, que Asera, diosa de la fertilidad y placer sexual, no desistía en reprimir, es más su existencia como ídolo pagano se debe a la excusa que tenían muchos para participar de orgías y violaciones.


Dios aborrece la idolatría

      Una de las cosas más importantes dentro del relato de cómo Josías derribó toda la idolatría del pueblo de Israel fue el denuedo de saber que su arremetida era para reivindicar el nombre de Jehová como el único Dios verdadero. Sus acciones deben ser comprendidas como la respuesta ante la gracia de Dios operada en él. El monarca había sido transformado y ahora viviría una nueva vida donde la abominación contra su Redentor no tendría excusa para seguir existiendo. Si Josías hizo eso fue porque Dios puso tal fuerza y celo en su corazón. Es Dios mismo quien dijo en su Santa Ley: “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éxodo 20:3-4). ¿Qué puede ser mayor que Dios mismo? ¿Algo puede merecer algún tipo de adoración, aunque sea pequeña, bajo el conocimiento que sólo Dios es Santo y Perfecto?

    Si pensamos racionalmente, lo único que podría motivar algún tipo de admiración es lo que es digno de toda adoración: la Perfección, Pureza y Santidad de Dios. No obstante, para el corazón pecador no hay nada más digno de atención que el mismo pecado y los ídolos son el vino que lo embriaga para despertar en él todo tipo de pasiones vergonzosas. Las Escrituras nos enseñan que los hombres fueron tan dementes por su pecado que cambiaron la Gloria de Dios por la imagen de lo creado (Romanos 1:21-25). El mismo apóstol enseñó que la idolatría en estricto rigor no es nada: “…sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra… para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Corintios 8:4-6). Independientemente de la opinión o percepción que tengan los hombres y la admiración o idolatría que sientan por ciertas cosas, tales no son en realidad nada, sólo una invención que no es digna de adoración alguna.

     El aborrecimiento de la idolatría está estrechamente vinculado con una de las características de Dios: ser Celoso. En Éxodo se les dice al pueblo de Israel: “Porque  no te has de inclinar a ningún otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es” (Éxodo 34:14). Este es uno de los pocos pasajes de la Escritura en que se nos habla tan directamente del nombre de Dios. El pueblo de Israel estaba siendo advertido precisamente de la idolatría a la cual accederían en el futuro (v.12-13). En la expectación de la conquista de la tierra prometida, Moisés declaró: “Guardaos, no os olvidéis del pacto de Jehová vuestro Dios, que él estableció con vosotros, y no os hagáis escultura o imagen de ninguna cosa que Jehová tu Dios te ha prohibido. Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso” (Deuteronomio 4:23-24). Precisamente debían cuidarse, una vez introducidos en la tierra prometida, de no andar en pos de dioses ajenos “… de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos; porque el Dios celoso, Jehová tu Dios, en medio de ti está; para que no se inflame el furor de Jehová tu Dios contra ti, y te destruya de sobre la tierra” (Deuteronomio 6:14-15). La razón por la que no debemos andar conforme a dioses ajenos guarda relación con ser fieles a Dios, el cual es Celoso y no desea que la relación que debiésemos tener con él sea compartida o despojada por objetos inanimados. El que Dios sea Celoso por esta razón no es menor, ya que sus celos se traducen en ira contra la idolatría: “Le despertaron a celos con los dioses ajenos; Lo provocaron a ira con abominaciones. Sacrificaron a los demonios, y no a Dios; A dioses que no habían conocido, A nuevos dioses venidos de cerca, Que no habían temido vuestros padres.” (Deuteronomio 32:16-17). El salmista declaró que el celo de Dios es similar a la manifestación de su Ira, por lo que podemos insinuar que son atributos estrechamente vinculables: “¿Hasta cuándo, oh Jehová? ¿Estarás airado para siempre? ¿Arderá como fuego tu celo?” (Salmo 79:5).

    Por el pecado de la idolatría Dios trata al pueblo de Israel como una prostituta precisamente por la idolatría: “Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor. ¿Cómo puedes decir: No soy inmunda, nunca anduve tras los baales? Mira tu proceder en el valle, conoce lo que has hecho, dromedaria ligera que tuerce su camino, asna montés acostumbrada al desierto, que en su ardor olfatea el viento. De su lujuria, ¿quién la detendrá? Todos los que la buscaren no se fatigarán, porque en el tiempo de su celo la hallarán” (Jeremías 2:22-24). Palabras bastante duras pero verdaderas. El pueblo de Israel se arrimaba a falsos dioses constantemente, altivamente decían: “nunca anduve tras los baales”. No obstante, Dios les llama a examinar su caminar y notar cómo se han ofrecido vanamente a dioses ajenos como bestias en celo, entregadas a la lujuria idolátrica: “Alza tus ojos a las alturas, y ve en qué lugar no te hayas prostituido. Junto a los caminos te sentabas para ellos como árabe en el desierto, y con tus fornicaciones y con tu maldad has contaminado la tierra” (Jeremías 3:2).

Elías matando a los profetas de Baal
     El pueblo de Israel cometió variados crímenes e injusticias, no sólo su desobediencia idolátrica, no obstante, esta última fue uno de los pecados más abundantes y evidentes. Sin embargo, nace una pregunta importante, ¿por qué Dios aborrece a los ídolos si sabe que no son dioses válidos? Tenemos pasajes importantes en donde Dios desafía al pueblo a que sus dioses falsos demuestren su divinidad: “Alegad por vuestra causa, dice Jehová; presentad vuestras pruebas, dice el Rey de Jacob” (Isaías 41:21). Como olvidar el desafío que Elías hace a los profetas de Baal: “… ¿Hasta cuando claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él…” (1 Reyes 8:21). Con seguridad no es por ningún sentido competitivo, sino porque tales imaginaciones de los hombres usurpan el lugar que Dios debe tener. Si el resumen de toda la ley o el primer gran mandamiento es, como dijo el Señor: “… Amarás al Señor con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37), rendir el corazón, la mente y el alma a un ídolo, por más vano que sea, por definición es un pecado, no sólo por su contraposición a un mandamiento expreso, sino por su contrariedad con el principio global de los mandatos de Dios. Un buen resumen de ello lo retrata el profeta Jeremías al decir: “¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, aunque ellos no son dioses? Sin embargo, mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha” (Jeremías 2:11). No se tiene gran evidencia histórica que pueblos hayan abandonado a sus ídolos y los hallan intercambiado por otros de la noche a la mañana. Tales cambios se producían por algún tipo de invasión o retroceso histórico, no obstante, las pruebas confirman esta conclusión: “Nadie cambió sus dioses, a pesar que eran falsos, pero el único pueblo que tuvo al verdadero Dios lo cambió por dioses falsos”. Esto provocó una de las frases más importantes de la Escritura, a mi parecer, la expresión de la indignación de Dios: “Espantaos, cielos, sobre esto, y horrorizaos; desolaos en gran manera, dijo Jehová” (v.12). Esta idolatría demencial sólo puede provocar el furor e indignación de un Dios absolutamente Santo. Lo siguiente expresado por el profeta revela, en forma sintética, el pecado del pueblo de Israel: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (v.13). El rechazo a Dios, primer mal, desemboca en el segundo, abrazar otros dioses, falsas cisternas incapaces de retener el agua, a tal punto “que dicen a un leño: Mi padre eres tú; y a una piedra: Tú me has engendrado…” (v.27).


El desprecio al Dios Verdadero

     Podríamos sentirnos en alguna medida aliviados al pensar que en este mal no hemos caído. No obstante, la idolatría puede definirse como el desprecio al Dios Verdadero en pos de la adoración u obediencia a cualquier otra cosa que en el corazón puede encumbrarse como Dios. La idolatría no es un pecado del cual sólo podamos percibir cuando nos vemos adorando a una figura de yeso. Recordemos que el Señor Jesús dijo que la lujuria no sólo es evidente en el adulterio físico sino también en el adulterio del corazón (Mateo 5:27-30), por lo que el pecado de la idolatría nace desde el corazón (Marcos 7:21-23) y puede o no expresarse a los ojos de los demás hombres. La idolatría no haya su principal expresión en la adoración a imágenes talladas manualmente sino también mentalmente. El apóstol Pablo predicó en Atenas diciendo: “Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres” (Hechos 17:29). Gran parte de los ídolos de este mundo no son constituidos de piedras preciosas u otros materiales físicos, sino desarrollados en la imaginación humana. ¿Qué podemos decir de un hombre que no puede desvincularse ni un instante de su televisor, es cautivado día y noche por programas contrarios a la Palabra de Dios y no puede vivir un solo día sin que esa pequeña caja negra le esté dictando que hacer? ¿No es eso idolatría? ¿Quién es el verdadero Dios para un hombre que se ama a sí mismo? ¿Es Jehová o es su propia vanidad? La idolatría es más amplia y abarca más de lo que pensamos. 

      Es importante mencionar los falsos dioses a los que el mundo incrédulo sirve con gran denuedo todos los días. Tenemos a la falsa diosa de la lujuria que tiene entre sus siervos miles de millones de hombres y mujeres, adorándole constantemente y obedeciéndole en sus pérfidos decretos. En el “Progreso del Peregrino” del puritano John Bunyan, los peregrinos Cristiano y Fiel hablan sobre una tal “Sensualidad”, y agradecían que Dios les haya librado de ella “… pues su boca es una fosa profunda y aquel contra quien Jehová estuviere airado caerá en ella” (Bunyan, Progreso del Peregrino. Pág. 85. Edit. Clie). Tenemos el falso dios del dinero, cuyo débil reino es extenso y abarca los deseos de muchos hombres. Por otro lado, el dios de la vanidad termina seduciendo el corazón de muchos, embriagándoles bajo el lema del amor propio y la autosatisfacción. Incluso es posible que la gran mayoría de los hombres en la tierra adore a un dios que considera es el verdadero, muchos pensando que es el Dios de la Biblia, pero al considerar las acciones de estos hombres sólo podemos entender que el dios al que sirven es finalmente ellos mismos. Jehová, el Dios Verdadero, no admite pecado alguno, no obstante, el falso dios de ellos tolera el pecado amigablemente. Jehová, el Dios de las Escrituras, expresa constantemente su desagrado e indignación en contra del pecado, pero aquel falso dios jamás manifiesta un desprecio a la maldad, sino que termina siendo una querida amistad y comprensivo ayudador. Jehová, el Santo de Israel, jamás se contrapone a su Palabra, mientras que ese falso dios es contradictorio consigo mismo, por un lado dice algo y por otro lo termina negando. Me atrevería a decir que muchas iglesias evangélicas están adorando a ese falso dios en vez de al Santo Jehová de los ejércitos. Como bien dijo William Jay: “No tenemos razón para creer que nuestra religión es la religión de la Biblia, si esta es aceptable al gusto de mentes carnales”. Si Dios pensase como nosotros entonces somos nosotros nuestros propios dioses, pero el Eterno nos enseñó desde un principio: “… ¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes, Y que tomar mi pacto en tu boca? Pues tú aborreces la corrección, Y echas a tu espalda mis palabras. Si veías al ladrón, tú corrías con él, Y con los adúlteros era tu parte… Estas cosas hiciste, y yo he callado; Pensabas que de cierto sería yo como tú…” (Salmo 50:16-21). Dios no es como nosotros; Él es Santo mientras que nosotros somos impuros, Él es Justo y nosotros injustos. ¿Cómo haremos a Dios semejante a nosotros? ¿No es eso blasfemia? Como bien dijo el Dios Verdadero: “He aquí, todos son vanidad, y las obras de ellos nada; viento y vanidad son sus imágenes fundidas” (Isaías 41:29). Detengámonos y reflexionemos un momento, como dijo el profeta Isaías, ¿a qué haremos semejante a Dios o qué imagen le compondremos? (Isaías 40:18).  


Josías como prefigura de Cristo

       El rey Josías derribó los lugares profanos de adoración idolátrica en Judá, terminó con toda dedicación a dioses ajenos y reinstauró la devoción genuina y verdadera al Señor de Israel. No obstante, si bien Josías hizo lo recto delante de Dios, destituyendo del reino toda imagen que usurpare el nombre de Dios, todo culto ajeno a los términos que Dios había dispuesto para que le adorasen y todo hombre y mujer que se opusiera a la Verdad que había hallado en la Escritura, el reinado de Josías fue finito, culminó finalmente cuando murió y dejó a su hijo Jeconías. El esplendor del reino restaurado, la verdad tras la reforma, la reconstrucción de la adoración verdadera a Jehová el Dios Santo de Israel, terminaron por verse destrozado una vez que los babilonios invadieron Judá. El reino que había celebrado una pascua inolvidable bajo el reinado de Josías (2 Reyes 23:21-23) terminó destituyéndose, sirviendo a otro pueblo a causa de sus propios pecados. Josías fue sepultado en paz por cuanto se humilló frente a Dios y obedeció su Palabra, no obstante, el pecado del pueblo permanecía y la Ira del Señor no se había consumado aún (2 Reyes 23:24-27). Esto, como ya sabemos, lo hizo una vez que su corazón fue renovado por el perdón de Dios, al tener en consideración la realidad de su miseria y pecado. No obstante, lo ocurrido en tiempos de Josías manifiesta la necesidad que Dios instituyera un reino definitivo y eterno, que cumpliese los mandatos de Dios por siempre, que destronase al pecado y a los falsos dioses eficazmente de sus tronos senescales. No obstante, esto no sólo queda en el deseo, pues efectivamente Dios prometió que del linaje de los reyes vendría un Salvador, uno que ocuparía el trono de David, un descendiente de su linaje. El cumplimiento de lo prometido en el Antiguo Testamento está descrito en el Nuevo de forma formidable: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:31-33). Este fue el reino profetizado por Daniel: “Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44). De hecho cuando se relata la genealogía de Jesús en la obertura del evangelio según San Mateo se nos dice: “Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amón, y Amón a Josías… Y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1:10-16).

      La destitución de toda idolatría o elemento profano que se oponga a la adoración pura de Dios guarda estrecha relación con el Celo de Dios. Jehová manifestó su total desaprobación y desagrado frente a las cosas que se oponían a su Verdad y la adoración de su Majestad, sería incoherente pensar que Jesús, siendo Hijo de Dios, no manifestase aquella misma indignación. Jesús habló con autoridad refiriéndose a la hipocresía de las principales figuras religiosas de la época, quitó a los mercaderes del templo, enseñó la verdadera doctrina y se mantuvo firme frente a la Palabra de Dios. De hecho, el mismo Señor cumplió lo prometido en los Salmos: “Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume” (Juan 2:17). Jesús es este Rey del Reino de Dios, el Reino permanente y eterno, inamovible e indestructible. Es el Señor Jesús quien derribará por completo el lugar que han usurpado los ídolos y constituirá definitivamente la adoración a Dios y la obediencia a su Palabra por siempre.


¿Cómo huir de la idolatría?

     ¿Cuál es el lugar que Dios debiese tener en nuestra vida? De acuerdo a la Escritura, toda nuestra vida. Dios exige una vida santa, ¿la vivimos? Si no la vivimos es porque siempre existe algo que está usurpado el lugar del Señor. ¿No es causal de toda condenación el que hayamos sido creados para glorificar a Dios solamente (Romanos 11:36; 1 Corintios 10:31) y utilicemos ese aliento de vida para adorar a un ídolo cometiendo pecado? La sustitución de Dios por el pecado de la idolatría es uno de los males más gravitantes del hombre. La irremediable condición de nuestro corazón, el frustrado escape y la impotente fuerza para luchar contra esto sólo apena el corazón del pecador que se encuentra convencido de su posición idólatra frente a Dios. Si deseamos una fe viva y genuina, salvación y remisión de todo pecado, debemos considerar que Dios debe quitar toda figura de adoración que usurpe su lugar. Los ídolos de nuestro corazón deben ser desterrados de aquel lugar, pero la fuerza que tenemos para ello es nula. Sólo Dios puede obrar milagrosamente para que vivamos y desechemos la idolatría.

       Dios prometió por el profeta Ezequiel: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré” (Ezequiel 36:25). Dios mismo prometió limpiarnos de todos nuestros ídolos con agua limpia. Precisamente en este pasaje, el profeta dice: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27). El nuevo corazón de carne es abierto y activo a la Palabra de Dios y sensible al pecado de nuestras vidas. Si Dios ha prometido limpiarnos de todas nuestras inmundicias e ídolos, nuestro corazón no debe menguar en creer su Palabra. El mismo que prometió lavarnos y purificarnos de los ídolos de nuestro corazón es el que derramó su sangre para hacer posible tal pureza. Su pureza y justicia nos es imputada, mientras que nuestra impureza le fue acreditada a Él, sin haber hecho mal alguno. Dios puede quitar todo ídolo de nuestro corazón, ha revelado su poder en contra de todo falso dios, por lo que nos basta sólo creer en que expropiará de nuestro corazón toda falsa religión.

        Recordemos las palabras del apóstol Pablo al decir: “… ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré, Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:14-18). El apóstol parte cuestionando el compañerismo del hijo de Dios con los hijos del diablo y la luz de Dios con las tinieblas de este mundo, para luego considerar la enemistad evidente entre el templo de Dios y los ídolos que usurpan tal templo. Se nos dice a nosotros ser el templo de Dios, y en la primera epístola se nos recuerda que “vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros” (1 Corintios 6:19). No podemos quitar un miembro de Cristo para unirlo a la inmundicia (1 Corintios 6:15), por lo que si profesamos ser cristianos y servidores del Dios Todopoderoso, el apóstol nos dice: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1). En base a las promesas de limpieza por parte del Señor, la única respuesta coherente que podemos tener es la santidad: “porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tesalonicenses 1:9).

           La consulta ahora es, ¿cómo debemos vivir a la luz de esta verdad? En primer lugar, todo justo debe vivir por la fe (Romanos 1:17), sabiendo que si Dios ha prometido algo lo cumplirá sí o sí. Al prometer pureza de todos nuestros ídolos, no debemos desconfiar de la Palabra de un Dios que siempre ha efectuado su voluntad a cabalidad. En segundo lugar, debemos vivir con temor a Dios, sabiendo que “No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?” (1 Corintios 10:21-22). En tercer lugar, renovando nuestro entendimiento (Romanos 12:2), sabiendo que la voluntad de Dios es perfecta y requiere de no conformarse a este siglo sino estar en un constante y pleno aprendizaje de las verdades del evangelio. Nunca seremos libres de los ídolos desconociendo la Palabra del Dios verdadero. En cuarto lugar, inclinando nuestro corazón a Dios: “… Vosotros sois testigos contra vosotros mismos, de que habéis elegido a Jehová para servirle. Y ellos respondieron: Testigos somos. Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros, e inclinad vuestro corazón a Jehová Dios de Israel” (Josué 24:22-23).

             Podemos hacernos la consulta de cómo no caer en la idolatría, y la respuesta nuevamente yace sólo en la Palabra de Dios. El apóstol Pablo nos exhorta a considerar el ejemplo de los que cayeron en la antigüedad. ¡Cuán amargo fue para ellos el haber sido sorprendido por Dios! La epístola a los Corintios nos enseña que no debemos ser idólatras como el pueblo de Israel en el desierto (1 Corintios 10:7), pues “… estas cosas  les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (v.11). De la misma manera el autor de Hebreos nos llama a considerar la incredulidad del pueblo de Israel y la consecuencia de no entrar en el Reposo de Dios: “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Hebreos 4:11). Si deseamos obedecer a Cristo el consejo de la Escritura es: “… el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12). Con justa razón el apóstol Juan culminó su primera epístola diciendo: “Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén” (1 Juan 5:21).

                Por lo cual es necesario que no enfrentemos la idolatría como quien se hace el valiente contra ella, sino que la Escritura dice: “… huid de la idolatría” (1 Corintios 10:14). Dios conoce nuestras debilidades y sabe que no enfrentaremos como corresponde mientras vivamos bajo esta carne, por lo que aconseja correr hacia Cristo, escapando de las redes malignas de los falsos dioses. La idolatría de nuestro corazón puede ser derrumbada por el poder de Cristo, una vez que nos rindamos ante tal y neguemos todos nuestros vanos esfuerzos.

“… Volveos ahora de vuestro mal camino y de la maldad de vuestras obras, y moraréis en la tierra que os dio Jehová a vosotros y a vuestros padres para siempre; y no vayáis en pos de dioses ajenos, sirviéndoles y adorándoles, ni me provoquéis a ira con la obra de vuestras manos; y no os haré mal”
(Jeremías 25:5-6).

5 comentarios:

  1. Estoy gratamente soprendido con sus videos en youtube, quiero contactarlo e intercmbiar ideas con usted. Pense era el unico preocupado por el tradicionalismo en las iglesias pentecostales, pero veo gracias a Dios que no soy el unico, y mucho menos el mas avanzado en el tema. Mi mail es: mikailmallakh29@gmail.com
    Busqueme en face con ese mail y agregueme a sus contactos, tambien tengo material propio al respecto, que quisiera compartir con usted. Gracias

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  2. LO QUE DICE LA BIBLIA SOBRE LA IDOLATRIA
    Biblia católica “Dios habla Hoy”


    ES UNA MALDICION QUE LLEVA A CONDENACION

    ETERNA

    Deuteronomio 27:15. -Maldito sea el que haga un ídolo o una figura de metal fundido, hecha por un artesano, la ponga en un lugar oculto, pues eso le repugna al Señor. Y todo el pueblo dirá: Así sea (Amén)-

    Deuteronomio 4:15-20. -Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, estatua de varón o hembra, figura de animal alguno que está en la tierra, figura de ave alguna alada que vuele por el aire, figura de ningún animal que se arrastre sobre la tierra, figura de pez alguno que haya en el agua debajo de la tierra. No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas; porque Jehová tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos; Pero a vosotros Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día.-

    DIOS LA PROHIBIO

    Deuteronomio 5:8. -No hagas ningún ídolo ni figura de lo que hay arriba en el cielo, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en el mar debajo de la tierra; no te inclinarás a ella ni le rendirás culto.

    Levítico 26:1. -No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinarse a ella; por que yo soy Jehová vuestro Dios.-

    Hechos 17:29. -Siendo, pues, descendientes de Dios, no debemos pensar que Dios sea como las imágenes de oro, plata o piedra que los hombres hacen según su propia imaginación-

    EN LA PROCESION

    Isaías 45:20. “Reúnanse y vengan, acérquense todos los sobrevivientes de los pueblos. Son unos ignorantes quienes llevan en procesión sus ídolos de madera y se ponen a orar a un dios que no puede salvarlos ”.

    Isaías 46:7. “Lo cargan sobre los hombros y se lo llevan; lo colocan sobre un soporte y ahí se queda, sin moverse de su sitio. Por más que gritan pidiéndole ayuda, no les responde ni puede salvarlos de sus angustias”.


    LOS IDOLATRAS NO TENDRAN PARTE EN EL REINO DE

    DIOS

    1 Corintios 6:9-10. -¿No saben ustedes que los malvados no tendrán parte en el reino de Dios? No se dejen engañar, pues en el reino de Dios no tendrán parte los que cometen inmoralidades sexuales, ni los idólatras, ni los que cometen adulterio, ni los hombres que tienen trato sexual con otros hombres, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los chismosos, ni los tramposos-.


    LOS IDOLATRAS TENDRAN SU PARTE EN EL LAGO DE

    FUEGO ETERNO


    Apocalipsis 21:8. “Pero en cuanto a los cobardes, los incrédulos, los odiosos, los asesinos, los que cometen inmoralidades sexuales, los que practican la brujería, los que adoran ídolos, y todos los mentirosos, a ellos les tocará ir al lago de azufre ardiente, que es la segunda muerte ”



    M E N S A J E


    Jesucristo está vivo en el cielo (en gloria) sentado a la diestra de Dios su Padre (Marcos 16:19) y él es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5) y todo el poder de Dios está en él (Colosenses 2:9). El no es un muñeco que se carga al hombro.

    Los que tienen imágenes y estatuas en sus casas, no tienen parte en el reino de Dios; millones de almas están en el infierno por causa de la idolatría, porque le creyeron a líderes religiosos engañadores . Echa a la basura las imágenes, pinturas, estatuas, muñecos y objetos, que desvían tu salvación.


    Adora a Dios en espíritu y en verdad (Juan 4:23) Solo en Jesucristo hay Salvación (Hechos 4:12) (1 Corintios 3:11). El es el único en el cual Dios el Padre tiene complacencia (Mateo 3:17; 12:18; 17:5)


    ¡¡¡ A DIOS SEA LA GLORIA !!!

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  4. Todo lo que esta debajo del sol son IDOLOS, las cuales hacen parte la vanidad y los deseos....Una perla...cuando la PALABRA de DIOS, habla sobre "construyeron idolos en los montes altos" es tipico de nuestro lugar mas alto el cual es la cabeza y sus actos en ella, que son los pensamientos..nuestro pensamientos llevan idolatria...no solo el corazon. Haber sido bautizado en el ESPIRITU SANTO y en AGUA, no es el final de una respuesta....por el contrario es el comienzo de un caminar en la santidad. Pero no llegamos hacer santos de una...debemos dejar que el Espiritu haga la obra, y empieze a derrumbar torpesas de un viejo hombre lleno de mañas y desaires (idolatria y mas idolatria), para ello el Espiritu debe derrumbar (con nuestra solicitud a su misericordia) estos idolos que entorpecen la santidad. Es justo que un ESPIRITU lleno de SANTIDAD, more en una ruinas, no lo creo....JESUS dijo que nosostros somos el TEMPLO...pero el templo se construye, no solo con deseos del YO(Noctisimo), sino de guia del maestro espiritual al cual podemos clamar TODOS.... EL SANTO ESPIRITU DE DIOS. Entonces la torpeza hira desapareciendo y la santidad reemplazandola...para despues de una evolución espiritual, podamos decir para nosotros mismos AHORA SI ESTOY LLENO DEL ESPIRITU SANTO...no he llegado hasta alla...pero he visto su obra en mi...y me complace decir...que DIOS ha derrumbado y reconstruido mi CASA. el TEMPLO y el TABERNACULO varias veces, porque he sido indiciplinado...y el quiere obediencia.

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